Un amigo libio en Par¨ªs
Reencuentro con Ali Zeidan, que pilota la reconstrucci¨®n de su pa¨ªs sin radicalismos
Segundo aniversario de la revoluci¨®n libia. Y primera vez que veo a Ali Zeidan desde su nombramiento como primer ministro. Nicolas Sarkozy tambi¨¦n est¨¢ presente. Zeidan quer¨ªa recibirlo esta misma noche en privado, antes de dar comienzo a su visita oficial.
Zeidan tiene el mismo aspecto modesto de anta?o. La misma mirada de ni?o rebelde, tras sus gruesos lentes de pasta. Viste el mismo traje marr¨®n gastado que siempre llevaba en nuestras visitas al frente de Ajdabiya, Misrata o Djebel Nefousa.
El amo del pa¨ªs, el l¨ªder de todos los libios, es un reci¨¦n llegado cuya integridad, cuya falta de implicaci¨®n con el r¨¦gimen anterior y cuya rectitud moral terminaron aup¨¢ndolo, como algunos llegamos a predecir, a la cima de un poder que ¨¦l afirmaba no desear. Pero nada distingue al nuevo Ali de aquel a quien yo conoc¨ª y cuyas im¨¢genes, heroicas y fr¨¢giles, recogidas primero en mi diario de guerra y luego en mi documental, se superponen a la que ahora tengo ante los ojos; nada, ni en su actitud, ni en la sonora carcajada acompa?ada de palmadas del antiguo camarada que festeja el reencuentro con las que me recibe en su suite, ni en su relaci¨®n con Mansour, su amigo de siempre, hoy su m¨¢s fiel consejero.
Zeidan expresa su gratitud a Sarkozy, sin cuya tenacidad nada hubiera sido posible. Gracias por haber reconocido al CNT aquel 9 de marzo de 2011. Gracias por habernos escuchado, el 13 de abril, cuando vinimos con el general Youn¨¨s, en plena noche, en secreto, para proponer la apertura de un nuevo frente en las monta?as bereberes. Gracias por haber recibido, el 20 de julio, a los comandantes de Misrata, que hab¨ªan burlado el bloqueo de su ciudad para venir a explicarle que, si les procuraban los medios, estaban en condiciones de avanzar sobre Tr¨ªpoli y de poner fin a la guerra. Gracias.
El problema de la seguridad es sin duda alarmante, pero menos de lo que dicen los medios de comunicaci¨®n
Zeidan responde sin evasivas ni rodeos, sino con la precisi¨®n que nosotros esper¨¢bamos en aquellos d¨ªas de nuestros interlocutores occidentales y especialmente de ¨¦l, de Nicolas Sarkozy, a las preguntas que este le hace sobre la seguridad en su pa¨ªs (sin duda alarmante, pero menos de lo que dicen los medios de comunicaci¨®n); sobre las prioridades de su Gobierno (seguridad, desde luego, pero tambi¨¦n di¨¢logo, reconciliaci¨®n nacional, unidad) o sobre el destino de aquellos miembros del r¨¦gimen que, como Saif al Islam, el hijo predilecto de Gadafi, m¨¢s sangre tienen en las manos (ellos tambi¨¦n, insiste el que fuera presidente de la Federaci¨®n Libia de la Liga de los Derechos Humanos, tienen derecho a un juicio justo).
Y, finalmente, ante la inquietud expresada por el antiguo presidente galo sobre el peso de los islamistas en el pa¨ªs, responde que, por supuesto, la amenaza es real y no hay que subestimarla, pero que no deja de ser marginal, pues la inmensa mayor¨ªa del pueblo libio permanece fiel a ese islam moderado que en Bengasi denominan ¡°intermedio¡± y por el que tanto luchamos. Al fin y al cabo, ?qu¨¦ fue aquel ¡°juramento de Tobruk¡± ¡ªque, por otra parte, da t¨ªtulo a mi documental¡ª sino el compromiso que suscribimos el propio Zeidan, tres de sus camaradas libios, Gilles Hertzog y yo mismo, de no descansar hasta que la democracia estuviera en posici¨®n de derrotar de una vez por todas a las tentaciones dictatoriales de ayer y hoy?
Eso fue una ma?ana de primavera, al pie de la cruz de Lorena, en el peque?o cementerio de los soldados franceses ca¨ªdos en el desierto durante la guerra contra el nazismo. Eran las horas m¨¢s sombr¨ªas de aquella noche sin fin en la que la locura de Gadafi parec¨ªa haber precipitado a los hombres y mujeres de Libia. Y ahora, dos a?os despu¨¦s, esta escena, este momento de fraternidad renovada y uno de aquellos juramentados en condiciones de hacer realidad nuestro sue?o... ?qu¨¦ historia!
Si este musulm¨¢n piadoso e ilustrado lleva las riendas de su pa¨ªs, es porque los islamistas perdieron las primeras elecciones libres
Observo a mi amigo, que, a su vez, mira a su antiguo camarada de armas, Nicolas Sarkozy, sorprendentemente tranquilo. Soy testigo de la complicidad que los une y, pese a las vicisitudes de la vida y a las diferencias pol¨ªticas, me une a ellos tambi¨¦n a m¨ª.
Los autoproclamados expertos pueden decir lo que quieran.El hecho es que si Ali est¨¢ aqu¨ª, si este amigo de Occidente, este musulm¨¢n piadoso e ilustrado, lleva las riendas de su pa¨ªs, es porque los islamistas perdieron hace ocho meses las primeras elecciones libres que ha conocido Libia. Ganaron en Egipto, son mayoritarios en T¨²nez, pero en Libia forman una oposici¨®n minoritaria. As¨ª son las cosas.
Pero hay otro hecho o, mejor, un teorema que tampoco deja lugar a dudas: cuando Occidente se mantiene al margen o toma, m¨¢s o menos abiertamente, partido por los dictadores, los islamistas forman la primera l¨ªnea y conquistan, con la palma del martirio, el t¨ªtulo de amigos del pueblo. Cuando, por el contrario, Occidente despierta y tiende la mano a los pueblos sublevados, cuando desmiente la imagen que tienen las gentes de estas regiones de los antiguos colonizadores, c¨®mplices naturales de los asesinos, el panorama da un giro radical, el suelo se abre ante los nuevos aspirantes a la tiran¨ªa y los fan¨¢ticos del apocalipsis que, al perder su mejor argumento, pierden la batalla del poder.
Esta es la lecci¨®n de Ali Zeidan. A buen entendedor (Siria...), pocas palabras.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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