M¨¢s all¨¢ de las f¨®rmulas simples
La crisis y la corrupci¨®n no se atajan con un diagn¨®stico r¨¢pido sobre la clase pol¨ªtica
La tesis de Acemoglu y Johnson sobre el ¡°fracaso de las naciones¡± ha sido acogida por algunos como una oportuna explicaci¨®n de la crisis de nuestro sistema pol¨ªtico. Es una tesis sugerente, aunque discutida por algunos historiadores de la econom¨ªa. Lo cierto es que se trata de una tesis medi¨¢ticamente agradecida al identificar culpables definidos. Y tiene adem¨¢s el m¨¦rito de la ¡°parsimonia¡± con la que se encuentran c¨®modos algunos cient¨ªficos sociales cuando tratan de interpretar fen¨®menos colectivos: la explicaci¨®n se presenta como m¨¢s convincente cuanto m¨¢s sencilla ¡ªo m¨¢s simplista¡ª es.
Es atractiva la atribuci¨®n de la responsabilidad de la crisis a unas ¡°¨¦lites extractivas¡± que se han beneficiado de su posici¨®n dominante en las instituciones. Protegidos por la profesionalizaci¨®n endog¨¢mica de los partidos y por un sistema electoral poco personalizado, los pol¨ªticos se habr¨ªan convertido en nuestras ¡°¨¦lites extractivas¡± aut¨®ctonas. En t¨¦rminos m¨¢s cl¨¢sicos, una oligarqu¨ªa de profesionales se habr¨ªa apoderado de los mecanismos institucionales para su personal provecho y habr¨ªa bloqueado la adaptaci¨®n del sistema a necesarios cambios sociales y econ¨®micos. Entre los efectos negativos de este bloqueo, florecer¨ªan la corrupci¨®n y su impunidad.
La receta para romper esta din¨¢mica perversa pivotar¨ªa sobre dos puntos b¨¢sicos. El primero ser¨ªa la depuraci¨®n dr¨¢stica de la casta corrupta mediante instrumentos penales m¨¢s severos, como un reflejo legal del ¡°todos fuera¡± cuando no del ¡°todos a la c¨¢rcel¡±. El segundo ingrediente apuntar¨ªa a las reformas institucionales, entre ellas, la persistente apelaci¨®n a una revisi¨®n del sistema electoral para acabar con el control olig¨¢rquico de la representaci¨®n pol¨ªtica. No hay que menospreciar los efectos paliativos de esta doble terapia. Pero es dudoso que sirviera para corregir a medio y largo plazo el problema de fondo de nuestro sistema pol¨ªtico. Porque el tratamiento recomendado intenta corregir defectos importantes y muy evidentes del sistema pero no ataca otros de donde nacen los m¨¢s visibles.
Es abundant¨ªsima la literatura internacional sobre los or¨ªgenes y los remedios de la corrupci¨®n. Empieza a serlo tambi¨¦n en Espa?a (Iglesias, Jim¨¦nez, Laporta, Lapuente, Nieto o Villoria, entre otros). Sus indicaciones no son siempre coincidentes, pero aportan diagn¨®sticos y tratamientos m¨¢s refinados, algo menos simples y m¨¢s a largo plazo. Me interesa se?alar las que se fundan en la comparaci¨®n con sociedades europeas donde la integridad de responsables p¨²blicos y empresariales es mucho m¨¢s s¨®lida. Se trata de sociedades caracterizadas por la existencia de un mayor inter¨¦s por la pol¨ªtica, m¨¢s confianza social, menor desigualdad econ¨®mica y mayor desarrollo humano, seg¨²n acreditan los correspondientes rankings de organismos internacionales competentes. A veces se invocan tambi¨¦n factores hist¨®rico-culturales e institucionales como origen de un mejor asentamiento de las instituciones democr¨¢ticas y de la infrecuencia de comportamientos corruptos.
Pero se ha hecho notar adem¨¢s que son tambi¨¦n sociedades cuyos gobiernos desarrollan desde hace d¨¦cadas unas pol¨ªticas sociales redistributivas en t¨¦rminos de carga fiscal y gasto p¨²blico. Su ¨¦nfasis en pol¨ªticas educativas, sanitarias y de protecci¨®n social ha sido ¡ªcomo sabemos¡ª el rasgo fundamental de un ¡°estado social¡± que ha conseguido aumentar la igualdad econ¨®mica entre sus ciudadanos. Sus efectos beneficiosos para incrementar la confianza social han sido m¨¢s robustos cuando aquellas pol¨ªticas sociales se han aplicado con car¨¢cter universal y no de manera discriminatoria o means-tested.
Los pa¨ªses mejor clasificados en el ¡®ranking¡¯ de integridad pol¨ªtica tienen sistemas electorales proporcionales
Hay que advertir que esta asociaci¨®n de datos de car¨¢cter econ¨®mico, cultural y pol¨ªtico no aclara siempre d¨®nde est¨¢ la causa y d¨®nde el efecto. Pero obliga a una imprescindible reflexi¨®n sobre la interrelaci¨®n entre integridad p¨²blica, igualdad econ¨®mica y confianza social. Una reflexi¨®n que descubre el car¨¢cter insuficiente de los remedios anticorrupci¨®n que suelen tener mayor apoyo en la opini¨®n p¨²blica y en la opini¨®n publicada. De pasada, es bueno resaltar que los pa¨ªses mejor clasificados en el ranking de la integridad pol¨ªtica presentan dos caracteres que algunos denuncian aqu¨ª como nocivos para la misma: una tasa elevada de empleo p¨²blico y la vigencia de sistemas electorales proporcionales.
Afirmaba ya Arist¨®teles que las comunidades pol¨ªticas m¨¢s estables eran las formadas por ciudadanos con recursos econ¨®micos equiparables porque les compromet¨ªa de forma m¨¢s solidaria con la cosa p¨²blica. La desigualdad, en cambio, alimenta la desconfianza, el enfrentamiento y la corrupci¨®n. Es bueno recordar esta recomendaci¨®n del cl¨¢sico junto con lo que aportan los an¨¢lisis contempor¨¢neos. Especialmente cuando las pol¨ªticas socioecon¨®micas dominantes est¨¢n incrementando ahora la desigualdad en lugar de disminuirla. Aun sin adoptar una tesis excesivamente mecanicista, no parece que sea ¨¦ste el mejor punto de arranque para reforzar la democracia y desterrar la corrupci¨®n. Se sabe que desigualdad, desconfianza social y corrupci¨®n son taras sociales de las que cuesta desprenderse. Raz¨®n de m¨¢s para no seguir cargando con el lastre de una creciente desigualdad social cuando se pretende evitar la degradaci¨®n de la calidad y de la integridad de nuestra pol¨ªtica. Sin prescindir de ellas, no bastar¨¢ acudir a recetas penales o institucionales. Ser¨¢ necesario completarlas con pol¨ªticas sociales y econ¨®micas redistributivas que aparecen como asiduas compa?eras de las democracias m¨¢s s¨®lidas y m¨¢s ¨ªntegras.
Josep M. Vall¨¨s es catedr¨¢tico em¨¦rito de ciencia pol¨ªtica (UAB).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.