Catarsis
Cuando el crimen se convierte en teatro, purifica las pasiones de la sociedad
Habr¨ªa que saber cu¨¢nto de su atracci¨®n debe Chicago a aquellos mafiosos y pistoleros de los tiempos de la ley seca. El turista que llega por primera vez a esa ciudad suele mostrar un inter¨¦s morboso por contemplar la butaca del sal¨®n Green Mills en la que se sentaba Al Capone a o¨ªr jazz, cu¨¢l era el cine en cuya puerta cay¨® baleado el g¨¢nster Dillinger, en qu¨¦ calle se hallaba el garaje donde se produjo la matanza en la noche de San Valent¨ªn o la lavander¨ªa de John Torrio, que serv¨ªa de tapadera a un garito de juego y alcohol. Hollywood no ha pagado la enorme cifra que debe en derechos de autor a estos artistas del crimen organizado; en cambio Chicago es consciente de que parte de su fascinaci¨®n pertenece a aquella banda de criminales. Seg¨²n afirma Arist¨®teles en su Po¨¦tica cuando el crimen se convierte en teatro se produce la catarsis. El propio espect¨¢culo purifica las pasiones de la sociedad. Ocurri¨® en Chicago y, salvadas las distancias, sucede lo mismo ahora en nuestro pa¨ªs donde los dos protagonistas del drama de la corrupci¨®n, I?aki Urdangarin y Luis B¨¢rcenas, ocupan a diario de forma obsesiva las pantallas de televisi¨®n, las portadas de los peri¨®dicos y todas las tertulias. Habr¨ªa que saber qui¨¦n debe m¨¢s a qui¨¦n. Dada la chuler¨ªa y el arte aparente para recaudar dinero con que se maneja el extesorero B¨¢rcenas no me extra?ar¨ªa que un d¨ªa exigiera su parte en el negocio que est¨¢n realizando a su costa los medios de comunicaci¨®n. Tampoco ser¨ªa tan raro que Urdangarin, al saber que se pagan los puestos en los balcones para contemplar en primera fila su pase¨ªllo hacia el juzgado exigiera tambi¨¦n su cuota. Si Chicago es una ciudad tur¨ªstica, en parte gracias a Al Capone, los medios de comunicaci¨®n espa?oles deber¨ªan reconocer que multiplican por dos su audiencia gracias a estos dos personajes que, un d¨ªa tras otro, adornan con su figura la cabecera de todos los medios. La catarsis que se produce con su presencia ag¨®nica en las tablas del teatro es ya su condena. A continuaci¨®n se extiende por las gradas, redime a los espectadores y a su vez justifica el oficio de los reporteros, contertulios y fot¨®grafos. Hay que leer a Arist¨®teles para saber que un d¨ªa los tragediantes abandonar¨¢n la escena, caer¨¢ el tel¨®n y no va a pasar nada.
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