Fuera de Espa?a
El extranjero sigue siendo ese lugar donde a menudo uno se siente m¨¢s solo que la una
El extranjero ya no es lo que era. Por eso, cuando alguien se cree en el derecho de desautorizar tu opini¨®n por aquello de que vives fuera es porque seguramente tiene una idea anacr¨®nica de lo que es el extranjero. Yo no he vivido el extranjero cuando estaba en sus momentos de esplendor, es decir, cuando no hab¨ªa manera de combatir la distancia f¨ªsica y uno se comunicaba con los suyos en cartas que tardaban meses en llegar. Por aquel entonces, no se hab¨ªa inventado la palabra desconectar, pero lo que se produc¨ªa era, sin duda, una desconexi¨®n absoluta de tu mundo de origen. El extranjero era un lugar remoto; lo sigue siendo hoy para aquellos que llegan a Europa desde los pa¨ªses pobres.
El primer extranjero que yo viv¨ª, por nombrar algunas diferencias con el actual, era ese extranjero al que acced¨ªas en vuelos de Iberia en los que viajar en turista era delicioso por el espacio, aunque te llegara el tufo proveniente de los asientos de fumadores. En aquel extranjero acud¨ªas al quiosco internacional en el que se vend¨ªan peri¨®dicos de tu pa¨ªs que llegaban con uno o dos d¨ªas de retraso. En aquel mundo sin m¨®viles te prove¨ªas de unas tarjetas telef¨®nicas que te permit¨ªan llamar a la familia. Las conversaciones eran breves, se iban entre el asombro por la diferencia horaria y las comparaciones sobre el tiempo atmosf¨¦rico. El fondo que subyac¨ªa bajo estos temas triviales era que nadie hab¨ªa tenido el mal gusto de morirse aprovechando tu ausencia.
Algunos compatriotas de los que viven en el extranjero actual, que cada vez son m¨¢s, dado que la crisis ha desparramado espa?oles por el planeta, tienen la posibilidad de leer el peri¨®dico antes de que llegue a las manos de un lector en Valencia, y gracias a las redes sociales el chafardeo sobre el ¨²ltimo cap¨ªtulo de los papeles de B¨¢rcenas se produce horas antes. No hay un joven emigrante que antes de partir a ese extranjero, que ya no lo es tanto, no le haya explicado a su padre y a su madre, hasta el momento analfabetos digitales, c¨®mo se utiliza el Skype y c¨®mo gracias a esa pantallita m¨¢gica van a estar al tanto de sus cambios de peso, de pelo o de orientaci¨®n sexual, que es algo que a veces ocurre cuando se pone tierra por medio. Antes de emprender el camino diario hacia el laboratorio, un alto porcentaje de los 400 cient¨ªficos espa?oles que trabajan en Nueva York hablan con sus padres. Hay incluso madres (sobre todo madres) que, animadas por las ventajas de la tecnolog¨ªa, se abren un perfil en Facebook y acarician la idea de que sus hijos las agreguen a su comunidad de amigos. El hijo o la hija se resisten y con raz¨®n, porque ante la pantalla del Skype todav¨ªa pueden mantener la ficci¨®n de buenos chicos que hist¨®ricamente se representa ante los progenitores, pero en el Facebook, ese Hola a la medida del usuario, la madre podr¨ªa contemplar en fotos y grandes titulares c¨®mo su hijo se cura la nostalgia como se ha curado la nostalgia desde que el extranjero existe: moj¨¢ndola en alcohol con otros individuos en la misma situaci¨®n. Y eso a una madre no le gusta. O no ¡°la¡± gusta, que suena m¨¢s contundente.
En mi humilde investigaci¨®n sobre las costumbres del joven emigrante espa?ol, la imagen de cachondeo perpetuo que da el Facebook es casi tan enga?osa como la de buen chico que favorece el Skype, porque el extranjero (aunque ya no es lo que era) sigue siendo ese lugar donde a menudo uno se siente m¨¢s solo que la una. Y ya se sabe que la soledad favorece las fantas¨ªas solitarias y que para los delirios Internet es el h¨¢bitat perfecto. Acabo de leer en el Times la incre¨ªble historia de Paul Frampton, un f¨ªsico americano que, harto de la soledad del campus (un campus americano es el extranjero para cualquier ser humano), busc¨® novia en Internet. Nunca se vieron en movimiento ni hablaron, solo chatearon y se mandaron fotos. Ella era checa, joven despampanante, modelo de biquinis; ¨¦l, sesent¨®n y desastroso, pero tan narcisista, ay, que alcanz¨® la estupidez al creer que ella lo quer¨ªa de veras. Por abreviar: quedaron en conocerse en Bolivia; ella no apareci¨®, pero s¨ª un conocido suyo que dej¨® al profesor a cargo de una maleta. La historia, complicada y fascinante, acaba en Devoto, una c¨¢rcel de Buenos Aires, donde el tipo est¨¢ cumpliendo condena por tr¨¢fico de esa droga que llevaba en la maleta. Frampton es tan retorcido mentalmente que no se llega a saber si solo era un ingenuo por no sospechar que la maleta escond¨ªa coca¨ªna o si lo era porque particip¨® en el delito imaginando un futuro de amor y lujo con una checa que, seguramente, era virtual.
Sin llegar a tan temeraria credulidad, he conocido casos de seres solitarios que creen haberse enamorado a trav¨¦s de una pantalla, personas brillantes que debieran saber que en la atracci¨®n intervienen factores que una imagen no capta, el tacto, el olor, las dimensiones verdaderas. Y han visto c¨®mo el hechizo se romp¨ªa cuando la posibilidad de tocarse era real. Ya lo escrib¨ªa san Juan de la Cruz: ¡°Mira que la dolencia / de amor que no se cura / sino con la presencia y la figura¡±. El extranjero es hoy ese lugar donde, a pesar de estar en comunicaci¨®n permanente con la patria chica, no puedes abrazar a los que quieres; eso s¨ª, tampoco te cruzar¨¢s por la calle con los que detestas.
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