Los ni?os primero
No pueden ser solo las organizaciones humanitarias las que hagan frente a la precariedad
Lo que m¨¢s me apena de mi pa¨ªs es saber que hay ni?os pidiendo en la calle. M¨¢s o menos, con estas palabras expresaba el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti la tristeza por las noticias que le llegaban del pa¨ªs que hubo de abandonar en tiempos de la dictadura militar para instalarse en Madrid. Una vez que retorn¨® la democracia, le preguntaron en una entrevista por la posibilidad de regresar a su ciudad, Montevideo, y entre algunas razones que dejaban entrever que jam¨¢s emprender¨ªa el camino de vuelta, Onetti habl¨® de los ni?os. Como sin dar cr¨¦dito, como si no pudiera imaginar que en la llamada Suiza latinoamericana de su juventud fuera posible presenciar escenas como esa. Y lo entiendo. En el seco car¨¢cter del intelectual espa?ol, hablar de ni?os siempre hace que salten las alarmas. Si es con respecto a lo puramente l¨²dico o cultural, se considera un universo cursi; si se denuncia una carencia o una injusticia social, se presentan otro tipo de prejuicios: ?por qu¨¦ hay que destacar el padecimiento de los ni?os con respecto al de los viejos, por ejemplo? Cierto, todos los seres humanos, cualquiera que sea nuestra edad, tenemos capacidad de sufrir el hambre, el dolor, el fr¨ªo o la falta de cari?o, pero es natural, instintivo, animal, tratar de alimentar, defender, arropar y preparar para el futuro a aquellos que dan sus primeros pasos en este mundo. Adem¨¢s, Onetti, como le ocurr¨ªa a Salinger o a Roald Dahl, entend¨ªa la ni?ez como ese periodo de la vida en el que la pureza, la genialidad y la inocencia a¨²n no han sido vulneradas por el crecimiento. Yo tambi¨¦n lo creo. Cada vez que escucho a alguien afirmar, como si encima se le acabara de ocurrir, esa idiotez de que los ni?os son muy crueles, me pregunto c¨®mo alguien es incapaz de apreciar que en el ser humano es m¨¢s predominante el esp¨ªritu de colaboraci¨®n, que puede verse cercenado o robustecido con la educaci¨®n y el ambiente. ?Por qu¨¦ predomina la maldad entonces? En mi opini¨®n, no s¨¦ cu¨¢l ser¨¢ la de los estudiosos del comportamiento, porque nos estropeamos, y porque la vileza es siempre m¨¢s llamativa que la bondad. Porque los bondadosos suelen ser m¨¢s prudentes.
Las cifras de ni?os que viven en Espa?a por debajo del umbral de la pobreza son inaceptables
Lo afirmo: que haya casi un 30% de parados es algo aterrador, pero que haya dos millones de ni?os por debajo del umbral de la pobreza es inaceptable. De acuerdo, una realidad es la consecuencia de la otra, pero mientras no se incentiva la creaci¨®n de trabajo, ?qu¨¦ podemos hacer con los ni?os que acuden infraalimentados a la escuela? Echo de menos que un dato de tal gravedad no aparezca, por ejemplo, en el discurso del presidente del Gobierno sobre el estado de la naci¨®n. Es como si en Espa?a hubi¨¦ramos considerado que esos son datos que solo deben estar en boca de representantes de C¨¢ritas, la Unicef o la Cruz Roja y que un presidente est¨¢ para abordar asuntos de m¨¢s calado. ?De m¨¢s calado? Pero si son las propias organizaciones humanitarias las que en estos momentos solicitan un mayor compromiso expl¨ªcito del Gobierno o de los Gobiernos de cada comunidad. Creo que la noticia m¨¢s deprimente de todo este abanico de noticias deprimentes que a diario escupe la actualidad fue el anuncio de que se cobrar¨ªa a los ni?os por utilizar las instalaciones del comedor si llevaban un tupper con el almuerzo a la escuela. Si antes nos ten¨ªamos que ocupar de ofrecer a la infancia una educaci¨®n igualitaria, ahora debemos a?adir la preocupaci¨®n por que tengan sus necesidades cubiertas.
Me ha llamado la atenci¨®n que el Gobierno canario haya decidido abrir 132 colegios el pr¨®ximo verano para alimentar a 8.000 criaturas. Buena inversi¨®n. La pobreza infantil en Canarias est¨¢ cuatro puntos por encima del resto de Espa?a, y en los colegios han advertido que muchos padres desapuntan a los ni?os del comedor por no poder permitirse ese gasto. No deben considerarse problemas que afectan a cada familia, sino a toda una comunidad, a un pa¨ªs entero. Y no pueden ser solamente las organizaciones humanitarias las que hagan frente a esa precariedad. Si los desahucios llegaron al Congreso de los Diputados, las carencias infantiles han de llegar tambi¨¦n. Por mucho que los ciudadanos estemos dispuestos a donar una cantidad de dinero a alguna de esas ONG, esto debe considerarse un asunto de inter¨¦s pol¨ªtico, aunque sea un momento en el que al albur de la pobreza florezcan organizaciones ultrarreligiosas a las que se ceden los servicios que antes estaban en manos del Estado y que se entend¨ªan como derechos leg¨ªtimos de los ciudadanos.
En un futuro, en ese tiempo ahora inimaginable en el que Espa?a ser¨¢ un pa¨ªs m¨¢s pobre de lo que ha sido, pero pueda respirar con cierto alivio de esta crisis de principios de siglo, habr¨¢ adultos que recuerden que en su infancia pasaron verdadera necesidad. A m¨ª me gustar¨ªa pensar que desde ya la clase pol¨ªtica se dispone a aligerar ese recuerdo, que si bien los que hoy son ni?os recuerden el d¨ªa de ma?ana que sus padres estaban en paro, jam¨¢s puedan decir que se vieron en la calle, que les falt¨® una buena comida o que carecieron del material escolar que sus compa?eros ten¨ªan. Menos a¨²n que les fue negada la posibilidad de imaginar un futuro construido a la medida de sus aspiraciones. Qui¨¦n dice que esto no deber¨ªa estar por encima de casi cualquier asunto.
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