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REPORTAJE

Malvinas: viaje al fin del mundo

Hace algo m¨¢s de 30 a?os, Argentina y Reino Unido se batieron por un territorio perdido, desnudo e inh¨®spito, habitado por poco m¨¢s de 2.000 personas y a m¨¢s de 12.000 kil¨®metros de Londres. Los brit¨¢nicos ganaron y aquellas islas misteriosas entraron en el mapa Hoy, bajo el paraguas del imperio, sus habitantes ven el futuro en el petr¨®leo y la pesca. Pero nadie sabe qu¨¦ pasar¨¢ ma?ana

Habitantes de Port Stanley acuden a votar en el refer¨¦ndum del pasado 10 de marzo.
Habitantes de Port Stanley acuden a votar en el refer¨¦ndum del pasado 10 de marzo.JAVIER LIZ?N

Cuando preguntaron a Jorge Luis Borges, el escritor argentino, qu¨¦ opini¨®n ten¨ªa de la guerra de las Malvinas, ¨¦l respondi¨®: ¡°Son dos hombres calvos peleando por un peine¡±. Tambi¨¦n habr¨ªa sido apropiada una versi¨®n a la inversa de esa misma idea. Dos peines peleando por un calvo. Calvo es la palabra que describe el paisaje de las Malvinas y pr¨¢cticamente todo lo dem¨¢s. No hay ¨¢rboles en este archipi¨¦lago de 760 islas, aparte de unos cuantos dispersos, rechonchos, en la capital, Port Stanley, en la que viven 2.200 personas, es decir, el 85% de la poblaci¨®n total, y en la base militar brit¨¢nica, a una hora de carretera, donde alg¨²n esforzado horticultor plant¨® una docena, todos ellos condenados a estar permanentemente inclinados en la direcci¨®n de los vientos predominantes, como una fila de paraguas vueltos del rev¨¦s.

Stanley es un rect¨¢ngulo largo y delgado de peque?as construcciones, como de Lego, junto al mar, con un par de tiendas de regalos en la orilla en las que venden ping¨¹inos de peluche hechos en Reino Unido, y en el centro comercial de la ciudad, una tienda de ultramarinos y almac¨¦n general en la que la ropa es escasa y tercamente anticuada, la variedad de chocolatinas y cigarrillos es la que se puede encontrar en una estaci¨®n mediana del metro de Londres, y las frutas y hortalizas frescas ¨Ccasi todas, importadas¨C son poco frecuentes. En las estrechas calles no se ven carteles publicitarios ni sem¨¢foros, porque no hay tr¨¢fico digno de tal nombre. Los ¨²nicos veh¨ªculos son todoterrenos, para los que es m¨¢s que suficiente la ¨²nica gasolinera de la capital. Una carretera no se?alada y en su mayor parte de tierra une Stanley con la segunda ciudad de las Malvinas, Goose Green, un grupo impreciso de 18 casas, no todas habitadas, y media docena de establos, tan desnudos, barridos por el viento y aparentemente faltos de cualquier actividad humana, que la imagen que evocan es la de un maltrecho asentamiento de pioneros de Idaho, hacia 1842, despu¨¦s de una visita de los apaches.

Sin embargo, Stanley y Goose Green son Nueva York y Las Vegas, en comparaci¨®n con lo que eran antes de la guerra de las Malvinas, lo peor que pudo ocurrirle al millar de soldados brit¨¢nicos y argentinos que murieron, pero una suerte, despu¨¦s de que terminara, para los isle?os. En todos los dem¨¢s sentidos, la absurdez de aquella guerra hace 31 a?os en el Atl¨¢ntico Sur, a 500 kil¨®metros de la costa meridional de Argentina y a 12.000 de la de Reino Unido, est¨¢ genialmente retratada en aquella ¨¢cida analog¨ªa de Borges. Aparte de cuestiones de simbolismo, mito y orgullo nacional, es dif¨ªcil pensar para qu¨¦ razones pr¨¢cticas quer¨ªa estas islas un pa¨ªs tan inmenso como Argentina, sin gente en gran parte de su geograf¨ªa y con una riqueza tremenda en recursos naturales. Hoy se puede ganar alg¨²n dinero con los derechos de pesca y, tal vez ¨Cpero sin que exista ninguna certeza¨C, con el descubrimiento de gas y petr¨®leo submarinos, pero en aquella ¨¦poca lo ¨²nico que ofrec¨ªa la econom¨ªa local era lana y carne de oveja. Es m¨¢s, en aquella ¨¦poca, o, mejor dicho, justo antes de que las tropas argentinas invadieran o, seg¨²n el punto de vista, ¡°recuperaran¡± de manera fugaz la soberan¨ªa de las Malvinas en abril de 1982, el Gobierno brit¨¢nico estaba negociando para entreg¨¢rselas a Buenos Aires. No era extra?o que Reino Unido tuviera escaso inter¨¦s en conservar un territorio tan lejano, del que solo hab¨ªan o¨ªdo hablar un pu?ado de sus ciudadanos (y que, por tanto, no ten¨ªa apenas valor pol¨ªtico), en el que la tierra era una semitundra rocosa nada productiva y donde, por cada ser humano, hab¨ªa 250 ping¨¹inos.

La guarnici¨®n militar cuesta a los brit¨¢nicos 70 millones de euros

Sin embargo, desde aquellos tiempos, despu¨¦s de que Gran Breta?a invirtiera sangre y dinero y comprometiera el prestigio nacional en las islas, y ahora que los brit¨¢nicos est¨¢n al tanto de su existencia y creen que sus soldados lucharon y ganaron la guerra para proteger la democracia, el Gobierno s¨ª ve cierto valor pol¨ªtico ¨Celectoral¨C en apoyar el estilo de vida de los isle?os mediante el establecimiento de una guarnici¨®n militar que cuesta a los contribuyentes brit¨¢nicos 60 millones de libras (70 millones de euros) al a?o.

Para los habitantes de las Malvinas, es una vida, a su particular manera, c¨®moda. Disfrutan de la vida al aire libre y de un sistema de autogobierno semisocialista. Otra cosa es cu¨¢nta gente, aparte de los malvinenses, escoger¨ªa vivir en un lugar tan ventoso, vac¨ªo y lejano; cu¨¢ntos argentinos estar¨ªan dispuestos, por ejemplo. Pero, en un asombroso contraste con lo que se ve hoy en Europa, el paro es casi inexistente. Est¨¢ en un 1%, que quiere decir 10 personas, seis de las cuales tienen problemas f¨ªsicos o mentales que les impiden desempe?ar cualquier trabajo. Las pensiones de los mayores son generosas y est¨¢n aseguradas; la sanidad es gratuita, igual que la educaci¨®n. Incluso, para los ni?os que viven en la segunda isla m¨¢s grande, Malvina Occidental, con una poblaci¨®n de 100 habitantes.

Emma Brook, profesora en la ¨²nica escuela secundaria de las islas, situada en Stanley, explica c¨®mo se lleva la escolarizaci¨®n a los ni?os que viven en las zonas m¨¢s remotas. Existe un sistema de ¡°profesores itinerantes¡± que est¨¢n siempre yendo de un lado a otro para atender las necesidades de los ni?os peque?os que no pueden ir hasta Stanley. Pasan una o dos semanas en las granjas en las que viven esos ni?os ¨Cque pueden ser uno o pueden ser cuatro¨C para ofrecerles una educaci¨®n de lo m¨¢s individualizada. Las dem¨¢s semanas, los ni?os reciben lo que llaman ¡°ense?anza por tel¨¦fono¡±. Tres profesores que est¨¢n en Stanley dan clases telef¨®nicas a los ni?os, que les escuchan mediante auriculares. ¡°Es poco ortodoxo¡±, reconoce Emma Brook, cuya familia reside en las Malvinas desde hace cinco generaciones, ¡°pero se sorprender¨ªa al ver los buenos resultados acad¨¦micos que acaban obteniendo muchos de estos ni?os¡±.

Sorprendente es tambi¨¦n lo generoso que es el Gobierno de las Malvinas con quienes, a los 16 a?os, muestran ambici¨®n y perspectivas prometedoras. Les env¨ªan a Inglaterra para que hagan los dos ¨²ltimos cursos de bachillerato, y luego, si sacan buenas notas, a la universidad. Les pagan todo: matr¨ªcula, alojamiento, viajes. Hasta les dan dinero para gastos. Lo extraordinario es que, despu¨¦s de pasar cinco a?os o m¨¢s bajo los focos brillantes de la civilizaci¨®n europea, el 75% de los chicos regresan para vivir en las Malvinas.

Emma Brook lo hizo, por ejemplo. Igual que Lisa Watson, directora del ¨²nico peri¨®dico de las islas, The Penguin News. Igual que Ros Cheek, la ¨²nica abogada titulada de las Malvinas. Todas ellas son mujeres de cuarenta y tantos; todas son tan inteligentes, se expresan con tanta elocuencia y tienen tanto mundo como cualquier persona en una posici¨®n similar en Londres. Pero a ninguna de ellas le gustar¨ªa vivir en otro sitio. ¡°No hay ninguna prisa. Es una forma de vida estupenda¡±, dice Brook. ¡°Echo de menos las Malvinas cuando estoy de viaje y entro en un pub en el que no conozco m¨¢s que al 5% de la gente¡±, dice Watson, que conoce a todo el mundo en los pubs de Stanley y a quien le resulta inc¨®modo el anonimato de la vida en la metr¨®polis. ¡°Nunca se me ocurri¨® no volver¡±, dice Cheek, que vivi¨® nueve a?os en Reino Unido. ¡°Es mi hogar, sin m¨¢s. Es donde ha vivido mi familia desde hace siete generaciones. Pero tambi¨¦n es cuesti¨®n de lealtad. Han invertido tanto en mi educaci¨®n, que siento una enorme obligaci¨®n hacia el lugar que lo hizo posible¡±.

El paro est¨¢ en un 1% de la poblaci¨®n, que quiere decir 10 personas

Lo que lo hizo posible fue la guerra de 1982. Antes de esa fecha, las ¨²nicas v¨ªas asfaltadas de las islas estaban en Stanley; todas las dem¨¢s carreteras, incluso para ir a Goose Green, eran de tierra. Salvo un pu?ado de terratenientes, los habitantes eran trabajadores agr¨ªcolas y eran pobres. El sistema social era victoriano y paternalista, dividido entre lo que denominaban la ¡°ovejocracia¡± y las clases de los empleados que cuidaban y esquilaban las ovejas, poco formados y sin acceso ni siquiera a los bancos. Era como un pa¨ªs africano pobre, pero con fr¨ªo, viento y lluvia. Los hijos de la clase dirigente, con suerte, iban a estudiar bachillerato a Montevideo o a Buenos Aires; unos cuantos iban a la universidad en Inglaterra.

Uno de ellos fue John Barton, que hoy dirige el departamento de pesca de las Malvinas, la clave de la reciente riqueza relativa de las islas, que a su vez depende de la presencia militar brit¨¢nica. La revoluci¨®n econ¨®mica de las Malvinas se produjo en 1986, cuatro a?os despu¨¦s de que terminase la guerra, cuando empezaron a vender licencias de pesca a grandes empresas de Espa?a, Corea del Sur y Taiw¨¢n. Ese a?o, los ingresos del Gobierno se multiplicaron por 10, pasando de tres millones de libras anuales a 30 millones. Ese mismo a?o se concedieron las primeras becas a ni?os de las islas para que fueran a estudiar a Reino Unido de forma gratuita. (Lisa Watson form¨® parte de aquel primer grupo, ¡°un paso adelante incre¨ªble para m¨ª¡±, dice, ¡°y para las Malvinas en general¡±).

Lo que permiti¨® vender licencias de pesca fue la capacidad de vigilar las aguas territoriales de las islas, gracias a la presencia permanente de la Royal Navy brit¨¢nica, explica John Barton. Las Malvinas poseen una patrullera que vigila las posibles violaciones por parte de barcos de pesca extranjeros, pero el principal elemento de disuasi¨®n para esas flotas extranjeras es saber que, en caso de crisis, acudir¨ªa al rescate un buque de guerra brit¨¢nico. ¡°La guerra transform¨® las Malvinas, porque de pronto tuvimos seguridad f¨ªsica y estabilidad pol¨ªtica¡±, dice. ¡°La pesca financia nuestra econom¨ªa¡±. Y la base fundamental es la protecci¨®n militar de Reino Unido.

Unas garant¨ªas si??mi??lares son las que res???paldan el nuevo sue?o de las Malvinas de convertirse en el Dub¨¢i del Atl¨¢ntico sur. Bajo sus aguas territoriales se ha encontrado gas y petr¨®leo, un volumen suficiente ¨Cde acuerdo con las exploraciones realizadas en los dos ¨²ltimos a?os¨C como para que su explotaci¨®n pueda ser quiz¨¢ viable desde el punto de vista comercial. Seg¨²n las Constituci¨®n de los malvinenses, los recursos naturales pertenecen a los habitantes de las islas y a nadie m¨¢s, ni siquiera a Reino Unido, el Estado soberano. Grandes compa?¨ªas de Reino Unido, Estados Unidos e Italia han estado explorando, pero el derecho a extraer y vender el crudo generar¨ªa unos ingresos fiscales que multiplicar¨ªan el presupuesto de las Malvinas por cuatro, dice Stephen Luxton, responsable del departamento de petr¨®leo de las islas. Aunque, hoy por hoy, eso ser¨ªa, explica, en el mejor de los casos. En la actualidad existen numerosos dep¨®sitos de petr¨®leo en el mundo, la industria del petr¨®leo de esquisto est¨¢ creciendo a toda velocidad, se est¨¢n adaptando los veh¨ªculos de motor para que funcionen nuevas fuentes de energ¨ªa, y la extracci¨®n y el transporte del crudo y del gas des??de las Malvinas ser¨¢ muy costoso. ¡°Hay un gran potencial, pero de momento no es m¨¢s que una posibilidad¡±, dice Lux??ton. ¡°No existen ningunas proyecciones econ¨®micas s¨®lidas todav¨ªa. Confiamos en tener ¨¦xito, pero, a la hora de la verdad, todo depende del precio del crudo¡±.

Varios ni?os durante la jornada del refer¨¦ndum para continuar bajo soberan¨ªa brit¨¢nica.
Varios ni?os durante la jornada del refer¨¦ndum para continuar bajo soberan¨ªa brit¨¢nica.

Luxton es un hombre grand¨®n y seguro de s¨ª mismo que fue uno de los beneficiarios del boom educativo inspirado por la pesca. Procedente de una familia que lleg¨® a las islas en 1864, es evidente que disfruta de su nuevo papel de actor en el mercado mundial del petr¨®leo, pero tampoco ¨¦l vivir¨ªa en ninguna otra parte del mundo. ¡°Se puede decir que estamos aislados: nos gusta estar aislados¡±, dice. ¡°Nos falta variedad de restaurantes y bares y espect¨¢culos: eso no nos preocupa¡±. Y tampoco Argentina le preocupa mucho. Luxton desprecia las reivindicaciones de soberan¨ªa de sus vecinos. ¡°?Cu¨¢nto tiempo hay que vivir en un lugar para tener derecho a vivir en ¨¦l?¡±, pregunta. ¡°Yo soy la quinta generaci¨®n de mi familia aqu¨ª. Aunque la visi¨®n argentina de la historia fuera cierta, que no lo es, aunque tuvieran raz¨®n cuando dicen que las islas eran suyas y los brit¨¢nicos se las quitaron en 1833, ?y qu¨¦? F¨ªjese en Europa¡±. A lo que se refiere Luxton es a que ser¨ªa igual que pretender modificar las fronteras de Europa bas¨¢ndose en d¨®nde estaban hace 180 a?os. De modo que, por lo que a ¨¦l respecta, Argentina, hoy, es m¨¢s una molestia que un motivo de inquietud. ¡°Es como tener en la casa de al lado un perro que no para de ladrar¡±, afirma.

?Se podr¨ªa llegar a un acuerdo con Argentina a prop¨®sito del petr¨®leo? ¡°Habr¨ªa muchas ventajas econ¨®micas para las dos partes si la situaci¨®n pol¨ªtica fuera diferente, lo mismo que con la pesca¡±, dijo Luxton.

La situaci¨®n pol¨ªtica era muy diferente hasta que la presidenta argentina, Cristina Fern¨¢ndez de Kirchner, decidi¨® pasar a la ofensiva, incrementar la hostilidad de la ret¨®rica y emprender medidas comerciales perjudiciales para la diminuta econom¨ªa de las Malvinas. Ella y su Gobierno han dicho que los habitantes del archipi¨¦lago son una poblaci¨®n ¡°implantada¡±, ¡°okupas¡± brit¨¢nicos en tierra argentina, unas declaraciones que ofendieron gravemente a los isle?os, que se?alan que la familia Kirchner lleva en Argentina menos tiempo que la mayor¨ªa de las familias malvinenses en las islas. Adem¨¢s, el Gobierno de Kirchner ha tratado de imponer peque?os bloqueos que impiden la circulaci¨®n de buques de carga y cruceros de vacaciones con destino a las islas. Son medidas sin importancia, en comparaci¨®n con otros embargos internacionales, pero que tienen una repercusi¨®n inmediata en la liliputiense econom¨ªa de las Malvinas porque reducen los ingresos del turismo y aumentan el precio de las naranjas, los pl¨¢tanos y la leche en la tienda de Stanley. Los isle?os no estaban tan furiosos con Argentina desde los tiempos de la guerra. Lo que consideran una ¡°agresi¨®n¡± de Kirchner les impuls¨® a celebrar el mes pasado un refer¨¦ndum en el que el 99,8% de la poblaci¨®n con derecho a voto, es decir, 1.513 personas, dijeron s¨ª a que las Malvinas sigan siendo un ¡°territorio de ultramar¡± de Reino Unido.

El Gobierno de Kirchner ha tratado de imponer peque?os bloqueos

Sin embargo, cuando se habla con los m¨¢s viejos del lugar, cuentan que hubo una ¨¦poca, no hace tanto tiempo, en la que consideraban a los brit¨¢nicos tan enemigos como a los argentinos. Incluso, peores, porque los ve¨ªan como traidores.

La familia de Joan Spruce vive en las Malvinas desde 1849. Su marido, Terry, naci¨® en Liverpool, pero lleva 50 a?os viviendo en las islas. Son gente acomodada. Ella procede de la ¡°ovejocracia¡±; ¨¦l, ya jubilado, dirig¨ªa la Falklands Islands Company, empresa que en la pr¨¢ctica era un monopolio en las islas hasta hace muy poco tiempo. Disfrutando de t¨¦ y pastas en su peque?a casa de Stanley (en las Malvinas, hasta los m¨¢s ricos viven en casas peque?as), recuerdan los malos tiempos que tuvieron que soportar a finales de los setenta. ¡°Esto se iba abajo sin remedio, no hab¨ªa trabajo, la gente se marchaba, y lo peor de todo era la incertidumbre pol¨ªtica¡±, dice Terry Spruce. ¡°Los brit¨¢nicos, en concreto el Foreign Office (Ministerio de Exteriores), nos estaba traicionando¡±. La gran iron¨ªa fue que Margaret Thatcher, que m¨¢s tarde ser¨ªa considerada como ¡°la liberadora¡± de las Malvinas, hab¨ªa encargado a uno de sus responsables de pol¨ªtica exterior que lograse un acuerdo por el que se concediera a Argentina la soberan¨ªa de las islas, pero que Reino Unido siguiera administr¨¢ndolas durante 99 a?os. Las banderas de los dos pa¨ªses ondear¨ªan juntas durante ese periodo. ¡°Nos sentimos totalmente traicionados¡±, dice Joan Spruce, que recuerda que los isle?os se manifestaban contra el Gobierno brit¨¢nico con tanta pasi¨®n como lo han hecho ¨²ltimamente, durante el refer¨¦ndum, a favor de ¨¦l. ¡°El gobernador brit¨¢nico de las islas dec¨ªa que los malvinenses ¨¦ramos ¡®chusma¡±, dice Terry Spruce. ¡°Est¨¢bamos indignados¡±.

Y entonces, recuerda, ¡°sucedi¨® algo de lo m¨¢s extra?o¡±. ¡°Justo cuando la situaci¨®n estaba empezando a inclinarse a favor de los argentinos, nos invadieron. Como el caso de alguien que se cava su propia tumba, no tiene parang¨®n¡±. La junta militar encabezada por el general Leopoldo Galtieri no actu¨® en funci¨®n de fr¨ªos c¨¢lculos pol¨ªticos, sino m¨¢s bien por desesperaci¨®n. Como hoy sabemos, y entonces era evidente para todos los que no se dejaron cegar por la certidumbre teol¨®gica de que ¡°las Malvinas son argentinas¡±, los generales estaban con la espalda contra la pared. Hab¨ªan gobernado empleando el terror durante seis a?os, pero la poblaci¨®n argentina, por fin, estaba perdiendo el miedo y empezando a rebelarse. La junta ten¨ªa los d¨ªas contados, y por eso los militares jugaron la ¨²nica baza que sab¨ªan que iba a agrupar a un pueblo al que, desde el momento de nacer, se le hab¨ªa imbuido el derecho casi divino de Argentina a ¡°recuperar¡± la soberan¨ªa sobre las des¨¦rticas islas vecinas. Pero no contaban con que la se?ora Thatcher iba a enviar a las tropas, ni prepararon a su ej¨¦rcito, formado en gran parte por reclutas muy verdes, para la tarea de enfrentarse a una fuerza militar muy profesional. Debido a la corrupci¨®n, la ineficacia o ambas cosas, a los soldados argentinos desplegados en Stanley no les suministraron lo m¨¢s necesario de todo, comida. Los soldados argentinos iban de casa en casa de los malvinenses en Stanley rogando que les dieran algo de comer. Joan y Terry Spruce recuerdan que discut¨ªan sobre si compartir o no sus raciones, ya escasas, con los soldados de ocupaci¨®n. ¡°A Joan le daban l¨¢stima¡±, dice Terry Spruce. ¡°Yo recordaba que est¨¢bamos en guerra¡±.

La l¨¢stima es la ¨²nica emoci¨®n que uno puede sentir al visitar el cementerio militar argentino en Darwin, un peque?o asentamiento pr¨®ximo a Goose Green, donde Argentina perdi¨® la batalla decisiva de la guerra. En ¨¦l, una versi¨®n en miniatura de los cementerios de las dos guerras mundiales en el norte de Francia, filas y m¨¢s filas de peque?as cruces blancas se?alan el lugar en el que est¨¢n enterrados los reclutas, la mitad de cuyos nombres se desconoce. ¡°Soldado argentino solo conocido por Dios¡±, dice la inscripci¨®n en la mitad de las tumbas. Un ch¨®fer chileno del cementerio que con frecuencia lleva a los familiares de los enterrados a presentar sus respetos dice que el sentimiento que predomina entre ellos es de amargura y sensaci¨®n de desperdicio. Varios de ellos consideran que los soldados fueron m¨¢rtires como lo fueron los 20.000 (algunos suben la cifra a 30.000) argentinos a los que la dictadura militar tortur¨®, mat¨® e hizo desaparecer durante la guerra sucia, para la que estaban mucho mejor preparados. La diferencia es que, por lo menos, los soldados no fueron sistem¨¢ticamente torturados, ni sus cuerpos arrojados al mar; la diferencia es, tambi¨¦n, que sus enemigos, los brit¨¢nicos y los habitantes de las Malvinas, siguen acudiendo hoy al cementerio argentino a dejar coronas de flores junto a las de los familiares argentinos.

Los generales argentinos no contaban con que Thatcher iba a enviar a las tropas

La revoluci¨®n econ¨®mica de las Malvinas, desencadenada por el final de una guerra que no dur¨® m¨¢s que dos meses y medio, fue seguida, diez a?os despu¨¦s, de un cambio de actitud revolucionario por parte de Argentina. Bill Luxton, hoy un ovejero jubilado, era entonces uno de los tres miembros del ¡°Gabinete¡± que ejerce el autogobierno de las islas. Guido di Tella era el ministro de Exteriores en el Gobierno del presidente Carlos Menem. ¡°Di Tella era un encantador de serpientes¡±, recuerda Luxton. ¡°Era un angl¨®filo que se propuso seducirnos, obtener mediante la pol¨ªtica lo que su pa¨ªs no hab¨ªa logrado con la fuerza de las armas¡±. El ministro de Exteriores actual, H¨¦ctor Timerman, se neg¨® hace poco a reunirse en Londres con miembros del Gobierno de las Malvinas, pero Luxton dice que ¨¦l se entrevist¨® con Di Tella en cuatro ocasiones. ¡°Nos pusimos de acuerdo en que no estar¨ªamos de acuerdo sobre la soberan¨ªa. Di Tella dejaba eso de lado y se centraba en ¨¢reas en las que pod¨ªamos trabajar juntos, como el comercio, la pesca y el turismo¡±. (John Barton, del departamento de pesca, dice que, en los a?os noventa, hab¨ªa misiones conjuntas de Argentina y las Malvinas que trabajaban en proyectos cient¨ªficos marinos, pero que, en la actualidad, esas mismas personas, sus amigos, le han pedido que no les escriba a sus direcciones de correo electr¨®nico del Gobierno por temor a represalias). Di Tella, siempre educado y respetuoso para con los isle?os en sus declaraciones p¨²blicas, enviaba v¨ªdeos infantiles ¨Ccomo los de la serie Pingu¨C y libros de Winnie the Pooh a familias de las Malvinas en Navidades.

Otros malvinenses consultados recuerdan aquel periodo, que se prolong¨® hasta 1999, con una mezcla de confusi¨®n y gratitud. Como dice Emma Brook, y confirman todos los dem¨¢s, la estrategia de Di Tella era ¡°peligrosa¡±, porque el clima que fue creando podr¨ªa haber llevado al final a una aproximaci¨®n pol¨ªtica que un d¨ªa quiz¨¢ hubiera desembocado en la soberan¨ªa argentina.

Pero todo eso pas¨®. El predecesor de Cristina Kirchner en la presidencia, su marido, N¨¦stor, anul¨® los acuerdos logrados en la ¨¦poca de Di Tella, y tanto las medidas perjudiciales como la ret¨®rica insultante de los dos ¨²ltimos a?os, en especial de la propia se?ora Kirchner, han borrado cualquier posibilidad de confianza entre los isle?os y Argentina, ¡°al menos para una generaci¨®n, seguramente dos¡±, seg¨²n Bill Luxton.

La autonom¨ªa y la independencia est¨¢n en el Adn cultural de los habitantes de las Malvinas

El esp¨ªritu que predomina hoy en las islas, pese al voto favorable a los brit¨¢nicos en el refer¨¦ndum, es el de tener m¨¢s independencia y apoyarse menos en Londres. Parece existir un consenso: les encantar¨ªa poder pagar a los brit¨¢nicos el coste necesario de defender la isla. Uno de los mayores beneficios de su posible riqueza petrolera ser¨ªa obtener los 70 millones de euros para poder pagar a Reino Unido el coste de su guarnici¨®n militar. Y eso nos da una pista sobre el car¨¢cter de los isle?os. La autonom¨ªa y la independencia est¨¢n en su ADN cultural. Ros Cheek, la ¨²nica abogada de las islas, dice que su familia, que lleg¨® a las Malvinas a mediados del siglo XIX, es un caso t¨ªpico, porque sus vidas han consistido, en gran medida, en una lucha por la supervivencia contra una naturaleza hostil. ¡°Tenemos esp¨ªritu de pioneros y habitamos una realidad de pioneros¡±, dice. ¡°No somos quejicas. No tenemos tiempo de serlo. Tenemos que esforzarnos para salir adelante. Es frecuente que los malvinenses tengan dos o, incluso, tres trabajos a la vez¡±.

Cuando se pasa tiempo en Stanley se descubre que esta es una desconcertante verdad. Uno que es cajero de banco por la ma?ana es camarero de noche; el cajero del supermercado por la ma?ana conduce un taxi por la tarde; una mujer a la que se ve trabajando de recepcionista en la escuela un d¨ªa aparece al d¨ªa siguiente en el aeropuerto, de uniforme y sellando pasaportes. El otro elemento sorprendente es descubrir cu¨¢ntos malvinenses han viajado al extranjero, incluso han vivido fuera. Unos cuantos son reclusos, casi ermita?os, que viven solos con sus ovejas en unos lugares que est¨¢n entre los m¨¢s remotos e inh¨®spitos de la tierra. Pero Stanley, donde reside casi todo el mundo, es m¨¢s cosmopolita de lo que se podr¨ªa pensar.

Lisa Watson, la directora de The Penguin News, vivi¨® tres a?os en Chipre, y tambi¨¦n en Inglaterra. Odette Bonner, que trabaja en un peque?o hotel, vivi¨® en Espa?a, en la Costa del Sol, tres a?os y medio. Dice que le encantaban el sol y la vida en la calle, pero que tuvo que irse cuando estall¨® la crisis en 2009 y su marido perdi¨® el empleo. Bill Chater trabaja de carpintero, mec¨¢nico y alba?il, entre otras cosas, y nunca le falta trabajo, lo cual le permite hacer grandes viajes todos los veranos. Ha vivido durante periodos superiores a un a?o en Australia, Inglaterra, Italia y Francia, y viaj¨® hasta Finlandia para participar en competiciones con la selecci¨®n nacional de f¨²tbol de las Malvinas, en la que juega desde hace 20 a?os. Sin embargo, las islas siempre ser¨¢n su hogar.

¡°En otros lugares, el ritmo es demasiado apresurado para la vida diaria¡±, dice Chater. ¡°Aqu¨ª uno puede fijar su propio ritmo, controlar m¨¢s su vida. Y no hace falta sucumbir a la presi¨®n de comportarse con arreglo a un estilo de vida determinado, estar obligados a pensar, vestirse y actuar de cierta forma, tener determinado aspecto¡±. Aun as¨ª, necesita irse todos los a?os de viaje, dice, porque vivir en las Malvinas, y en particular en Stanley, es vivir en una pecera, donde todos conocen a todos y saben lo que hace cada uno. Tambi¨¦n es conveniente alejarse del conflicto en eterna ebullici¨®n con Argentina, que irrita a Chater. ¡°Es una tonter¨ªa afirmar que este lugar pertenece a Argentina, que quieren recuperarlo¡±, dice, expresando el sentimiento pr¨¢cticamente universal de los isle?os. ¡°?C¨®mo puedes recuperar algo que nunca has tenido? ?Es rid¨ªculo!¡±.

Para vivir aqu¨ª, uno tiene que sentir que es su hogar, el lugar donde est¨¢n sus ra¨ªces

La proximidad geogr¨¢fica de las islas a Argentina y la vasta distancia que las separa de Reino Unido hace que la afirmaci¨®n no sea tan rid¨ªcula. Alg¨²n d¨ªa, esa l¨®gica territorial se tendr¨¢ que imponer, m¨¢s pronto que tarde, en el caso de que futuros Gobiernos argentinos adopten la v¨ªa de la seducci¨®n en vez de la del enfrentamiento. Por m¨¢s raz¨®n que contenga el reclamo hist¨®rico argentino, por m¨¢s que la ley internacional est¨¦ a su favor, como muchos insisten, cuesta creer hoy que Reino Unido traspase la soberan¨ªa antes de que la mayor¨ªa de los malvinenses se lo pidan. Aunque es muy dif¨ªcil pensar, por otro lado, que al d¨ªa siguiente de un hipot¨¦tico traspaso de la soberan¨ªa llegaran oleadas de argentinos a establecerse en las islas, procedentes de Buenos Aires o, incluso, de la Patagonia. Los periodistas argentinos presentes en Stanley para el refer¨¦ndum del mes pasado estaban de acuerdo en que ninguno de sus compatriotas querr¨ªa mudarse. El tiempo es espantoso; la variedad y la calidad de los alimentos que hay en las tiendas (mejor dicho, la tienda) son peores que en Ruanda, donde, por lo menos, brilla el sol; el entretenimiento se limita a los pubs, en los que se encuentran exactamente las mismas personas noche tras noche; las comunicaciones con el resto del mundo son limitadas e, incluso, la conexi¨®n de Internet es mala. Para vivir aqu¨ª, uno tiene que sentir que es su hogar, el lugar donde est¨¢n sus ra¨ªces, donde viven sus amigos y su familia; o, en el caso de los pocos visitantes que deciden quedarse, tiene que haber un ansia de aislamiento, tal vez de escapatoria, y, si es posible, cierta pasi¨®n por los espacios abiertos y calvos, por los ping¨¹inos y las aves. Argentina dice que las Malvinas son argentinas; Reino Unido dice que son brit¨¢nicas. Pero en el fondo, en el mundo real donde vive ¨Co sobrevive¨C d¨ªa a d¨ªa la gente de carne y hueso, la verdad es otra: Malvinas, para los malvinenses.

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