La Pantoja y su p¨²blico
No s¨¦ por qu¨¦ me pareci¨® que los que increpaban a la cantante ten¨ªan cara de haber votado a Gil
El pueblo llano, libre como siempre de toda culpa, acudi¨® a las dependencias judiciales a gritar choriza a la misma tonadillera a la que grit¨® guapa el d¨ªa en que enterraron a Paquirri. De pronto volv¨ª a ver a aquella otra Pantoja, a punto tambi¨¦n de desvanecerse, con las obligadas gafas de sol de las folcl¨®ricas, d¨¢ndole el ¨²ltimo adi¨®s al torero. La gente que compart¨ªa su dolor parec¨ªa la misma que esta semana la increpaba. De ah¨ª me vinieron a la mente los d¨ªas en que se destap¨® su romance con Juli¨¢n Mu?oz, el entonces alcalde de Marbella. Paseaban su amor en el Roc¨ªo, ese peregrinaje en el que las famosas fuman vestidas de flamencas y se lavan los pies con coca-cola. De aquella romer¨ªa, la parte de mi cerebro que almacena el detritus guarda la imagen de Mu?oz meando de espaldas a una carreta. Dir¨¢n ustedes que he consumido mucha basura. Juro que no, que simplemente he vivido en Espa?a. Vivir es ver: cuando no es en la tele, es en la peluquer¨ªa; cuando no, en los mismos peri¨®dicos. Quien no ha visto lo que cuento es porque habita en la pureza. Enhorabuena.
El recuerdo de la c¨¦lebre meada del se?or alcalde se funde con el de su esposa despechada, que a partir del momento en que sinti¨® los cuernos en la cabeza empez¨® a ganar dinero en los plat¨®s televisivos. Al principio se centr¨® en la cornamenta y en poner a caldo a ¡°la otra¡±; esta siempre fue una dial¨¦ctica muy ca?¨ª, la de la leg¨ªtima y la otra, aunque en otros tiempos este rancio argumento se salvaba gracias a la dignidad que le pon¨ªan a la copla Quintero, Le¨®n y Quiroga. Pero en la actualidad, para pasarse un s¨¢bado o un viernes por la noche frente a la tele asistiendo a la indignaci¨®n de una leg¨ªtima hay que estar muy desesperado/a. Cuando, despu¨¦s de estos shows nocturnos, Zald¨ªvar se encontr¨® ante un juez, la imputada se vio en la obligaci¨®n de explicar qu¨¦ era aquello que hab¨ªa contado ante las c¨¢maras de que su marido llevaba a casa bolsas de basura llenas de billetes. La exse?ora de Mu?oz confes¨® que hab¨ªa sido una invenci¨®n provocada por el despecho. El juez ha concluido que, fuera o no fuera en bolsas de basura, la se?ora y el hermano de la se?ora, lejos de ser inocentes, hab¨ªan procedido a lavar dicho dinero sucio. Sea o no sea esta la manera en que Mu?oz proced¨ªa a meter el dinero en su domicilio, a m¨ª lo de meter los fajos de billetes en bolsas de basura me parece de una gran coherencia est¨¦tica. Eso de meterlo en maletines es m¨¢s de James Bond. No creo que la pel¨ªcula marbell¨ª pertenezca al mismo g¨¦nero.
La chusma a la que muchos rieron las gracias malbarat¨® en gran parte el peque?o para¨ªso marbell¨ª
Pero, seamos justos, la exse?ora de Mu?oz es un personaje de un culebr¨®n que comenz¨® hace mucho m¨¢s tiempo y en el que desfilaron una concejala socialista con labios como salchichas, un constructor que adornaba los retretes con mir¨®s, la enigm¨¢tica testaferra del constructor y toda una serie de personajillos de moreno acartonado que adornaban las noches marbell¨ªes. Lo que hab¨ªa sido un peque?o para¨ªso, de microclima impagable y naturaleza a la medida de la felicidad humana, qued¨® en gran parte malbaratado por toda esa chusma a la que mucha gente rio las gracias y vot¨® en las elecciones municipales. El caciquismo hortera fue inaugurado por Gil y Gil, ese personaje al que el pueblo mantuvo como alcalde 11 a?os, 11, y al que Tele 5 celebr¨® con aquel programa llamado Las noches de tal y tal, en el que aparec¨ªa el due?o del Atl¨¦tico en un jacuzzi rodeado de unas se?oritas medio en bolas. A m¨ª me parec¨ªa un espect¨¢culo degradante, por lo que ten¨ªa de rijoso fundamentalmente, pero Gil le ca¨ªa de puta madre a media Espa?a: le salvaban los castizos, los hinchas, le salvaba esa mayor¨ªa de votantes que le conced¨ªan el sill¨®n de alcalde, le salvaban los famosos a los que agasajaba en su territorio m¨ªtico (incluido don Camilo J. Cela), le salvaban los periodistas del coraz¨®n y tambi¨¦n la prensa deportiva, que hay que ver lo pla?idera que se puso el d¨ªa en que se muri¨®. Busquen, busquen las necrol¨®gicas. No tienen desperdicio. ¡°Era un hombre entra?able¡±, titulaban. Para que luego digan que toda la responsabilidad ha de colocarse sobre los hombros de la clase pol¨ªtica. A m¨ª nunca me pareci¨® compatible que un individuo tuviera responsabilidad p¨²blica y apareciera en la tele rodeado de tetas. Aunque este razonamiento a muchos cr¨ªticos de televisi¨®n de aquella ¨¦poca de exaltaci¨®n de la pachanga y el cinismo les hubiera parecido carca. La est¨¦tica hortera suele ser muy chivata, y lo de Marbella se ve¨ªa venir. Tambi¨¦n, por cierto, el desnudo de la exconcejala socialista Olvido Hormigos en Intervi¨². Elena Valenciano no supo o no quiso ver que el v¨ªdeo de la masturbaci¨®n era el arranque de una trayectoria que se resume en ¡°yo con mi cuerpo hago lo que quiero¡±. Desde luego, chata.
Nunca me pareci¨® compatible que un individuo tuviera responsabilidad p¨²blica y apareciera en la tele rodeado de tetas
En realidad, todo se present¨ªa, pero es habitual que las personas razonables no se vean con fuerza para cambiar las cosas, o no se sientan en mayor¨ªa, o se desesperen, o se centren en lo suyo. El desvanecimiento de la Pantoja entre la muchedumbre que la insultaba puso en marcha el carrusel marbell¨ª en el que giraban todos sus personajes. No s¨¦ por qu¨¦ me pareci¨® que los que la increpaban ten¨ªan cara de haber votado a Gil. Pero el recuerdo es enga?oso, y la imaginaci¨®n, ya se sabe, calenturienta.
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