Familias en reconstrucci¨®n en Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo
Autor invitado: Agus Morales, es periodista y trabaja en M¨¦dicos Sin Fronteras
La localidad de Minova, al este de la Republica Democr¨¢tica del Congo, se ha convertido en refugio de familias que huyen de los combates. Fotograf¨ªa Juan Carlos Tomasi
Julienne Akilimali sacude la cabeza. Quiere olvidar.
? No quiero volver a mi pueblo, Idunga, porque all¨ª est¨¢n los mismos hombres y no quiero revivir aquellos hechos traum¨¢ticos.
Julienne ha sido violada dos veces. Su aldea, situada en el este de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo (RDC), fue asaltada por la milicia de las Fuerzas Democr¨¢ticas para la Liberaci¨®n de Ruanda (FDLR). ¡°La primera vez vinieron hombres armados, entraron en casa, me violaron y mi familia intent¨® escapar ¨Crelata Julienne¨C. Secuestraron a mi hija, de 14 a?os, y se la llevaron al bosque durante seis meses. La dejaron embarazada. Cuando volvi¨® a casa del bosque, la recibimos con alegr¨ªa, pero los mismos hombres regresaron, me volvieron a violar y mataron a mi marido¡±. Ahora es desplazada y vive con su hija, que dio a luz a un beb¨¦ tras ser violada, y sus otros dos hijos. Se queja de que no tiene medios para subsistir. Ha sufrido un ataque del FDLR pero en el este del Congo son todos los grupos armados, sin excepci¨®n, los que violan.
Julienne no est¨¢ sola. Va acompa?ada por muchas otras mujeres que acuden a una consulta de salud mental gestionada por M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) en el remoto distrito de Kalonge, en el este de RDC. Llevan a sus hijos en brazos. Esperan su turno al aire libre. Todas han sido v¨ªctimas de la violencia sexual, pero sus historias no son calcadas. Algunas han sido repudiadas por sus maridos; otras ven c¨®mo sus hijos sufren la estigmatizaci¨®n social por ser v¨¢stagos de una violaci¨®n.
¡°No es siempre el mismo problema ¨Cconstata Sezage Tulinabu Delice, enfermera de MSF¨C. Las mujeres sufren violaciones a causa de la guerra, pero muchas de las que son de aqu¨ª han sido violadas por soldados que las han asaltado mientras estaban, por ejemplo, en el campo. La mayor¨ªa son hombres desconocidos para ellas, pero a veces tambi¨¦n son familiares o conocidos¡±. Casi todas se ven abocadas a una situaci¨®n de degradaci¨®n social y econ¨®mica. ¡°Muchas son repudiadas por sus maridos o no encuentran pareja, porque la violaci¨®n se asocia inmediatamente a la enfermedad¡±, ampl¨ªa la enfermera.
Marguerite Kashindi, de 40 a?os, es otra de las v¨ªctimas de violencia sexual que intenta reconstruir su vida. ¡°Desde que llegamos a Kalonge, vivimos con muchas dificultades. Cargamos con las maletas de la gente y nos pagan un d¨®lar al d¨ªa. Tengo diez ni?os. Lo que gano no es suficiente para sustentar a mis hijos¡±. Marguerite fue secuestrada y permaneci¨® como esclava sexual durante cuatro meses en el bosque. Al volver a casa, estaba embarazada. Su marido intent¨® convencerla de que abortara pero no lo consigui¨®, as¨ª que decidi¨® repudiarla y marcharse con otra mujer. ¡°Mi hijo est¨¢ en el origen de la separaci¨®n con mi marido¡±, asevera. Es el ejemplo de una mujer que ha sufrido el estigma del abuso sexual: no solo su esposo la ha abandonado, sino que su hijo es visto como un enemigo en su entorno social.
Mujeres como Julienne y Marguerite sufren la violencia sexual en un contexto generalizado de pobreza, falta de atenci¨®n m¨¦dica y guerra. Las fuerzas gubernamentales y los grupos armados que luchan en las provincias de Kivu, ricas en recursos naturales, aseguran velar por el bienestar de la poblaci¨®n, pero las violaciones quedan una y otra vez impunes y desgarran familias enteras.
Familias desplazadas por la violencia llegan a Minoca en la provincia de Kivu Sur. Fotograf¨ªa Juan Carlos Tomasi
M¨¢s al norte, cerca de la localidad de Minova, hay otra consulta de MSF para mujeres. Batasema Tulinabu, de 48 a?os, cuenta que un hombre la asalt¨® en agosto de 2011 mientras estaba en el campo cultivando. ¡°Me dijo que me hab¨ªa estado buscando. Le hice notar que estaba embarazada, que estaba de ocho meses. Pero dijo que le daba igual. Me viol¨® y me peg¨®¡±, recuerda Batasema. Al principio, no quer¨ªa decirle nada a su marido: ten¨ªa miedo a ser repudiada. ¡°Pero ten¨ªa muchos dolores y al final me vi forzada a dec¨ªrselo¡±. Los problemas uterinos la obligaron a abortar. La pareja continu¨® unida, pero a¨²n lucha por salir adelante.
Mientras Batasema explica su historia, un hombre enclenque con la camisa rota asoma la cabeza. Es Hottel Kissandro, su esposo. Se sientan juntos por un momento, antes de abandonar la consulta y volver a casa para cuidar de sus ocho hijos. ¡°Mi marido no puede trabajar porque tiene problemas de discapacidad ¨Cdice Batasema¨C. No tenemos nada. Siempre que pienso en mi vida pienso en la pobreza¡±.
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