Un fogonazo en la jungla
Una cuenta atr¨¢s rodeados de selva; esa l¨ªnea de luz vibrando en la noche, y el destello que se extingue en el firmamento Viajamos a la Guyana francesa para asistir al lanzamiento de un Ariane desde un lugar paradis¨ªaco y conjurar todo el poder evocador del mito del cohete
Siempre quise ver lanzar un cohete. Un p¨¢lido leviat¨¢n hermoso y fuerte disparado al vientre del cielo para traspasarlo y viajar hacia los abismos oscuros del espacio y el cofre de las estrellas. Y sali¨® la oportunidad: el lanzamiento de un Ariane en el puerto espacial europeo de la Guyana francesa, nada menos. ?Un cohete en la selva! Maravilla sobre la maravilla. ¡°Pues te va a decepcionar¡±, me advirti¨® con desconcertante realismo una experta compa?era del diario que ha asistido a muchos despegues. ¡°Visto uno, vistos todos; ya hace tiempo que se ha convertido en una rutina, no es diferente a verlo por televisi¨®n¡±. Vaya. Bueno, me era igual. Ir¨ªa. Yo quer¨ªa ver lanzar un cohete. Desde ni?o. Desde que experimentaba con el azufre del Cheminova en la terraza de casa (con mi hermano, tratamos de poner un h¨¢mster en ¨®rbita: llegaron antes los rusos) y deambulaba por las habitaciones embutido en mi traje de cosmonauta en miniatura emulando a Gagarin. Mi vida es un largo sue?o de cohetes. Las diab¨®licas V2 nazis de Peenem¨¹nde, los poderosos Saturno V de Cabo Ca?averal, los R7 Vostok de Korolev.
Cohetes de verdad y cohetes imaginarios, de papel, de vi?etas, de celuloide: el disparado por el Club del Ca?¨®n en De la Tierra a la Luna, de Verne, y en el que viajaba por la cara ese Michel Ardan (¡°bohemio del mundo de las maravillas¡±) con el que ¨Ccambien maravillas por astrof¨ªsica¨C no puedo sino identificarme; el rojiblanco, tan bello, cohete lunar de Tornasol (y su prototipo, el X-FLR6), arquetipo de toda la coheter¨ªa que jam¨¢s ha sido (y no ha sido) para los tintin¨®filos, o el blanquinegro de Frau im mond, la pel¨ªcula de Fritz Lang que, en 1929, adelant¨® el cohete de fases y la cuenta atr¨¢s, lo que no es raro pues ten¨ªa como asesor a Hermann ?Oberth, el padre de la coheter¨ªa alemana ¨Cy con Tsiolkovski y Goddard, de los cohetes en general¨C y maestro de Von Braun. El H-32 Friede, el cohete del filme (que se llamaba como la protagonista), fue, lo que hay que ver, v¨ªctima de la Gestapo, que en 1930 confisc¨® todos los dibujos y esquemas de ?Oberth para la nave espacial cinematogr¨¢fica por miedo a que revelaran secretos militares.
Cohetes. Mi favorito es el de Ray Brad?bury de El verano del cohete, el cuento que abre las Cr¨®nicas marcianas. El cohete que parte a la conquista de Marte y sus melanc¨®licos habitantes despega de Ohio en enero de 1999. En una hermosa met¨¢fora de los fuegos que enciende la imaginaci¨®n, el despegue del cohete provoca una enorme ola de calor: el verano del cohete. ¡°El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fr¨ªa ma?ana de invierno, engendraba el est¨ªo con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra¡±. Yo ten¨ªa que ver eso. Cohetes. Con todos ellos en el coraz¨®n, hice la maleta y corr¨ª hacia el aeropuerto antes de que alguien se arrepintiera.
El otro d¨ªa se nos fueron al mar 40 millones de euros¡±, dice un asegurador de cohetes
La expedici¨®n estaba organizada por Arianespace, la compa?¨ªa comercial de transporte espacial que produce y opera los cohetes Ariane. ?bamos a viajar a la base de la Agencia Europea del Espacio en Kourou, en la Guyana francesa, para asistir al lanzamiento de un cohete Ariane 5 encargado de colocar dos sat¨¦lites de telecomunicaciones en ¨®rbita: el Amazonas 3 de la sociedad espa?ola Hispasat (destinado a dar cobertura en Am¨¦rica, Europa y norte de ?frica desde la posici¨®n orbital 61? Oeste ¨Cdondequiera que est¨¦ eso: parece que sobre Brasil) y el Azerspace/Africasat-1a de Azercosmos, empresa estatal de la Rep¨²blica de Azerbaiy¨¢n. El hecho de que se tratara del primer sat¨¦lite azerbaiyano hab¨ªa creado la natural expectaci¨®n (y orgullo nacional) en el pa¨ªs del C¨¢ucaso y eran numerosos en la expedici¨®n sus representantes, entre t¨¦cnicos, empresarios, pol¨ªticos y periodistas. La circunstancia rode¨® el viaje de un singular exotismo: bien podr¨ªa creer uno que los simp¨¢ticos azerbaiyanos proven¨ªan de Sildavia.
El vuelo, un ch¨¢rter en el que ¨Csiguiendo al parecer una tradici¨®n que no podemos sino aplaudir¨C se sirvi¨® champ¨¢n y caviar, careci¨® de especiales incidencias, pero pude confraternizar ¨Cbrindando¨C con los colegas de la prensa de Azerbaiy¨¢n, se?ores Mammadov, Mastanov y Muradov, y conocer al asegurador franc¨¦s del cohete, que parec¨ªa tenso. ¡°No es como asegurar un coche o una moto¡±, me se?al¨®; ¡°el otro d¨ªa se nos fueron al mar 40 millones de euros¡±. No quise comentarle que acababa de leer en mi libro de cabecera del viaje, el elocuente Space systems failures, de Harland y Lorenz (Springer, 2006), que el desplome de un Ariane 44 L en 1994 a los 80 segundos del despegue supuso una factura para el seguro de 350 millones de d¨®lares. Mi interlocutor me explic¨® que se asegura todo, el lanzador, los sat¨¦lites y la vida de estos en ¨®rbita. Tambi¨¦n se aseguran vuelos tripulados. El asegurador me confes¨® que a menudo, cuando asiste a un despegue, es el ¨²nico que cierra los ojos. Nos interrumpi¨® un ruido como de disparo: los azerbaiyanos hab¨ªan descorchado otra botella.
Llegamos de noche al aeropuerto F¨¦lix Ebou¨¦ de Cayenne, digno de una novela de Graham Greene. Mientras nos agrupaban, observ¨¦ con satisfacci¨®n en un cartel que la Guyana est¨¢ libre de la fiebre de chikungunya que transmiten los mosquitos. Aunque me preocup¨® descubrir la inmensa variedad de la fauna local, de la que se informaba pormenorizadamente: numerosas variedades de felinos; entre ellos, el jaguar, el puma, el ocelote, el margay o tigrillo y el curioso yaguarund¨ª. No contribuy¨® a tranquilizarme la adquisici¨®n del op¨²sculo D¨¦couvrir les serpents de Guyane (Plume Verte, 2012). ¡°La Guyane compte pr¨¦s de cent esp¨¨ces de serpentes¡±, le¨ª. ¡°C¡¯est un beau chiffre¡±. Entre las que te puedes encontrar la anaconda y la denominada en cr¨¦ole grage grands carreaux o ma?tre de la brousse, una venenos¨ªsima Bothrops.
Entre una llovizna persistente que pod¨ªa fastidiarnos el lanzamiento, tomamos rumbo a Kourou en autocares pasando por una rotonda con la animosa indicaci¨®n ¡°centro penitenciario¡±. Imposible no sentirse pel¨ªn Papillon y reprimir un escalofr¨ªo recordando la cercan¨ªa del centro espacial a la isla del Diablo. Tras una copa de bienvenida en uno de los hoteles, sostener conversaciones sobre la fuerza y direcci¨®n del viento (que puede impedir lanzar: si hay una explosi¨®n, los gases t¨®xicos alcanzar¨ªan zonas habitadas), la expedici¨®n se fragment¨® en distintos alojamientos. El m¨ªo no estaba lejos del cuartel de la Legi¨®n Extranjera (el 3 R¨¦giment ?tranger d¡¯Infanterie, 3e REI, una de las unidades m¨ªticas de la Legi¨®n, el regimiento m¨¢s condecorado, estacionado en Kourou desde 1973 y especializado en la lucha en la jungla: se ve que la seguridad del centro espacial est¨¢ muy valorada). Llov¨ªa tanto que mi hotel, el Atlantis, amenazaba hundirse. Compart¨ª habitaci¨®n con una rana: no parec¨ªa venenosa, pero por si acaso no la dej¨¦ subir a la cama. El amanecer fue una maravilla. Observ¨¦ tantos p¨¢jaros ex¨®ticos desde mi humilde terraza que cre¨ª que me iba a dar un s¨ªncope: el s¨ªndrome de Stendhal en versi¨®n birdwatcher. No en balde el 80% de la biodiversidad de Francia (Guyana es un departamento de ultramar) est¨¢ aqu¨ª. En uno de los momentos se?eros del viaje ¨C?y a¨²n ni me hab¨ªa aproximado a un cohete!¨C se me acerc¨® un colibr¨ª verde como una esmeralda alada. Una de las conexiones m¨¢s famosas de las aves con los cohetes es un acontecimiento dram¨¢tico: la primera muerte, en 1964, de un astronauta estadounidense, Ted Freeman, del Proyecto Gemini, cuyo avi¨®n de pr¨¢cticas de la NASA se estrell¨® contra un ganso.
El autocar nos condujo a la base entre un paisaje de verdor sobrenatural. A la entrada nos encontramos con una ins¨®lita manifestaci¨®n de pescadores vigilada de cerca por la polic¨ªa. Nuestros gu¨ªas se apresuraron a explicarnos que la protesta, que hab¨ªa cortado el tr¨¢fico, no iba dirigida contra los cohetes, sino contra los brasile?os que faenan en las costas de Guyana. En realidad, averig¨¹¨¦ despu¨¦s ¨C?pillines!¨C, s¨ª que iba contra la base espacial: los pescadores piden una compensaci¨®n por los d¨ªas de lanzamiento en que no pueden faenar. Las instalaciones del centro espacial, situado en una zona ideal por climatolog¨ªa, seguridad, su proximidad al Ecuador, la ventana que ofrece el Atl¨¢ntico para los disparos y lo deshabitado del territorio, superan lo imaginable en extensi¨®n y escala. Ocupan 850 kil¨®metros cuadrados y est¨¢n atravesadas por una carretera, la Ruta del Espacio, de 25 kil¨®metros. En la base trabajan 1.600 empleados. Adem¨¢s de los Ariane, en el puerto espacial europeo se lanzan cohetes Vega y Soyuz, con sus propias zonas y sistemas.
Nos detuvimos en el centro de control principal de lanzamientos (J¨²piter), junto al que est¨¢ el Museo del Espacio y ante el que se alza un cohete Ariane inerte para dar ambiente. El centro de control es igual que en las pel¨ªculas. Casi esperas o¨ªr por megafon¨ªa: ¡°Kourou, tenemos un problema¡±. Una amplia sala con mesas en semic¨ªrculo abocadas a una gran pantalla que muestra im¨¢genes en directo de la plataforma de lanzamiento. La cuenta atr¨¢s del Vuelo 212 ¨Cel nuestro¨C se deslizaba silenciosamente junto a la imagen del cohete como la arena de un reloj. 9:40:15, 9:40:14, 9:40:13¡ Las fases aparec¨ªan indicadas en un panel. Ignici¨®n, despegue, separaci¨®n de los dos propulsores de combustible s¨®lido adheridos al cuerpo principal, separaci¨®n de la cofia protectora de la carga ¨²til (los sat¨¦lites, en la punta, el nuestro por arriba, ?ol¨¦!), separaci¨®n de la primera etapa con el motor Vulcain, encendido de la ¨²ltima etapa para colocar los sat¨¦lites en ¨®rbita, separaci¨®n de los sat¨¦lites y despliegue de los paneles solares. El Vuelo 212 iba a ser el 68? lanzamiento de un Ariane 5 y el primero de 2013, a?o para el que est¨¢n planeados seis.
Bernard Chemoul, director del centro espacial guyan¨¦s, y que es quien autoriza en ¨²ltima instancia los lanzamientos si se dan las condiciones de seguridad, nos asegur¨® que la actividad de la base no representa ning¨²n riesgo para la (escasa) poblaci¨®n vecina. Dijo que el impacto ambiental de los cohetes es muy peque?o y no tiene apenas efecto en la extraordinaria biodiversidad de los alrededores, incluidos los monos. Me sorprendi¨® saber que los bomberos del centro, una unidad de los Sa?peurs-Pompiers de Par¨ªs, vela tambi¨¦n por la seguridad de los animales y evac¨²an de las zonas de lanzamiento a cualquier esp¨¦cimen que all¨ª se encuentre. Recientemente retiraron una gran boa junto a un Ariane y un caim¨¢n que se hab¨ªa ense?oreado del jard¨ªn junto al museo.
Esta tecnolog¨ªa est¨¢ a 36.000 kil¨®metros all¨¢ arriba. no puedes enviar un mec¨¢nico¡±
Choca un poco si vas con mentalidad Star Trek encontrarte que en la base de Kourou no se duda en mostrar la aventura espacial devenida negocio. En plan Mister Spock meets Donald Trump. En la sala de control nos pasaron v¨ªdeos publicitarios en los que se ofrec¨ªan ¡°servicios espaciales a su medida¡± (!) y se lanzaban esl¨®ganes como ¡°Extremly accurate orbit insertion¡±. Antonio Abad, director t¨¦cnico y de operaciones de Hispasat, record¨® que el Amazonas 3 es el s¨¦ptimo de sus sat¨¦lites lanzado con los Ariane. El operador de telecomunicaciones espa?ol tiene en la actualidad cinco sat¨¦lites en ¨®rbita (seis si sumamos el Amazonas 3), m¨¢s otros dos operados a trav¨¦s de Hisdesat y dedicados a comunicaciones militares. Hasta 2016 proyecta colocar otros cuatro (el pr¨®ximo, en diciembre).
Tras las explicaciones t¨¦cnicas a la amplia y entusiasta delegaci¨®n de Azerbaiy¨¢n, con la que hac¨ªamos ya abierta confraternizaci¨®n, ofreci¨® un break con caf¨¦ y dulces azerbaiyanos. Aprovech¨¦ el momento relajado para hablar con Carlos Espin¨®s, consejero delegado de Hispasat, tratando de no pringar mi libreta y el bol¨ªgrafo con los dedos llenos de dulces. ¡°Tenemos una flota relevante¡±, se?al¨® poniendo cara del comandante Ackbar de Star Wars. ¡°Aunque estamos a distancia de operadores comerciales globales como Intelsat, que dispone de 50 sat¨¦lites, tenemos presencia en la zona m¨¢s atractiva ahora del mundo que es Latinoam¨¦rica¡±. Le pregunt¨¦ por el romanticismo de su trabajo. Pareci¨® sorprendido. ¡°Bueno, es una tecnolog¨ªa que est¨¢ a 36.000 kil¨®metros all¨¢ arriba en el espacio, sobre el Ecuador; no la ves, y no puedes enviar un mec¨¢nico¡±. Se a?adi¨® Abad: ¡°Desde luego, no es lo mismo que trabajar en barcos o ferrocarriles. La parte rom¨¢ntica la vives en momentos como este, los del lanzamiento¡±. Recalcaron ambos la complejidad del asunto. ¡°Llegar al espacio es muy bonito, pero una vez all¨ª tienes que colocar el sat¨¦lite en su sitio, orientarlo y ponerlo en operaciones. Eso tambi¨¦n tiene su lado emocionante. El despegue no es lo ¨²nico relevante. Est¨¢n las maniobras. Ahora, como ha aumentado el peso de los sat¨¦lites, cada vez hay m¨¢s. Y luego est¨¢n las obligaciones, compromisos que cumplir y mucho dinero en juego¡±. Construir el sat¨¦lite cuesta unos 200 millones de euros; lanzarlo, otros 70; ?20 del seguro y 4 o 5 colocarlo en su sitio. Tienen una vida de unos 15 a?os.
Mientras esper¨¢bamos al tir de le soir (el lanzamiento estaba previsto para las 18.36 locales), visitamos las instalaciones de la base, que tiene un tama?o casi como la isla de la Martinica. Repartidas por el inmenso terreno de prados, marjales y palmerales rodeado de selva se encuentran, en forma de edificaciones con aspecto de b¨²nkeres, las estaciones meteorol¨®gicas y de seguimiento de sat¨¦lites, los distintos centros de lanzamiento de los diferentes cohetes, los edificios de montaje de cohetes y sat¨¦lites y de ensamblaje de ambos. ¡°Nuestro sat¨¦lite, construido por Space Systems Loral en EE UU, lleg¨® aqu¨ª en un Antonov¡±, explic¨® Abad. ¡°Nuestra encargada de supervisi¨®n de construcci¨®n, Silvia Delgado, no ha querido dejarlo ni un momento solo y hasta durmi¨® con ¨¦l en la escala de Miami¡±. Una bonita imagen de ternura y tecnolog¨ªa.
Las edificaciones presentan a menudo un per¨ªmetro de cercas y alambradas, y las rematan radares. A veces pasa un helic¨®ptero militar, como un gigantesco colibr¨ª. Letreros: ¡°Zona de lanzamiento 3, obligatorio llevar casco¡± (!), ¡°Edificio de integraci¨®n del lanzador¡±, ¡°Edificio de integraci¨®n de propulsores¡±, ¡°Edificio de ensamblaje final¡±, ¡°Plantas de producci¨®n de ox¨ªgeno l¨ªquido e hidr¨®geno¡±, ¡°Zone de risques¡±. Hay puestos de control ¨Cen uno nos revisan las acreditaciones¨C y puede observarse una vigilancia militar discreta, pero potente. Algunas zonas obsoletas han sido invadidas por la vegetaci¨®n, y los restos, incluidos fragmentos oxidados de fuselaje de cohete sobre los que se tienden los lagartos, sugieren poderosamente un relato posapo?cal¨ªptico de Ballard. Entre unas matas altas divis¨¦ un Jeep artillado bajo una red de camuflaje. Y luego una tanqueta, y un semioruga con tropas de boina verde. Los edificios de ensamblaje, como grandes cajas de zapatos de cemento puestas de pie o casas de gigantes, est¨¢n unidos a las zonas de lanzamiento por ra¨ªles por los que circulan los cohetes.
El ¨¢rea de lanzamiento de los Soyuz en el extremo de la base posee una atm¨®sfera especial, como m¨¢s improvisada y pedestre, por no hablar de los evocadores r¨®tulos en cir¨ªlico. Parece que en cualquier momento aparecer¨¢ Titov, o Irina Spalko. Los cohetes rusos se ensamblan en horizontal en lugar de en vertical, recuerdo de la guerra fr¨ªa, cuando hab¨ªa que esconderlos de los ojos de los aviones esp¨ªa de EE UU. El punto de despegue es un gran foso circular de cemento; ah¨ª pod¨ªas cocerte como Valentin Bondarenko. Mientras lo observaba, me pareci¨® ver un movimiento entre la maleza. Christine, una joven atractiva que hac¨ªa de gu¨ªa de la visita, se acerc¨® para explicarme que una vez vio por aqu¨ª una grands carreaux. Lo dijo en un franc¨¦s tan musical que hizo que hasta ese bicho letal sonara bonito. Se aproxim¨® Mario De Lepine, portavoz y jefe de relaciones con los medios de Arianespace. ¡°?Te interesan los animales? Por aqu¨ª hay muchos. Armadillos, monos. Los lanzamientos no son un problema para ellos, para los animales. Las emisiones equivalen a las del despegue de dos o tres Airbus. Enseguida se disuelven¡±. Le pregunt¨¦ si a ¨¦l tambi¨¦n le gustaban los animales. ¡°Sobre todo el agut¨ª, est¨¢ buen¨ªsimo frito¡±.
Los cohetes rusos se ensamblan en horizontal, como en la guerra fr¨ªa, para evitar el espionaje
Nos llevaron hasta un punto de observaci¨®n desde el que poder ver nuestro cohete. Al descender del autocar nos repartieron m¨¢scaras de gas, lo que provoc¨® la natural alarma. Sub¨ª unas escaleras hasta la cima del observatorio. Me pareci¨® absurdamente entra?able que alguien hubiera colocado all¨ª una casita para p¨¢jaros. Frente al tel¨®n de fondo de un palmeral y el ancho cielo se alzaba la m¨¢quina, blanca, enorme, bella y tensa. Un cohete de 50 metros de altura y 780 toneladas, de l¨ªneas bru?idas y elegantes. La quintaesencia de la coheter¨ªa. Lo admir¨¦, una flecha inm¨®vil apuntando al cielo, mientras lo sobrevolaban los omnipresentes urub¨²esnegros o zopilotes.
Regresamos a los hoteles para esperar el momento de volver a la base para el lanzamiento. En la playa, frente a las islas de la Salvaci¨®n (Royale, St. Joseph y Diablo), volaban bandadas de chorlitejos, pero yo no pod¨ªa dejar de pensar en el cohete aguardando y los n¨²meros de la cuenta atr¨¢s cayendo uno tras otro en el saco del tiempo. Aprovech¨¦ para comprarme en la tienda del hotel el nuevo ¨¢lbum de T¨¢nguy y Laverdure, Le Vol 501 (Dargaud, 2012), en el que los dos pilotos de Mirage defienden precisamente la base de Kourou de la amenaza de un grupo terrorista.
Lleg¨® la hora de la partida. Tras un estricto control de seguridad, subimos a los autocares que nos condujeron al lugar de observaci¨®n asignado para asistir al despegue. El puesto, denominado Tuc¨¢n, era un espacio abierto con un gran techado de paja y unas discretas persianas que se pod¨ªan bajar ¡°just in case¡±. Dado que ten¨ªa una barra, parec¨ªa uno de esos bares para turistas en destinos ex¨®ticos. Realmente lo que ¨ªbamos a ver era muy ex¨®tico. Se nos repitieron las medidas de seguridad. Desde el puesto se ve¨ªa de manera privilegiada el cohete, recortado contra la selva y el cielo. Imagin¨¦ a Von Braun y sus ingenieros, a orillas del B¨¢ltico, rodeados de mandos nazis en uniforme, a la espera de la ignici¨®n de sus negras V-2, 14 metros de muerte con aletas. En The Peenem¨¹nde Wind Tunnel, A memoir (Yale University Press, 1996), Peter P. Wegener, colaborador de Von Braun, afirma que los lanzamientos entonces no eran muy distintos, salvo el ambiente y las intenciones, de los actuales. Estaban experimentando ya incluso con un cohete de fases.
Aqu¨ª, en el mirador Tuc¨¢n, nos hab¨ªamos juntado un grupo m¨¢s variopinto y saludable que el de Peenem¨¹nde: los azerbaiyanos, los espa?oles, ingenieros y t¨¦cnicos franceses, militares en traje de paseo, gente de Kourou invitada para la ocasi¨®n. Algunas chicas se sentaron en unas peque?as gradas frente al paisaje del cohete, que aguardaba en la distancia. Un fornido gastador legionario aprovech¨® para coquetear exhibiendo m¨²sculo y tatuajes. Hab¨ªa un aire de pic-nic en el ambiente, pero tambi¨¦n una enorme expectaci¨®n. Como si fu¨¦ramos a presenciar el fin del mundo. La ocasi¨®n era favorable a las confidencias. ¡°Es mi primera vez¡±, me confes¨® Wendy Lewis, la atractiva directora de comunicaci¨®n de la constructora de sat¨¦lites Loral, acodados ambos de cara al cohete. Vaya, nunca lo hubiera dicho. ¡°Siempre quise ver un lanzamiento¡±. Un alma gemela. Le expliqu¨¦ que para m¨ª tambi¨¦n era algo muy especial y le revel¨¦ que hab¨ªa nacido el 4 de octubre de 1957, una marca del destino. ¡°?El d¨ªa del lanzamiento del Sputnik!¡±. Me mir¨® con renovado inter¨¦s.
Una vibraci¨®n sobrenatural, intensa, llen¨® el aire y se extendi¨® a nuestros cuerpos
En la barra serv¨ªan bebidas. La tarde empezaba a declinar con la rom¨¢ntica intensidad del tr¨®pico. ¡°La gente no sabe mucho de los sat¨¦lites y es una pena¡±, musitaba Wendy mientras me hablaba de apogeos y perigeos. Se encendieron luces en la plataforma y el cohete qued¨® recubierto de una palidez espectral. Por megafon¨ªa, una voz comunic¨® que se autorizaba el lanzamiento. ¡°All systems go¡±. Estall¨® una salva espont¨¢nea de aplausos. El altavoz emit¨ªa ruido de est¨¢tica punteado por los ¨²ltimos cantos de los p¨¢jaros y la obertura de la gran orquesta de las ranas. ¡°Falta un minuto¡±. La gente apunt¨® sus c¨¢maras, sus tel¨¦fonos y sus tabletas. Yo abr¨ª mucho los ojos, para no perderme nada, pero tambi¨¦n de susto.
Acab¨® la cuenta atr¨¢s. 18.36. Unos fuegos aparecieron bajo el cohete, acompa?ados de nubes de humo. Empez¨® a elevarse. Una vibraci¨®n intensa, sobrenatural, llen¨® el aire y se extendi¨® a nuestros cuerpos. El cohete ascend¨ªa con un estruendo inimaginable en la cima del cegador torrente de energ¨ªa que brotaba de la tobera. Era una imagen sobrecogedora de poder y desaf¨ªo. Un momento inenarrable de estremecimiento y belleza. Algo que se siente y no se piensa. En medio de la conmoci¨®n y el sobresalto, me descubr¨ª lleno de un absurdo orgullo por formar parte de la raza humana, capaz de inventar semejante cosa, de lanzar as¨ª un guante de desaf¨ªo a la cara de Dios y el universo. El espect¨¢culo ten¨ªa algo de b¨ªblico. Uno casi esperaba o¨ªr gemir a los amorreos. El cohete dej¨® de subir verticalmente y adopt¨® una trayectoria curva. Atraves¨® unas nubes ilumin¨¢ndolas espectacu?larmente. Una org¨ªa de humos y colores llenaba el cielo de figuras inveros¨ªmiles. A los dos minutos, en un alarde de pirotecnia, brotaron dos estelas m¨¢s del cohete al separarse los propulsores laterales a 65 kil¨®metros de altura. El cohete era ya un punto luminoso. Un destello, viajando a siete kil¨®metros por segundo. Se march¨®. Dejando un firmamento conmocionado y una tierra que se recuperaba lentamente de la impresi¨®n. Cro¨® una rana. Tragu¨¦ saliva.
Lo que sigui¨® fue un anticl¨ªmax. Al apagarse los fuegos del cielo se hizo de noche. El asegurador del cohete parec¨ªa m¨¢s tranquilo (¡°pero a¨²n hay que llegar a la ¨®rbita¡±). En la plataforma, envuelta en el sudario rosa de un peque?o incendio a causa de los gases de combusti¨®n, arrojaban agua. Grandes murci¨¦lagos se persegu¨ªan sobre nuestras cabezas. Una chica rusa reviv¨ªa el disparo una y otra vez en el iPad. ¡°Ha sido un muy buen lanzamiento¡±, estableci¨® luego Espin¨®s, mientras la gente brindaba a su alrededor y un azerbaiyano le regalaba una alfombra. Asent¨ª con la impostada veteran¨ªa del ne¨®fito y sonre¨ª hacia el mar agitado que lam¨ªa la isla del Diablo: hab¨ªa visto volar el cohete, al fin, resplandeciente y con fuego en las entra?as, y parte de m¨ª se dirig¨ªa hacia las estrellas.
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