Mala hierba
La derecha espa?ola ha tomado la cultura como un menester banal que est¨¢ en manos de gente fr¨ªvola, bohemia y subversiva
La derecha espa?ola siempre ha considerado el Ministerio de Educaci¨®n como una finca de su propiedad. A medias con la Iglesia cat¨®lica ha luchado por defender ese basti¨®n, desde el cual ha ejercido hist¨®ricamente una posici¨®n de dominio sobre la conciencia de los ciudadanos. De hecho, la educaci¨®n laica promulgada por la II Rep¨²blica fue una de las causas de que la derecha entrara de forma muy violenta en su demolici¨®n y, alcanzada la victoria, estableciera una represi¨®n salvaje contra los profesores y maestros partidarios de la escuela p¨²blica. Ese ministerio se ha constituido desde entonces en un territorio de combate ideol¨®gico. Pero, al contrario de lo que sucede con la educaci¨®n, la derecha espa?ola nunca ha considerado el mundo de la cultura como una frontera que debiera conquistar; m¨¢s bien la ha tomado como un menester banal que est¨¢ en manos de gente imprevisible, fr¨ªvola, bohemia y subversiva, que tira al monte como las cabras, actores, poetas, cineastas, m¨²sicos, cantantes, bailarines y saltimbanquis, una reata a la que en el fondo desprecia, puesto que no la puede controlar. La derecha espa?ola, incluida la derecha dandi si la hubiera, est¨¢ abrazada al casticismo; nunca ha sido soluble con ninguna vanguardia est¨¦tica; en realidad ante un cuadro de Picasso o de Mir¨® sigue pensando que eso lo pinta mejor su ni?o de cinco a?os. Un d¨ªa los artistas salieron a la calle con una pancarta contra la guerra de Irak; poco despu¨¦s aprovecharon la fiesta de los Premios Goya para protestar y realizar algunas chirigotas inocentes contra el Gobierno de Aznar. Esta cr¨ªtica casi de manual ha sido suficiente para que el mundo del cine espa?ol haya sido zaherido, despreciado y ridiculizado con sa?a por un sector de la derecha m¨¢s agria, un escarnio que desde entonces aun perdura. No importa que se trate de actores y cineastas con prestigio internacional ni de artistas a los que el p¨²blico adora y grita de placer en sus conciertos, la ¨²nica tropa libre y divertida, capaz todav¨ªa de hacernos so?ar en medio de esta crisis econ¨®mica, color de rata. Ahora, la bater¨ªa agresiva de impuestos que la derecha ha descargado, entre el desprecio y la venganza, sobre esa mala hierba de la cultura, no ha hecho sino ahondar el abismo insalvable que las separa.
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