Las manos sucias de Maquiavelo
Algunos historiadores presentan err¨®neamente al pensador como abanderado de la libertad y fundador del republicanismo moderno. En su obra hay una apolog¨ªa de la guerra como medio para lograr riqueza y grandeza
Ese personaje burl¨®n, irreverente, bon vivant, mujeriego, que nos retrat¨® Santi di Tito, de frente ancha, p¨®mulos salientes y labios finos, ojos peque?os y vivaces y mirada huidiza, vestido de suntuoso ropaje negro y granate en su condici¨®n de servidor de la Rep¨²blica de Florencia, ha encarnado durante siglos la amoralidad y ha sido catalogado como maestro de insidias y de manipulaci¨®n. Para hacerle justicia, habr¨ªa que recordar a quienes contribuyeron a trazar tan poco halag¨¹e?o retrato que el florentino fue solo responsable de desvelar las pr¨¢cticas pol¨ªticas que imperaban en la Europa de comienzos de la modernidad, eso s¨ª, con m¨¢s finura, perspicacia y clarividencia que la mayor¨ªa de sus contempor¨¢neos. ?O fue culpable de algo m¨¢s?
Maquiavelo escribi¨® El Pr¨ªncipe hace 500 a?os (aunque no fue publicado hasta 1532, despu¨¦s de su muerte), confinado en su casa de campo a poca distancia de Florencia. A ra¨ªz de la ca¨ªda de la Rep¨²blica y de la vuelta al poder de los M¨¦dicis, en 1512, hab¨ªa sido destituido de su cargo de secretario de la Segunda Canciller¨ªa, un golpe del que no se recuperar¨ªa jam¨¢s. Pues si alguien aborrec¨ªa la "excelsa" vida contemplativa, tan alabada por otra parte por el Renacimiento, ¨¦se era ¨¦l, un hombre abocado a la acci¨®n. Desde su casa de Sant'Andrea in Percussina, so?aba con regresar a la actividad diplom¨¢tica y volver a los entresijos de la pol¨ªtica europea y a los pasillos de las cortes de Francisco I, el emperador Maximiliano, el Papa Julio II, C¨¦sar Borgia o Catalina Sforza. Se resist¨ªa a aceptar un destino que le alejaba del Palazzo Vecchio y rumiaba, desde los Orti Oricellari, los jardines propiedad de Cosimo Rucellai donde conspiraban los tertulianos republicanos, su vuelta a la pol¨ªtica activa.
Se ha otorgado injustamente a El Pr¨ªncipe el t¨ªtulo de opus magnum, olvidando que es en los Discursos sobre la primera d¨¦cada de Tito Livio donde Maquiavelo pone negro sobre blanco su modelo republicano. Y, err¨®neamente, historiadores reconvertidos en ide¨®logos (Skinner, Viroli) han tratado de convertirle en abanderado de la libertad y fundador del republicanismo moderno. Aducen la vigencia de su ideal del vivere civile e libero, es decir, su apolog¨ªa de la participaci¨®n pol¨ªtica y del compromiso c¨ªvico, que puede servir hoy de alternativa a la apat¨ªa pol¨ªtica y al desinter¨¦s ciudadano imperantes en nuestras democracias liberales. Pero el personaje se resiste a que le aprisionen en esa camisa de fuerza. Porque libertad (moderna) en Maquiavelo hay poca y lo que refleja su obra es una vuelta al patriotismo grecorromano. Lo que El Pr¨ªncipe ense?a al gobernante es c¨®mo adaptarse a las circunstancias para conservar su poder (leg¨ªtimo o ileg¨ªtimo), por medios l¨ªcitos o il¨ªcitos. Y lo que los Discorsi alegan es que todo est¨¢ permitido (incluso el crimen) por el bien de la patria. Poco que ver con nuestras concepciones democr¨¢ticas.
¡®El Pr¨ªncipe¡¯ ense?a a adaptarse para conservar el poder, leg¨ªtimo o no, por medios l¨ªcitos o il¨ªcitos
La ¨¦tica de Maquiavelo es el reverso de la ¨¦tica cristiana. Y las virtudes que ensalza (ambici¨®n, crueldad, enga?o y mentira), la cruz de las recomendadas en los espejos para pr¨ªncipes de la ¨¦poca: honradez, justicia, benevolencia. Para sus seguidores personifica el realismo que se revuelve contra la ceguera de los perseguidores de sue?os, de los nost¨¢lgicos de ideales imposibles, de los incapaces de comprender el dilema que atenaza al estadista y al que solo puede hacer frente aceptando la crudeza de la realidad.
Sus detractores le acusan de prescindir de cualquier tipo de sentimiento humanitario y de "encallecimiento moral". Pero, seamos justos, a pesar de su aparente falta de escr¨²pulos y de su laxa moral, s¨ª hay valores en Maquiavelo, valores republicanos, es decir, valores colectivos. Porque lo que busca con ah¨ªnco el secretario florentino es la grandeza de Florencia y su transformaci¨®n en una de las grandes potencias del tablero europeo. ?Es un delito perseguir el inter¨¦s general? preguntar¨¢n sus partidarios. Desde luego, si para ello se sacrifica a los ciudadanos, se exacerba el patriotismo y se glorifica la guerra. Pues Maquiavelo aconseja al gobernante mantener a los ciudadanos en la pobreza para que, no teniendo nada que perder, luchen hasta la ¨²ltima gota de sangre por la rep¨²blica. Su exaltado patriotismo recuerda al "dulce es morir por la patria" que cantara Horacio y que el poeta y militar Wilfred Owen, combatiente en la Primera Guerra mundial, denunci¨® como la "vieja mentira". Pero tambi¨¦n hay en las principales obras de Maquiavelo una apolog¨ªa de la guerra, no solo defensiva sino "expansionista", como medio de proporcionar grandeza y riqueza a la Rep¨²blica y dotar de cohesi¨®n a la colectividad.
Y no nos confundamos cuando habla de virt¨², uno de sus t¨¦rminos m¨¢s controvertidos. Hanna Pitkin ha denunciado que la lucha de la virt¨² maquiaveliana para doblegar a la fortuna, revestida de rasgos femeninos y seducida por la virilidad, la osad¨ªa y dem¨¢s cualidades pretendidamente masculinas, es una intolerable muestra de machismo, excluyente y brutal. Y que su uso de la fuerza y de la violencia podr¨ªa considerarse "proto-fascista". Y Mansfield asegura que el recurso a la violencia es el eje de su pol¨ªtica.
Con todo el respeto por los republicanos actuales, no creo que Maquiavelo sea hoy el ejemplo a seguir
Pero por lo general, los historiadores se muestran m¨¢s conciliadores y justifican la virt¨² maquiaveliana, ese deseo de controlar el mundo, de someter al enemigo, y de aplastar a los que se oponen a nuestros fines, como puro ejercicio de supervivencia. Al elevar a paradigma de conducta la fiereza del le¨®n y la astucia del zorro, Maquiavelo no har¨ªa sino describir las opciones de la resistencia y recomendar el valor, el arrojo, el aguante del fajador para encajar los golpes de la fortuna. Ser¨ªa la respuesta a una ¨¦poca -la incipiente modernidad-, donde imperaban la ambici¨®n, el apetito de poder, el ansia de dominaci¨®n y el deseo desenfrenado de riquezas, rasgos que anticipan ya la descarnada descripci¨®n hobbesiana de nuestro mundo moderno.
En cualquier caso y con todo mi respeto por los republicanos actuales, no me parece que Maquiavelo sea hoy el ejemplo a seguir. Es cierto que Sartre, ante el gran dilema que nos plantea la acci¨®n pol¨ªtica, nos recomendaba orillar los escr¨²pulos morales y mancharnos las manos en la arena pol¨ªtica. Y nuestros coet¨¢neos republicanos insisten en que ¨¦se es el precio a pagar por vivir en comunidad, pues no es posible la vida "al margen, por encima o m¨¢s all¨¢ de la ciudad" y no podemos eludir sus exigencias ni escabullirnos ante nuestras responsabilidades (Del ?guila). Si queremos una vida "verdaderamente humana" (Arendt), tendremos que aceptar los costes del vivere civile e libero maquiaveliano que son el dolor, la crueldad, la violencia y la transgresi¨®n, es decir, vivir con las manos manchadas. Pero s¨ª que hay otras alternativas. Una es dar la espalda al mundo de la pol¨ªtica y sus ruindades, como nos aconsejaba S¨®crates (y los epic¨²reos) si nuestro horizonte es alcanzar la perfecci¨®n moral. Huir del fragor del mundo, como los ascetas o los monjes de clausura, o ir en pos del conocimiento como Spinoza, o entregarnos a lo social, al voluntariado. Todas son opciones tan respetables como la c¨ªvica. Pero tambi¨¦n caben otras v¨ªas sin desviarnos de la vita activa. La tradici¨®n estoica encarnada por Cicer¨®n ense?a que no todo est¨¢ permitido por el bien de la rep¨²blica y que existen barreras ¨¦ticas infranqueables (los "derechos de la humanidad") en la actuaci¨®n pol¨ªtica. Hoy estas l¨ªneas rojas son los derechos individuales. Tal vez sea ¨¦sa la ense?anza en negativo m¨¢s valiosa que nos puede aportar el florentino.
Mar¨ªa Jos¨¦ Villaverde es catedr¨¢tica de Ciencia Pol¨ªtica de la UCM.
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