Noches de ¡®jazz¡¯, vino y ¡®bourbon¡¯ con Jamie Cullum
De peque?o no le dejaban tocar el piano del colegio y se asustaba al ver a Thatcher por televisi¨®n El ¡®enfant terrible¡¯ del jazz se veng¨® del academicismo vendiendo millones de discos. Seguimos sus pasos durante dos d¨ªas por Madrid
Dos franceses y un espa?ol debaten sobre la conveniencia de llevar un piano el¨¦ctrico hasta una sala de conciertos al d¨ªa siguiente. Hace en Madrid una noche de invierno sobrevenido que ejerce de desapacible preludio para el mes de mayo. Los tres tipos han encontrado refugio de madrugada en una mesita baja de un caf¨¦ en la plaza de Canalejas, cuyas aceras reciben el azote del viento y la lluvia. El m¨¢s corpulento de los dos franceses se llama Fabrice Benoit, bebe licor de hierbas con hielo y es presidente en Espa?a de Universal, sello con el que Jamie Cullum, enfant terrible del jazz contempor¨¢neo, firma sus ¨¢lbumes de estudio. El otro franc¨¦s se llama St¨¦phane V¨¦rit¨¦, agita un gin-tonic y es jefe de producto en la misma discogr¨¢fica del telonero de Cullum en el show que dar¨¢ 24 horas m¨¢s tarde en la sala But de la capital. El telonero en cuesti¨®n es Pablo L¨®pez, joven cantante y compositor malague?o, que toma vodka con naranja, y todav¨ªa no puede creer que el mism¨ªsimo ?Cullum le haya ofrecido tocar en su propio piano antes que ¨¦l durante el concierto de ma?ana. Pero, a pesar del ofrecimiento, los dos franceses recomiendan al rookie que no deje de llevar su ¨®rgano el¨¦ctrico al recital. ¡°Imag¨ªnate que llegas y, por mucho que Jamie haya dicho que te dejar¨¢ tocar su piano, el road manager asegura que no sabe nada de esto. No puedes arriesgarte a quedarte tirado¡±.
Mientras los dos franceses y el espa?ol esgrimen estas cavilaciones sobre el flamante Yamaha C6 que viaja con Jamie Cullum, el afamado pianista brit¨¢nico hace tiempo que duerme como un bendito a varias decenas de metros, en una de las suites del hotel Palace. Antes de largarse al catre ha comido un escalope de tama?o descomunal regado con varias copas de tinto de Ribera del Duero y unos entrantes a base de cal?ots, boletus con huevos revueltos y esp¨¢rragos de temporada. Durante la cena que comparti¨®, entre otros comensales, con su telonero de ma?ana y con este periodista, Cullum coment¨® su afici¨®n a elaborar pan para sus hijas (la m¨¢s reciente naci¨® hace unas semanas) y su mujer, Sophie Dahl, nieta del novelista Roald Dahl, modelo exuberante y escritora culinaria que le saca 22 cent¨ªmetros de altura. Vestido con pantalones vaqueros de pitillo y una de sus camisas japonesas ¨C¡°son las ¨²nicas que me quedan bien, porque soy muy estrecho de cintura¡±¨C, calzado con unos flamantes Paul & Smith de color azul marino y con el pelo tan encantadoramente alborotado como suele ser habitual en ¨¦l, el artista barbilampi?o y de cuerpo menudo sigue pareciendo a sus 33 a?os el mismo muchacho bajito con cara de pillo que ha vendido m¨¢s de diez millones de discos y lleg¨® a convertirse en el terror de los proveedores de pianos por su agresivo modus operandi en los conciertos. Pero hay algo en su discurso apacible e impecablemente polite, en sus historias entra?ables de pan casero y en esa sorprendente despedida a medianoche ¡°para madrugar al d¨ªa siguiente y grabar desde el hotel el programa semanal de radio en la BBC¡± que hacen sospechar que quiz¨¢ el aparentemente eterno Peter Pan se ha hecho mayor.
¡°Definitivamente he dejado atr¨¢s muchos aspectos de mi vida al ser padre. Ha sido como salir de los veintitantos y plantar mi bandera en el suelo. Cuando estoy con mis hijas y con Sophie, mi mujer, en nuestra casa de las afueras de Londres, llevo una vida muy tranquila. Quiz¨¢ despu¨¦s de los conciertos todav¨ªa me doy un toque salvaje para aplacar la adrenalina. La verdad es que he mantenido una relaci¨®n interesante con el asunto de crecer. Siempre me han visto como alguien demasiado joven. A los 14 beb¨ªa whisky, le¨ªa libros y me vest¨ªa como alguien mayor de lo que era. Cuando empec¨¦ a tocar el piano por los bares de Bristol, lo que m¨¢s sorprend¨ªa a la gente era ver a un t¨ªo que parec¨ªa un ni?o y cantaba con descaro canciones de Cole Porter. Aquello me divert¨ªa y me ayudaba a pagar el alquiler, pero jam¨¢s pens¨¦ que acabar¨ªa viviendo de la m¨²sica¡±.
He dejado atr¨¢s muchos aspectos de mi vida al ser padre, pero tras los conciertos a¨²n me doy un toque salvaje¡±
Cullum reflexionaba horas antes de la cena en una suite del Palace entre sorbos de caf¨¦ con leche. Aterriz¨® a media ma?ana y solo pasar¨¢ 48 horas en Madrid, concediendo entrevistas promocionales y una actuaci¨®n donde tocar¨¢ en directo los temas de su nuevo disco, Momentum (Island Records / Universal), con el que parece querer rubricar la culminaci¨®n de ese tr¨¢nsito hacia la edad adulta que irradia. Lo que sin duda ratifica su sexto ¨¢lbum de estudio es la maestr¨ªa ecl¨¦ctica de un pianista autodidacto que navega con soltura entre el jazz y el pop, capaz de haber seducido por igual a viejas glorias como Stevie Wonder y Herbie Hancock y a estrellas contempor¨¢neas como los raperos The Roots y el solista Pharrell. En este nuevo disco combina los toques electr¨®nicos y los ecos sampleados con aires de cabar¨¦ jazz¨ªstico en canciones como When I get famous o temas que suenan a hit y destilan aromas a lo Amy Winehouse como Anyway. Precisamente con esta compatriota suya y malograda cantante mantuvo Cullum una intensa amistad, ¡°escuchando cientos de discos en nuestras casas y tocando juntos antes de que ella conociese a Blake [Fielder]¡±, el tipo que reconoci¨® haber introducido a Winehouse en la hero¨ªna.
Amy Winehouse es solo una de las cientos de influencias musicales que han permeado la educaci¨®n sentimental de Jamie Cullum. Otro de sus amores, musicalmente hablando, sigue siendo el pianista estadounidense Harry Connick Jr., quien, junto a Ben Folds, le ayud¨® a comprender que ¡°el piano puede tocarse como un instrumento de rock and roll, al estilo de Jerry Lee Lewis¡±. Por eso, cuando alguien menciona la palabra crooner, Cullum pone cara de p¨®quer. ¡°Los crooners no sudan tanto como yo, soy demasiado f¨ªsico en el escenario. Ciertas cualidades de mi voz pueden acercarse a las de un crooner, pero de parecerme a alguno de ellos, quiz¨¢ estar¨ªa m¨¢s cerca de Sammy Davis Jr., el t¨ªo que tocaba varios instrumentos y daba m¨¢s juego en el show, que de Sinatra o Dean Martin¡±.
Los ¡®crooners¡¯ no sudan tanto como yo. De parecerme a alguno, ser¨ªa m¨¢s Sammy Davis Jr. que Sinatra¡±
Tampoco podr¨ªa decirse que la ma?ana previa al concierto de Cullum fuera digna de un crooner. El pianista no amaneci¨® con resaca ni rodeado de bellas mujeres o botellas vac¨ªas. Abri¨® los ojos hacia las siete y media, grab¨® su programa semanal de radio para la BBC en su habitaci¨®n tras el desayuno y a media ma?ana ya andaba concediendo otra entrevista promocional. Tras devorar unos s¨¢ndwiches al vuelo, sali¨® pitando a las cuatro de la tarde hacia la prueba de sonido en furgoneta con su representante, Marc Connor, un afable brit¨¢nico de 44 a?os que reconoce que gran parte del talento de esta estrella para vender su imagen puede haberlo heredado de su padre.
En la casa de sus padres, un financiero y una secretaria de colegio que viv¨ªan en el campo, adem¨¢s de una tele en la que Cullum ve¨ªa de peque?o ¡°la terror¨ªfica imagen de Margaret Thatcher, aquella sombra sobre nuestra naci¨®n que hizo cosas horribles de las que nunca nos recuperaremos¡±, hab¨ªa un piano. Pero era su hermano quien aporreaba el instrumento. El ni?o Jamie lleg¨® a recibir lecciones de una profesora, y ella tard¨® poco en percibir el escaso inter¨¦s del chaval por el academicismo. En el colegio hab¨ªa otro piano que no le dejaron tocar. ¡°Es para los estudiantes de m¨²sica cl¨¢sica¡±, le dec¨ªan. As¨ª que el muchacho creci¨® entre discos de hip-hop, Nirvana, Soundgarden o Massive Attack y acab¨® veng¨¢ndose de aquellos formalismos que encasillaban un instrumento al que Cullum ve¨ªa posibilidades de ser tocado de manera agresiva.
Estoy gravemente decepcionado con el presidente Cameron. Pago mis impuestos y creo en un Estado de bienestar para todos¡±
La leyenda cuenta que fich¨® siendo un veintea?ero, tras licenciarse en Cine y Literatura, por la discogr¨¢fica Universal con un contrato de un mill¨®n de libras esterlinas a cambio de grabar tres ¨¢lbumes. El resto de la historia es la de uno de los brit¨¢nicos m¨¢s c¨¦lebres de nuestro tiempo que tambi¨¦n han sufrido con el ¨¦xito. ¡°El peor momento de mi carrera fue cuando me pidieron componer un tema, Everlasting love, para la segunda entrega cinematogr¨¢fica de Bridget Jones. Fue un hit, pero algo dentro de m¨ª me dec¨ªa que no lo hiciera. No sali¨® de mi coraz¨®n y me sent¨ª deshonesto¡±.
Antes de meterse al p¨²blico de Madrid en el bolsillo aquella noche, y de dejar que su telonero tocase antes que ¨¦l en su mismo piano, Jamie Cullum enton¨® su voz en los camerinos de la sala But con un par de tragos de bourbon y una infusi¨®n. Entre sus preocupaciones actuales est¨¢ conseguir llegar a viejo tocando, ¡°como Tom Waits o Elvis Costello¡±, y la deriva ultraconservadora en su pa¨ªs liderada por el presidente Cameron. ¡°Estoy gravemente decepcionado al respecto. Tenemos una sociedad fracturada. Personalmente soy un hombre que paga sus impuestos, que tiene hijos y que cree en un Estado de bienestar fuerte y para todos¡±.
El conciertazo dur¨® casi dos horas. Despu¨¦s pudo verse entre bambalinas a una despampanante groupie que nadie sab¨ªa c¨®mo logr¨® colarse en el camerino. Por los corrillos se coment¨® que en otro tiempo ella podr¨ªa haber tenido ¨¦xito con Cullum. Pero no fue as¨ª. Definitivamente, Peter Pan se ha hecho mayor.
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