?Tienen agallas las democracias con Siria?
Es alentador que la diplomacia se abra al discurso p¨²blico, pero es deprimente que nuestros l¨ªderes asuman que la atenci¨®n del p¨²blico se haya degradado hasta el punto de que no pueda enfrentarse a la complejidad
La gente sol¨ªa preguntarse si las democracias ten¨ªan una aptitud natural para la guerra. Pero en el caso de Siria parece ser que es la diplomacia y no la guerra lo m¨¢s dif¨ªcil de digerir para los espectadores occidentales. A medida que aumentan la matanza, la disgregaci¨®n y el sufrimiento, los l¨ªderes occidentales parecen m¨¢s c¨®modos hablando de intervenci¨®n militar limitada que aceptando las moralmente inc¨®modas decisiones que necesitar¨ªan tomar para llegar a un acuerdo pol¨ªtico. El problema es que la l¨®gica de la diplomacia y la l¨®gica de la democracia parecen estar cada vez m¨¢s en desacuerdo.
Bajo la deslumbrante luz de la era democr¨¢tica, se espera de los gobiernos que, a la hora de tratar con los amigos y de aislar a los enemigos, proporcionen claridad moral, rapidez de acci¨®n y objetivos ambiciosos. Pero en el reservado mundo de la diplomacia sus responsables act¨²an entre tonalidades de gris. Ganan tiempo antes que precipitar una acci¨®n, establecen objetivos limitados y a menudo se enfrentan a sus enemigos. El memorable diplom¨¢tico George F. Kennan, en su ensayo titulado Morality and Foreign Policy, escribi¨® que ¡°la obligaci¨®n primordial de un gobierno es servir a los intereses de la sociedad nacional que representa, no a los impulsos morales que puedan experimentar elementos de esa sociedad¡±.
Aunque el secretario de Estado John Kerry haya apaciguado los tambores de guerra y haya acordado con su hom¨®logo ruso la puesta en marcha de un proceso de paz, buena parte de su posterior ret¨®rica ¡ªdesde pedir la salida del presidente sirio Bachar el Asad hasta apoyar el levantamiento del embargo de armas europeo¡ª parece estar m¨¢s motivada por la moralpolitik de una pol¨ªtica democr¨¢tica que por la realpolitik de la diplomacia.
Como sostienen Julien Barnes-Dacey y Daniel Levy en un nuevo informe del ECFR, ser¨¢ imposible reducir la crisis en Siria aferr¨¢ndose a los c¨®modos pronunciamientos de los pol¨ªticos occidentales.
En lugar de insistir, como condici¨®n previa a las conversaciones de paz, en que Asad debe irse, Occidente deber¨ªa aceptar que el destino de este tiene que ser uno de los temas a debatir. En lugar de emprender acciones como la de levantar los embargos de armas o la de equipar a los rebeldes, Occidente deber¨ªa emplear su influencia para persuadir a los que fomentan el conflicto desde fuera que reduzcan el suministro de armamento. En lugar de definir sus objetivos de un modo extensivo, que incluya la ca¨ªda de Asad o las restricciones a Ir¨¢n, Occidente deber¨ªa limitar sus objetivos a reducir y contener la violencia en Siria. Y finalmente, en lugar de excluir de las conversaciones a piezas clave como Ir¨¢n, bas¨¢ndose en que las reventar¨ªan, deber¨ªan promover un proceso inclusivo en el que est¨¦n presentes todos los actores principales.
En lugar de excluir de las conversaciones a Ir¨¢n, los actores principales deber¨ªan poder hablar
Jeremy Shapiro ¡ªque hasta hace poco era un diplom¨¢tico destinado en Siria por el departamento de Estado norteamericano¡ª ha sostenido que ¡°uno firma la paz con sus enemigos, no con sus amigos. La raz¨®n para incluir a los iran¨ªes es la de que hablar con ese enemigo es el ¨²nico camino concebible para lograr un acuerdo pol¨ªtico en Siria¡±. Aunque diplom¨¢ticos occidentales admiten muchos de esos puntos, los pol¨ªticos han sido reacios a ponerlos en pr¨¢ctica o incluso a hablar de ellos en p¨²blico.
En muchos sentidos, la reticencia es una incre¨ªble se?al de progreso en la elaboraci¨®n de la pol¨ªtica exterior. Sol¨ªa ocurrir que los asuntos de la guerra y la paz se delegaban en ¨¦lites que llegaban a decisiones de inter¨¦s nacional detr¨¢s de puertas cerradas y con escasos intentos de informar al p¨²blico y de legitimar sus acciones.
La primera guerra de la que fui testigo como adulto fue el conflicto de Bosnia. Yo estaba trabajando en la oficina de un parlamentario brit¨¢nico mientras la ¨¦lite pol¨ªtica occidental daba con frases cada vez m¨¢s elegantes para justificar su inacci¨®n mientras se iba extendiendo una carnicer¨ªa en un rinc¨®n de Europa escasamente conocido. Cuando los grupos en favor de los derechos humanos lo calificaron como genocidio, el secretario de Estado norteamericano Jim Baker dijo que Estados Unidos ¡°no ten¨ªa inter¨¦s en ese asunto¡± (¡°I don¡¯t have a dog in that fight¡±). Cuando algunos arguyeron que Occidente deber¨ªa al menos levantar el embargo de armas que imped¨ªa a los bosnios defenderse por s¨ª mismos contra el presidente de Serbia, Slobodan Milosevic, el ministro de asuntos exteriores brit¨¢nico Douglas Hurd declar¨® que eso sencillamente crear¨ªa una ¡°igualdad de condiciones para matarse¡±. La adopci¨®n de la cautela diplom¨¢tica cost¨® miles de vidas y manch¨® la reputaci¨®n del proyecto europeo.
No es extra?o que la siguiente generaci¨®n de l¨ªderes retrocediera ante la idea de una pol¨ªtica exterior sin moralidad. Pol¨ªticos y diplom¨¢ticos de la generaci¨®n del baby-boom abrieron el proceso de relaciones internacionales. Comprendieron que necesitar¨ªan ganarse el apoyo p¨²blico a sus acciones en un mundo cada vez m¨¢s caracterizado por la comunicaci¨®n instant¨¢nea en, y entre, las democracias. Menos de una d¨¦cada despu¨¦s de la guerra en Bosnia, el primer ministro brit¨¢nico, Tony Blair, mantuvo que los problemas de derechos humanos justificaban la actuaci¨®n en Kosovo.
La ret¨®rica de la generaci¨®n de los boomers estaba cuidadosamente calibrada. En su famoso discurso sobre la doctrina de la comunidad internacional, pronunciado en medio de la crisis de Kosovo, Blair estableci¨® cinco tests para la intervenci¨®n. Inclu¨ªan preguntas tales como: ¡±?Hemos agotado todas las opciones diplom¨¢ticas?¡± y ¡°?Estamos preparados para el largo plazo?¡±. Un tanto anticipadamente, dijo ¡°en el pasado habl¨¢bamos demasiado de estrategias de salida. Pero al haber establecido un compromiso no podemos marcharnos sin m¨¢s una vez que haya cesado la lucha; mejor quedarse all¨ª con una cantidad moderada de tropas que volver para repetir actuaciones con gran cantidad de ellas¡±.
Existe el peligro real de que el compromiso militar sea solo una operaci¨®n ¡°rel¨¢mpago¡±
Dado el lenguaje occidental sobre el destino de Asad y el rechazo de los pol¨ªticos a establecer canales de di¨¢logo con las potencias regionales que est¨¢n avivando el conflicto, como Ir¨¢n, resulta dif¨ªcil mantener que Occidente haya agotado sus opciones diplom¨¢ticas. Resulta todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil asegurar que est¨¦ preparada para el largo plazo. La Uni¨®n Europea a¨²n tiene tropas estacionadas en Bosnia y Kosovo. La ayuda de la UE es la mayor fuente de ingresos para esos dos pa¨ªses, donde los representantes especiales act¨²an todav¨ªa como virreyes sobre la pol¨ªtica, disfuncional y dividida, de los mismos. Ellos son los principales ¨¢rbitros de sus pol¨ªticas e incluso les han ofrecido la perspectiva a largo plazo de llegar a ser miembros de la Uni¨®n Europea.
Incluso los m¨¢s fervientes partidarios de la acci¨®n militar, como los senadores republicanos John McCain y Lindsay Graham est¨¢n descartando similar participaci¨®n a largo plazo en Siria. Han declarado que no son partidarios de poner ¡°las botas en tierra¡±, aparentemente al ver el desaf¨ªo sirio bajo el prisma del conflicto de Libia.
Los pol¨ªticos occidentales est¨¢n movi¨¦ndose progresivamente hacia una especie de ¡°guerra por poderes¡±, utilizando drones, sirvi¨¦ndose de aliados y armando a fuerzas locales para escapar a las duras opciones que implican la diplomacia real o la intervenci¨®n directa. En esas circunstancias, existe un peligro real de que el compromiso militar se convierta en poco m¨¢s que en una operaci¨®n ¡°rel¨¢mpago¡±.
Hasta que Kerry y el ministro ruso de Exteriores, Sergey Lavrov, anunciaron su iniciativa diplom¨¢tica el pasado 7 de mayo, reinaba una sensaci¨®n generalizada de que optar por una intervenci¨®n limitada podr¨ªa suponer la senda de una menor resistencia en Siria. Existen a¨²n muchas razones para temer que su conferencia de Ginebra, que ahora se ha hecho retroceder a junio, acabe en fracaso. Las reuniones para planificarla denotan escasa cohesi¨®n sobre sus aspectos concretos, tales como qui¨¦n deber¨ªa participar y en qu¨¦ deber¨ªa consistir la agenda.
Las fuerzas de Asad est¨¢n logrando avances en sus luchas contra los rebeldes con la ayuda de Hezbol¨¢, la oposici¨®n est¨¢ dividida y la guerra sectaria se propaga sobre el terreno. Pero es posiblemente m¨¢s preocupante la resistencia de los pol¨ªticos occidentales a dar a la pol¨ªtica una real oportunidad de ¨¦xito. Es alentador que el reservado mundo de la diplomacia se haya abierto al discurso p¨²blico, pero es deprimente que nuestros l¨ªderes asuman que la atenci¨®n del p¨²blico se haya degradado hasta el punto de que no pueda enfrentarse a la complejidad. A menos que consigan superar el absolutismo moral de su actual discurso y explicar los compromisos necesarios para las soluciones pol¨ªticas, los l¨ªderes occidentales podr¨ªan terminar por arrastrar involuntariamente a sus conciudadanos precisamente a la clase de guerra sobre el terreno que est¨¢n tratando de evitar.
Mark Leonard es cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
? Reuters.
Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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