Simpat¨ªa
La fotograf¨ªa del alcalde de Bilbao recibiendo aplausos conmueve y este sentimiento es pr¨¢cticamente instintivo
Hay una fotograf¨ªa de hace una semana en la que el alcalde de Bilbao, I?aki Azkuna, atiende los aplausos de la multitud que se congreg¨® para verle a ¨¦l con el Pr¨ªncipe en la clausura de una reuni¨®n internacional de alcaldes que tradicionalmente se celebra en Singapur y que el consistorio bilba¨ªno logr¨® trasladar a la capital vasca. Ah¨ª se ve¨ªa al edil, calificado por colegas suyos de todo el mundo como el mejor alcalde entre todos ellos en una encuesta reciente, herido por la enfermedad que ¨²ltimamente lo ha llevado y lo ha tra¨ªdo de los quir¨®fanos, en una lucha en la que ha perdido muchos kilos, pero en la que no se ha dejado el sentido com¨²n y el sentido del humor.
La foto mueve a la simpat¨ªa; en la realidad debi¨® suceder lo mismo, y no solo en la imagen, pues es evidente que Felipe de Borb¨®n, que est¨¢ a su lado, ha sido movido a la sonrisa e incluso al adem¨¢n de ayuda que instintivamente se presta a toda persona, aunque no est¨¦ enferma, en una situaci¨®n como esa: el hombre ha de ser conducido en silla de ruedas, est¨¢ enfermo y ahora es d¨¦bil.
La simpat¨ªa con la que uno ve a los ni?os, a los viejos y a los enfermos es instintiva, no tiene que ver con la historia exactamente, sino con alguna entra?a que la vida ha fabricado para eso, para hacer que la mirada se mueva y se conmueva hacia una determinada actitud. El que est¨¢ sentado, impedido o es un ni?o sin otra educaci¨®n que su instinto, no pide nada, no solicita nada, pero uno le otorga la simpat¨ªa porque as¨ª lo impone la citada entra?a.
No siempre pasa, naturalmente; hay momentos en que esa simpat¨ªa no la otorga uno naturalmente, sobre todo si la historia le ata?e o es tan turbia que a uno se le tuerce el gesto y guarda silencio, quiz¨¢ porque el recuerdo vale m¨¢s que el ejercicio autom¨¢tico de aquella entra?a sensible. Pero esto ha de ser tan grave, tan imponderable, que dif¨ªcilmente se alcanza ante una personalidad como la de Azkuna, que ha logrado en su pueblo, como se demostr¨® ese d¨ªa, un nivel extremadamente mayoritario de aceptaci¨®n y de simpat¨ªa.
Eso cre¨ªa yo. Unos d¨ªas despu¨¦s de ese aplauso que a Azkuna lo conmovi¨® (¨¦l lo dijo, y eso se vio), algunos peri¨®dicos que no tienen por qu¨¦ comulgar con ¨¦l, con sus ideas e incluso con su trayectoria, se refirieron a la imagen poniendo de manifiesto esas diferencias, precisamente, pero destacando tambi¨¦n la gesti¨®n singular que hab¨ªa convertido a este alcalde en un verso suelto en el mundo nacionalista del que proviene.
Pero hubo un columnista entre todos ellos, y en uno de los peri¨®dicos que m¨¢s hab¨ªa elogiado al alcalde convaleciente, que eligi¨® buscar en la historia un hecho, que Azkuna a¨²n no ha inaugurado una calle a las v¨ªctimas del terrorismo, para explicar su disgusto as¨ª: ¡°Lo lamento, pero a m¨ª la imagen de este hombre metido en a?os, enfermo y sentado en una silla de ruedas no es capaz de despertarme un sentimiento de simpat¨ªa sino de tristeza¡±. La opini¨®n ten¨ªa este otro fundamento: ¡°Olfateo de lejos, detr¨¢s de las canas, el bigote na¨ªf y marchito del entra?able y venerable abuelo de Heidi, esa gelidez, esa soberbia, esa persistencia en no dar el brazo a torcer ni aunque se est¨¦ con un pie en la tumba¡±.
Mir¨¦ la foto. El hombre no pide ni simpat¨ªa. Est¨¢ ah¨ª, con el bast¨®n cruzado sobre los pies. El Pr¨ªncipe lo mira, afectuoso. Es el alcalde de Bilbao. No se reconocer¨¢ en esa descripci¨®n que le emparenta con Heidi.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.