Espionaje y democracia, ?a qui¨¦n sorprende?
Podemos aceptar la vigilancia como mal menor, pero tenemos que estar informados
Sorprende la sorpresa que ha generado el monitoreo de comunicaciones privadas por EE UU. ?Es que alguien pensaba que esto no se estaba haciendo de una u otra forma? Y no solo por EE UU, sino por todos los pa¨ªses que tienen la capacidad tecnol¨®gica para hacerlo, en el extranjero y en su territorio. Son numerosos los pa¨ªses en los que los miembros de las misiones diplom¨¢ticas extranjeras, cada vez que van a abordar un tema delicado apagan sus tel¨¦fonos, alertados por los rumores de que estos pueden servir para la captaci¨®n de su conversaci¨®n por terceros (generalmente las autoridades anfitrionas). Todo el mundo lo piensa dos veces antes de enviar por correo electr¨®nico documentos sensibles o de decir algo delicado por tel¨¦fono, inseguros de la confidencialidad de la comunicaci¨®n. Si Google Earth puede obtener una foto de nuestra terraza con un nivel de definici¨®n suficiente para reconocer a quien est¨¢ tomando el sol, ?qu¨¦ no podr¨¢n ver de nuestra intimidad los que tengan mejores medios?
Tal vez lo que ha sorprendido a algunos sea la magnitud, que afecta a cientos de millones de personas, o el hecho de que sea un sistema con el benepl¨¢cito del Gobierno de EE UU, pa¨ªs supuestamente respetuoso de los derechos y libertades fundamentales, por lo menos de los de sus propios ciudadanos. Pero existen muchos otros m¨¦todos de intentar saber lo que hace la gente que se practican desde la noche de los tiempos. Casi todas las Embajadas de los pa¨ªses que pueden permit¨ªrselo tienen personal de inteligencia entre sus miembros, a los que se a?aden otros agentes desplegados independientemente. ?Qu¨¦ hace esta gente todo el d¨ªa? Se supone que recopilar informaci¨®n importante para la seguridad nacional. ?Qu¨¦ tipo de informaci¨®n? De todo tipo, desde informaci¨®n secreta sobre capacidades militares o posibles actividades terroristas hasta rumores sobre la vida privada, los negocios, la sexualidad y las aficiones de pol¨ªticos, funcionarios y otras personas relevantes o comunes y corrientes. El v¨ªnculo de la informaci¨®n recopilada con la seguridad nacional puede llegar a ser muy tenue. ?Con qu¨¦ m¨¦todos? Con todos los posibles, incluyendo las relaciones personales, las identidades encubiertas y procedimientos al margen de la ley del pa¨ªs anfitri¨®n o del suyo propio.
Se ha dicho que los m¨¦todos utilizados ahora habr¨ªan evitado el 11-S, lo que nunca podr¨¢ ser probado
Parad¨®jicamente, la presencia generalizada de los servicios secretos ha crecido desde el fin de la guerra fr¨ªa, y no solo como consecuencia de la amenaza terrorista. La atomizaci¨®n del KGB sovi¨¦tico en 15 servicios secretos nacionales provenientes de la misma escuela ha llevado a la propagaci¨®n de ciertos m¨¦todos, y no a su desaparici¨®n. Obviamente, tambi¨¦n el crecimiento de Internet y sus derivados ofrece nuevas ¨¢reas sobre las que operar.
Estas actividades transcurren paralelas a las relaciones amigables y respetuosas entre pa¨ªses: mientras los ministros comparten comida y subrayan los v¨ªnculos y los intereses comunes de dos pa¨ªses, los respectivos servicios secretos recopilan informaci¨®n rec¨ªproca a sus espaldas. Estos d¨ªas desvelaban los medios de comunicaci¨®n c¨®mo el Gobierno de Gordon Brown espi¨® las comunicaciones de los invitados a una cumbre del G-20 de la que era anfitri¨®n (?a eso se le llama interesarse por los invitados!). A veces, inversamente, mientras la diplomacia critica duramente a un pa¨ªs por uno u otro comportamiento y parece distanciarse de ¨¦l, las estructuras de defensa e inteligencia est¨¢n estrechando la colaboraci¨®n con ese mismo pa¨ªs. Este es el mundo en el que vivimos: un mundo lleno de medias verdades y mentiras, de estructuras no reveladas al p¨²blico, de grupos de poder dentro de los poderes p¨²blicos¡ supuestamente para defender al p¨²blico.
La cuesti¨®n es: ?gozan estos medios de un m¨ªnimo consentimiento democr¨¢tico por parte de los ciudadanos a los que supuestamente benefician y que los pagan? O sea, ?estamos de acuerdo los ciudadanos con que nuestros Gobiernos hagan estas cosas? Queremos pensar que si las hacen, ser¨¢ por nuestro bien. Pero las posibilidades de desviaci¨®n, uso incorrecto o para beneficio propio, son enormes. Al fin y al cabo son miles de personas las que est¨¢n al tanto de todas estas informaciones reservadas y, como todas las estructuras burocr¨¢ticas, tienden a la justificaci¨®n, preservaci¨®n e incremento de su poder y sus recursos. Y as¨ª se constituyen estructuras dentro del Estado que escapan al control incluso de los que tienen la representaci¨®n democr¨¢tica.
Snowden nos ha ayudado a saber m¨¢s
de c¨®mo funcionan
los Gobiernos
?Lo sab¨ªa el presidente? Parece ser que el seguimiento de las llamadas de los periodistas de Associated Press no era conocido ni aprobado por el Ejecutivo estadounidense al m¨¢s alto nivel, pero s¨ª el seguimiento de millones de comunicaciones privadas. Suena un poco raro. En cualquier caso, pudiera ser que cuando el tema llega a la mesa del presidente, este ya no tiene m¨¢s remedio que decir que s¨ª.
Se ha dicho que los m¨¦todos utilizados en la actualidad hubieran evitado el 11-S. Esta afirmaci¨®n nunca podr¨¢ ser probada ni desmentida. Evidentemente, si al presidente se le present¨® la ecuaci¨®n de esta manera, ten¨ªa que aprobarlos, como lo hubi¨¦ramos hecho usted y yo, no iba a cargar sobre su responsabilidad una masacre que hubiera podido ser evitada. Pero, y aqu¨ª est¨¢ la cuesti¨®n, la informaci¨®n de inteligencia se puede presentar maquillada en un sentido u otro. Y los estamentos que la manipulan, o la ponderan ¡ªseg¨²n se mire¡ª y la presentan para la toma de decisiones tienen un enorme poder discrecional y pueden pensar que ellos, cual casta de mandarines, cuidan mejor de nosotros sin contar con nosotros y, tal vez, ni siquiera con sus superiores pol¨ªticos, quienes solo est¨¢n de paso.
No s¨¦ si Snowden ha cometido o no delito seg¨²n la ley estadounidense, pero desde luego nos ha hecho un favor a todos. Nos ha informado de algo de lo que nos tendr¨ªan que haber informado nuestras autoridades: que nuestras comunicaciones pueden ser seguidas ¡ªespiadas¡ª por el bien com¨²n. Puede que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n acepte este mal menor para evitar uno mayor, pero tiene que haber un acto formal de aceptaci¨®n democr¨¢tica de estas medidas ¡ªno se puede hacer sin haber avisado¡ª y garant¨ªas muy estrictas. Es como las c¨¢maras en los espacios p¨²blicos (?tal vez tambi¨¦n en los privados?): aceptamos ser filmados, escaneados y dem¨¢s, por imperativos de seguridad, pero tenemos que ser avisados de esa posibilidad. Y para eso tenemos que saber qu¨¦ es lo que est¨¢n haciendo. No el detalle de las operaciones que, en efecto, podr¨ªa socavar su eficacia, pero s¨ª los m¨¦todos y su impacto sobre los derechos y libertades fundamentales, y su concordancia o no con los principios que queremos que rijan nuestra sociedad. Es posible que en pa¨ªses como Israel o EE UU, en los que existe una alta percepci¨®n de riesgo, sus ciudadanos acepten llevar m¨¢s lejos el l¨ªmite de lo aceptable. Pero en otros tal vez no estemos obligados a hacer del secreto y la mentira los pilares de nuestra supervivencia.
Snowden nos ha ayudado al com¨²n de los mortales a saber un poco m¨¢s de c¨®mo funcionan y qu¨¦ hacen los Gobiernos en su d¨ªa a d¨ªa, algo que tenemos todo el derecho a saber y que tendr¨ªan que habernos contado estos mismos en primer lugar. A medida que la ¡°dimensi¨®n Internet¡± de nuestras vidas crece, hasta convertirse en la m¨¢s importante, decidir cu¨¢les son las funciones de los Gobiernos en ella es algo que nos compete a todos.
Jos¨¦ Luis Herrero ha sido jefe de la misi¨®n de la OSCE en Macedonia y Azerbaiy¨¢n y director general de FRIDE.
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