?Qui¨¦n querr¨ªa estar ah¨ª?
Hasta los lobos y los escorpiones se felicitar¨ªan de no pertenecer a esta pandilla de perturbados. Labios apretados, miradas fr¨ªas, gestos que no presagian nada bueno
Llevaba raz¨®n aquel que dec¨ªa que la comedia es tragedia m¨¢s tiempo. Vista esta foto casi cuarenta a?os despu¨¦s, da un poco de risa, aunque una risa algo siniestra para decirlo todo. Bastar¨ªa oscurecer un poco m¨¢s los uniformes para que los comparecientes se fundieran en un solo cuerpo. Un cuerpo, el militar, lleno de cabezas, y en ninguna hab¨ªa nada que valiera la pena. Bueno, en ninguna no. A la izquierda del generalito (si hay general¨ªsimos, habr¨¢ tambi¨¦n generalitos) aparece un tipo con un gorro de atrezo que impresiona lo suyo. Colocas ese gorro a la entrada de casa y acojonas a las visitas. Pero el gorro lo lleva por fuera, claro, y nosotros habl¨¢bamos del interior. Revisas uno a uno esos cerebros y no ves m¨¢s que frustraciones sexuales. De ah¨ª que esos labios cerrados con violencia, esos gestos severos, esas miradas vac¨ªas, no presagien nada bueno. He ah¨ª una pandilla de perturbados dispuesta a comenzar una carnicer¨ªa. Si esta foto fuera a parar, no s¨¦, a una madriguera de escorpiones, y los escorpiones hablaran, se felicitar¨ªan por el hecho de que en ella no apareciera ninguno de su especie. Lo mismo ocurrir¨ªa en un reba?o de lobos, en una bandada de patos, en un banco de peces y hasta en una familia de murci¨¦lagos. ?Qui¨¦n querr¨ªa estar ah¨ª para el resto de la historia? Por cierto, nuestra enhorabuena a las mujeres, pues, aun perteneciendo a la especie de los fotografiados, brillan por ausencia. De hecho, la ¨²nica que vemos es de piedra. Quiz¨¢ era de carne y hueso y se qued¨® de piedra al escuchar las gilipolleces del generalito.
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