Querido y odiado cuerpo
Ya se sabe que los columnistas de los peri¨®dicos, como los actores de teatro, arrastramos la leyenda de seguir escribiendo o actuando pase lo que pase. Han sido muchos los escritores c¨¦lebres de los que se ha publicado de manera p¨®stuma la ¨²ltima columna, redactada apenas horas o d¨ªas antes de su defunci¨®n. Si no recuerdo mal, sucedi¨® as¨ª con el gran Umbral, y tambi¨¦n pas¨® con mi querida Montserrat Roig, espl¨¦ndida novelista y periodista catalana, vencida por el c¨¢ncer en 1991 a la indecentemente temprana edad de 45 a?os, y que el d¨ªa anterior a su fallecimiento hizo y envi¨® al peri¨®dico, desde el hospital, su habitual art¨ªculo.
Lo mismo ocurre, ya digo, en el teatro. Hay infinitos relatos m¨ªticos de actores que act¨²an aparentemente ¡°como si nada¡± aunque acabe de morir su madre, su esposo, su hijo; o que fallecen en escena en un ¨²ltimo esfuerzo ¨ªmprobo. Lo habitual es que ese aguante, esa entereza, esa resistencia, se consideren heroicas y admirables. Yo no estoy tan segura, la verdad. Ni en el caso de los actores ni en el de los articulistas. En general, y esta es una norma que sirve para todos, los humanos solemos hacer lo que nos es m¨¢s f¨¢cil, lo que m¨¢s nos conviene. En definitiva, simplemente hacemos lo que podemos.
Y lo que podemos es, en primer lugar, aferrarnos a las rutinas que sostienen nuestras vidas. Ser columnista con fecha fija es una rutina poderosa, uno de esos esqueletos ex¨®genos sociales que pueden sostener la ca¨®tica, deshilachada, neur¨®tica vida de un escritor. Podemos decir exactamente lo mismo de los actores y de las funciones teatrales; con el a?adido, en ambos casos, de que nuestros trabajos, tanto la escritura como la actuaci¨®n, son por lo general trucos primarios que empleamos para sobrevivir, para soportar el peso de los d¨ªas, para sobrellevar la angustia de la existencia. As¨ª que no s¨®lo nos consuela la rutina, sino que nuestra actividad en s¨ª es un alivio. Es el truco con el que solemos combatir las sombras.
Nos consuela la rutina; nuestra actividad es el truco con el que combatimos las sombras
De manera que no hay nada heroico en todo esto. El actor que sale a actuar con el cad¨¢ver de su padre a¨²n presente lo hace porque as¨ª el dolor le duele menos. Porque no sabr¨ªa qu¨¦ hacer si no hace eso. Tambi¨¦n yo escrib¨ª columnas hasta el final mientras fallec¨ªa la persona m¨¢s cercana de mi vida. Lo hice porque me consolaba. Ya lo dije antes, los humanos hacemos lo que podemos. Y, por lo general, podemos muy poquito.
Toda esta larga y, reconozc¨¢moslo, bastante extra?a introducci¨®n viene a cuento porque ahora me toca escribir art¨ªculo y resulta que estoy internada en un hospital. No es nada importante, menos mal, pero s¨ª fastidioso y doloroso. Podr¨ªa pedir en el peri¨®dico que me disculparan y metieran el art¨ªculo de otro, seguro que lo har¨ªan, pero no quiero. No puedo. Me debo a mi rutina, tan salvadora; y a la escritura, tan consoladora. Sin embargo, es dif¨ªcil tener la cabeza en otra cosa cuando est¨¢s atrapada en tu cuerpo. Cuando la envoltura f¨ªsica asume todo el protagonismo. Ah, qu¨¦ complicada relaci¨®n hemos tenido siempre los humanos con nuestros cuerpos. El binomio alma/carne o mente/animal es un territorio en guerra. El cuerpo nos apresa, nos enferma, nos limita, nos mata. Somos rehenes del cuerpo que nos toca y con ¨¦l planteamos batallas que s¨®lo acaban cuando fallecemos. Luchamos contra el cuerpo, para domarlo y hacerlo nuestro, desde que aprendemos a dar los primeros pasos e intentamos lograr la inmensa, prodigiosa gracia de nuestro sentido del equilibrio, al que tan poca importancia damos. Luchan contra el cuerpo los deportistas de ¨¦lite, los alpinistas que someten a su organismo a pruebas casi letales; los religiosos que, para m¨ª equivocadamente, se torturan la carne con cilicios para acallar sus demandas naturales (animales); los obsesos de la juventud que se recortan y rellenan y remiendan enfermizamente el pellejo para contrarrestar el desgaste inevitable de la edad¡ Es cierto, el cuerpo es un tirano. Puedes estar haciendo tus planes de verano tan feliz y, de repente, el cuerpo te los fosfatina y te mete de cabeza en un sanatorio. Pero, al mismo tiempo, ?qu¨¦ grandioso este cuerpo que nos permite ver la belleza del mundo, escuchar m¨²sicas sublimes, beber y comer cosas deliciosas, besar y acariciar y amar, pasear por hermosos montes remotos en una ma?ana fresca y nublada! Querido y odiado cuerpo, hermano de mi vida, sobre el que no tengo m¨¢s remedio que hablar hoy, porque estoy en un hospital, porque me duele la carne y porque me toca escribir un art¨ªculo.
Twitter: @BrunaHusky
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