La iglesia que quiere el papa Francisco
Este pont¨ªfice desea una instituci¨®n austera y ejemplar y ha comenzado a corregir los desafueros econ¨®micos de la curia vaticana, pero algunas de las m¨¢s importantes reformas tendr¨¢n que esperar
A la memoria entra?able de Alfonso ?lvarez Bolado
Lo cuenta el historiador de las religiones Mircea Eliade: la tribu de los achilpa, convencida de que su dios hab¨ªa labrado un poste sagrado de madera por el que hab¨ªa trepado al cielo, se esmer¨® en el cuidado del poste; lo transportaban siempre con ellos y segu¨ªan la ruta que les marcaba la inclinaci¨®n del poste. Pero un buen d¨ªa el poste se rompi¨® y sobrevino la cat¨¢strofe: toda la tribu qued¨® presa de la angustia; durante alg¨²n tiempo sus miembros caminaron sin rumbo y, finalmente, se sentaron en el suelo y se dejaron morir. Y es que su poste sagrado era su modo de orientarse en la vida, su sistema de valores, el sentido de su existencia. Roto este, se abri¨® paso el caos, el desconcierto y, en cierto modo, la nada.
Desde su llegada al pontificado, analistas y te¨®logos tratan de identificar el poste sagrado del papa Francisco. Hay bastante consenso en que se ha encontrado con un mundo en el que escasean los postes sagrados, tanto los religiosos como los profanos. Aunque suene a t¨®pico, conviene repetirlo: existe una preocupante crisis de valores, no sabemos en qu¨¦ pozo beber ni qu¨¦ melod¨ªa entonar, fallan los sistemas de orientaci¨®n moral, cultural, pol¨ªtica y econ¨®mica. Nuestras sociedades, nuestras tribus, andan tan a la deriva como los achilpa. El poste sagrado religioso se ha derrumbado antes de que alumbremos postes sagrados profanos, es decir, algo as¨ª como virtudes p¨²blicas vinculantes. A. Camus nos leg¨® una frase inolvidable: ¡°Lo urgente es curar¡±. Existe lo que no puede esperar, lo intolerable. De ah¨ª la importancia de un poste sagrado que conduzca a la acci¨®n necesaria.
Por lo que al papa Francisco se refiere, no puede haber duda: su principal poste sagrado es su fe cristiana. Se le ve feliz con ella, da la impresi¨®n de tenerla profundamente interiorizada; es una fe con sabor a confianza sencilla y filial, que irradia convencimiento firme. Pero a los papas la fe se les supone, como a los soldados el valor. No nos detendremos, pues, en este poste. Y, al buscar otro, nos topamos, creo, con el de la misericordia y la compasi¨®n. En varias ocasiones ha repetido el Papa: ¡°Primero la misericordia, no juzgar¡±. Y creo que fue en el imponente escenario de la plaza de san Pedro donde elogi¨® el libro del cardenal W. Kasper, La misericordia. Profundamente consciente de la vulnerabilidad de la condici¨®n humana, de nuestra indigencia ¡ªtodos somos ¡°indigentes¡±, dej¨® escrito Plat¨®n¡ª, el Papa se inclina por la comprensi¨®n y la benevolencia: ¡°?Qui¨¦n soy yo para juzgar a un gay?¡±. Ha sido, tal vez, su frase m¨¢s afortunada. Testigos del momento aseguran que la pronunci¨® en voz baja, mirando al suelo y algo ensimismado. Personalmente, me ha tra¨ªdo a la memoria unas palabras, muy logradas, de Ortega y Gasset: ¡°A ser juez de las cosas, voy prefiriendo ser su amante¡±. Ortega se inscribe as¨ª en una larga tradici¨®n de fil¨®sofos, m¨¢s propensos a la compasi¨®n que al enjuiciamiento r¨¢pido y condenatorio. Expresi¨®n acertada de esta tradici¨®n es una memorable conversaci¨®n entre J. Habermas y H. Marcuse. Pr¨®ximo este ¨²ltimo a su muerte, espet¨® a su visitante y amigo Habermas: ¡°Ya s¨¦ cu¨¢l es el fundamento ¨²ltimo de la ¨¦tica: la compasi¨®n¡±. Se comprende que Habermas recuerde una y otra vez aquel ¨²ltimo encuentro con su amigo.
El obispo de Roma critica con libertad y coherencia ¡°la globalizaci¨®n de la indiferencia¡±
Pero al papa Francisco no es necesario buscarle precedentes filos¨®ficos. ?l tiene otra autoridad en su mente: la de Jes¨²s de Nazaret, que sent¨ªa compasi¨®n por la multitud, por los que Flavio Josefo llamar¨ªa despu¨¦s ¡°los desharrapados del Mediterr¨¢neo¡±. Los italianos llaman a Francisco ¡°p¨¢rroco del mundo¡±. No cabe duda de que se est¨¢ manifestando como p¨¢rroco de nuestra aldea global, pero sobre todo de los que ocupan las chabolas de la aldea, de los menos afortunados, de los marginados, de los m¨¢s pobres y olvidados de la tierra; viene criticando, con libertad y coherencia, ¡°la globalizaci¨®n de la indiferencia¡± frente al sufrimiento y el hambre. Y fustiga el hedonismo de los saciados; sabe que media humanidad, cristiana por m¨¢s se?as, derrochamos lo que la otra media necesita para sobrevivir. De ah¨ª que haya comenzado por intentar corregir los desafueros econ¨®micos de su nueva casa, de la curia vaticana. No piensa tolerar tama?o contrasentido. Entre par¨¦ntesis: creo recordar que tambi¨¦n el malogrado papa Luciani ten¨ªa parecidos prop¨®sitos de reforma de la curia pontificia, pero no dispuso de tiempo para llevarlos a cabo; es de esperar que Francisco tenga m¨¢s suerte. ¡°Central de consejo¡± llamaba el fil¨®sofo marxista E. Bloch a la Iglesia. Pero ?qu¨¦ consejos puede ofrecer si se convierte en una central de negocios sucios, de intrigas palaciegas, de lucha por el poder y de tolerancia frente a lo m¨¢s abyecto que se nos ha ocurrido a los humanos, la pederastia? Se comprende bien que Francisco quiera una Iglesia austera, solidaria, ejemplar, justa, humilde, no burocratizada, eficaz, transparente. Son adjetivos que ¨¦l viene empleando. Y tampoco sorprende que ruegue a los obispos que no tengan ¡°psicolog¨ªa de pr¨ªncipes¡±. ?l no parece tenerla. Es conocida su aversi¨®n, muy ignaciana, a lo superfluo y a todo boato innecesario.
Pero ?qu¨¦ sucede con las otras deseadas reformas, entre las que siempre se menciona la abolici¨®n del celibato obligatorio de los sacerdotes y el acceso de la mujer al sacerdocio? Desgraciadamente tendr¨¢n que esperar. Ambas son pastoralmente necesarias y teol¨®gicamente leg¨ªtimas; pero su introducci¨®n supondr¨ªa cambios tan profundos en la estructura de la Iglesia que ning¨²n papa querr¨¢ cargar en solitario con la agobiante responsabilidad de protagonizarlos. Solo un concilio, o un gran s¨ªnodo, podr¨ªa asumir semejante responsabilidad. El papa Francisco ya ha dejado claro que en estos temas se atiene a lo de siempre, a la tradici¨®n de la Iglesia. Habr¨¢, pues, salvo sorpresas parecidas a las que nos dio Juan XXIII, que seguir esperando. Pero este Papa entiende de sorpresas: no es peque?a la que nos ha dado al hacer suya la enc¨ªclica Lumen fidei (La luz de la fe) redactada casi ¨ªntegramente por su predecesor Benedicto XVI. Es dif¨ªcil no emocionarse cuando, en la introducci¨®n, Francisco escribe: ¡°Se lo agradezco de coraz¨®n (a Benedicto XVI) y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, a?adiendo al texto algunas aportaciones¡±. Todo un ejemplo de humildad y sencillez, de grandeza espiritual y humana.
Benedicto XVI elogia el ¡°carisma¡± de su sucesor y este saborea el privilegio de tener en casa a Ratzinger
Los que tem¨ªan un choque de papas en el Vaticano pueden, pues, respirar tranquilos. Benedicto XVI elogia el ¡°carisma¡± de su sucesor y este saborea el privilegio de tener en casa a Ratzinger, ¡°el abuelo sabio¡±. Tal vez sea este el momento de recordar al papa Francisco que no lejos de Roma, en la hermosa ciudad de Tubinga que a lo mejor conoce, vive otro anciano sabio, compa?ero del anterior, que, desde unas tristes navidades, las del a?o l979, espera pacientemente ser rehabilitado como te¨®logo cat¨®lico. M¨¦ritos no le faltan: Hans K¨¹ng ha sido, contin¨²a siendo, un excelente valedor de la causa cristiana en todo el mundo. Por otra parte, Juan Pablo II, el Papa que le retir¨® su condici¨®n de te¨®logo cat¨®lico, conocer¨¢ pr¨®ximamente la gloria de los altares y, desde esas cumbres, seguro que agradecer¨¢ al Papa actual que concluya cristianamente esta historia. Una imagen del papa Francisco, flanqueado por los dos ancianos sabios, prestar¨ªa un notable servicio a la fe cristiana y a la teolog¨ªa cat¨®lica. ?A lo mejor la vemos!
Finalmente, y en conexi¨®n con lo anterior: ?ser¨¢ la teolog¨ªa otro poste sagrado para el papa Francisco? Su viaje a Brasil ha levantado un impresionante ¡°alboroto m¨ªstico¡± (R. Otto) que deber¨ªa ir seguido de arduas tareas de fundamentaci¨®n teol¨®gica. El cristianismo no ha terminado de ser pensado. Al gran te¨®logo E. Schillebeeckx le preocupaba que los centros de reflexi¨®n de ayer se hayan convertido en actuales lugares de meditaci¨®n. La reflexi¨®n teol¨®gica no puede ser algo ¡°estacional¡± en la Iglesia, algo que solo exista si tenemos un Papa te¨®logo. La teolog¨ªa no puede ser una variable, sino una constante en el devenir del cristianismo. Pero seguro que el papa Francisco sabr¨¢ mimar tambi¨¦n este imprescindible poste sagrado.
Manuel Fraij¨® es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la religi¨®n en la UNED.
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