Un ¡®cocktail¡¯ indigesto
El resentimiento y la ambici¨®n forman parte del lado m¨¢s oscuro de la condici¨®n humana y alimentan hoy las cr¨ªticas a los pol¨ªticos. Pero nadie les exige que tengan una idea definida de la sociedad a la que aspiran
Hace algunos meses, una marca de refrescos de este pa¨ªs tuvo la ocurrencia, que a la postre se revel¨® francamente desafortunada, de lanzar una campa?a bas¨¢ndose en la presunta idea-fuerza de que nuestros pol¨ªticos no eran tan malos como acostumbra a proclamarse. En los anuncios se mostraban casos de genuinos servidores p¨²blicos dispuestos a llegar hasta el sacrificio personal en beneficio de su comunidad. Creo que la retiraron al poco tiempo. Doy fe de que en el cine de Barcelona en el que se proyectaba uno de esos anuncios una espectadora reaccion¨® espont¨¢neamente al verlo gritando en medio de la oscuridad de la sala: ¡°?No compr¨¦is A¡!¡±.
No vayan a interpretar ustedes que he referido la an¨¦cdota para sumarme a continuaci¨®n a la tan generalizada descalificaci¨®n completa y absoluta de lo que se suele denominar, con notoria impropiedad, la clase pol¨ªtica. Y para intentar dejarlo claro referir¨¦ con un poco m¨¢s de extensi¨®n otra an¨¦cdota, aparentemente de signo contrario. Tambi¨¦n hace pocos meses, se celebr¨® en un centro c¨ªvico de un barrio popular de Barcelona un acto pol¨ªtico sobre la crisis, organizado por asociaciones de vecinos y movimientos sociales. En ¨¦l intervinieron, entre otras, dos personas que en cierto modo justifican el t¨ªtulo del presente art¨ªculo.
Por un lado, un viejo militante del PSUC descolgado del partido desde el momento mismo de su legalizaci¨®n, que centr¨® su parlamento en los errores de la transici¨®n, cuyas consecuencias seg¨²n ¨¦l ahora est¨¢bamos padeciendo. Escuch¨¢ndole, recordaba aquel memorable articulo de Eduardo Haro Tecglen de mediados de los ochenta sobre la generaci¨®n b¨ªfida, solo que en este otro caso la divisi¨®n de una misma lengua generacional se habr¨ªa producido entre los que al llegar la democracia a este pa¨ªs decidieron mantenerse presuntamente puros, sin contaminarse de oficialismo alguno, y los que optaron por dedicarse a la pol¨ªtica institucional. A pesar de su incuestionable bondad personal, las palabras de aquel hombre transpiraban resentimiento. Parec¨ªa como si celebrara las horas bajas de los anta?o triunfadores (viejos camaradas suyos algunos de ellos), como si se complaciera en su derrota, como si haber tenido raz¨®n en alg¨²n momento garantizara tenerla de por vida (parafraseo al poeta, obviamente), como si el consolador ¡°ya lo dec¨ªa yo¡± le eximiera de reconocer que ese Estado de bienestar que exhortaba a defender con u?as y dientes empezaron a crearlo muchos de los que ¨¦l criticaba con manifiesta ferocidad.
Hay quienes celebran las horas bajas de viejos compa?eros y se complacen en su derrota
La otra persona cuya intervenci¨®n llam¨® mi atenci¨®n era representante de un movimiento social que ha alcanzado una considerable notoriedad en los ¨²ltimos tiempos. He de reconocer que su puesta en escena ¡ªno dudo que muy profesional¡ª me result¨® ciertamente llamativa. Comunic¨® a la organizaci¨®n que llegar¨ªa con un leve retraso, debido a la necesidad de atender a unos periodistas extranjeros. Entr¨® en la sala con el acto ya empezado, pero a¨²n se demor¨® un poco m¨¢s en incorporarse a la mesa, repartiendo abrazos y besos a viejos amigos y compa?eros de facultad. Cuando finalmente subi¨® al escenario y tuvo que intervenir, lo primero que hizo fue preguntar a los t¨¦cnicos por la c¨¢mara que estaba grabando el acto y retir¨® de la perpendicular el micr¨®fono que pod¨ªa tapar su rostro parcialmente. A continuaci¨®n repiti¨® la misma intervenci¨®n que llevaba haciendo desde hace tiempo, insistiendo mucho en su condici¨®n de simple portavoz, de mera representante de una asamblea (?excusatio non petita¡?), subrayando que lo importante era el colectivo, no las individualidades, junto con otros lugares comunes.
Entre estos ¨²ltimos, uno en el que insisti¨® sobremanera fue el de la descalificaci¨®n de los partidos pol¨ªticos tradicionales. De paso, inform¨® a los asistentes de que hab¨ªa recibido ofertas para ir en la listas de determinadas formaciones, pero que de momento las hab¨ªa desestimado. Por cierto: no porque estuviera en radical desacuerdo con la l¨ªnea de las mismas, sino porque cre¨ªa que en la actual situaci¨®n los movimientos sociales proporcionaban m¨¢s visibilidad que los propios partidos, argumento que me gener¨®, lo reconozco, una cierta desaz¨®n. Finaliz¨® su parlamento excus¨¢ndose por no poder quedarse al debate, pero ten¨ªa que salir a toda prisa hacia el aeropuerto para tomar un avi¨®n que le llevaba a Madrid, donde iba a grabar un programa de televisi¨®n en horario de gran audiencia.
Al acabar el acto tuve la sensaci¨®n de haber asistido a un espect¨¢culo muy poco edificante. Sobre aquel escenario (el sal¨®n de actos era el teatro de un viejo ateneo popular) se hab¨ªan exhibido en p¨²blico dimensiones de la condici¨®n humana de las que no creo que quepa esperar nada bueno.
Ambici¨®n y resentimiento, por extendidos que est¨¦n, por variadas que sean sus formas de mezclarse o por distintas que sean las personas en las que se encarnen (militantes de un partido propin¨¢ndose navajazos por un cargo o destacados miembros de movimientos sociales en busca de un atajo hacia las listas electorales), no constituyen precisamente lo mejor del alma humana, sino que, por el contrario, forman parte precisamente de su lado m¨¢s oscuro.
Algunos defienden a los movimientos sociales porque dan m¨¢s visibilidad que los partidos
Aunque a primera vista pueda parecerlo, todo lo anterior no pretende constituir una cr¨ªtica psicologista ¡ªo, peor a¨²n, cargada de moralina¡ª hacia nadie. De la misma forma que tampoco pretende justificar la conclusi¨®n, tan abrasiva como paralizante, seg¨²n la cual todos (esto es, tanto los que son como los que aspiran a ser) son iguales. M¨¢s bien al contrario: de lo que se ha tratado con lo expuesto hasta aqu¨ª ha sido de llamar la atenci¨®n sobre la esterilidad de cr¨ªticas de semejante tenor. A fin de cuentas, de tales argumentaciones lo ¨²nico que se puede seguir son consignas hipersimplificadoras ¡ªhuidas hacia adelante, en realidad¡ª del tipo ¡°que se vayan todos¡±, con las que por a?adidura no se hace justicia a quienes, tanto desde las instituciones como desde la misma sociedad, llevan a cabo una tarea ¨²til, honesta y esforzada.
Frente a planteamientos as¨ª, se impone desplazar el ¨¢ngulo desde el que examinar el asunto. Los pol¨ªticos han venido recibiendo en los ¨²ltimos tiempos cr¨ªticas de muy diversa naturaleza: econ¨®mica (atribuy¨¦ndoles la presunta condici¨®n de ¨¦lites extractivas), psicol¨®gica (reproch¨¢ndoles su enfermiza ambici¨®n de poder), sociol¨®gica (por sus supuestas ansias de medrar en el escalaf¨®n social) o incluso moral (por la recalcitrante deshonestidad de muchos de ellos). Pero es probable que haya sido el desprestigio de la propia pol¨ªtica la que ha motivado que, en t¨¦rminos comparativos, nuestros pol¨ªticos apenas hayan recibido cr¨ªticas desde la perspectiva que resultaba m¨¢s pertinente, esto es, la propiamente pol¨ªtica. En todo caso, a los pol¨ªticos no solo se les ha de exigir que no se constituyan en un lobby que se enriquece a costa del erario p¨²blico, que no padezcan ninguna patolog¨ªa por ocupar un esca?o o una secretar¨ªa de Estado, que no incumplan sus promesas o que no se consideren a s¨ª mismos una casta por encima de los ciudadanos.
A los pol¨ªticos ¡ªtanto a los que est¨¢n en el poder como a los aspirantes¡ª se les ha de exigir, adem¨¢s de lo anterior (?solo faltar¨ªa!), que tengan una idea definida del tipo de sociedad a la que aspiran, que planteen con claridad los medios para acceder a ella, que posean la capacidad de interpretar las transformaciones de todo tipo que no cesan de producirse en nuestro mundo y la direcci¨®n a la que apuntan, que no embarquen a la ciudadan¨ªa en aventuras insensatas ni especulen con sus necesidades por c¨¢lculos electorales o, en fin, que (en vez de vivir pendientes de las encuestas) sepan leer las se?ales que emite la propia sociedad, se?ales en las que esta muestra sus genuinos anhelos, al tiempo que sus m¨¢s profundos malestares. Exij¨¢moselo a todos, antes de tener que lamentar que lo que se nos hab¨ªa vendido como promesa de profunda regeneraci¨®n democr¨¢tica no era en realidad otra cosa que un mero cambio de nombres sin contenido pol¨ªtico alguno.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Es autor del libro Fil¨®sofo de guardia (RBA).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.