Un autob¨²s lleno de alemanes
Aquella ma?ana, todos los saludos hab¨ªan sido extra?amente breves. Era lunes, pero los que hab¨ªan librado la v¨ªspera ni siquiera se animaron a comentar c¨®mo estaba la playa, cu¨¢nta gente hab¨ªa, d¨®nde se hab¨ªan concentrado los windsurfistas. Para todos ellos, desde hac¨ªa unos d¨ªas, soplaba un solo viento, el aire de la incertidumbre, una brisa prematuramente oto?al, tan descarnada y cruel como el calendario, ese libro de reservas cuyas anotaciones adelgazaban tan deprisa como si se hubieran apuntado a una dieta milagrosa.
El d¨ªa era espl¨¦ndido, sin embargo. La primera mitad de septiembre, muchos a?os incluso la segunda, ofrec¨ªa la mejor temporada para disfrutar de la playa a la que se asomaban las terrazas de aquel hotel, pero no pod¨ªan permitirse el lujo de apreciarlo. Para ellos, los trabajadores temporales del bar, del comedor, del servicio de habitaciones, septiembre era un mes maldito, el nombre de un demonio que no pod¨ªan conjurar. Por eso, aquel lunes todos trabajaban deprisa y en silencio, abismado cada uno en sus propios pensamientos, que ni siquiera eran tales, sino un incesante ejercicio de c¨¢lculo mental, sumas y restas abocadas a un perpetuo resultado negativo.
"Para los trabajadores temporales, el mes de septiembre era maldito, un demonio"
La recepcionista suplente pensaba en el comienzo del curso, en que a su prima le hab¨ªan denegado la beca de comedor el curso anterior, en que apenas le sacaba dos puntos, en que seguro que este a?o se la denegaban a ella tambi¨¦n. El camarero de la piscina llevaba dos temporadas ahorrando para arreglar su moto, pero este oto?o tampoco iba a poder, porque se le hab¨ªa quedado otra hermana en paro y el sueldo de su madre, la ¨²nica que ten¨ªa un trabajo fijo en casa, no daba para tanto. La jovencita que hac¨ªa las camas de la primera planta era muy buena estudiante. Ten¨ªa una media de sobresaliente en bachillerato y se la iba a comer con patatas, porque aunque hab¨ªa trabajado todo el verano tambi¨¦n de noche, poniendo copas en el bar de un primo suyo, no hab¨ªa logrado juntar el precio de la matr¨ªcula. El encargado de las tumbonas ten¨ªa un problema mucho peor, en realidad tres, siete, cinco, un a?o y medio, y para ¨¦l solo, porque su mujer le hab¨ªa dejado en invierno, harta de tener que pedir prestado para llenar la nevera.
Estaba calculando para cu¨¢ntas neveras tendr¨ªa con lo que hab¨ªa ganado este verano, cuando escuch¨® aquel ruido, leve al principio, paulatinamente intenso, estruendoso s¨®lo un instante antes de cesar. No puede ser, pens¨®. Mir¨® a su alrededor, comprob¨® que s¨®lo hab¨ªa seis tumbonas ocupadas, que sus due?os, entregados al incomprensible placer de quemarse la piel de todo el cuerpo, no daban se?ales de vida, y los dej¨® solos un instante para ir a curiosear.
Delante de la puerta vio un autob¨²s lleno de personas mayores de piel muy blanca, ellas vestidas de colores claros y con aparatosas pamelas de colores sobre la cabeza, ellos con camisas hawaianas surcadas por la correa de una c¨¢mara de fotos, todos muy quietos, la misma actitud expectante en los rostros girados hacia la ventana. El encargado de las tumbonas adivin¨® que estaban esperando a su gu¨ªa y se dijo que habr¨ªa entrado a preguntar algo, que se habr¨ªan perdido por la carretera, que habr¨ªan tenido una aver¨ªa, que con suerte, a lo sumo, se quedar¨ªan a comer, o¡ Antes de que pudiera formular una nueva conjetura, escuch¨® un silbido. Luego, todo pas¨® muy deprisa. Los ocupantes del autob¨²s aplaudieron, se abrieron las puertas y los mozos del hotel empezaron a desembarcar los equipajes. Entonces el silbido se repiti¨® y al girar la cabeza vio a Mr. y Mrs. Wilson muy enfadados, reclam¨¢ndole junto a dos tumbonas vac¨ªas. Les llev¨® a toda prisa colchonetas, sombrilla y toallas limpias y se march¨® enseguida al bar para encargar dos mojitos.
Mientras los hac¨ªa, el barman se lo cont¨® todo. Son alemanes, le dijo, jubilados, a?adi¨®, y se van a quedar dos semanas, porque ten¨ªan reserva en el Al-Andalus y resulta que la cadena decidi¨® cerrarlo el 31 de agosto. Hizo un ERE y santas pascuas, pero como ¨¦stos estaban ya de viaje, en Marruecos, pues llamaron aqu¨ª, les dijeron que hab¨ªa sitio, les ha gustado, y¡ A lo mejor ni siquiera son los ¨²nicos que nos llegan por el mismo camino, no creas.
Aquel lunes de septiembre tuvieron mucho trabajo. Por la tarde, al cambiar el turno, se despidieron con la misma extra?a brevedad con la que se hab¨ªan saludado aquella ma?ana. Les hab¨ªan prorrogado el contrato por un mes. Estaban muy contentos, pero les daba miedo hablar, comentarlo, creer en su suerte.
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