Gitanos del siglo XXI
Identidad, valores y sentido de pertenencia a un grupo. M¨¢s all¨¢ de?eso, muchos echan abajo estereotipos y han dejado de aislarse. Esta es la historia de quienes reclaman con naturalidad su integraci¨®n en la sociedad espa?ola
Hay una frase que aparece con frecuencia en la vida de Sara Gim¨¦nez: ¡°es que no pa??reces gitana¡±. Sara tiene 35 a?os y en el a?o 2000 se convirti¨® en ¡°la primera abogada gitana de Arag¨®n¡±. Sus padres siempre se han dedicado a la venta ambulante y, a diferencia de sus tres hermanos, esta mujer de pelo largo, ojos grandes y discurso bien estructurado se propuso terminar una carrera universitaria. Tiene en Huesca su propio despacho, donde se encarga de casos relacionados con el derecho civil, penal y administrativo. Pero desde que se dio cuenta de que uno de sus primos ten¨ªa problemas para alquilar un piso o para encontrar trabajo, ¡°por ser gitano¡±, comenz¨® a enfocarse en casos similares para ¡°luchar a favor de la igualdad¡±. Fue Sara Gim¨¦nez quien, en diciembre de 2009, despu¨¦s de casi una d¨¦cada de agotar las lentas instancias jur¨ªdicas nacionales, consigui¨® que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminara que a Mar¨ªa Luisa Mu?oz, una mujer que se cas¨® ¨²nicamente por el rito gitano y no ante el Registro Civil, le concedieran la pensi¨®n de viudedad. ¡°Al hab¨¦rsela negado, el Estado espa?ol cometi¨® un acto de discriminaci¨®n¡±, sentenci¨® el tribunal. Ha sido ella, tambi¨¦n, quien ha tenido que defender a j¨®venes gitanos a los que les niegan la entrada a una discoteca o a mujeres a las que, ¡°por su condici¨®n ¨¦tnica¡±, no les permiten estar en una piscina. ¡°Veo que todav¨ªa sigue existiendo un rechazo bastante grande hacia la comunidad gitana. La imagen que tiene ante los dem¨¢s se sigue basando en prejuicios y estereotipos. Pero somos muchos los que llevamos una vida cotidiana muy normalizada y parece que somos invisibles¡±, dice antes de contar que no le gusta o¨ªr aquello de ¡°es que no eres gitana¡± porque lo es y sigue conservando los valores y tradiciones de su cultura. ¡°?Ya est¨¢ bien de tanto sesgar y estigmatizar!¡±.
Una tarde sofocante, la peque?a Elizabeth corretea por el sal¨®n de su casa, decorado con una serie de cuadros de un chico con un caballo negociando un trato, buscando la atenci¨®n de sus padres. Todav¨ªa no tiene los dos a?os y cuando sus dos hermanas mayores quisieron llev¨¢rsela a su habitaci¨®n para jugar, la nena chillaba como si le hubieran quitado un caramelo. ¡°Luego vienes, hija¡±, le dijo su madre con media sonrisa y a continuaci¨®n cerr¨® la puerta. Las voces de Antonio Maya y Bel¨¦n Palacios comienzan a armar su propia historia sobre el ligero ruido del aire acondicionado. Cada tanto, los dos subrayan que, por ser gitanos, han tenido que esforzarse el doble en sus vidas. ¡°Ya sabes¡±, dice Antonio, ¡°la pa??labra gitano posee una connotaci¨®n negativa y cuesta trabajo echarla abajo. Hemos avanzado mucho, hay quien se ha dado cuenta y las cosas han cambiado un poco, pero solo un poco¡±.
Sara Gim¨¦nez: ¡°?ya est¨¢ bien de tanto sesgar y estigmatizar a los gitanos!¡±
Antonio y Bel¨¦n eran unos muchachos de 20 a?os cuando se conocieron en el centro de Madrid. Ella viv¨ªa (¡°siempre muy protegida¡±) con sus padres en la capital, adonde ¨¦l hab¨ªa llegado desde Ja¨¦n y estaba en primero de Bellas Artes. ¡°Nos pedimos y luego ya, pues¡ ?nos escapamos!¡±, cuenta Antonio con una sonora carcajada como remate, sentado, junto a Bel¨¦n, en unos sillones color marr¨®n mientras beben agua fresca para aplacar el calor. Ambos reconocieron que al principio algunos miembros de su familia no estuvieron de acuerdo con ¡°la escapada¡±, pero, como en el fondo ese acto implicaba ¡°casarse¡±, pronto dejaron de darle importancia.
Hablar de las costumbres gitanas es hablar de identidad, de valores y de sentido de pertenencia a un grupo. As¨ª lo hab¨ªa especificado d¨ªas antes Valent¨ªn Su¨¢rez, a quien muchos llaman con respeto ¡°T¨ªo Valent¨ªn¡±. Este se?or de 65 a?os, canas y gafas gruesas, ha dedicado buena parte de su vida a promover la cultura de su comunidad. Vive en M¨¦rida (Badajoz), es ¡°un adicto¡± a la lectura y ha estado vinculado a diversas asociaciones espa?olas y europeas ¡°trabajando a favor de los gitanos¡±. Con frecuencia acuden a ¨¦l personas que tienen alg¨²n conflicto entre ellas. T¨ªo Valent¨ªn escucha a las dos partes, reflexiona y les propone una soluci¨®n. ¡°Pero no creas que soy un patriarca, ?eh?¡±, se apresura a aclarar, ¡°simplemente hay quien se acerca a m¨ª porque conf¨ªa en mi experiencia y considera que le puedo ayudar¡±.
Su¨¢rez matiza que hay una serie de h¨¢bitos que los gitanos poco a poco han ido cambiando. ¡°Conservamos el respeto a los ancianos y las creencias religiosas, por ejemplo. Pero ahora nuestra sociedad est¨¢ inmersa en un proceso de mutaci¨®n, algo que representa un dilema: progresar dejando de ser gitanos o no progresar para continuar si¨¦ndolo. Yo creo que hay que adaptarse a los cambios sin dejar de ser gitanos¡±, resume con voz pausada.
Para muchos, serlo es aferrarse a la religi¨®n, sobre todo a la evang¨¦lica, y acudir como m¨ªnimo una vez a la semana para celebrar lo que llaman ¡°el culto¡±: una serie de oraciones encabezadas por un pastor y varios cantos alegres y festivos para hacer agradecimientos o peticiones.
Est¨¢ apareciendo un nuevo perfil a favor de la convivencia, una nueva manera de ser gitano¡±
Nacido en Santa Marta de los Barros (Badajoz), Valent¨ªn Su¨¢rez ha dirigido, adem¨¢s, campamentos para j¨®venes gitanos en ciudades como Le¨®n, Pamplona y Barcelona. Quiz¨¢ por eso durante una charla agrega que ¡°con el aumento de nuestros j¨®venes universitarios est¨¢ apareciendo un nuevo perfil a favor de la convivencia. Ahora hay, digamos, una nueva manera de ser gitano¡±.
Despu¨¦s de unir su vida a la de Antonio, Bel¨¦n decidi¨® romper el ¡°esquema tradicional¡± de su familia y comenz¨® a trabajar. ¡°Es que esto es como las payas antiguamente, que estaban siempre en casa hasta que una se lanz¨®. Pues as¨ª tambi¨¦n pasa con las gitanas¡±, asevera. Hoy es vendedora en el ¨¢rea de perfumer¨ªa de un almac¨¦n y confiesa que no le cont¨® al instante a sus compa?eros de trabajo que es gitana. ¡°Pero un d¨ªa algunos de ellos estaban hablando sobre los gitanos: ¡®Ay, es que los gitanos traen la droga. Ay, es que los gitanos roban. Ay, es que los gitanos no saben conducir. Ay, hoy traigo las u?as como una gitana¡¯. Escuch¨¦ eso y defend¨ª lo que es ser gitano y les dije: Yo soy gitana¡±. Antonio a?ade que serlo no es llevar una pancarta que lo diga, que no es ser ¡°otra especie¡±. ¡°La mayor¨ªa somos comunes y corrientes, como los dem¨¢s. Cada quien con su forma de ser, eso s¨ª. Es verdad que algunos son muy cerrados, pero cada vez m¨¢s nos relacionamos con todo mundo. Aunque¡ hay algunos payos a los que no les gusta¡±. Antonio lo dijo por su hija primog¨¦nita, una ni?a de nueve a?os a la que ¡°sus compa?eros de clase molestaban por ser gitana¡±. Bel¨¦n lo recuerda con cierta pesadumbre, sobre todo porque la ni?a lo pasaba muy mal y lleg¨® a tener pesadillas. ¡°La cambiamos a un colegio p¨²blico biling¨¹e, donde aprende ingl¨¦s, y ahora est¨¢ muy a gusto. Es una pena que todav¨ªa hoy ser gitano te perjudique, ?no?, que te juzguen sin antes conocerte¡±.
Vagancia, peleas, drogas, machismo, estafa¡ Las palabras que han acompa?ado la cobertura medi¨¢tica acerca de la comunidad gitana no forman parte de una visi¨®n falsa. Pero s¨ª incompleta. Los estereotipos y los prejuicios que, durante siglos, la sociedad ha atribuido a los gitanos han mermado su derecho a la igualdad, el respeto a la diversidad y han dificultado su inclusi¨®n en el trabajo, la vivienda, la educaci¨®n y el ocio. Cuando el Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS) quiso averiguar en 2005 la ¡°percepci¨®n social de la comunidad gitana¡±, descubri¨® que a m¨¢s del 40% de los espa?oles les molestar¨ªa ¡°mucho¡± o ¡°bastante¡± tener como vecinos a gitanos. A uno de cada cuatro espa?oles no le gustar¨ªa que sus hijos estuviesen en la misma clase que ni?os de familias gitanas. En consecuencia, concluy¨® el CIS, esta comunidad contin¨²a siendo el grupo social m¨¢s rechazado, por encima de los expresidiarios, los alcoh¨®licos, los de extrema derecha y los inmigrantes.
Una visi¨®n panor¨¢mica desde la Fundaci¨®n Secretariado Gitano (FSG) sobre los 750.000 gitanos que hay en Espa?a mostrar¨ªa que casi la mitad de ellos son j¨®venes (con una edad media de 28 a?os). Que el 70% de los mayores de 16 a?os son analfabetos absolutos o funcionales. Que el 36% est¨¢ en paro. Que un 12% todav¨ªa vive en infraviviendas y un 4% en chabolas. Que la mayor¨ªa no est¨¢n obstinados en formar guetos, ni se niegan a convivir con el resto de la sociedad, ni son folcl¨®ricos flamencos, ni se desplazan en carromatos o mulas, ni se limitan a ofrecer ajos y romero, ni bailan a diario, ni se pelean a diario. Es verdad, sin embargo, que para muchas familias la venta ambulante sigue siendo su principal sost¨¦n. El 24% de los gitanos que trabajan son aut¨®nomos. Es decir: tienen sus propios negocios en un local o en alg¨²n mercadillo.
De los 750.000 gitanos de Espa?a, un 12% a¨²n vive en infraviviendas, y un 4%, en chabolas
Isidro Rodr¨ªguez no es gitano, pero desde hace dos d¨¦cadas trabaja en la FSG. Desde 2005 la dirige y ha promovido una red europea para procurar que los fondos sociales de la Uni¨®n tengan impacto en la inclusi¨®n de los gitanos. En todo el continente, dice, hay unos 12 millones de gitanos. ¡°Pero si comparamos la situaci¨®n de los nuestros con el resto de los pa¨ªses de Europa, vemos que los de aqu¨ª est¨¢n mejor. Porque el sistema espa?ol tiene protecci¨®n social y programas para disminuir las desigualdades. Es mejor en t¨¦rminos de situaci¨®n social, acceso a derechos e, incluso, en t¨¦rminos de imagen social, discriminaci¨®n y racismo. La situaci¨®n es mucho peor en los pa¨ªses del este de Europa. Pero tambi¨¦n en pa¨ªses como Italia y Francia¡±.
Rodr¨ªguez se refiere a hechos como la serie de cr¨ªmenes contra gitanos que entre 2008 y 2009 conmocionaron a Hungr¨ªa, donde el 8% de sus 10 millones de habitantes son gitanos y donde Jobbik, un partido local de extrema derecha, con 43 diputados en una C¨¢mara de 386, concibe a los gitanos como ¡°un grupo de vagos que viven de subsidios, entregados a tener hijos y a cometer hurtos¡±. Y a los desalojos y expulsiones sistem¨¢ticas a los que se enfrenta la poblaci¨®n gitana de Francia e Italia, pa¨ªses que, adem¨¢s, en varias ocasiones les han negado el acceso a la vivienda, la sanidad, el trabajo y la escuela.
Al ser preguntado sobre si el Estado espa?ol y el propio organismo que ¨¦l dirige act¨²an esencialmente de forma paternalista, Rodr¨ªguez responde que ¡°el paternalismo est¨¢ en algunas administraciones p¨²blicas que no tratan a las personas como ciudadanos. No deber¨ªa ser as¨ª porque de lo que se trata es de que avancen en sus derechos, pero tambi¨¦n en sus deberes. Lo que necesita la gente para cambiar son oportunidades. La comunidad gitana ha avanzado mucho, pero parece que la sociedad espa?ola todav¨ªa no se ha dado cuenta. Hoy los gitanos son parte de la cotidianidad¡±.
Juan de Dios Ram¨ªrez Heredia es presidente de la Uni¨®n Roman¨ª, una ONG que en Espa?a y otros pa¨ªses persigue el reconocimiento de la cultura gitana, y sostiene que el principal avance hist¨®rico que han tenido es en materia de educaci¨®n, ¡°aunque hoy la gran batalla es contra el abstencionismo escolar.¡±, puntualiz¨®. ¡°Adem¨¢s hemos tenido grandes avances en nuestras libertades p¨²blicas y en el bienestar social. Pero tenemos que seguir luchando contra los estereotipos que refuerzan una imagen nefasta de nosotros.¡±
Buscando las oportunidades que brinda el ¡°modelo espa?ol¡± y buscando ser parte de la cotidianidad, unos 40.000 gitanos de Europa del Este, seg¨²n estima la FSG, han llegado a la Pen¨ªnsula. Hace ocho a?os, Hristo Stoichkov vino desde Bulgaria y comenz¨® a trabajar en un restaurante de Madrid. Hristo es un hombre grueso, moreno, de baja estatura y frente amplia que hoy tiene 38 a?os y ¡°un espa?ol muy fluido¡±, dice, ¡°porque antes no hablaba nada, nada¡±. Conversamos un mediod¨ªa en el barrio de Pan Bendito, al sur de la capital, mientras Suati, su hijo de nueve a?os y mirada traviesa, hac¨ªa un dibujo.
Poco despu¨¦s de que Hristo se instalara en Espa?a, su esposa y su hijo llegaron para vivir con ¨¦l. Las cosas se torcieron el d¨ªa que ella empez¨® una relaci¨®n con otro chico. ¡°El ni?o se qued¨® conmigo y al poco tiempo los dos volvimos a Sof¨ªa, la capital de mi pa¨ªs, y comenc¨¦ trabajar como taxista¡±, cuenta cruz¨¢ndose de brazos.
Un d¨ªa, en ese taxi, conoci¨® a su actual pareja. Mariya y Hristo est¨¢n juntos desde entonces. ¡°La verdad es que mis padres no aprueban nuestra relaci¨®n. Yo soy blanca y no soy gitana. Y ¨¦l es moreno y gitano. Es que en Bulgaria hay mucha discriminaci¨®n¡±, acot¨® Mariya Tsvetanova, de 27 a?os, tambi¨¦n presente en la charla.
Hoy, Hristo, Mariya y Suati viven en Espa?a porque, para este exminero, ¡°aqu¨ª ser gitano es menos malo que en Bulgaria. Nunca he seguido completamente las tradiciones gitanas, pero soy gitano y soy normal y ya est¨¢. Nos gusta la ciudad, los dos trabajamos en una pizzer¨ªa y pasamos los d¨ªas con tranquilidad¡±.
Somos gitanos, pero no como los de la tele. No todos robamos, ni pedimos limosnas¡±
Los que no tienen trabajo y pasan los d¨ªas muy angustiados son Gheorghe y Alina, una pareja de gitanos rumanos, con dos hijos, que ahora viven en un edificio gestionado por C¨¢ritas. Gheorghe est¨¢ en el paro desde hace cuatro a?os, y Alina desde hace a?o y medio. El d¨ªa que fui a visitarlos, Gheorghe dijo que no ha dejado de echar curr¨ªculos y ya estaba desesperado porque no ha conseguido nada. ¡°Vivimos de la renta m¨ªnima que nos da el Gobierno¡±, aclar¨® en el comedor de su austero apartamento.
Gheorghe y Alina se conocieron en una discoteca cuando ambos ten¨ªan 16 a?os. Pronto se casaron y pronto, tambi¨¦n, fueron padres de una ni?a que ahora tiene 14 a?os. Gheorghe trabajaba como alba?il en Ruman¨ªa y ganaba el equivalente a unos 300 euros al mes. Uno de sus colegas se hab¨ªa venido a Espa?a, siempre le contaba que le iba muy bien y Gheorghe no lo pens¨® dos veces: hizo una peque?a maleta y viaj¨® a Lleida. ¡°Mi amigo desapareci¨®. Lo pas¨¦ muy mal, pero afortunadamente conoc¨ª a un se?or que me ayud¨® a encontrar trabajo. Volv¨ª a por mi mujer y mi hija a Ruman¨ªa, vivimos seis meses en Lleida y luego nos vinimos a Madrid¡±.
Gheorghe cuenta que en Ruman¨ªa ¨¦l y su familia ¡°hablaban gitano¡±, pero no practicaban ¡°costumbres antiguas¡± como, por ejemplo, comprar una mujer para casarse con ella. ¡°Mi familia siempre ha sido pobre. Y la de Alina tambi¨¦n, porque ella se crio sin padre, con su madre y su abuela. Nuestra boda fue muy modesta. No dur¨® tres d¨ªas, como muchos podr¨ªan pensar. Eso solo lo hacen algunos, los que tienen mucho dinero¡±.
En Espa?a, esta familia ha pasado ratos felices y momentos amargos. Gheorghe ha tenido que trabajar durante 12 horas, sin contrato y con constantes retrasos de su sueldo. El d¨ªa que Alina se puso de parto, la se?ora de la casa donde trabajaba limpiando le dijo: ¡°Vete al metro y ah¨ª llamar¨¢n a una ambulancia¡±. Su hijo naci¨® sietemesino y ella y su esposo quedaron indignados para siempre. ¡°?Esa se?ora no tiene coraz¨®n? ?Pero si es que uno ayuda a un animal, con m¨¢s raz¨®n a una persona!¡±, dice Gheorghe en voz alta. ¡°Aunque eso es lo peor que nos ha pasado. Ahora no tenemos trabajo, pero en Espa?a nos hemos sentido bien. A la ni?a le gusta el cole, el beb¨¦ est¨¢ bien atendido por la Seguridad Social. De vez en cuando vamos a la iglesia y al parque y nos hemos integrado bien en todo. Somos gitanos, pero no como los de la tele. No todos robamos, ni matamos, ni pedimos limosnas¡±.
A Mar¨ªa Luisa Cort¨¦s tambi¨¦n le suena la misma frase que a Sara Gim¨¦nez, la ¡°primera abogada gitana de Arag¨®n¡±. Mar¨ªa Luisa es gitana y, adem¨¢s, divorciada. Y eso, dentro de su propia comunidad, no est¨¢ muy bien visto. Pero a ella le import¨® m¨¢s su tranquilidad y la de sus tres hijas que guardar las apariencias. Tiene 45 a?os, el cuerpo delgado, la sonrisa f¨¢cil y el retrato de su nieto de dos a?os colgado en la pared. Naci¨® en Ja¨¦n, pero lleg¨® a Madrid a los seis a?os y se cas¨® a los 22 con el ¨²nico novio que hab¨ªa tenido hasta entonces. Fueron 17 a?os de matrimonio, ¡°como gi??tanos y ante el Registro Civil¡±, hasta que decidieron separarse porque ¨¦l ten¨ªa unas ideas y ella otras, se limita a decir.
En torno a un vaso de t¨¦ fr¨ªo, sus palabras romp¨ªan el extremo silencio de su casa. ¡°Me apetec¨ªa much¨ªsimo independizarme. Yo ya trabajaba vendiendo ropa en un mercadillo. Me saqu¨¦ el graduado. Ahora hago limpieza industrial. A mis hijas les he inculcado que estudien y trabajen, que salgan adelante, que convivan con todo el mundo, que se pueden conservar nuestros valores y tradiciones sin aislarse. As¨ª lo he hecho yo. Y as¨ª lo hacen muchos otros gitanos¡±.
Supe de Mar¨ªa Luisa gracias a Beatriz Gurdiel, que trabaja con Isidro Rodr¨ªguez en la Fundaci¨®n Secretariado Gitano. Ella me llev¨® a casa de Mar¨ªa Luisa y en el camino la conversaci¨®n se centr¨® en la persecuci¨®n hist¨®rica del pueblo gitano y en el porqu¨¦ de su cerraz¨®n en ciertos momentos. Beatriz Gurdiel hizo una analog¨ªa: ¡°Es como si t¨² vas varias veces a una discoteca y el grandull¨®n de la entrada no te deja pasar. Siempre te dice que no por uno u otro motivo. Pues llega un momento en el que dices: ¡®?para qu¨¦ vuelvo?, ?para qu¨¦ me acerco con la intenci¨®n de entrar a ese sitio si el de la puerta me lo niega y los que est¨¢n alrededor no dicen nada?¡¯. Pues hay gitanos que intentan insertarse en el d¨ªa a d¨ªa de la sociedad, pero no se lo permiten y acaban aisl¨¢ndose. Es algo as¨ª¡ ?O t¨² qu¨¦ piensas?¡±
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