Europa empieza en Lampedusa
La patria de lo universal se niega a s¨ª misma si se convierte en una fortaleza
Lo m¨¢s sorprendente y, en cierto modo, terrible de la interminable tragedia que simboliza hoy Lampedusa es la indiferencia con la que nosotros, ciudadanos de la Europa opulenta, la estamos tratando.
En efecto, nuestros jefes de Estado la incluyeron en la agenda de su ¨²ltima Cumbre de Bruselas.
Pero era evidente que el tema ven¨ªa despu¨¦s de la ¡°uni¨®n bancaria¡±, el ¡°paquete telecom¡± o el asunto de las escuchas ilegales y ¡ªclaro est¨¢¡ª completamente escandalosas, a las que los hab¨ªan sometido sus aliados estadounidenses.
La opini¨®n p¨²blica, por su parte, no parece mucho m¨¢s sensibilizada, pues apenas se ha dado por enterada, como si fueran el resultado de un desastre natural m¨¢s, de esos cad¨¢veres rescatados del fondo de lo que est¨¢ a punto de convertirse en el cementerio m¨¢s grande de Europa: unos se deshacen de la cuesti¨®n diciendo que hay que ayudar a los pa¨ªses de partida a controlar mejor sus costas; otros a?aden que hay que militarizar los mares y declarar una guerra total a los traficantes que comercian con la miseria de esos hombres y mujeres dispuestos a todo para escapar del infierno en que se han convertido sus pa¨ªses natales; otros abogan por una globalizaci¨®n m¨¢s equilibrada, menos desigual, lo que, adem¨¢s de no costar nada, tiene la ventaja de posponer hasta el d¨ªa del Juicio final la b¨²squeda de posibles respuestas y animar¨ªa a los emigrantes a quedarse en sus casas.
Pero lo que m¨¢s llama la atenci¨®n es la indiferencia, la ligereza, el embotamiento de las inteligencias y las sensibilidades que provoca este drama in¨¦dito, si no en su forma, al menos en su amplitud. El colmo de la estupidez lo alcanz¨® ese senador franc¨¦s que recientemente declaraba que al menos Muamar el Gadafi era un buen guardacostas; olvidando precisar que, antes que nada, el antiguo dictador libio era un chantajista que abr¨ªa y cerraba su grifo de inmigrantes en funci¨®n de los miles de millones de euros de la mordida anual que Europa aceptaba, o no, pagar por sus servicios...
No creo que haga falta aclarar que yo no s¨¦ mejor que los dem¨¢s lo que se puede hacer concretamente.
Los que iban al mar de China a rescatar
Pero perm¨ªtanme recordar algunas ideas sencillas que habr¨¢ que tener presentes el d¨ªa ¡ªque yo espero cercano¡ª en que nos decidamos a abordar este problema de frente.
Primera idea sencilla: lo que est¨¢ ocurriendo ante las costas de Lampedusa no es solamente una cuesti¨®n de l¨®gica humanitaria, sino de derecho; y para empezar, de derecho mar¨ªtimo, que obliga a socorrer a esos hombres y mujeres que, antes que inmigrantes o futuros clandestinos son sujetos de derecho sobre los que, queramos o no, tenemos una imprescriptible responsabilidad (eso por no hablar del derecho de asilo, que, aunque luego les sea concedido o no, tenemos el deber de evaluar caso por caso, candidato tras candidato, y con toda serenidad, si jur¨ªdica y pol¨ªticamente procede concederlo o no; lo cual est¨¢ lejos de ser as¨ª).
Segunda idea sencilla: este es, tambi¨¦n, un drama humanitario y es esencial que todas las asociaciones humanitarias que tan admirable trabajo han venido haciendo, durante d¨¦cadas, en Eritrea, Tigr¨¦ y los otros pa¨ªses desheredados de ?frica de los que parte la mayor¨ªa de los candidatos al ¨¦xodo, encuentren el medio para desplegarse ante las costas de esa nueva isla del diablo en que se ha convertido Lampedusa. (Hace semanas que lo repito: ?c¨®mo es posible que los mismos militantes por los derechos humanos que, incluido yo, hace treinta a?os encontraban normal ir al mar de China a rescatar a los boat people sean incapaces del m¨¢s m¨ªnimo gesto de solidaridad ahora que los boat people est¨¢n aqu¨ª, en el Mediterr¨¢neo, a nuestras puertas?).
Y, finalmente, la tercera idea, tal vez menos sencilla, pero tan clara, tan evidente: Europa, tal y como la concibieron todos sus padres fundadores, desde Husserl a Jean Monnet, sin excepci¨®n, es un continente abierto al mundo que se niega a s¨ª mismo si se convierte en una fortaleza. Porque es la patria de lo universal, es decir, de esa posibilidad ofrecida a los individuos, a todos los individuos, de rebasar la triple ley de lo nacional, lo natural y lo natal para acceder a una libertad superior anclada, no en el suelo, sino en la Idea.
La traves¨ªa de los inmigrantes de Lampedusa no deja de recordar a la de la princesa Europa que, seg¨²n la mitolog¨ªa fundadora de nuestro Viejo Continente, parti¨® de las costas de Oriente Pr¨®ximo para llegar, a lomos de un toro alado no mucho m¨¢s fiable que esos cascarones improvisados en los que se embarcan los desesperados de hoy, no exactamente a Lampedusa, sino a Creta...
Por todas estas razones, lo que est¨¢ en juego aqu¨ª es el destino de Europa; lo que est¨¢ a prueba es la definici¨®n de Europa; lo que se tortura y se mortifica en cada uno de esos peque?os cuerpos horriblemente alineados y, a menudo, sin nombre, es el alma de Europa.
As¨ª que, una de dos:
O se decreta inmediatamente en la isla el estado de urgencia europea ¡ªy digo bien: europea, pues, evidentemente, la b¨²squeda de soluciones no incumbe solo a Italia¡ª; o bien nos acostumbramos a la idea de una humanidad a dos velocidades, seg¨²n se nazca a un lado u otro de las puertas de la ciudadela, y damos la espalda para siempre a esta Europa que pretendemos construir pero que tal vez est¨¦ naufragando ante nuestros ojos.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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