La Guajira, donde acaba Colombia

Uno de los lugares m¨¢s curiosos de los que he visitado en mi reciente viaje a Colombia ha sido La Guajira, que aunque muchos piensen que es ese g¨¦nero musical campesino nacido en Cuba de ra¨ªces canarias es ¨Ctambi¨¦n- uno de los 32 departamentos en los que est¨¢ dividida Colombia. La Guajira es la extremo norte del pa¨ªs, una pen¨ªnsula lejana, aislada, conflictiva, que se adentra en el Caribe y que comparte con Venezuela.

?Qu¨¦ hace singular a La Guajira? Muchas cosas, pero la primera que sorprende al viajero que llega por carretera desde la vecina Santa Marta es que en apenas un suspiro pasa de los bosques tropicales h¨²medos de la Sierra Nevada y del territorio Tayrona a un desierto que recuerda mucho al Cabo de Gata espa?ol. Echas una cabezada en el coche y ¨Cliteralmente- te duermes rodeado de selva y te despiertas rodeado de cactus.

La Guajira fue siempre un lugar lejano e inh¨®spito, tierra con poca ley a la que escasamente llegaba la mano del gobierno central. Zona propicia para los contrabandistas, que igual sacaban caf¨¦ para exportar cuando en Colombia estaba prohibido hacerlo que introduc¨ªan todo tipo de mercanc¨ªas m¨¢s baratas desde la contigua Venezuela. A¨²n hoy uno de los grandes recursos de la regi¨®n es el contrabando de gasolina.

La ¨²nica carretera asfaltada y las muchas sin asfaltar (¡°destapadas¡± las llaman aqu¨ª) est¨¢n llenas de vendedores ambulantes que se publicitan agitando un embudo con la mano y te llenan el dep¨®sito del coche mediante garrafas de pl¨¢stico por poco m¨¢s de 10 €. Dicen los m¨¢s suspicaces que algunos de estos vendedores ambulantes meten condones inflados en las garrafas para enga?arte con el volumen, pero que a¨²n as¨ª, te enga?an menos que en las gasolineras oficiales. El negocio no debe de estar muy perseguido porque un d¨ªa observ¨¦ c¨®mo unos polic¨ªas registraban el maletero de un veh¨ªculo en un control rutinario mientas uno de estos gasolineros piratas llenaba con sus garrafas y un trozo de manguera el dep¨®sito del veh¨ªculo. En Colombia las cosas son as¨ª¡­ ¡°se le tiene, se le tiene¡±.

La capital de La Guajira se llama Riohacha y es una ciudad grande y destartalada donde suena el vallenato en cada esquina. No en vano este ritmo, uno de los m¨¢s famosos de Colombia, se invent¨® aqu¨ª (o digamos, para no pisar callos, que en el Caribe colombiano, que esto de la paternidades siempre tiene m¨¢s de un pretendiente). Riohachatiene poco que ver m¨¢s all¨¢ del Paseo de la Marina, un malec¨®n orlado de palmeras, muy animado por las noches, que separa el tr¨¢fago urbano y las enormes playas caribe?as de arena blanca. Pero es un buen lugar desde el que planificar excursiones a los parajes naturales de La Guajira.

La m¨¢s famosa y recomendable es al Cabo de la Vela. Al cabo hay 120 kil¨®metros pero el asfalto acaba en Uribia, a apenas 40 de la salida. Luego viene una pista de tierra en buen estado que circula en paralelo a la l¨ªnea de ferrocarril por donde se lleva carb¨®n desde las minas de Cerrej¨®n hasta Puerto Bol¨ªvar y despu¨¦s unos 20 kil¨®metros finales por carretiles de arena y barro donde los cactus cardones y las tunas alcanzan alturas considerables. Es el desierto de la Alta Guajira, el paisaje m¨¢s impactante. El territorio de los wayuu, los ind¨ªgenas de La Guajira. Un pueblo n¨®mada que vive desde hace siglos en estos desiertos pastoreando sus chivos, pescando en las aguas del Caribe y movi¨¦ndose de un lado para otro en busca de la lluvia, que almacenan en unos pozos llamados jag¨¹eyes, porque en esta tierra hostil no existe agua en superficie. Los wayuu son una de las etnias m¨¢s homog¨¦neas y menos aculturizadas de Colombia. Gente ¨¢spera, dura, reacia a hablar con el extranjero y menos a¨²n a dejarse fotografiar, que han resistido en esta esquina salvaje con muy pocos cambios en su estilo de vida.

Una tres horas despu¨¦s, con el cuerpo molido por el traqueteo, aparece Cabo de la Vela, un villorrio de humildes ranchitos de yotojoro y una ¨²nica calle a lo Far-West que bien podr¨ªa haberse ca¨ªdo de las p¨¢ginas de una novela de Garc¨ªa M¨¢rquez. Hay tendido el¨¦ctrico, pero no s¨¦ por qu¨¦ extra?a raz¨®n los electrones se niegan a llegar a este remoto lugar, as¨ª que la poca iluminaci¨®n que existe es a base de placas solares. Tampoco hay agua canalizada, toda la que se consume llega en camiones cisternadesde Riohacha a precio de champagne franc¨¦s. Si no fuera por el turismo, esto podr¨ªa ser el culo del mundo. Pero cada vez llegan m¨¢s turistas, atra¨ªdos por la belleza de un desierto costero de luces inquietantes y colores arrebatadores, y gracias a ellos existen unos servicios m¨ªnimos de hospedaje.

Las mujeres wayuu, con sus t¨²nicas del colores vivos, caminan por la llanada como sem¨¢foros de alegr¨ªa en medio del tostado eterno de la llanura. El color del Caribe se hace aqu¨ª m¨¢s azul, m¨¢s transparente, y la bah¨ªa resguardada del viento del nordeste donde se asienta el poblado parece un decorado luminoso donde se hubieran inventado palabras tan bellas como di¨¢fano, trasl¨²cido, puro o cristalino.

Encontrareis muchas rancher¨ªas donde alojaos a precios econ¨®micos, hospedajes humildes y sencillos con camastros o hamacas por toda comodidad y sin m¨¢s lujo que unas vistas incre¨ªbles y una paz y un silencio en cuanto oscurece que acogotan. Yo me hosped¨¦ en Rancher¨ªa Utta, una de las mejores -24 € una caba?a doble de paredes de yotojoro (coraz¨®n del cactus) con ba?o privado-, sencilla pero muy limpia, que est¨¢ en la carretera del poblado al faro.

Una vez all¨ª lo normal es acercarse a ver el monte de la Vela, que da nombre al cabo y que como es obvio, tiene forma de vela. O ir a ba?arse a playas hermosas y solitarias como las de Pil¨®n de Az¨²car o Ojo de Agua, calas de mediano tama?o y arenas doradas orladas por acantilados resecos de gran belleza (belleza, todo hay que decirlo, un poco afrentada por la de basura que se acumula en los rincones; lo de la mala educaci¨®n de ir a ba?arse y dejar todos los residuos tirados parece que es internacional).

Luego al atardecer hay que caminar hasta el faro, sentarse all¨ª y dejar que una bola gigantesca y perfectamente redonda llamada sol se acueste sobre el Caribe en una performance de colores.

Si a¨²n os quedan ganas de aventura se puede continuar seis horas m¨¢s por pistas de tierra hasta Punta Gallinas y el Parque Nacional Macuira, el extremo norte de la pen¨ªnsula de La Guajira. Apenas hay servicios tur¨ªsticos all¨¢, aunque dicen que es un lugar bell¨ªsimo donde la arena toma colores imposibles.

Yo no llegu¨¦ a verlo. Pero siempre es una buena excusa para volver a Colombia.