Caso Taubira: continuaci¨®n y final
Los insultos racistas contra la ministra de Justicia son un ataque a la Rep¨²blica y a Francia
El caso de los insultos racistas contra la ministra Taubira, la indignaci¨®n que finalmente ha venido aumentando para terminar imponi¨¦ndose al estupor de los primeros d¨ªas, las declaraciones de los escritores que han dedicado sus premios literarios a la ministra o de los intelectuales reunidos alrededor de cierta revista en un conocido cine de Saint-Germain-des-Pr¨¨s, los magacines que la han nombrado mujer del a?o, las grandes damas que, renovando un antiguo eslogan, han afirmado que ellas tambi¨¦n son ¡°simios franceses¡±, constituyen un caudal de inquietudes e ira en el que ser¨ªa err¨®neo ver, como se ha dicho aqu¨ª y all¨¢, un asunto de bobos (burgueses bohemios).
Ser¨ªa un error porque la se?ora Taubira es ministra de Justicia y canciller de la Rep¨²blica, es decir, el funcionario que, desde 1848, es el depositario de los sellos y, por tanto, de la firma oficial de la Rep¨²blica Francesa. A trav¨¦s de ella, el blanco era precisamente la Rep¨²blica; a trav¨¦s de ella, ha sido todo el legado de las canciller¨ªas del Antiguo R¨¦gimen, de las jurisdicciones republicanas y, mucho antes, de los inventores del Derecho Romano, lo que ha sido pisoteado. De forma que esa mitad del Hemiciclo que se crey¨® en la obligaci¨®n de negarse, por dos veces, a levantarse como muestra de solidaridad con ella, no da la espalda a la mujer ultrajada, ni al adversario pol¨ªtico circunstancialmente debilitado, sino a ese bien compartido que son la Rep¨²blica y Francia.
Ser¨ªa un error porque, en su condici¨®n de canciller de la Rep¨²blica ¡ªy lo mismo que la se?ora Dati, que la precedi¨® en el cargo y tambi¨¦n fue profusamente insultada¡ª, ostenta la custodia de ese fr¨¢gil edificio de derechos y deberes, de libertades y disciplinas, construido a lo largo de los siglos y que, a cambio, garantiza la libertad de los ciudadanos. De forma que atacar as¨ª a la titular de esta funci¨®n, deshumanizarla, ponerla como un trapo, mancillarla y, sobre todo, no reaccionar ante todo esto o hacerlo tan t¨ªmidamente, equivale a fragilizar lo que Michel Foucault llamaba ¡°gobernabilidad de la sociedad¡±; equivale a romper simb¨®licamente ese bloque de c¨®digos y reglas, de compromisos y deudas que hacen posible la vida en com¨²n; en resumen, equivale a atentar indirectamente (pero un d¨ªa ser¨¢ directamente, contra la vida y la integridad concreta de cualquiera de nosotros) contra los llamados derechos ¡°naturales¡±, cuando, en realidad, son fruto de artificios y contratos ¡ªlas leyes de Sol¨®n de los griegos, la ley de las XII tablas de los romanos, las Constituciones modernas...
La causa de la ministra injuriada y la de la lucha contra la precariedad y el desamparo social no son rivales, sino gemelas
Y, por ¨²ltimo, el racismo... El gran error ser¨ªa creer que el racismo es solo una m¨¢quina de exclusi¨®n. La gran falta, no solo moral, sino pol¨ªtica, ser¨ªa imaginar que solo es un discurso de odio que permite apartar, o esperar apartar, a lo que Lenin y Hitler llamaban los ¡°insectos da?inos¡± y, despu¨¦s, acercarse, o esperar acercarse, al orden social programado. La verdad del racismo, por el contrario, es que es un factor de desorden extremo (en el que la persecuci¨®n de las grandes diferencias enseguida deja paso a la de las peque?as, muy peque?as, por no decir imperceptibles, de tal modo que ning¨²n franc¨¦s estar¨ªa a salvo en una Francia presa de la fiebre racista) o bien un factor de orden, s¨ª, pero de un orden melanc¨®lico, de un orden triste, depresivo (es la profec¨ªa de Jacques Lacan sobre los ¡°fantasmas in¨¦ditos¡± de un racismo con un ¡°futuro prometedor¡±, pues apuesta por ¡°la p¨¦rdida de nuestro goce¡± y su repentina ¡°minusval¨ªa¡±). Lo cual quiere decir que, desde un punto de vista pol¨ªtico, en el orden estricto, casi cl¨ªnico, de la salud del cuerpo social, y sin siquiera considerar su parte de ignominia moral, el racismo es un desastre total.
C¨®mo no recordar el error de la extrema izquierda y, a menudo, de la izquierda a secas, en los d¨ªas del caso Dreyfus: a los proletarios no les interesaba la suerte de un oficial jud¨ªo cuya causa los apartar¨ªa de su sagrada labor revolucionaria. Quince a?os m¨¢s tarde, los defensores de la otra causa, los cantores de la tierra y los muertos, los ruise?ores de las matanzas por venir, finalmente hab¨ªan ganado y precipitaban al mundo a la barbarie y al caos.
Salvando todas las distancias, es la misma clase de trampa que intentan tender hoy, en la extrema derecha, los incapaces del Frente Nacional. Dicen bobos; se burlan de esas ¡°¨¦lites¡± que no habr¨ªan comprendido que la Francia en suspenso de hoy, la Francia del malestar social y el desempleo masivo, la Francia atenazada por ¡°los impuestos¡± y obnubilada por sus ¡°problemas reales¡± tiene otras cosas en qu¨¦ pensar que esta ministra a la que unos ni?os han tratado de gorila. Sin embargo, es todo lo contrario, evidentemente. Una cosa y la otra, la causa de la ministra injuriada y la de la lucha contra la precariedad, la vigilancia antirracista y la movilizaci¨®n contra el desamparo social no son rivales, sino gemelas. Y una Francia pusil¨¢nime y rancia, una Francia replegada sobre s¨ª misma y sobre su sacrosanta identidad, una Francia que consiente en esta delegaci¨®n de infamia en unos ni?os que dicen en voz alta lo que ella piensa a media voz, ser¨ªa a¨²n menos capaz de tratar los ¡°problemas reales de la gente real¡±.
No hay que decir: ¡°antirracismo o combate contra el desempleo¡±, sino: ¡°por un lado, una Francia racista, es decir, neurast¨¦nica, cada vez m¨¢s hundida en la crisis y, por el otro, una Francia que solo ganar¨¢ la batalla de la crisis y el desempleo si neutraliza, en su seno, esa triste pasi¨®n que es el racismo¡±.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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