El ejemplo uruguayo
La libertad tiene sus riesgos y quien cree en ella debe estar dispuesto a correrlos. As¨ª lo ha entendido el Gobierno de Jos¨¦ Mujica al legalizar la marihuana y el matrimonio gay. Y hay que aplaudirlo
Ha hecho bien The Economist en declarar a Uruguay el pa¨ªs del a?o y en calificar de admirables las dos reformas liberales m¨¢s radicales tomadas en 2013 por el Gobierno del presidente Jos¨¦ Mujica: el matrimonio gay y la legalizaci¨®n y regulaci¨®n de la producci¨®n, la venta y el consumo de la marihuana.
Es extraordinario que ambas medidas, inspiradas en la cultura de la libertad, hayan sido adoptadas por el Gobierno de un movimiento que en su origen no cre¨ªa en la democracia sino en la revoluci¨®n marxista leninista y el modelo cubano de autoritarismo vertical y de partido ¨²nico. Desde que subi¨® al poder, el presidente Jos¨¦ Mujica, que en su juventud fue guerrillero tupamaro, asalt¨® bancos y pas¨® muchos a?os en la c¨¢rcel, donde fue torturado durante la dictadura militar, ha respetado escrupulosamente las instituciones democr¨¢ticas ¡ªla libertad de prensa, la independencia de poderes, la coexistencia de partidos pol¨ªticos y las elecciones libres¡ª as¨ª como la econom¨ªa de mercado, la propiedad privada y alentado la inversi¨®n extranjera. Esta pol¨ªtica del anciano y simp¨¢tico estadista que habla con una sinceridad ins¨®lita en un gobernante, aunque ello le signifique meter la pata de cuando en cuando, vive muy modestamente en su peque?a chacra de las afueras de Montevideo y viaja siempre en segunda clase en sus viajes oficiales, ha dado a Uruguay una imagen de pa¨ªs estable, moderno, libre y seguro, lo que le ha permitido crecer econ¨®micamente y avanzar en la justicia social al mismo tiempo que extend¨ªa los beneficios de la libertad en todos los campos, venciendo las presiones de una minor¨ªa recalcitrante de la alianza.
Hay que recordar que Uruguay, a diferencia de la mayor parte de los pa¨ªses latinoamericanos, tiene una antigua y s¨®lida tradici¨®n democr¨¢tica, al extremo de que, cuando yo era ni?o, se llamaba al pa¨ªs oriental ¡°la Suiza de Am¨¦rica¡± por la fuerza de su sociedad civil, el arraigo de la legalidad y unas Fuerzas Armadas respetuosas de los gobiernos constitucionales. Adem¨¢s, sobre todo despu¨¦s de las reformas del batllismo, que reforzaron el laicismo y desarrollaron una poderosa clase media, la sociedad uruguaya ten¨ªa una educaci¨®n de primer nivel, una muy rica vida cultural y un civismo equilibrado y armonioso que era la envidia de todo el continente.
Yo recuerdo la impresi¨®n que signific¨® para m¨ª conocer Uruguay hacia mediados de los a?os sesenta. No parec¨ªa uno de los nuestros ese pa¨ªs donde las diferencias econ¨®micas y sociales eran mucho menos descarnadas y extremas que en el resto de Am¨¦rica Latina y en el que la calidad de la prensa escrita y radial, sus teatros, sus librer¨ªas, el alto nivel del debate pol¨ªtico, su vida universitaria, sus artistas y escritores ¡ªsobre todo, el pu?ado de cr¨ªticos y la influencia que ejerc¨ªan en los gustos del gran p¨²blico¡ª y la irrestricta libertad que se respiraba por doquier lo acercaban mucho m¨¢s a los m¨¢s avanzados pa¨ªses europeos que a sus vecinos. All¨ª descubr¨ª el semanario Marcha, una de las mejores revistas que he conocido, y que se convirti¨® para m¨ª desde entonces en una lectura obligatoria para estar al tanto de lo que ocurr¨ªa en toda Am¨¦rica Latina.
Esta pol¨ªtica del anciano estadista ha dado a Uruguay una imagen de pa¨ªs estable, moderno, libre y seguro
Sin embargo, ya en aquel tiempo hab¨ªa comenzado a deteriorarse esa sociedad que daba al forastero la impresi¨®n de estar alej¨¢ndose cada vez m¨¢s del tercer mundo y acerc¨¢ndose cada vez m¨¢s al primero. Porque, pese a todo lo bueno que all¨ª ocurr¨ªa, muchos j¨®venes, y algunos no tan j¨®venes, sucumb¨ªan a la fascinaci¨®n de la utop¨ªa revolucionaria e iniciaban, seg¨²n el modelo cubano, las acciones violentas que destruir¨ªan aquella ¡°democracia burguesa¡± para reemplazarla no por el para¨ªso socialista sino por una dictadura militar de derecha que llen¨® las c¨¢rceles de presos pol¨ªticos, practic¨® la tortura y oblig¨® a exiliarse a muchos miles de uruguayos. El drenaje de talento y de sus mejores profesionales, artistas e intelectuales que padeci¨® el Uruguay en aquellos a?os fue proporcionalmente uno de los m¨¢s cr¨ªticos que haya vivido en la historia un pa¨ªs latinoamericano. Sin embargo, la tradici¨®n democr¨¢tica y la cultura de la legalidad y la libertad no se eclipsaron del todo en aquellos a?os de terror y, al caer la dictadura y restablecerse la vida democr¨¢tica, florecer¨ªan de nuevo con m¨¢s vigor y, se dir¨ªa, con una experiencia acumulada que sin duda ha educado tanto a la derecha como a la izquierda, vacun¨¢ndolas contra las ilusiones violentistas del pasado.
De otro modo no hubiera sido posible que la izquierda radical, que con el Frente Amplio y los tupamaros llegara al poder, diera muestras, desde el primer momento, de un pragmatismo y esp¨ªritu realista que ha permitido la convivencia en la diversidad y profundizado la democracia uruguaya en lugar de pervertirla. Ese perfil democr¨¢tico y liberal explica la valent¨ªa con que el Gobierno del presidente Jos¨¦ Mujica ha autorizado el matrimonio entre parejas del mismo sexo y convertido a Uruguay en el primer pa¨ªs del mundo en cambiar radicalmente su pol¨ªtica frente al problema de la droga, crucial en todas partes, pero de una agudeza especial en Am¨¦rica Latina. Ambas son reformas muy profundas y de largo alcance que, en palabras de The Economist, ¡°pueden beneficiar al mundo entero¡±.
El matrimonio entre personas del mismo sexo, ya autorizado en varios pa¨ªses del mundo, tiende a combatir un prejuicio est¨²pido y a reparar una injusticia por la que millones de personas han padecido (y siguen padeciendo en la actualidad) arbitrariedades y discriminaci¨®n sistem¨¢tica, desde la hoguera inquisitorial hasta la c¨¢rcel, el acoso, marginaci¨®n social y atropellos de todo orden. Inspirada en la absurda creencia de que hay solo una identidad sexual ¡°normal¡± ¡ªla heterosexual¡ª y que quien se aparta de ella es un enfermo o un delincuente, homosexuales y lesbianas se enfrentan todav¨ªa a prohibiciones, abusos e intolerancias que les impiden tener una vida libre y abierta, aunque, felizmente, en este campo, por lo menos en Occidente, se han ido desmoronando los prejuicios y tab¨²es homof¨®bicos y reemplaz¨¢ndolos la convicci¨®n racional de que la opci¨®n sexual debe ser tan libre y diversa como la religiosa o la pol¨ªtica, y que las parejas homosexuales son tan ¡°normales¡± como las heterosexuales. (En un acto de pura barbarie, el Parlamento de Uganda acaba de aprobar una ley estableciendo la cadena perpetua para todos los homosexuales).
La represi¨®n no ha funcionado, y el narcotr¨¢fico es hoy el factor principal de la corrupci¨®n en Am¨¦rica Latina
Respecto a las drogas prevalece todav¨ªa en el mundo la idea de que la represi¨®n es la mejor manera de enfrentar el problema, pese a que la experiencia ha demostrado hasta el cansancio que no obstante la enormidad de recursos y esfuerzos que se han invertido en reprimirlas, su fabricaci¨®n y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las mafias y la criminalidad asociada al narcotr¨¢fico. Este es en nuestros d¨ªas el principal factor de la corrupci¨®n que amenaza a las nuevas y a las antiguas democracias y va cubriendo las ciudades de Am¨¦rica Latina de pistoleros y cad¨¢veres.
?Ser¨¢ exitoso el audaz experimento uruguayo de legalizar la producci¨®n y el consumo de la marihuana? Lo ser¨ªa mucho m¨¢s, sin ninguna duda, si la medida no quedara confinada en un solo pa¨ªs (y no fuera tan estatista) sino comprendiera un acuerdo internacional del que participaran tanto los pa¨ªses productores como consumidores. Pero, aun as¨ª, la medida va a golpear a los traficantes y por lo tanto a la delincuencia derivada del consumo ilegal y demostrar¨¢ a la larga que la legalizaci¨®n no aumenta notoriamente el consumo sino en un primer momento, aunque luego, desaparecido el tab¨² que suele prestigiar a la droga ante los j¨®venes, tienda a reducirlo. Lo importante es que la legalizaci¨®n vaya acompa?ada de campa?as educativas ¡ªcomo las que combaten el tabaco o explican los efectos da?inos del alcohol¡ª y de rehabilitaci¨®n, de modo que quienes fuman marihuana lo hagan con perfecta conciencia de lo que hacen, al igual que ocurre hoy d¨ªa con quienes fuman tabaco o beben alcohol.
La libertad tiene sus riesgos y quienes creen en ella deben estar dispuestos a correrlos en todos los dominios, no s¨®lo en el cultural, el religioso y el pol¨ªtico. As¨ª lo ha entendido el Gobierno uruguayo y hay que aplaudirlo por ello. Ojal¨¢ otros aprendan la lecci¨®n y sigan su ejemplo.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2013.
? Mario Vargas Llosa, 2013.
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