Noches armadas de Reyes
P¨¦rez-Reverte me est¨¢ armando. Literalmente. Me est¨¢ llenando la casa de armas, y la cosa, poco a poco, me va trayendo consecuencias. Para que nadie se escandalice con el puritanismo habitual de esta ¨¦poca, aclarar¨¦ que se trata de r¨¦plicas inofensivas, pero tan bien hechas que parecen de verdad. Desde hace siete a?os, adopt¨® la amable costumbre de regalarme algo cada Navidad, quiz¨¢ a ra¨ªz de la consulta que hube de hacerle sobre el funcionamiento de una vieja pistola Llama, para una de mis novelas. ?l, ya saben, anduvo una larga temporada como corresponsal b¨¦lico, y entiende de estas herramientas. De hecho, por las descripciones que he le¨ªdo en entrevistas, su casa debe de parecer, a estas alturas, un anexo del Museo de la Guerra. As¨ª que, como casi todo coleccionista, me va inculcando su afici¨®n a golpe de cuchillos ¨Cmoneda siempre por medio¨C y pistolas. La primera pieza, con todo, fue s¨®lo un complemento: un bonito y favorecedor casco de los que llevaban los ingleses en la India, en Zululandia y en otros lugares, que se uni¨® al salacot que ya ten¨ªa, heredado de mi padre. Como imaginar¨¢n, es imposible disponer de algo as¨ª sin caer en la tentaci¨®n de pon¨¦rselo de vez en cuando. En una ocasi¨®n una periodista extranjera me pill¨® con el casco en la cabeza, le abr¨ª la puerta sin acordarme de que me lo hab¨ªa encasquetado hac¨ªa un rato. ¡°De expedici¨®n, veo¡±, no pudo resistirse a decirme. Luego vino una bayoneta de Kalashnikov, y a continuaci¨®n un pu?al Fairbairn-Sykes, inspirado en los de los gangsters chinos de los a?os 30 y que fue el utilizado por los comandos brit¨¢nicos de la Segunda Guerra Mundial. Y despu¨¦s otro, el de los marines americanos (los dos ¨²ltimos de hoja pavonada, para que no reluzca en la oscuridad y delate al que los empu?a). Y ahora llevamos tres Navidades con armas de fuego: primero un Colt, yo dir¨ªa que el modelo de 1873, pero que Jacinto Ant¨®n no me haga caso. Le sigui¨® una Webley & Scott de 1915, tambi¨¦n brit¨¢nica, con su correa y todo, y que no desentona lo m¨¢s m¨ªnimo con el casco colonial (llam¨¦moslo as¨ª) que inici¨® esta tradici¨®n.
No hace falta decir que le correspondo con alguna antig¨¹edad, si la encuentro: un largu¨ªsimo catalejo que perteneci¨® a un ballenero de Hull, un abrecartas forjado por un soldado de la Primera Guerra Mundial, pone ¡°Yser¡±, as¨ª que debi¨® de hacerlo alguien que detuvo a los alemanes en ese r¨ªo, en octubre de 1914. Como ven, mis regalos son m¨¢s civiles. Pero claro, a medida que se ha producido la escalada armament¨ªstica en mi piso, noto que Aurora, mujer alegre y encantadora que viene a trabajar tres ma?anas por semana, me mira de vez en cuando con una mezcla de preocupaci¨®n y l¨¢stima. Como es tambi¨¦n muy discreta, nunca me ha dicho nada ni me ha preguntado por la paulatina proliferaci¨®n, pero, seg¨²n crece el arsenal aparente, debe de pensar: ¡°?Pero qu¨¦ le est¨¢ pasando a este hombre? Si antes era de lo m¨¢s apacible¡±. En cuanto a Mercedes, asimismo encantadora y que trabaja conmigo otras tres ma?anas, advierto que a veces lanza miradas aprensivas, primero a m¨ª, luego a las armas expuestas sobre una mesa, luego a m¨ª de nuevo, como si temiera que un d¨ªa me voy a abalanzar sobre ellas y a organizar un estropicio. Y cuando viene la risue?a Carme unos d¨ªas, ella s¨ª enterada de la procedencia, cada vez que descubre una nueva le entra un ataque de risa y no puede evitar burlarse: ¡°Pero d¨®nde vas con tanta pistola. S¨®lo te faltan unas cartucheras cruzadas y un sombrero en la nuca para parecer Pancho Villa¡±. En suma, me he convertido en motivo de preocupaci¨®n, temor y befa para quienes me rodean. No quiero ni imaginarme cu¨¢l ser¨¢ el veredicto de los periodistas que por aqu¨ª aparecen. Concluir¨¢n que soy un fan¨¢tico.
El Capit¨¢n Alatriste ha echado por tierra el poco respeto que pudieran tenerme mis colegas acad¨¦micos
Este a?o ha tocado una Luger, la ic¨®nica pistola alemana de 1908, y a Arturo no se le ocurri¨® otra cosa que llev¨¢rmela hace cuatro jueves a la Real Academia Espa?ola. Aprovechando el ¡°recreo¡± ¨Cel intervalo entre sesiones, en el que nuestros colegas departen civilizadamente en la Sala de Pastas¨C, nos fuimos a un pasillo alejado para que me ense?ara el funcionamiento. As¨ª que all¨ª est¨¢bamos los dos, jugando con la r¨¦plica de la Luger y prob¨¢ndola como cr¨ªos (¡°?Te imaginas que hubi¨¦ramos tenido una tan perfecta de ni?os?¡±, me dec¨ªa P¨¦rez-Reverte, y yo le contestaba: ¡°Habr¨ªamos tenido que esconderla, nos la habr¨ªan confiscado¡±), cuando hubo un inesperado desplazamiento de venerables ¨Cbueno, la mayor¨ªa¨C, y nos pillaron con las manos en la masa, apuntando a los techos, amartillando y d¨¢ndole una y otra vez al gatillo. Algunos nos miraron con reprobaci¨®n (los m¨¢s pacifistas), otros con severidad (fil¨®logos y ling¨¹istas sobre todo, varios no suelen estar para bromas), otros con sobresalto (los m¨¢s aprensivos, debieron de creer que era de verdad la pistola y que pod¨ªamos soltar un tiro en la docta casa, profan¨¢ndola), y unos pocos se acercaron a participar del juego. El Profesor Rico, para variar, nos solt¨® una impertinencia: ¡°?Leoncitos a m¨ª?¡±, nos dijo. ¡°Vaya par de macarras est¨¢is hechos, tratando de amedrentar a las lumbreras¡±. En fin, no s¨®lo ha fomentado el Capit¨¢n Alatriste la desconfianza de mis allegados en casa, no s¨®lo ha conseguido que los periodistas me tengan por un maniaco, sino que ha echado por tierra el poco respeto que pudieran dispensarme mis colegas acad¨¦micos, que ya me ver¨¢n para siempre como a un pueril irresponsable, un inconsciente. Eso s¨ª, las armas son todas preciosas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.