El misterio Jodorkovski
?Teme el expatrono de Yukos la espada de polonio, o se reserva para un largo liderazgo?
Al ver c¨®mo, justo antes de Navidad, Mija¨ªl Jodorkovski, el exoligarca indultado por Vlad¨ªmir Putin, daba sus primeros pasos como hombre libre; al escucharlo pronunciar esas palabras tan prudentes y tan extra?amente conciliadoras, era inevitable pensar en la soberbia y ruidosa llegada, hace casi 40 a?os, del cient¨ªfico Vlad¨ªmir Bukovski, que, conminado a ¡°escoger campo¡±, declar¨® que no era ni del de la izquierda ni del de la derecha, sino del de concentraci¨®n.
En Leonid Plyushch, intercambiado aquel mismo a?o por un dirigente comunista chileno y que, sonado por los a?os de hospital psiqui¨¢trico, embrutecido por las dosis masivas de insulina y sulfazine que le hab¨ªan administrado cotidianamente, quebrantado por los electrochoques, casi trepanado por los doctores Strangelove del KGB, tuvo el talento de declarar, con una f¨®rmula que dio la vuelta al mundo, pues resum¨ªa toda una secuencia de la Historia, que la jugada del siglo, la verdadera jugada, habr¨ªa sido intercambiar a Br¨¦zhnev por Pinochet.
En Andr¨¦i S¨¢jarov, por supuesto, intratable pese a las m¨²ltiples huelgas de hambre, a la espera infinita, al exilio interior.
En I¨®sif Begun y Natan Sharansky, indignados hasta el final, refractarios a todo compromiso, victoriosos incluso cuando los cre¨ªan en el suelo.
En Natalia Gorbanevskaya, la poetisa recientemente desaparecida que, en 1968, en pleno terror, se atrevi¨® a manifestarse pr¨¢cticamente sola en la plaza Roja.
Era imposible no pensar en todos estos disidentes cuyos nombres hoy han sido olvidados, pero cuya llegada a Occidente, sus primeras frases, sus silencios, su iron¨ªa hiriente o glacial, eran como truenos cuyos efectos, r¨¦plicas, ondas de choque o ecos se o¨ªan de un extremo a otro de ambos mundos.
?El antiguo patr¨®n de Yukos habr¨¢ llegado a un acuerdo secreto con su antiguo verdugo? ?C¨®mo se explica, si no, que mantenga un perfil tan bajo?
Es posible que su prudencia est¨¦ en consonancia con la violencia del orden de las cosas en Rusia
?Habr¨¢ comprendido que ahora vive con una espada, no de Damocles, sino de polonio, sobre la cabeza?
?Estos 10 a?os de c¨¢rcel habr¨¢n dado al traste con la hermosa combatividad que le permiti¨®, en la cumbre del poder del uno y el otro, desafiar a Vlad¨ªmir Putin?
?Acaso era Shal¨¢mov el que, en su caso, ten¨ªa raz¨®n? ?El Shal¨¢mov que objetaba a Solyenitzin que del paso por los campos no se puede rescatar nada, absolutamente nada, ninguna elevaci¨®n del esp¨ªritu, ninguna forma de endurecimiento ni de aprendizaje del valor?
?Acaso es simplemente otra clase de hombre? Solo otra clase, forjado en otro metal, m¨¢s businessman que disidente, m¨¢s c¨ªnico que militante. ?Es una gran fiera que ha fracasado? ?Un jugador de ajedrez que ha perdido y al que el fair-play le impide llorar por un gambito fallido?
?O es que nosotros somos como aquellos dreyfusards que, cuando su h¨¦roe regres¨® de la isla del Diablo, lo encontraron ¡°decepcionante¡±? ?Habremos cometido el error de idealizar a un personaje a fin de cuentas bastante ordinario que, ahora que ha salido del infierno, no tiene otro proyecto que pasar el resto de su vida ¨C?y por qu¨¦ no?¡ª disfrutando en familia de lo que le queda de fortuna?
Seguramente, todo esto es cierto en parte.
Todas estas hip¨®tesis son plausibles y podr¨ªan explicar la extra?a reserva de este preso pol¨ªtico del que esper¨¢bamos tanto y que ha dedicado sus primeras declaraciones a afirmar que su liberaci¨®n, seguida inmediatamente de la de las Pussy Riot, hace al poder de Putin ¡°m¨¢s humano¡±?
Pero hay algo m¨¢s.
Hay otra explicaci¨®n que no obedece a la calidad del hombre, a su car¨¢cter m¨¢s o menos aguerrido, sino a la diferencia de situaciones y de ¨¦pocas.
Pues tambi¨¦n recuerdo a Br¨¦zhnev y a las jerarqu¨ªas del Kremlin en la ¨¦poca de los disidentes.
Recuerdo sus rostros abotargados, sus cuerpos enormes envueltos en sus abrigos, en las tribunas oficiales de la plaza Roja, los d¨ªas de desfile.
A¨²n los veo, cuando llegaban a Occidente, manteni¨¦ndose en pie de milagro, drogados ellos tambi¨¦n, seguidos por unos hospitales ambulantes encargados de remediar sus m¨¢s m¨ªnimas flaquezas.
Y si los comparo, si confronto a aquellos hombres de plomo con nuestro apasionado Putin, que usa y abusa de una salud feroz, que acumula, desde Siria hasta Ir¨¢n, pasando por Ucrania, los ¨¦xitos diplom¨¢ticos m¨¢s insolentes y lleva su presunci¨®n hasta ofrecernos, entre Check Point Charlie y el puente Glienicke, un remake a coste cero de una de las escenas de esa guerra fr¨ªa que se supone ganamos nosotros, no puedo evitar llegar a la conclusi¨®n de que lo que los diferencia es todo el abismo que separa a un r¨¦gimen agonizante de otro que solo est¨¢ en los albores de su reinado y de sus estragos.
Anta?o, se cre¨ªa que el sovietismo era eterno: los disidentes ya sab¨ªan que estaba condenado.
Hoy, se cree que el putinismo es un coloso con los pies de barro, d¨¦bil, minado por la corrupci¨®n, la demograf¨ªa negativa y la miseria. ¡°Error¡±, nos dice Jodorkovski con su sonrisa mec¨¢nica y enigm¨¢tica a m¨¢s no poder. Un error sim¨¦trico, pero no por ello menos grosero, que nos lleva a subestimar a un adversario temible y con mucho futuro por delante.
En cuyo caso, Jodorkovski ser¨ªa un disidente del tercer tipo y de la nueva ¨¦poca cuya prudencia estar¨ªa en consonancia con la violencia del orden de las cosas en Rusia: un oponente de largo aliento y, como se dice en unos textos que ¨¦l conoce bien, long¨¢nimo, due?o de amplias fosas nasales, que, en consecuencia, no ha dicho su ¨²ltima palabra.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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