El flem¨®n
Al acostarse sinti¨® la mand¨ªbula izquierda levemente dolorida, como si se la hubiera golpeado sin darse cuenta. Qu¨¦ raro, pens¨®, aunque a lo mejor el peque?o le hab¨ªa dado un cabezazo aquella ma?ana, mientras jugaban al f¨²tbol en el parque. Y, sin embargo, aunque le llev¨® un rato admitirlo, ¨¦l ya conoc¨ªa esa sensaci¨®n.
La primera vez ten¨ªa diecisiete a?os, y a su novia ¨Cs¨ª, hombre, aquella chica bajita y rubia, que era bastante sosa pero ten¨ªa un pedazo de escote, ?c¨®mo se llamaba?, Marisa, Maribel¡ No, Marisol, se llamaba Marisol¨C no le bajaba la regla. Entonces ocurri¨® por primera vez, un d¨ªa entero con una tenaza en el est¨®mago, la noche en blanco, y a la ma?ana siguiente, el cuarto inferior izquierdo de su cara abultaba el doble que el resto. Su madre se asust¨® mucho, le llev¨® al dentista, le compr¨® una caja de antibi¨®ticos, y apenas se hab¨ªa tomado el primero cuando son¨® el tel¨¦fono, ¨¦l grit¨® que contestaba en la cocina, y descolg¨® para escuchar una sola palabra, ya. ?De verdad?, pregunt¨® como si fuera tonto, pues claro, ?es que eres tonto? En ese momento su enc¨ªa empez¨® a adelgazar, a desinflarse como un globo pinchado. A pesar de eso, se tom¨® todos los antibi¨®ticos de la caja, como un acto de reconciliaci¨®n con su muela, y con su suerte.
La segunda vez estaba a punto de cumplir treinta y uno. El ni?o viene muy mal, le advirti¨® una comadrona que en aquel momento le pareci¨® horriblemente fea, y gorda, y desagradable. Es muy peque?o, viene de nalgas, est¨¢ mal colocado, enrollado en el cord¨®n, no hay tiempo para una ces¨¢rea, vamos a intentar una extracci¨®n¡ ?Puedo entrar? No. Luego todo pas¨® muy deprisa, pero a ¨¦l no le contaron nada hasta que la madre estaba ya en su habitaci¨®n, y el hijo, que era peque?o, pero no tanto, y ven¨ªa mal, pero no tanto, y hab¨ªa sufrido, pero no tanto, instalado en una incubadora de la quinta planta. Lo siento, dijo la enfermera que fue a buscarle, hemos tenido una noche de locos y nos hemos olvidado de usted. No ha habido complicaciones, su hijo s¨®lo tiene que engordar un poco, pero es fuerte, maduro, en tres o cuatro d¨ªas se lo podr¨¢n llevar a casa, su mujer est¨¢ muy bien, y¡ ?Qu¨¦ tiene usted en la cara? Cuando tuvo tiempo y ¨¢nimo para mirarse en el espejo, volvi¨® a ver un rostro deforme, la mand¨ªbula izquierda descolgada como si el hueso que la sosten¨ªa se hubiera deshecho. All¨ª mismo, en maternidad, le dieron otra caja de antibi¨®ticos que se tom¨® con la misma disciplina con la que deseaba, a todas horas, que el ni?o saliera adelante.
Ahora tiene catorce a?os, juega al rugby, es casi tan alto como ¨¦l y se come los filetes de dos en dos. Mal estudiante, eso s¨ª, de los que pasan de curso en septiembre y por los pelos, pero inocente del flem¨®n que no dej¨® dormir a su padre. Mira, Paco, el lunes por la ma?ana, a primera hora, p¨¢sate por aqu¨ª, que tenemos que hablar de la reestructuraci¨®n de la empresa¡ El viernes no le dio mucha importancia. La reestructuraci¨®n estaba cantada, llevaban meses esper¨¢ndola, pero todas las quinielas le exclu¨ªan por igual. Todo el mundo sab¨ªa qu¨¦ departamentos funcionaban y cu¨¢les no, ¨¦l estaba en uno de los m¨¢s rentables y se llevaba muy bien con la direcci¨®n, pero el s¨¢bado, a la hora de comer, empez¨® a notar que ten¨ªa un est¨®mago, y que no parec¨ªa dispuesto a digerir ni una sola de esas jud¨ªas blancas que le gustaban tanto. ?Qu¨¦ te pasa, Paco?, se extra?¨® su mujer. Nada, le contest¨®, me habr¨¢ sentado mal el desayuno¡ ?Para qu¨¦ iba a cont¨¢rselo? Se limit¨® a ayunar, y el domingo se levant¨® con un hambre de lobo, tan feroz que se impuso sin discusi¨®n a la rebeli¨®n de su aparato digestivo. A cambio, por la noche, empez¨® a dolerle la mand¨ªbula.
?Madre m¨ªa! ?Pero qu¨¦ tienes en la cara? Su mujer lo dijo primero. Pero, pap¨¢, si pareces un monstruo de La guerra de las galaxias, coment¨® su hijo mayor. ?Qu¨¦ va!, su hermana le llev¨® la contraria aguant¨¢ndose la risa a duras penas, est¨¢s m¨¢s feo todav¨ªa¡ ?Y qui¨¦n me habr¨¢ mandado a m¨ª tener tres hijos?, se pregunt¨® en silencio mientras agradec¨ªa el silencio del peque?o. Oye, Paloma, ?tenemos antibi¨®ticos? Antes de salir de casa se tom¨® el primero, y cruz¨® los dedos para que todos los dem¨¢s fueran de balde, tan in¨²tiles como otras veces.
Aquel d¨ªa, a la hora de comer, la inflamaci¨®n ya hab¨ªa empezado a remitir. Casi lo lament¨®, porque le dio mucha rabia que su cuerpo celebrara con tanta facilidad que, en lugar de despedirle, le hubieran bajado el sueldo un diez por ciento.
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