Amor o codicia
?C¨®mo ha podido seguir apoyando la Infanta a quien se supone que puede echar por tierra una instituci¨®n a la que ella deb¨ªa lealtad desde la misma cuna? El amor no es compatible con eso.
De aqu¨ª a que la infanta Cristina haga el pase¨ªllo, exterior o intrauterino, lo habremos dicho todo. Habremos dicho tanto y tan confuso que cuando esto acabe, los opinadores recordaremos que ten¨ªamos raz¨®n aunque no sepamos muy bien lo que hab¨ªamos defendido. Cuando el pastel se descubra y sepamos lo que va a ser de uno y lo que ser¨¢ de la otra, los hay que dir¨¢n: ¡°no, si yo ya¡¡±, o los que a?adir¨¢n: ¡°no, si ya yo¡¡±. De aqu¨ª a que la Infanta se vea en ese trance que jam¨¢s ella imagin¨® para s¨ª, la instituci¨®n mon¨¢rquica habr¨¢ estado en boca del pueblo soberano: en bares y mercados, en tertulias televisivas, que vienen a ser lo mismo; en taxis y en peluquer¨ªas, y en tertulias televisivas, que para el caso vienen a ser lo mismo. As¨ª que antes de que este asunto llegue a cualquiera que sea su final, quiero dejar aqu¨ª mi particular visi¨®n de los hechos. Las cosas, por escrito.
La clave es que en Espa?a siempre acabamos discutiendo sobre lo accesorio y tendemos a obviar lo fundamental. Ahora andamos a vueltas con el pase¨ªllo de la Infanta. Una Espa?a dividida: los que quieren evit¨¢rselo y los que se toman como algo personal el que esta se?ora vaya por la calle para que se la pueda increpar. Yo no he entendido jam¨¢s a los que acuden a los juzgados para insultar a los imputados o a los acusados. Si por m¨ª fuera, le evitar¨ªa a cualquiera el trago. No me gusta ese espect¨¢culo medieval que nos remite a un pueblo brutal celebrando la pena del otro. Pero lo que es terrible es que dediquemos tanta energ¨ªa a un detalle que nos aleja del asunto fundamental.
Da la impresi¨®n? de que en la Casa Real se educ¨® a los descendientes de una manera desigual
Aqu¨ª lo que ha habido es un problema de educaci¨®n, lo cual, lo s¨¦, podr¨ªa parecer una obviedad hablando de Espa?a, pero no lo es tanto si las protagonistas son mujeres que han tenido la posibilidad y tambi¨¦n la obligaci¨®n de adquirir una cultura excelsa. Da la impresi¨®n de que en esa casa, que es la Casa Real, se educ¨® a los descendientes de una manera desigual, siguiendo criterios contradictorios y rancios: por un lado, hubo un esmero en la educaci¨®n del Pr¨ªncipe, que por var¨®n era el que estaba destinado a reinar; por otro, se descuid¨® la formaci¨®n de las dos chicas, que en mayor o menor medida tambi¨¦n tendr¨ªan que representar a su pa¨ªs en actos institucionales. Obtuvieron sus privilegios como princesas, pero no hasta el punto de saber elegir maridos que no fueran rapaces y aprovecharan su nueva situaci¨®n para beneficiarse de la manera m¨¢s marrullera posible. Les faltaron lecciones de ¨¦tica, algo m¨¢s all¨¢ de vestir un traje largo en fiestas de la aristocracia europea o de presidir actos de caridad. Ten¨ªan que haber sabido que su posici¨®n estaba condicionada por el servicio a su pa¨ªs y que si ese servicio fallaba o se vulneraba, no habr¨ªa pueblo que aprobara una instituci¨®n basada en los v¨ªnculos de sangre. Quien m¨¢s necesitaba la asignatura de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa eran ellas, am¨¦n de otros representantes p¨²blicos.
Como nunca hablo en tertulias y similares, hace un tiempo que en los pasillos de mi casa me oyen rumiar la siguiente teor¨ªa: la ¨²nica manera que ten¨ªa esta se?ora de cumplir con la patria que le paga, con la instituci¨®n a la que representa, y de demostrar su inocencia (no hablo de inocencia penal, sino ¨¦tica) era haberse separado de su se?or esposo desde el primer momento y haber renunciado a su t¨ªtulo de Infanta. ?C¨®mo ha podido seguir apoyando a quien se supone que puede echar por tierra una instituci¨®n a la que ella deb¨ªa lealtad desde la misma cuna? El amor no es compatible con eso. Y un abogado aduciendo las razones del coraz¨®n, en este caso en particular, es pat¨¦tico. Quien tuvo el derecho a paralizar una ciudad como Barcelona para que la vitorearan el d¨ªa de su boda ha de tener despu¨¦s la decencia de renunciar a sus privilegios cuando se hace p¨²blico que ese se?or que eligi¨® para pasear de su brazo era un farsante que se dedicar¨ªa a transformar el presunto amor en ping¨¹es beneficios.
Alguien deber¨ªa explicarle a la Infanta que, m¨¢s all¨¢ de sus responsabilidades ante la justicia, est¨¢ la falta de ejemplaridad en su comportamiento
Alguien deber¨ªa explicarle a la Infanta que, m¨¢s all¨¢ de sus responsabilidades ante la justicia, est¨¢ la falta de ejemplaridad en su comportamiento. Alguien deber¨ªa reprocharle a sus educadores, fueran quienes fueran los que se encargaron de una formaci¨®n tan coja, que a las mujeres, por muy alta que sea su cuna, ya no se nos educa como a se?oritas del XIX, cuyo encanto estaba basado en la ignorancia de esos burdos asuntos con los que las dem¨¢s nos manchamos las manos todos los d¨ªas, apechugando por fortuna con las consecuencias de nuestros actos. Ya no hay lugar para la mujer que se hace la tonta, menos a¨²n para aquellas a quienes la vida les proporcion¨® tantas posibilidades de conocimiento.
Permanecer junto a un hombre que tim¨® al Estado, gracias a que algunos miembros de la clase pol¨ªtica perdieron el culo por meterle dinero en el bolsillo, es aprobar su falta de decencia. ?No hay nadie en todo ese equipo de asesores, viejos profesores o jefe de la Casa que tenga el coraje de explicarle que esto no es una conspiraci¨®n contra ella, sino que es la consecuencia de un mal comportamiento? ?Se lo han dicho sus padres?
Porque ah¨ª radica todo. Nunca es tarde para corregir a quien fue educada de manera tan arcaica que a¨²n no sabe distinguir en la mirada de un hombre lo que es amor y lo que es codicia.
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