El delator
Si los mitos de la antig¨¹edad se reproducen siempre bajo formas modernas, tal vez el lugar que antes ocupaba Dios hoy lo ocupa Internet
Si los mitos de la antig¨¹edad se reproducen siempre bajo formas modernas, tal vez el lugar que antes ocupaba Dios hoy lo ocupa Internet, con una antena en el Sina¨ª, por donde navegan los secretos y miserias de la humanidad, sus perversiones, confidencias, sue?os adolescentes, deseos inconfesables, la econom¨ªa global con las pulsiones oscuras del dinero, que al final quedan atrapados para siempre en un centro de datos. Esa telara?a tambi¨¦n absorbe las conquistas de la inteligencia humana y nuestras acciones m¨¢s nobles, pero ese dato apenas cuenta a la hora de la salvaci¨®n. Aquel ojo divino que ve¨ªa todas nuestras ca¨ªdas desde el interior de un tri¨¢ngulo era como la vieja del visillo si se compara con la alucinante cantidad de informaci¨®n que Google almacena sobre nuestra vida a trav¨¦s de un enredo infinito de chips de silicio y conexiones de fibra ¨®ptica. No ha habido nunca en la historia un amo del imperio o pont¨ªfice que haya tenido semejante poder de manipulaci¨®n. Internet ha robado el pensamiento individual, la rebeld¨ªa y el libre albedr¨ªo a los humanos como Prometeo le rob¨® el fuego a los dioses, pero al contrario de lo que sucedi¨® en la mitolog¨ªa no es Internet el que sufre el castigo, sino tu mismo el que permaneces encadenado en un centro de datos a merced de cualquier pol¨ªtico, esp¨ªa, polic¨ªa, chantajista, estafador o pervertido sexual, que te puede sacar el h¨ªgado y dejarlo expuesto al sol a disposici¨®n de las aves carro?eras. En el m¨®vil que uno lleva en el bolsillo se repite tambi¨¦n el mito del ¨¢ngel malo y el ¨¢ngel bueno, que en nuestra infancia nos acompa?aban, uno a cada lado. El bueno te advert¨ªa de los peligros, el malo te tentaba para llevarte al infierno. Eran tu conciencia, como lo es ahora el m¨®vil, que lo sabe todo de ti, que es amigo y enemigo, tu delator, el que va a testificar en tu contra si un d¨ªa caes en manos de la justicia. Pese a todo, est¨¢s obligado a recargarle la bater¨ªa cada noche, para insistir en el juego morboso y obsesivo de enredarte t¨² mismo en su telara?a. Puede que llegue el d¨ªa en que habr¨¢ que arrojar el m¨®vil a un pozo y celebrar la fiesta del sacrificio del cordero googl¨¦ico para recuperar el don de la intimidad en un planeta que navega por el universo con semejante gallinero.
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