En Pakist¨¢n no hay d¨ªa de San Valent¨ªn
La m¨¦dico de MSF recuerda el dif¨ªcil caso que tuvo que atender hace un a?o
"El d¨ªa de las flores, los chocolates, los besos susurrados y los pensamientos fucsia, aqu¨ª donde me encuentro es tan s¨®lo un d¨ªa m¨¢s". La m¨¦dico de MSF recupera un a?o despu¨¦s las anotaciones en su diario que hizo del dif¨ªcil caso que atendi¨®.
Palwasha entra en la maternidad cubierta con mantas, acompa?ada por su madre, su hermana y su suegra. Su marido, un respetable hombre de 60 a?os, espera al otro lado de los muros del hospital. Tras retirarle las mantas, emerge una peque?a figura cubierta por un burka marr¨®n-verdoso. Es el color de burka m¨¢s frecuente, el que menos me gusta, porque produce un efecto ¨®ptico por el cual la mujer que lo lleva se camufla con el paisaje que nos rodea.
El burka apenas deja entrever otra cosa que no sean sus tobillos mojados de sangre, pero Palwasha se niega a quitarse la ropa. Por fin la convencemos para que se tumbe en una camilla. Primero aparece parte de su menudo cuerpecillo, a¨²n enfundado en la prenda t¨ªpica que se lleva debajo del burka: una especie de pantalones y camisola que le cubren hasta las rodillas. Y finalmente, su carita de ni?a adolescente. Tiene los ojos rojos de tanto llorar, por el miedo que le invade pero, sobre todo, por el pudor que le supone el tener que desnudarse.
¡®Shhh, shhh, no pasa nada¡¯, le sisean las matronas mientras le pasan la mano por la mejilla a modo de consuelo. Le preguntan a su madre qu¨¦ ha pasado. Si levantan la voz mas all¨¢ del susurro, Palwasha se echa a llorar hist¨¦ricamente, as¨ª que hablan bajito mientras van dando ¨®rdenes para quitar ropa, coger v¨ªas y tomar constantes vitales.
Redacto su historial: "est¨¢ sangrando mucho desde hace tres d¨ªas, no sabe si est¨¢ embarazada. S¨®lo ha tenido tres reglas en su vida y enseguida la casaron. De eso hace cuatro meses".
Apenas nos deja tocarla, pero basta ver las braguitas empapadas en sangre y los pantalones goteando para comprender la gravedad del asunto. Las matronas aciertan a diagnosticarla de un embarazo molar en cuanto ponen la sonda del ec¨®grafo sobre su tripa. Es una rara variedad de aborto que se parece a un c¨¢ncer de placenta y en el que no hay embri¨®n. Tiene el ¨²tero enorme, como si en realidad estuviera embarazada de 6 meses. Y cuando un ¨²tero est¨¢ as¨ª de grande, si comienza a sangrar, ya no hay quien lo pare.
Palwasha necesita una intervenci¨®n quir¨²rgica urgente para cortar la hemorragia, pero es casi de noche y las cosas se han puesto complicadas. Una intervenci¨®n de este tipo no ser¨ªa un problema en otro sitio, y estoy segura de que otro d¨ªa cualquiera tampoco lo habr¨ªa sido aqu¨ª, pero hace un rato empezamos a escuchar disparos y nos acaban de informar de que se ha establecido un toque de queda en toda la ciudad. Hay controles en todas las carreteras y seguramente Palwasha sea la ¨²ltima paciente que llegue al hospital en las pr¨®ximas horas.
Ha pasado una hora. Os escribo ahora desde la casa donde se aloja el personal extranjero de MSF. Por motivos de seguridad tuvimos que dejar el hospital cuando estaba terminando de escribir las l¨ªneas que preceden a este p¨¢rrafo. Y por mucho que tanto yo como el anestesista seamos indispensables para llevar a cabo la operaci¨®n que necesita Palwasha, somos conscientes de que cuando nuestra seguridad se encuentra seriamente amenazada no hay nada que rechistar. Tenemos que acatar las ¨®rdenes y retirarnos del hospital.
La frustraci¨®n que sientes en un momento as¨ª es enorme, pero para mi compa?ero y para m¨ª, al igual que para toda la poblaci¨®n que seguramente necesitar¨¢ asistencia m¨¦dica de urgencia en las pr¨®ximas horas, no existe posibilidad alguna de llegar al hospital... Estamos a apenas cinco minutos en coche, pero no podemos ir.
Las matronas locales se han quedado con Palwasha. Mientras, nosotros seguimos en comunicaci¨®n constante con ellas a trav¨¦s del tel¨¦fono. Hace unos minutos me llamaron para avisarme de que Palwasha hab¨ªa perdido el conocimiento. Ahora, mientras escribo, s¨¦ que est¨¢n corriendo hacia el banco de sangre para hacerle una transfusi¨®n de urgencia. Imagino c¨®mo van y vienen corriendo una y otra vez de la maternidad al banco de sangre (hay que atravesar medio hospital para esto), mientras se aplastan el tel¨¦fono contra la oreja. Esto no pinta bien.
Ya han pasado 4 horas desde que Palwasha ingresara en el hospital. Durante este tiempo, el equipo de matronas la han trasladado al quir¨®fano para poder tenerla m¨¢s controlada. Han conseguido estabilizarla, pero su situaci¨®n sigue siendo muy complicada. Nuestro equipo de quir¨®fano lleva horas colgado al tel¨¦fono, hablando alternativamente conmigo y con el anestesista. Tengo que quitarme la idea de la cabeza, pero dar¨ªa lo que fuera por estar all¨ª.
Desde la cocina de la casa vamos dando instrucciones sobre los medicamentos que han de utilizar y las bolsas de sangre que deben poner a Palwasha, al tiempo que ellos nos dan informaci¨®n sobre sus signos vitales. El anestesista y yo los analizamos y los intercambiamos por palabras de ¨¢nimo para nuestros compa?eros. Nos vamos pasando el tel¨¦fono el uno al otro. Mientras uno habla, el otro prepara otro caf¨¦ o fuma un cigarrillo. No logramos permanecer mucho tiempo quietos en un mismo lugar. Doy vueltas llena de rabia y angustia. El anestesista se muerde compulsivamente las u?as y se mesa los cabellos sumido en la desesperaci¨®n. A la par que nosotros, el coordinador de terreno y el logista tampoco se separan de su tel¨¦fono, intentando recibir informaci¨®n de cu¨¢ndo podremos ir de nuevo al hospital. Entran y salen de la cocina, pero hace ya un rato que dejaron de preguntar c¨®mo van las cosas. Tan s¨®lo nos miran los semblantes para tratar de averiguar si la paciente sigue viva.
En la facultad te ense?an muchas cosas, y a lo largo del ejercicio diario como m¨¦dico aprendes muchas m¨¢s, pero ?d¨®nde demonios se aprende c¨®mo sobrellevar una situaci¨®n de este tipo?, ?qui¨¦n te ense?a a soportar esta impotencia cuando sabes lo f¨¢cil que ser¨ªa salvar la vida de nuestra paciente si pudi¨¦ramos estar ah¨ª? ?C¨®mo puedes tratar de pensar en otra cosa cuando sabes que la diferencia entre la vida y la muerte de Palwasha est¨¢ ah¨ª mismo, a la distancia que marcar¨ªa un s¨®lo un golpe de bistur¨ª?
Palwasha sigue recibiendo bolsas de sangre para reemplazar la que se le va entre las piernas. Y mientras tanto, las noticias no mejoran: nos informan de que el acceso al hospital seguir¨¢ cortado hasta el amanecer.
Anwar, Khalid y Salim, todos hombres, son los tres enfermeros que forman el equipo de quir¨®fano. Ellos no pueden hacer nada para cortar el sangrado, pero han decidido que no van a dejar sola a Palwasha. Tambi¨¦n est¨¢ all¨ª la asistente de matrona, la peque?a Amina, que con ojos desorbitados, me cuentan, se pregunta qu¨¦ ser¨¢ de nuestra paciente sin anestesista ni cirujano. Ninguno de ellos supera por mucho la veintena de a?os. Hace unos meses, y por primera vez en su vida, tuvieron que aprender la experiencia de trabajar con una cirujana mujer, algo que jam¨¢s habr¨ªan imaginado que pudiera llegar a ocurrirles. Hoy no tienen cirujana ni cirujano, se encuentran solos ante un nuevo reto, y con la vida de la exang¨¹e Palwasha pendiendo de un hilo.
Son las tres de la ma?ana. Ya han pasado 2 horas m¨¢s. Seguimos conectados por este dichoso aparatito al que ya hemos tenido que cambiarle dos veces la bater¨ªa. Ellos escuchando nuestras vanas indicaciones de lo que ya saben que tienen que hacer y nosotros intentando escuchar por encima de sus voces los bip del monitor que nos transmiten las constantes vitales de Palwasha.
Su dedicaci¨®n, junto con la de todo el personal de quir¨®fano y maternidad, me quita todos los d¨ªas el derecho y las ganas de quejarme de nada. Son un ejemplo de humanidad y me demuestran cada d¨ªa que las cosas siempre pueden cambiar a mejor, que hay esperanza. Me ense?an lo que significa el compromiso a trav¨¦s de cientos de noches en vela, con su buen humor e inagotable energ¨ªa, con esos donuts que un d¨ªa descubrieron que me chiflan y que compran en cada ocasi¨®n que tenemos un marat¨®n de cirug¨ªas. Me lo ense?an incluso con la fiera cotidianeidad con la que se adaptaron a trabajar con mujeres. Hoy, m¨¢s que nunca, ejemplifican una entrega que s¨¦ que nunca podr¨¦ olvidar.
S¨®lo dos horas m¨¢s y ser¨¢ de d¨ªa. Para entonces ya podremos movernos. Ahora mismo s¨®lo nos sale un vago "aguantad, aguantadla, no dej¨¦is el tel¨¦fono, seguimos ah¨ª con vosotros". Salim me contesta: ¡°estamos en ello, Palwasha est¨¢ luchando. Est¨¢ muy d¨¦bil, pero creo que podremos conseguirlo¡±. Y mientras todos esperan la llegada de las dos ¨²nicas personas que en este momento podemos salvarle la vida, ellos siguen luchando por esa ni?a sin identidad como si fuera la suya propia.
Nota: A las 6 de la ma?ana por fin se levant¨® el toque de queda y el equipo m¨¦dico internacional pudo desplazarse al hospital. Palwasha fue sometida a una cirug¨ªa muy delicada a causa de la p¨¦rdida masiva de sangre y de la gravedad de su estado. Sobrevivi¨®, aunque desgraciadamente no podr¨¢ tener nunca hijos.
Un a?o despu¨¦s, la doctora Patricia dice no haber logrado aprender a¨²n c¨®mo sobrellevar el hecho de que, en ocasiones, y a¨²n sabiendo lo f¨¢cil que ser¨ªa aliviar el dolor y salvar vidas, existan circunstancias que te impidan hacerlo. Este a?o su San Valent¨ªn ser¨¢ de nuevo como otro d¨ªa cualquiera. Esta vez en Sud¨¢n, el destino desde en el que contin¨²a su particular lucha por la vida desde hace seis meses.
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