Hogar, dulce ant¨ªpoda
Los candidatos a la presidencia australiana esgrimen el rechazo a la inmigraci¨®n como proyecto
En el paisaje de contradicciones australianas, los ¨¢rboles pueden ser m¨¢s altos que los rascacielos. Su exagerada naturaleza parece siempre en tensi¨®n con sus formas urbanas. Como si los paradigmas de civilizaci¨®n y barbarie fueran aqu¨ª m¨¢s vecinos. En Australia todo es feroz al mismo tiempo. La fauna. La historia. Las distancias. La libertad individual. La inmigraci¨®n. Y las pol¨ªticas que la reprimen.
El Immigration Museum de Melbourne es un centro de memoria. Y un monumento a la paradoja identitaria: transmite una convincente propaganda nacionalista, basada en el orgullo de ser un pa¨ªs de acogida. El v¨ªdeo introductorio presenta al resto del mundo como un lugar inseguro, lleno de hambre y dictaduras, por oposici¨®n a la estabilidad, libertad y prosperidad de Australia. La educaci¨®n sentimental del pa¨ªs parece apoyarse en un principio de compensaci¨®n similar: si para la mayor¨ªa del planeta esta es una tierra remota, ha de tratarse tambi¨¦n de una tierra prometida.
En los a?os posteriores a la Segunda Guerra, un mill¨®n y medio de inmigrantes lleg¨® a Australia. Hoy seis millones de australianos han nacido fuera del pa¨ªs: m¨¢s de un cuarto de la poblaci¨®n total. No hace falta consultar las estad¨ªsticas para comprobarlo. Basta con subirse al tranv¨ªa de Melbourne. Sus transportes p¨²blicos son un espect¨¢culo de mestizaje, con marcado acento asi¨¢tico. La verdadera identidad de esta ciudad es la extranjer¨ªa.
Adem¨¢s de multitudinarias bienvenidas, la historia australiana registra masacres y expulsiones, desde las tribus originarias hasta los inmigrantes chinos, pasando por la poblaci¨®n negra. El discurso oficial al respecto es una mezcla de autocr¨ªtica nacional y correcci¨®n pol¨ªtica, un poco a la alemana. El aniversario del asentamiento brit¨¢nico se conmemora, de hecho, como d¨ªa nacional del duelo aborigen.
Estos antecedentes adquieren relevancia a la luz (o a la sombra) de los ¨²ltimos acontecimientos. En la campa?a electoral de hace unos meses, los principales candidatos manifestaron su rechazo a dar asilo a los refugiados, as¨ª como su prop¨®sito de endurecer las leyes de inmigraci¨®n. Esta significativa coincidencia entre laboristas y conservadores indica que buena parte del electorado, descendiente de extranjeros, estaba deseando escuchar una promesa tan patri¨®ticamente antipatri¨®tica.
El flamante presidente conservador Tony Abbott presume de haber frenado la llegada de embarcaciones y de haber triunfado en lo que denomina, como si de una superproducci¨®n se tratase, Operaci¨®n Fronteras Soberanas. Su ministro de Inmigraci¨®n se ha sumado al festejo anunciando que acaban de alcanzar el periodo m¨¢s largo del ¨²ltimo quinquenio sin intrusos en sus costas. Los m¨¦todos para lograrlo han rozado la hostilidad b¨¦lica: barcos interceptados por las fuerzas navales, medidas secretas que vulneran los mandatos de la ONU, comunicaciones intervenidas a pol¨ªticos indonesios. Indonesia, pa¨ªs preferente para la diplomacia australiana, ha reaccionado desplegando su flota defensiva y activando sus radares militares. No ser¨¢ Yakarta donde Abbott pase sus pr¨®ximas vacaciones.
Al aterrizar en Sidney, me recibe un conductor cuya extra?a manera de entonar el castellano me resulta familiar. Pronto descubro una banderita argentina entre los b¨¢rtulos del coche. El conductor se llama Sergio y naci¨® en Lan¨²s, el mismo barrio de mi madre. Lleva media vida casado con una australiana. Es mi primera vez en Sidney, pero me paso el trayecto hablando sobre nuestras familias bonaerenses.
Durante una excursi¨®n por la zona residencial de Manley, al noreste de la ciudad, tomo nota de los carteles con la cara de Abbott a la entrada de las viviendas, generalmente junto a alg¨²n descapotable. Al final de mi viaje, el balance es el siguiente: ning¨²n canguro y muchos extranjeros.
En el camino de vuelta al aeropuerto tengo ocasi¨®n de conversar otro rato con Sergio. ¡°Alg¨²n d¨ªa¡±, me cuenta, ¡°me gustar¨ªa escribir una novela. De esas en que yo vuelvo al pasado y trato de evitar una cat¨¢strofe, pero nadie me cree¡±.
Al detener el coche, rechaza la propina.
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