Lathamma, Sindu y el labio leporino
Comenzamos hoy una serie de historias de mujeres en India, escritas por Manuel Rivas La primera, es la experiencia de Lathamma, una joven de veinte a?os que tuvo una ni?a con labio leporino
Es una de las potencias emergentes, pero la India, para la mujer, aparece casi a diario en los informativos como una especie de ¡°yacimiento catastr¨®fico¡±. Violaciones, matrimonios infantiles forzados, trata y explotaci¨®n laboral... En el imaginario cultural, se habla de las mujeres como diosas. En la realidad, las diosas son mujeres maltratadas. Hay un dato escalofriante: la segunda causa de mortalidad son los suicidios de mujeres j¨®venes.
En el libro 'Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades' (RBA) segu¨ª las huellas de Vicente Ferrer (1920-2009) desde su adolescencia republicana en Espa?a hasta su lucha para transformar la des¨¦rtica Anantapur, en la India, en un territorio de la esperanza. La clave de esa revoluci¨®n del siglo XXI ha sido el situar a la mujer en el coraz¨®n y la vanguardia de la comunidad.
Aqu¨ª se cuentan en primera persona algunos testimonios de ese tr¨¢nsito: entre la opresi¨®n y la re-existencia.
Retratos de mujeres indias de la mano del fot¨®grafo ?ngel L¨®pez Soto.
Edipo Reina
?El pastor que hab¨ªa encontrado a Edipo en el bosque, cuando era un beb¨¦ abandonado:
¡ª?Ay de m¨ª! Estoy a punto de declarar la cuesti¨®n terror¨ªfica.
Y Edipo dice:
¡ªY yo de o¨ªrla, pero hay que o¨ªrla.
Un grupo, media docena de chicas, pueden llegar a coser doscientos pantalones tejanos por d¨ªa. Latham?ma tiene veinte a?os. Se cas¨® a los diecis¨¦is. A esa edad empez¨® a trabajar en esa f¨¢brica de pantalones, en Bangalore. Le pagan seis mil rupias al mes (unos cien euros). Entra a las nueve de la ma?ana y termina a las cinco de la tarde. Cuando llevaba cinco meses emba?razada, eso fue en 2010, no se sent¨ªa muy bien. As¨ª que regres¨® al pueblo, con su familia. Su marido, Se?khar, de veinticinco a?os, trabaja en la construcci¨®n, tambi¨¦n en Bangalore.
Ah, se me olvidaba. Cuando estaba embarazada de tres meses, la madre la llam¨® por tel¨¦fono y le dijo: "No vayas a trabajar tal d¨ªa porque hay un eclipse y eso puede ser malo para la criatura".
Lathamma no le prest¨® atenci¨®n o se olvid¨®. Eso es cosa de viejos, pens¨®. Se acord¨® el d¨ªa del eclipse, por?que ella trabaja al lado de una ventana. Y el sol qued¨® oculto durante unos minutos.
Antes del parto, le hab¨ªan hecho una ecograf¨ªa. Le dijeron que la ni?a ten¨ªa el labio leporino. No sab¨ªa muy bien lo que era, ni le explicaron mucho, ni enten?di¨® del todo lo que le explicaron. Ella pensaba que, al final, todo saldr¨ªa bien.
Cuando dio a luz no le ense?aron a la criatura. Supo que era una ni?a. Ella insisti¨® hasta verla. La gente que la vio en el hospital dec¨ªa: "?Ha nacido un demonio!". Eso dec¨ªan. Todos. Casi todos. Y a su ma?rido le dec¨ªan lo mismo. No los m¨¦dicos. La gente que estaba hospitalizada o que ven¨ªa de visita. Dec¨ªan: "Esta ni?a es un demonio, no va a vivir".
"Me visit¨® un pediatra y me dijo que ten¨ªa que aprender a darle leche a la ni?a con mucho cuidado, para que no se encharcasen los pulmones. As¨ª que ten¨ªa que quedarme all¨ª unos d¨ªas m¨¢s. Pero la fami?lia me convenci¨® de que era mejor llevarme la ni?a a casa.
En el camino empezaron a decirme cosas para convencerme. ?bamos para el pueblo en un rickshaw. Mi suegra, mis padres, mi marido y yo con la ni?a. El conductor era una persona conocida. A los quince ki?l¨®metros, se detuvo en una zona deshabitada, con bos?que. Me convencieron de que les entregase la ni?a. ¡°No te preocupes ¡ªme dijeron¡ª, no le vamos a hacer nada. No llores. Es mejor dejarla porque tal vez es un demonio. En el pueblo, los vecinos te har¨¢n la vida imposible. Y ella no vivir¨¢. Los ojos se le pondr¨¢n en la frente. La boca no estar¨¢ en su sitio¡±. Todo lo que contaban era cada vez m¨¢s terrible. Yo no dejaba de o¨ªr las voces del hospital: ¡°?Qu¨¦ horror, qu¨¦ fea! Es un demonio¡±.
Yo me qued¨¦ en el veh¨ªculo.
Nos fuimos. En ese momento no pregunt¨¦ nada.
Estaba ida.
La hab¨ªan dejado enterrada hasta el cuello, al lado de un ¨¢rbol. La encontraron unos pastores. Llamaron a una ambulancia del gobierno y desde el hospital lla?maron a un trabajador social de la Fundaci¨®n. ?l fue quien nos localiz¨®.
Yo sab¨ªa por lo que era, claro. Le pregunt¨¦ si el beb¨¦ hab¨ªa aparecido muerto. Y ¨¦l, Sanjappa, me dijo: ¡°No, no ha muerto. Venid a verlo¡±.
La ni?a estuvo tres meses en el hospital hasta que se fue recuperando. En ese tiempo, hablaron mucho con nosotros. Sobre todo conmigo. Mi visi¨®n fue cam?biando. Cada d¨ªa que pasaba, iba viendo de forma di?ferente a la ni?a. Los m¨¦dicos me dijeron que la ope?rar¨ªan y que tendr¨ªa mucho mejor aspecto. Pero yo ya la ve¨ªa m¨¢s linda.
Sindu tiene ahora tres a?os. Empieza a hablar. Juega y se enfada si no le hacen caso. Tiene car¨¢cter. Es muy inteligente. Y muy presumida. Mira. Ayer le pusimos esta pulsera en el tobillo".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.