Tres regresos en Asia
China intenta que EE UU y Jap¨®n no pongan en jaque el orden de la posguerra
Jap¨®n est¨¢ de regreso, anuncia el primer ministro japon¨¦s Shinzo Abe. El l¨ªder chino Xi Jinping proclama el rejuvenecimiento del Imperio del Centro. Obama, con su Pivot to Asia, pretende trasladar a esta regi¨®n hasta el 60% de su flota en los pr¨®ximos a?os. Las ambiciones de las tres principales econom¨ªas del mundo convergen en el espacio geopol¨ªtico m¨¢s din¨¢mico del planeta, generando no pocas incertidumbres respecto a su capacidad para afrontar una gesti¨®n pac¨ªfica de sus contradicciones.
La derecha japonesa recurre al argumento de la amenaza china, m¨¢s consistente que el err¨¢tico delirio norcoreano, para librarse de las ataduras impuestas tras la II?Guerra Mundial. Los conflictos con Pek¨ªn no se limitan a las islas Diaoyu /?Senkaku o a las secuelas de la larga agresi¨®n padecida durante el siglo XX, sino que derivan de una competencia estrat¨¦gica que va incluso m¨¢s all¨¢ de la propia regi¨®n. Tokio, adalid ahora de un pacifismo proactivo, se ve favorecido por el nuevo rumbo de la pol¨ªtica estadounidense. Desde comienzos del presente siglo, Washington dio alas en la zona al calculado ascenso de algunas potencias y aliados con la premisa de no socavar, sino de reforzar su estatus, estableciendo nuevos centros de poder para evitar que cuaje cualquier intento hegem¨®nico de China, a fin de preservar su propia posici¨®n estrat¨¦gica en la regi¨®n. Eso explica los giros copernicanos experimentados en sus relaciones con India, Vietnam o Myanmar, entre otros, mientras mejora los v¨ªnculos militares con Jap¨®n y sus aliados tradicionales.
La conjunci¨®n de intereses encontrados se debate en tres ¨¢mbitos principales: la econom¨ªa, la seguridad y la pol¨ªtica. La hipot¨¦tica conformaci¨®n de bloques econ¨®micos regionales (el Acuerdo Transpac¨ªfico liderado por EE?UU frente a la Asociaci¨®n Econ¨®mica Integral Regional liderada por China) tiene su correlato en otras propuestas en el orden de la seguridad, ya sean trilaterales o multilaterales, que redundan en la multiplicaci¨®n de las ventas de armamento, la reiteraci¨®n de maniobras militares y la reordenaci¨®n de los efectivos disponibles. Y todo ello cristaliza en el anudamiento de alianzas pol¨ªticas cuya din¨¢mica subyacente atiende a la contenci¨®n de China.
La reacci¨®n de Pek¨ªn abarca igualmente una triple dimensi¨®n. De una parte, incrementa el valor y alcance de sus ofertas econ¨®micas a sabiendas de que en ellas radica su aut¨¦ntica capacidad de neutralizaci¨®n y seducci¨®n. Dichas propuestas no solo est¨¢n dirigidas a los pa¨ªses vecinos, especialmente a los del sureste asi¨¢tico (la Ruta de la Seda mar¨ªtima), sino tambi¨¦n a EE?UU, aunque de modo singularmente diferente. La actual ola de reformas promete abrir nuevos sectores al capital y empresas estadounidenses. China es bien consciente de que la comunidad empresarial es la mejor aliada del PCCh para influir en la pol¨ªtica exterior de la Casa Blanca. Lo ambicioso de sus propuestas econ¨®micas garantiza repercusiones de alcance en el orden pol¨ªtico y estrat¨¦gico. En paralelo, Pek¨ªn multiplica los esfuerzos de modernizaci¨®n de sus Fuerzas Armadas, con especial atenci¨®n a sus capacidades navales, si bien a¨²n a gran distancia de EE?UU.
Pek¨ªn multiplica sus ofertas econ¨®micas a sabiendas de que en ellas reside su capacidad de seducci¨®n
El signo final de esta evoluci¨®n reside en gran medida en la capacidad de EE?UU y China para aflorar ese nuevo modelo de relaciones que evite la confrontaci¨®n y que Obama y Xi Jinping decidieron explorar como alternativa al G-2. Si bien la Chim¨¦rica pronto deriv¨® en quimera, ambos han persistido en la multiplicaci¨®n de los canales de comunicaci¨®n, no siempre f¨¢ciles, instrumentando medidas de confianza (especialmente en lo militar) para limar las aristas de una relaci¨®n que ambos admiten competitiva, como m¨ªnimo. China y EE?UU no son potencias antag¨®nicas, pero sus valores e intereses no son del todo coincidentes. El mayor obst¨¢culo para su entendimiento radica en la insistencia china en preservar su soberan¨ªa y en la negativa estadounidense a admitir de buenas a primeras la existencia de un poder aut¨®nomo y heterodoxo que pudiera llegar a ser desafiante.
La prueba de fuego para ambos es la ¡°normalidad¡± que Shinzo Abe reivindica para Jap¨®n. Su regreso equivale a lidiar con la recuperaci¨®n de otra potencia que ya no solo ser¨ªa econ¨®mica, sino tambi¨¦n diplom¨¢tica y militar. De salir adelante la modificaci¨®n del art¨ªculo 9 de su Constituci¨®n, previsiblemente en 2015, le permitir¨¢ eludir el r¨¦gimen establecido tras su derrota en 1945.
China se moviliza a la desesperada para convencer a EE?UU de que evite cruzar una l¨ªnea que pondr¨ªa en jaque el orden de la posguerra, alterando cualitativamente el statu quo en la regi¨®n. A China le preocupa que Jap¨®n sobrepase sus l¨ªmites de anta?o, que se inmiscuya en Taiw¨¢n (cuyo comercio bilateral equivale ya al 60% del que mantiene con Tokio) o afecte con su pol¨ªtica a la seguridad de las rutas mar¨ªtimas. Pero la confianza se resiente. Es posible y deseable que el modelo chino de afirmaci¨®n en la regi¨®n no imite el estadounidense de multiplicar bases y efectivos militares por doquier aunque modernice sus Fuerzas Armadas. Por un tiempo, su prioridad seguir¨¢ siendo los puertos y aeropuertos para desarrollar el comercio. A la larga resulta m¨¢s efectivo y sostenible. Y, parad¨®jicamente, puede proveerle de una influencia m¨¢s segura que la lograda a trav¨¦s de unos ej¨¦rcitos que solo pueden infundir temor.
Xulio R¨ªos es director del Observatorio de la Pol¨ªtica China.
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