Tatuaje en braille
Alba del Toro se fue a Anantapur con su perro Torry a convivir con mujeres como ella, ciegas Su diario no solo es un documento excep?cional sobre su experiencia sino que recorres su vida como una alegre insurgen?cia, como una victoria de la humanidad Sexta historia de mujeres en India extra¨ªda del libro 'Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades', de Manuel Rivas, sobre el trabajo del m¨¢s famoso cooperante espa?ol
Parte de la memoria de Gulab son las manos de Alba. Manos que recorren sus cabellos, que la ense?an a pei?narse. Manos que son cuencos de agua. Manos que tra?zan surcos suaves, que maquillan. Manos que la llevan por los tejidos. Para reconocer su ropa. Manos que dis?tinguen las plantas, las flores, los ¨¢rboles. Manos que cuentan un cuento, reconstruyen un paisaje, poblado de personas, animales, aves, en el relieve de un dibujo. Manos que pueden lo que parec¨ªa imposible. ?Vamos a jugar a la pelota! Un cascabel en el aire. Se aleja, se acerca. Est¨¢ en tus manos. Es la pelota. Gulab aprendi¨® mucho con Alba. No olvida su voz. Su voz que iba te?jiendo poco a poco, as¨ª, bien, m¨¢s r¨¢pido, la lengua telugu, a partir de un viejo libro que encontr¨® en la biblioteca y que le transcribieron al braille. Telugu aprendido con las yemas de los dedos. Los ojos de Alba son las manos. La memoria de Gulab son las manos de Alba. Y su voz. Y su olor. C¨®mo va cambiando la qu¨ª?mica de su piel. Al llegar, era muy diferente.
Hay un momento extraordinario en Los colores del sue?o, el diario que Alba de Toro escribi¨® de su per¨ªo?do como profesora en Anantapur con la Fundaci¨®n Vicente Ferrer (RDT). Destila una especie de felicidad clandestina: "Me encanta el olor de esta gente. Una mezcla de especias, paja y sudor... ?Creo que ya huelo igual!".
El acercamiento entre el yo y el nosotros es un proceso motriz en algunas magistrales obras litera?rias. En Las uvas de la ira, por ejemplo, en un cap¨ªtu?lo, el XIV, que tiene aliento de manifiesto, John Steinbeck ilumina la noche del campamento de emi?grantes. Hay murmullos, crepitar de brasas, llantos de ni?os y las sombras van aproxim¨¢ndose, recono?ci¨¦ndose hasta compartir lo que tienen.
"Los dos hombres acuclillados en la vaguada, la peque?a foga?ta, la carne de cerdo hirviendo en una sola olla, las mujeres silenciosas, de ojos p¨¦treos; detr¨¢s, los ni?os escuchando con el alma las palabras que sus mentes no entienden. La noche cae. El peque?o est¨¢ resfriado. Toma, coge esta manta. Es de lana. Era la manta de mi madre, c¨®gela para el beb¨¦. Esto es lo que hay que bombardear. Este es el principio: del yo al nosotros".
Hay algo diferente, de una extrema sutileza, en la forma en que se describe ese encuentro en el diario que Alba de Toro escribi¨® con ese t¨ªtulo, Los colores de un sue?o, durante su estancia como profesora en el cen?tro de educaci¨®n especial de Anantapur. Ese grito que expresa una fraternidad que implica a los cuerpos y al paisaje: "?Creo que ya huelo igual!".
El diario de Alba no solo es un documento excep?cional sobre la vida y la experiencia de una persona ciega de nacimiento ("No tengo ning¨²n resto visual y no recuerdo el momento en que fui consciente de esto"), de su aprendizaje y evoluci¨®n sensorial e inte?lectual. Recorres su vida como una alegre insurgen?cia, como una victoria de la humanidad, ayudada por Tory, el perro labrador que la acompa?¨® en Ananta?pur. Pero tambi¨¦n dice m¨¢s que mil campa?as publici?tarias sobre la calidad human¨ªstica del trabajo educa?tivo de la Fundaci¨®n. Es una pedagog¨ªa que nunca se desprende del principio de realidad. Podr¨ªamos decir: una pedagog¨ªa que duerme en el suelo. "?Qu¨¦ bien se duerme en el suelo!", anota Alba. Podr¨ªamos hablar de nuevas tecnolog¨ªas. En Anantapur, en los centros del RDT, ni?as y ni?os ciegos aprenden el uso de las nuevas tecnolog¨ªas. No pocas veces van a la vanguar?dia. En Hyderabad o en Bangalore, ciudad de referen?cia de la innovaci¨®n inform¨¢tica en la India, el paso por estas escuelas es apreciado en el historial profesio?nal. Pero hay otro momento magn¨ªfico en las memo?rias de Alba. El d¨ªa que tiene que madrugar para aprender a orde?ar una vaca:
"Voy a dejar de escribir. Ma?ana me despertar¨¢n a las 5:30 para orde?ar la vaca".
En los centros educativos del RDT se ense?a a or?de?ar una vaca. Ese hilo de leche es otro principio de realidad. Las vacas vuelven a ser sagradas. Pero no solo en el plano simb¨®lico. Pueden sostener una fami?lia. Dos vacas o dos b¨²falas de leche pueden significar ingresos suficientes para que los hijos puedan estudiar. Castelao habl¨® un d¨ªa de la Sant¨ªsima Trinidad: la vaca, el pez y el ¨¢rbol. Y a?ad¨ªa que si existieran mo?nedas de una Federaci¨®n Mundial deber¨ªan estar acu??adas con esos s¨ªmbolos. Cuando era estudiante, una de las mejores lecciones de periodismo fue cuando co?mentamos el descr¨¦dito en que hab¨ªa ca¨ªdo un impor?tante pol¨ªtico en Francia que no supo responder a la pregunta de cu¨¢l era el precio una barra de pan. ?Cu¨¢n?tos de nuestros pol¨ªticos, incluso ministros de Agricul?tura o Educaci¨®n, sabr¨ªan responder a la pregunta de cu¨¢ntas ubres tiene una vaca? Deber¨ªan ir a Ananta?pur, a aprenderlo.
En el Rig Veda se dice: "Y esta plegaria del cantor que se expandi¨® sin cesar / devino una vaca que estaba all¨¢ antes del comienzo del mundo". Gandhi escribi¨® un d¨ªa que amar una vaca "lleva al hombre m¨¢s all¨¢ de su especie... gracias a la vaca, el ser humano es llamado a tomar conciencia de su identidad con todo lo que vive". En la cultura maya, el nombre de la V¨ªa L¨¢ctea era la Alameda de la Vaca. En la cultura india, la diosa Krishna fue en otro tiempo una joven vaquera.
El orde?o de la vaca es comparado a la existencia del mundo. En Mythes et symboles dans l¡¯art et la ci?vilisation de l¡¯Inde, Heinrich Robert Zimmer escribe: "La porci¨®n que se manifiesta como el mundo no es m¨¢s que el producto de un solo orde?o de la sublime fuente, la gran vaca moteada".
?Y a¨²n hay quien duda de que las vacas son sagradas!
Tienes la sensaci¨®n de que Alba escribe con un ca?leidoscopio. Que ese caleidoscopio crea una fosfores?cencia en el papel con olor a incienso y a jazm¨ªn. Hay una fusi¨®n de los sentidos, una sinestesia, que le da una corporeidad a las palabras. Tambi¨¦n parece que hue?lan a especias, paja y sudor. Pero el principio de reali?dad no le lleva a ignorar otras identidades inc¨®modas. Si tuviese que describir Anantapur, anota Alba, ser¨ªa por el ruido enloquecido de los pitidos de los cl¨¢xo?nes. Y por otros olores indeseados: "?Qu¨¦ man¨ªa tiene todo el mundo de quemar la basura!".
La ceguera puede ser muy comunicativa. Un d¨ªa Alba conoci¨® a Mahadebi. Iba en el mismo rickshaw con otros pasajeros. Y a una velocidad endiablada, como suele ser. O que lo parece, por el sonido compul?sivo del claxon y el mareo de los bandazos o los giros imposibles. El caso es que el conductor detuvo la m¨¢?quina de repente. Tal vez no ten¨ªa permiso y not¨® que la polic¨ªa rondaba por ah¨ª. No dio explicaciones. Los pasajeros se quedaron en tierra. Alba oy¨® unas palabras. Eran de una muchacha joven. Le pregunt¨® si sa?b¨ªa c¨®mo llegar a la estaci¨®n de autobuses. S¨ª, claro que lo sab¨ªa. Ella se llamaba Mahadebi y se ofreci¨® a guiarla. Caminaron juntas. Cuando se acercaban a la estaci¨®n, Mahadebi tropez¨® con un obst¨¢culo. Tam?bi¨¦n ella era ciega. Iba a la estaci¨®n a pedir limosna. Y a prostituirse.
En el libro Vicente Ferrer. Rumbo a las estrellas, con dificultades (RBA), el escritor Manuel Rivas sigui¨® las huellas del famoso cooperante nacido en Barcelona (1920-2009) desde su adolescencia republicana en Espa?a hasta su lucha para transformar la des¨¦rtica Anantapur, en India, en un territorio de esperanza. La clave de esa revoluci¨®n del siglo XXI ha sido el situar a la mujer en el coraz¨®n y la vanguardia de la comunidad. Aqu¨ª se cuentan en primera persona algunos testimonios de ese tr¨¢nsito: entre la opresi¨®n y la re-existencia.
Retratos de ocho mujeres de la mano del fot¨®grafo ?ngel L¨®pez Soto.
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