El SOS de las princesas prisioneras
La paciencia de la madre se agot¨® y ha decidido hacer p¨²blico su caso El rey Abdal¨¢ mantiene a las cuatro hijas que tuvo con su segunda mujer aisladas y recluidas en un palacio de Yeddah desde 2001 ¡°Me pidi¨® que volviera con ¨¦l y me negu¨¦. Nunca pens¨¦ que castigar¨ªa a mis hijas por mi causa¡±, declaraba a EL PA?S Por extra?o que resulte, no es un asunto aislado en Arabia Saud¨ª.
Tiene todos los elementos de una leyenda medieval. Unas bellas princesas encarceladas en palacio por un padre-rey todopoderoso. Solo que en esta ocasi¨®n la petici¨®n de ayuda para que las libere un caballero galante no ha llegado en una nota escondida en un pa?uelo, sino por la denuncia de su madre a la prensa. Son otros tiempos. O quiz¨¢ no. La historia de las hermanas Sahar, Maha, Hala y Jawaher, hijas de Abdal¨¢ de Arabia Saud¨ª, es tan rocambolesca como desgraciadamente frecuente en este pa¨ªs que quiere estar en el siglo XXI sin dejar el XV.
?¡°[El rey] me pidi¨® que volviera con ¨¦l y me negu¨¦. Nunca pens¨¦ que castigar¨ªa a mis hijas por mi causa¡±, declara desconsolada Alanoud al Fayez por tel¨¦fono desde Reino Unido, donde reside en la actualidad.
Esta mujer, de 57 a?os y que apenas ten¨ªa 15 cuando se convirti¨® en la segunda esposa de Abdal¨¢, asegura que el hoy monarca saud¨ª mantiene a sus cuatro hijas ¡°bajo arresto domiciliario¡± desde el a?o 2001. Seg¨²n su relato, las mujeres viven completamente aisladas y en condiciones precarias dentro de un complejo palaciego en la ciudad de Yeddah, del que no pueden salir sin vigilancia y donde no se les permite recibir visitas. Tras el fracaso de sus gestiones para librarlas de esa situaci¨®n, decidi¨® hacer p¨²blico su caso.
Ante esa posibilidad, la princesa Alanoud afirma que hace cinco meses recibi¨® la visita del pr¨ªncipe Mutaib, uno de los 38 hijos del rey y el actual jefe de la Guardia Nacional.
?Qu¨¦ otra cosa pod¨ªa hacer?¡±, se pregunta la madre. ¡°Me llaman llorando, no aguantan m¨¢s¡±
¡°Me dijo que quer¨ªan que regresara y se neg¨® a cualquier otra soluci¨®n¡±, manifiesta, convencida de que Mutaib y su hermano Abdelaziz, el viceministro de Exteriores, son quienes est¨¢n detr¨¢s del castigo a sus hijas, que tienen entre 38 y 42 a?os. ¡°Abdal¨¢ no es tan malo¡±, asegura del hombre que fue su marido en dos ocasiones y que en ambas se divorci¨® de ella sin explicaciones. M¨¢s tarde, en un intercambio de mensajes por Internet, precisa que el hecho de que ¡°est¨¦ manipulado por otras personas no significa que no le culpe por lo que pasa¡±.
Fue a ra¨ªz de esa visita cuando se decidi¨® a entregar una carta en la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos denunciando el caso. Al mismo tiempo, ella y dos de sus hijas, Sahar y Jawaher, abrieron sendas cuentas de Twitter en las que exponen su historia. Y finalmente, la semana pasada, recurri¨® a la prensa brit¨¢nica, a la que ambas han confirmado su encierro y su deseo de recuperar la libertad. En una sociedad tan renuente a airear los trapos sucios en p¨²blico constituye un paso arriesgado.
¡°?Qu¨¦ otra cosa pod¨ªa hacer? Me llaman llorando; no aguantan m¨¢s. Mi abogado intent¨® viajar a Arabia Saud¨ª para reunirse con ellas, pero no lo autorizaron¡±, explica entre sollozos.
Pero por m¨¢s incre¨ªble que resulte en pleno siglo XXI, el asunto no es inusitado en este pa¨ªs cuya modernizaci¨®n acelerada desde el descubrimiento del petr¨®leo es causa de numerosos anacronismos, sobre todo en el terreno social.
¡°Hab¨ªa o¨ªdo hablar de ello. Tampoco es muy diferente de la situaci¨®n en la que viven decenas de miles de mujeres en este pa¨ªs¡±, me responde una activista saud¨ª a la que pregunto por el caso. Su gesto apenas disimula el malestar por que la prensa internacional no preste la misma atenci¨®n a las dif¨ªciles circunstancias que sufren la mayor¨ªa de las mujeres saud¨ªes, cuya discriminaci¨®n sistem¨¢tica denuncian con regularidad las organizaciones internacionales de derechos humanos.
Tal como recuerda el ¨²ltimo informe de la organizaci¨®n internacional Human Rights Watch (HRW), en Arabia Saud¨ª ¡°todas las ni?as y las mujeres tienen prohibido viajar, realizar gestiones oficiales e incluso someterse a ciertas intervenciones quir¨²rgicas sin el permiso del hombre que tiene su tutela¡±, sea el padre, el marido o un hermano. Tampoco pueden casarse sin su consentimiento, ni tienen derecho a pedir el divorcio, y a menudo son discriminadas en la custodia de los hijos. Ese desfavorable marco legal, m¨¢s propio del siglo XV del calendario que sigue el pa¨ªs que del actual, se ve agravado en el caso de algunas familias ultraconservadoras por restricciones a?adidas que limitan la autonom¨ªa femenina hasta extremos inimaginables.
¡°Tengo primas cuyos m¨®viles carecen de teclado para que solo puedan recibir llamadas¡±, conf¨ªa la activista, que, como parte de una minor¨ªa ilustrada, disfruta de una libertad de movimientos con la que muchas compatriotas suyas no pueden ni siquiera so?ar.
En Arabia Saud¨ª, donde la familia real es una instituci¨®n intocable, resulta imposible confirmar la denuncia de Alanoud y sus hijas. Durante una conversaci¨®n privada, una princesa que es prima lejana de las cuatro mujeres, a las que conoci¨® de j¨®venes, muestra su extra?eza por el asunto, del que dice haberse enterado por la prensa brit¨¢nica. No encaja con la imagen del monarca, a quien considera ¡ªy no solo ella¡ª un defensor de la causa de la mujer.
Desde su llegada al trono en 2005, Abdal¨¢, de 89 a?os, ha inaugurado varias universidades femeninas, ha impulsado la incorporaci¨®n de las mujeres al trabajo, les ha dado derecho de voto (aunque tenga escaso peso pol¨ªtico) y ha nombrado a 30 de ellas miembros del Consejo Consultivo (Majlis al Shura). No ha derogado, sin embargo, la prohibici¨®n de conducir ni, lo que es m¨¢s importante, el mencionado sistema de tutela que las reduce legalmente a eternas menores de edad, dependientes de por vida del var¨®n que tenga su custodia.
¡°S¨¦ que el rey es un hombre de una gran rectitud moral; tal vez si sus hijas han cometido alguna imprudencia..., pero no tengo constancia¡±, se?ala la princesa consultada.
?Hubo algo en el comportamiento de sus hijas que para su padre las hiciera merecedoras de ese castigo?, le pregunto a Alanoud. ¡°Mis hijas no han hecho nada que las otras hijas no hayan hecho¡±, repite una y otra vez sin encontrar explicaci¨®n. ¡°No se puede hacer idea del ego del hombre saud¨ª¡±, apunta.
La madre se muestra especialmente preocupada por la salud de dos de ellas, Maha y Hala, que al parecer viven aisladas de las otras dos.
¡°Si se puede llamar a eso vivir¡±, precisa. ¡°Aunque est¨¢n en una casa muy grande, sus condiciones son miserables, sin aire acondicionado, sin ayuda, pero sobre todo sin poder hacer su propia vida, formar una familia¡ y la mayor ya tiene 42 a?os¡±, acierta a a?adir antes de que el llanto le impida seguir.
De sus palabras se deduce que alguna ha tenido problemas que requirieron tratamiento psicol¨®gico, aunque no lo desarrolla. El di¨¢logo es desordenado. Suena acongojada y salta de un asunto a otro como si temiera que no va a darle tiempo a contar todo.
¡°Hice lo que pude para hacer entrar en raz¨®n a su padre y su entorno, intent¨¦ ayudar a mis hijas en su proceso curativo, pero me negaron eso, quer¨ªan que viera c¨®mo mis propias hijas se iban marchitando y qued¨¢ndose en nada¡±, aclara m¨¢s tarde en un mensaje.
En alg¨²n momento de 2001 perdi¨® el acceso a sus hijas y al a?o siguiente decidi¨® abandonar el pa¨ªs como forma de presi¨®n. Pens¨® que tal vez servir¨ªa para asustar a los responsables de su cautiverio. Volvi¨® unos meses despu¨¦s, pero tampoco logr¨® que le dejaran verlas. As¨ª que en 2003 desisti¨®.
¡°Me sent¨ªa impotente. Pens¨¦ que podr¨ªa ayudarlas desde fuera¡±, concluye. Han pasado 13 a?os.
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