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¡°Todos los que usamos tecnolog¨ªa, estamos rodeados¡±

Alan Rusbridger es el director de 'The Guardian' Las revelaciones sobre el ¡®caso Snowden¡¯ le han valido el Ortega y Gasset y el Pulitzer Nos recibe en Londres para hablar de compromiso y periodismo de excelencia

Jes¨²s Ruiz Mantilla
El director de 'The Guardian', Alan Rusbridger.
El director de 'The Guardian', Alan Rusbridger.Piers Calvert

No se lo advirti¨® cualquiera. Fue el gran pianista Alfred Brendel en persona quien le dijo que la Balada n¨²mero uno, opus 23, de Chopin, era una de las piezas m¨¢s dif¨ªciles del repertorio. Aun as¨ª, Alan Rusbridger (Zambia, 1953) se fij¨® una meta: dedicar 20 minutos al d¨ªa a sacarla adelante en un a?o. Lo logr¨®, aunque el resultado quiz¨¢s hubiese sido distinto si en medio de ese espacio de tiempo, el director de The Guardian, adem¨¢s de la partitura, no hubiese tenido que lidiar con el ¡®caso Wikileaks¡¯, las escuchas de ¡®News of the World¡¯ que pusieron en jaque al todopoderoso Rupert Murdoch, la ¡®primavera ¨¢rabe¡¯, el tsunami en Asia, la crisis financiera en Europa o la muerte de Bin Laden. Todo eso m¨¢s, en 2013, las revelaciones sobre el caso de espionaje masivo revelado por Edward Snowden, han convertido a The Guardian en el gran medio de referencia mundial para el periodismo de alta calidad con los premios Ortega y Gasset y el Pulitzer como grandes reconocimientos universales.

?Estamos rodeados? Incluso la gente que ha estado escribiendo sobre asuntos como el de Edward Snowden ha quedado sorprendida con todo lo que ocurre. En Nueva York conoc¨ª recientemente a James Bandford, que ya hab¨ªa publicado varios art¨ªculos sobre la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) en los noventa. Le pregunt¨¦, como especialista, con respecto a las ¨²ltimas revelaciones, qu¨¦ hab¨ªa aprendido. Me respondi¨® que ni siquiera ¨¦l ten¨ªa idea de la dimensi¨®n de lo que estaba ocurriendo. Creo que cualquiera que tenga relaci¨®n diaria con la tecnolog¨ªa se encuentra muy rodeado, s¨ª.

El ¡®caso Snowden¡¯ tiene varias similitudes con el Watergate. Entonces, Nixon se vio envuelto en una trama de espionaje a un sector y partido determinados. Ahora, se trata de una escucha masiva a nivel global. ?Cuesti¨®n de escalas? ?Un signo de nuestro tiempo? ?Qu¨¦ nos dice este caso sobre nuestra propia ¨¦poca? Bueno, quien lo est¨¢ haciendo alega que se trata de una cuesti¨®n benigna; que simplemente andan recogiendo datos, pero que no los miran. Para que eso sea cierto, debemos pensar en que la tecnolog¨ªa empleada para ello nunca va a ser utilizada con malos prop¨®sitos y que se controla. Y hay quienes, por el contrario, sostienen que el hecho de configurar un sistema de estas caracter¨ªsticas se hace precisamente para ser utilizado con intenciones sospechosas. Si eres de quienes se f¨ªan de los primeros, en ciertos pa¨ªses, te pueden entrar dudas. Si dentro de eso realizas un trabajo de, como llaman ellos, methodator ¨Clo que quiera que signifique eso, ni siquiera sabemos muy bien a qu¨¦ se dedican los que se llaman as¨ª¨C, tienes que confiar demasiado en alguien como para poder quedarte tranquilo. Debemos depositar un enorme grado de confianza para no asustarnos con la ingente cantidad de informaci¨®n que recolectan sobre nosotros.

Alan Rusbridger

Rusbridger, (Zambia, 1953) es director del diario brit¨¢nico The Guardian desde 1995. A punto estuvo de dedicar su vida al clarinete. La m¨²sica todav¨ªa le rodea, toca el piano con destreza y le sirve de evasi¨®n a un oficio que le ha catapultado como modelo a seguir con su pauta de transformaci¨®n digital y su decidida apuesta por exclusivas que han resultado determinantes a nivel global. Comenz¨® su carrera en el Cambridge Evening News antes de incorporarse en 1979 a su actual publicaci¨®n. Tambi¨¦n ha sido corresponsal en Washington del London Daily News en un par¨¦ntesis que inici¨® en 1987, para volver a The Guardian como reportero antes de ser nombrado director del mismo, marcando toda una ¨¦poca al frente.

Con las conclusiones a las que han ido llegando dentro de su peri¨®dico, ?deber¨ªamos estar solo alertados o ya, directamente, asustados por ello? Esta historia nos ense?a que hoy por hoy nos resultar¨ªa imposible despegar la tecnolog¨ªa de nuestras vidas. Se entremezclan irremediablemente. Cuando entramos en Google, estamos poniendo nuestro propio cerebro a su disposici¨®n y eso es definitivo para comprender nuestra ¨¦poca. Yo creo que este ser¨¢ uno de los grandes asuntos del siglo. Aunque la mayor¨ªa no hayamos llegado a entender el entramado en su totalidad.

Pero s¨ª ciertas pistas. Y eso, en usted, cuenta. Alguna vez ha confesado que no puso mucho empe?o en seguir el ¡®caso Madelaine McCann¡¯, sobre la ni?a desaparecida en Portugal, porque no nos dec¨ªa mucho acerca de nuestro tiempo. El ¡®caso Snowden¡¯, ?le resulta todo lo contrario? ?No es fascinante, por ejemplo, a trav¨¦s de ¨¦l, comprobar c¨®mo se mueve el nuevo poder? Existen nuevos poderes que cre¨ªamos emergentes y que ahora lo ostentan de forma total.

?Las empresas tecnol¨®gicas? Son muy poderosas. Creo que los Gobiernos, quiz¨¢s, podr¨ªan haberse metido a esto sin recurrir a esas compa?¨ªas implicadas. Pero les costar¨ªa mucho m¨¢s caro. Los usuarios utilizamos sus servicios y lo que no hemos llegado a entender es el alcance del trato entre ellos. Todo esto nos ha llevado a plantearnos hasta qu¨¦ punto dichas empresas controlan cosas de nosotros mismos y, por lo menos a m¨ª, a preguntarme, en los ¨²ltimos meses, en qui¨¦n conf¨ªo m¨¢s, si en Google o en el Gobierno.

?Qui¨¦n no se lo pregunta? ?Hasta qu¨¦ punto debemos fiarnos de ambos? Bueno, si tienes un objetivo para investigar no hay que usar mucho la imaginaci¨®n para seguir su rastro. Por m¨¢s que nos digan que solo recogen datos sobre nosotros, pero que no los analizan, tambi¨¦n nos damos cuenta de que estas tecnolog¨ªas pueden ser utilizadas por Gobiernos sospechosos para enterarse de cualquier cosa. No es suficiente excusa por parte de quienes dicen: somos buenos, no hay nada de qu¨¦ preocuparse.

La cuesti¨®n ser¨ªa entonces para qu¨¦ lo quieren recabar. Bueno, pues responden que nunca se sabe cu¨¢ndo lo van a necesitar. En cierto sentido, ese argumento puede llegar a tener fuerza, es una de las claves por las cuales nos resulta un asunto tan interesante. No se trata de algo que debamos reducir a blanco y negro. Yo creo, por mi parte, que no deber¨ªan hacerlo, pero entiendo que si se ven forzados a ello hay que tratar el asunto en t¨¦rminos de consentimiento.

Y en dichos t¨¦rminos, ?qu¨¦ diferencia a un buen Gobierno de uno malo? Creo que podemos estar de acuerdo en que un buen Gobierno es aquel que se rige por leyes estrictas y procedimientos. El que, gracias a esos reglamentos, se asegura de que las agencias de inteligencia obedezcan ¨®rdenes y que sus usos sean leg¨ªtimos. Si ese no fuera el caso, no tendr¨ªa apoyos democr¨¢ticos. Mi problema con eso es: ?c¨®mo lo sabes?

Fue ofensivo que me preguntaran en el Parlamento si amo a m¨ª pa¨ªs

Es que lo que usted describe no es simplemente un buen Gobierno. Es una sociedad preparada, de fiar, que es quien lo eleva. Gobiernos, Parlamentos¡­ Si esto hubiese sido debatido abiertamente y resultara cre¨ªble su intenci¨®n, no habr¨ªa saltado un Snowden a denunciarlo. Si la sociedad hubiese podido determinar ese grado de intervenci¨®n, entonces quedar¨ªa claro, pero no ha sido as¨ª. Se han esgrimido viejos modos para un mal uso de la tecnolog¨ªa.

?Podemos considerar un buen Gobierno a ese que, cuando usted acudi¨® al Parlamento para dar explicaciones sobre el caso, le pregunt¨® por boca de algunos si amaba a su pa¨ªs? ?Qu¨¦ t¨¦rminos debemos utilizar para analizar dicha cuesti¨®n? ?Macartismo posmoderno, quiz¨¢s? Para empezar: ?Es el papel del Parlamento preguntar ese tipo de cosas? ?Debemos prestar juramento por lo que hicimos? Me pareci¨® ofensivo tal y como se plante¨®.

?No sab¨ªan sus se?or¨ªas que se pueden llegar a construir grandes pa¨ªses am¨¢ndolos y detest¨¢ndolos hasta el punto de querer perfeccionar precisamente esos defectos que uno deplora? Desde luego. No se trata de optar, tampoco de amar sin condiciones todo lo que tu pa¨ªs representa.

Es bastante infantil la actitud. Una de las cosas que m¨¢s aprecio de Reino Unido es su compromiso con la libertad de expresi¨®n. Pero, llegados a este punto, no admiro m¨¢s a mi pa¨ªs que a Estados Unidos, porque all¨ª hemos podido seguir la historia sin estos problemas... y sin que sea un lugar perfecto.

Rusbridger, en su despacho de ‘The Guardian’.
Rusbridger, en su despacho de ¡®The Guardian¡¯.Piers Calvert

?No es una prioridad para los periodistas, precisamente, mostrarse muy conscientes de los defectos de su pa¨ªs para contribuir a que se cambien? Desde luego. Y resulta muy interesante discutir estos asuntos con un espa?ol o un alem¨¢n, porque aqu¨ª existe una complacencia generalizada respecto a nuestra propia historia que nos ha llevado a la conclusi¨®n extendida de que el Estado ha sido bueno tradicionalmente. Por tanto, ?qu¨¦ debemos temer? Si lo hablas con ciudadanos de otros pa¨ªses en los que el Estado no ha sido tan benigno, empezamos a entender de otra manera, ?c¨®mo pueden las cosas llegar a estar mal?

?Qu¨¦ puede contarme de Snowden? No lo he conocido.

?Qu¨¦ opina de ¨¦l, en cualquier caso? Cuando hicimos el primer contacto mand¨¦ a un reportero con responsabilidades en el staff y experiencia. Se llama Ewen MacAskill , tiene 63 a?os y ya ha hecho y visto de todo. No queda f¨¢cilmente deslumbrado por cualquiera y mi impresi¨®n personal acerca de Snowden ha sido filtrada por ¨¦l. Conf¨ªo en su juicio y ¨¦l cree que se trata de un hombre que ha sido testigo de todo ese proceso y ha llegado a alarmarse a un nivel enorme, que es una fuente genuina. No tengo ning¨²n indicio que me haga pensar que no lo sea. Puedes llegar a plantearte, como ha hecho un periodista de The Economist en un libro, que se trata de un esp¨ªa ruso. Eso quiz¨¢s puede hacer que te induzca a cambiar tu opini¨®n sobre Snowden, pero no sobre la historia en s¨ª. En lo que nos basamos es en documentos y los documentos nos muestran un asunto que no ha sido negado por nadie.

No deja de ser parad¨®jico que haya ido a parar a brazos de Putin, un l¨ªder que no demuestra ser precisamente un amante de la democracia. Cierto¡­

Pero si convenimos que Snowden es un tipo noble, ?podemos sostener lo mismo acerca de Julian Assange? Bueno, nos vamos un poco lejos.

Si Snowden fue ayer, Assange fue antes de ayer. Ya, ya. Yo siento que el asunto de Wikileaks, que trabajamos a fondo con Assange junto a otros medios como EL PA?S, mereci¨® la pena. Creo que es un hombre muy inteligente y que mostr¨® la habilidad, junto a nosotros, de llegar a descubrir asuntos de manera segura preservando la libertad de expresi¨®n. Lo que publicamos ten¨ªa mucho valor, pese a que algunas cosas que haya hecho despu¨¦s no me hagan estar de acuerdo con ¨¦l.

?Cree que las historias se defienden por s¨ª mismas, sin importar totalmente qui¨¦n las ponga a su disposici¨®n o no? S¨ª, lo creo. Adem¨¢s, historias como estas afectan a los retos de nuestra profesi¨®n.

Por no hablar del vuelco completo que ha dado nuestra era con Internet. El periodismo logr¨® un hito con Wikileaks, pero tambi¨¦n la diplomacia, ?habr¨¢ cambiado para siempre tambi¨¦n ese mundo? Eso y mucho m¨¢s. La transformaci¨®n afecta a las bases sobre las cuales debe montarse lo que venga. No pueden ser muy duraderas porque no son seguras tampoco. Resulta ir¨®nico que el Gobierno nos advierta sobre esa propia inseguridad, pero lo hace, como lo avis¨® en su d¨ªa Chelsea Manning, que levant¨® la liebre de Wikileaks. Tambi¨¦n lo ha hecho Snowden. Puedes contar te¨®ricamente con la base de datos m¨¢s segura del mundo que no lo ser¨¢ tanto.

Mi primer amor es el periodismo, pero la m¨²sica me resulta un escape

Y eso es fundamental que la gente lo sepa. Es su derecho. Eso y no confiar cuando el Gobierno nos dice que nuestros historiales m¨¦dicos van a estar en un lugar seguro al que tienen acceso dos millones de personas. No sabemos cu¨¢nta gente tiene acceso al material sobre el que Snowden nos puso en la pista, dec¨ªan que 850.000. Bueno, yo no me siento seguro sobre unos datos a los que dos millones de personas tienen capacidad de llegar, no s¨¦ usted. Estos asuntos van a ir y venir todo el rato, se van a reproducir sistem¨¢ticamente en nuestras agendas.

Cuando hace 15 a?os apost¨® usted sin dudarlo por el futuro digital en su peri¨®dico, ?imagin¨® que ser¨ªa as¨ª? En muchos casos s¨ª. Recuerdo que en 1994, hace ya 20 a?os, fui a visitar The Knight Reader en Colorado. Era un laboratorio en el que unos cuantos imaginaban el futuro. Ya ten¨ªan ipads. De madera, pero una especie de ipads. Hab¨ªan imaginado hacia d¨®nde se dirigir¨ªa la informaci¨®n en pantallas 15 a?os antes de que nadie lo fabricara. Te ayudaba a pensar acerca de c¨®mo deber¨ªamos prepararnos. Sobre los peri¨®dicos, creo que llegu¨¦ a verlo, que se aproximaban retos que nos har¨ªan cambiar y adoptar nuevas direcciones.

Nadie lo dir¨ªa por c¨®mo tiene su despacho. Lleno de papeles. Le¨ª que era usted un obseso de la tecnolog¨ªa¡­ Le ense?o ahora mismo mi caja con ordenadores muertos. Ah¨ª est¨¢n. Mis pobres teclados.

Mire, s¨ª, todos muertos. Pero usted es un hombre muy apegado a las teclas. Tambi¨¦n toca el piano. ?C¨®mo lo compagina? Me gustan todo tipo de teclados, es cierto. ?ltimamente me llegu¨¦ a obsesionar por Chopin, concretamente con la Balada n¨²mero uno, opus 23. Volv¨ª a meterme en ello, retom¨¦ las clases. Ni siquiera ahora logro entender c¨®mo lo hice, pero lo consegu¨ª. Lo fui contando en un diario que publiqu¨¦ en el libro Play it again. Pero, insisto, no s¨¦ c¨®mo, porque al tiempo apareci¨® Wikileaks, el espionaje del News of the World¡­

Chopin y Wikileaks. Debe de existir alguna conexi¨®n. ?Cu¨¢l? La que yo hice fue comprender que no exist¨ªa ning¨²n valor en lo que yo iba a aportar a la m¨²sica m¨¢s all¨¢ del reto amateur. Siempre fue as¨ª antes de que los profesionales se diferenciaran del resto gracias a los discos. Pues bien, los aficionados pueden hoy publicar cualquier informaci¨®n valiosa y eso representa todo un reto para el mundo profesional. Si quieres experimentar esa balada, puedes encontrarte tambi¨¦n ahora con millones de versiones como la tuya.

En el piano, como en el clarinete, ?encuentra su refugio? Es s¨ªntoma de nuestro tiempo que cuanto m¨¢s conectados vivimos y m¨¢s se acelera nuestra existencia buscamos refugio en lo tangible, lo que consideramos m¨¢s pegado a la realidad. En cocinar, modular con nuestras manos, pintar¡­ Y juntarnos en eventos en vivo. Cuanto m¨¢s se desarrolla lo otro, m¨¢s necesitaremos lo opuesto: lo f¨ªsico, real y m¨¢s lento.

?Qu¨¦ le proporciona m¨¢s felicidad? Bueno, yo soy periodista. Es mi primer amor. Pero la m¨²sica es un escape, un divertimento social. Me encanta interpretar con desconocidos, gentes a las que no importa si aprecias o no. Me evado con ello, rescato a mi cerebro del periodismo y con 20 minutos al d¨ªa me basta para adentrarme en un mundo completamente aparte. La mayor¨ªa de gente que he encontrado en esa misma disposici¨®n ha regresado a la m¨²sica despu¨¦s de haber experimentado esa falta despu¨¦s de a?os. Y lo hacen con buen humor.

?Usted contempl¨® la idea de ser m¨²sico profesional? Quise ser clarinetista, pero no result¨¦ tan bueno. A los 18 a?os o as¨ª ya supe que no llegar¨ªa a ser como se supon¨ªa que deb¨ªa para convertirme en profesional.

?Guarda recuerdos de su infancia en Zambia? Muy vagos, nos trasladamos a Londres cuando yo ten¨ªa 4 o 5 a?os, despu¨¦s a Guilford. Mi padre era educador y mi madre, enfermera. Salimos de ah¨ª cuando mi padre vio que alcanzar¨ªan la independencia.

?Sigue necesitando el periodismo su raci¨®n rom¨¢ntica en mitad de toda esta tecnolog¨ªa? Creo que la tiene, pero yo ya dej¨¦ de plantearme a qu¨¦ nivel el periodismo es diferente seg¨²n los formatos en que se hace. Hay muchas diferencias y debes entenderlas o asumirlas, pero en ese sentido esencial, no. Es muy parecido en cuanto a las motivaciones que llevan a ello, a ejercerlo. Cuando me traslad¨¦ a Estados Unidos para seguir de cerca desde all¨ª el caso Snowden ya no pens¨¢bamos en el papel ni en sacarlo al d¨ªa siguiente. Eran las cuatro de la tarde, la historia estaba lista. Vamos a ello: lo soltamos. Los hay que creen que jam¨¢s puedes lograr el impacto de encontr¨¢rtelo la ma?ana siguiente en primera p¨¢gina, pero no lo s¨¦.

Tambi¨¦n, el caso en s¨ª nos lleva a reflexionar sobre eso. Las nuevas dimensiones del impacto period¨ªstico. Al final, ?c¨®mo lo hicimos? Como siempre. Reclutamos unos cuantos reporteros que se dedicaron a viajar por todo el mundo y a alojarse en hoteles de dudosa categor¨ªa para leer un mont¨®n de documentos que poner en orden y de los que sonsacar las claves. Es lo mismo, con romanticismo o sin ¨¦l, lo mismo de siempre, salvo para los que no son tan buenos o los que se han arruinado. Lo que no es rom¨¢ntico es perder la pasi¨®n, la motivaci¨®n y pensar que este oficio lo puedes hacer sentado en un escritorio.?

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Sobre la firma

Jes¨²s Ruiz Mantilla
Entr¨® en EL PA?S en 1992. Ha pasado por la Edici¨®n Internacional, El Espectador, Cultura y El Pa¨ªs Semanal. Publica peri¨®dicamente entrevistas, reportajes, perfiles y an¨¢lisis en las dos ¨²ltimas secciones y en otras como Babelia, Televisi¨®n, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poes¨ªa.

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