"Fui el mejor robando bancos y secuestrando a ricos"
Alvin Karpis fue el ¨²ltimo enemigo p¨²blico de la Gran Depresi¨®n. Detenido por J.E. Hoover, fue mentor en prisi¨®n de Charles Manson. Y muri¨® a su manera: ligando en Torremolinos
¡°?A cu¨¢ntos hombres mat¨¦? Bueno, alguna vez los he contado... Pero no se lo voy a decir, ?de acuerdo?¡±. Con cazadora beige, gafas de grande montura met¨¢lica, pelo cano, escaso y revuelto y una voz pausada y de tono bajo, Alvin Karpis responde a su entrevistador desde el asiento posterior de un coche antes de romper en una carcajada seca y corta. No mira a la c¨¢mara. Apenas gesticula. Es 1971. Tiene 64 a?os y aspecto incipiente de anciano p¨ªcaro. Tambi¨¦n de abuelo complaciente. Hace solo dos a?os que ha salido de la c¨¢rcel, donde ha pasado los ¨²ltimos 33 de su vida, 26 de ellos en la prisi¨®n de Alcatraz. El r¨¦cord de permanencia de un recluso en el penal de la bah¨ªa de San Francisco, que cerrar¨ªa como tal en 1963, pocos meses despu¨¦s de que ¨¦l fuera trasladado a la isla de McNeil, en el estado de Washington, donde permaneci¨® hasta recibir la condicional y ser deportado a su Canad¨¢ natal. All¨ª escribi¨® un libro detallando su vida criminal (Public enemy number one). Y all¨ª se dedic¨® durante meses a viajar para promocionarlo, firmar ejemplares y ganar dinero para su reci¨¦n estrenada jubilaci¨®n. Aquella entrevista era parte del plan publicitario de la editorial. Dos a?os despu¨¦s Karpis dejar¨ªa su pa¨ªs. Sin opci¨®n de regresar a Estados Unidos, quien fuera conocido como el n¨²mero uno de los enemigos p¨²blicos, el ¨²ltimo de los criminales de la Gran Depresi¨®n que fue capturado por el FBI, busc¨® un nuevo hogar. Quer¨ªa un lugar al que huir del fr¨ªo canadiense, donde nadie le conociera y donde pudiera mantenerse con el dinero que hab¨ªa ganado con su libro. Y as¨ª fue como en 1973 Albin Francis Karpowicz, como figuraba en su pasaporte, hijo de inmigrantes lituanos en Norteam¨¦rica, aterriz¨® en Madrid. Su destino final: Torremolinos. Aquel peque?o pueblo de pescadores se hab¨ªa convertido en el destino predilecto de la Costa del Sol y viv¨ªa entonces sus ¨²ltimos a?os de apogeo antes del declive que llegar¨ªa con los a?os ochenta. El final de dos d¨¦cadas durante las que se transform¨® en un oasis de libertad y modernidad en la Espa?a de Franco rebosante de turistas extranjeros y de estrellas que, como Frank Sinatra o Charlton Heston, rodaban sus pel¨ªculas en Andaluc¨ªa y apuraban las noches en los bares de sus hoteles.
¡°Mi profesi¨®n era robar bancos y secuestrar a hombres ricos. Y era bueno. Probablemente el mejor de Norteam¨¦rica entre 1931 y 1936. En otras circunstancias podr¨ªa haberme convertido en un gran abogado, o en un pr¨®spero hombre de negocios, o haber asumido cualquier otro puesto que requiriese cerebro, estilo y actitud¡±, escribi¨® el propio Karpis en su biograf¨ªa al salir de la c¨¢rcel. Tras ¨¦l dejaba tres acusaciones por secuestro, por las que le persigui¨® la Oficina Federal de Investigaci¨®n (FBI), incontables atracos, desde bancos, pasando por joyer¨ªa hasta trenes y camiones de correos, y un n¨²mero indeterminado de entre 3 y 14 asesinatos que nunca pudieron probarle, lo que le salv¨® de ser condenado a muerte. Karpis no ocultaba que durante su carrera criminal hab¨ªa matado. Pero nunca dio detalles. Ni siquiera a las mujeres que le rodearon durante los ¨²ltimos a?os de su vida. Aquellas a las que, con su voz suave y pausada, con seguridad en s¨ª mismo y cierta autoridad, revelaba su pasado como enemigo p¨²blico. Ellas eran de las escasas personas, adem¨¢s de un veterano brit¨¢nico de la Segunda Guerra Mundial con quien comparti¨® a?os de amistad en Torremolinos, a las que contaba qui¨¦n hab¨ªa sido.
¡°Siempre ten¨ªa una novia. Durante los a?os que pas¨® en Espa?a hasta cinco o seis diferentes. Una vez que las conoc¨ªa le gustaba decirles qui¨¦n fue¡±, recuerda por tel¨¦fono Robert Livesey, un canadiense que es hoy el ¨²ltimo amigo vivo de Karpis. ?l viaj¨® a Torremolinos para conocerlo y escribir junto a ¨¦l un segundo libro sobre su vida, centrado en los a?os que pas¨® en la c¨¢rcel de Alcatraz. Lo visit¨® peri¨®dicamente hasta que muri¨® el 26 de agosto de 1979. Seg¨²n los informes preliminares, que algunos peri¨®dicos de Estados Unidos reprodujeron, Karpis, el ¨²ltimo de los grandes g¨¢nsteres de los a?os treinta, se hab¨ªa suicidado ingiriendo somn¨ªferos. Una versi¨®n rectificada meses despu¨¦s en la prensa: falleci¨® por muerte natural. Su ¨²ltima morada, el cementerio malague?o de San Miguel, donde sus restos ocuparon durante veinte a?os el nicho 2.300. Despu¨¦s, cuando nadie los reclam¨®, desaparecieron en una fosa com¨²n.
¡°Al, como le llam¨¢bamos los amigos, andaba continuamente buscando nuevas novias. Le gustaba que fueran 20 o 30 a?os m¨¢s j¨®venes que ¨¦l, atractivas, inteligentes y que tuvieran dinero¡±, contin¨²a su relato Livesey. Aquellas mujeres le paseaban en su Jaguar por la Costa del sol, como Pati, durante el verano de 1974. O le permit¨ªan acelerar su ritmo de vida, como Nancy, su ¨²ltima conquista, que gastaba con ¨¦l en Espa?a el dinero que le enviaba su pareja, un anciano empresario de Chicago, y que se march¨® de Torremolinos una semana antes de que Karpis falleciera. ?l las trataba bien. E incluso las ayudaba aconsej¨¢ndolas cuando se pon¨ªan a dieta. Hab¨ªa pasado tantos a?os en la cocina de la c¨¢rcel de Alcatraz que diferenciaba bien los alimentos por su nivel de grasas.
Aquellas mujeres eran de las pocas personas que se acercaban al g¨¢nster. El resto de su entorno lo formaban turistas. Ninguno sab¨ªa qui¨¦n era ni qui¨¦n hab¨ªa sido. Karpis hab¨ªa alcanzado el anonimato que buscaba. Sin hablar espa?ol, el canadiense se relacionaba con los extranjeros de paso por la ciudad. Por eso hoy, 40 a?os despu¨¦s de su llegada a Espa?a, resulta imposible encontrar espa?oles que le conocieron y trataron. Era un jubilado m¨¢s viviendo su retiro bajo el sol malague?o. Un hombre que, cuando le preguntaban d¨®nde hab¨ªa pasado la Segunda Guerra Mundial, siempre respond¨ªa, entre esquivo y juguet¨®n, ¡°en una isla en el Pac¨ªfico¡±. Y no ment¨ªa.
El ¨²ltimo de una estirpe
La llegada de Alvin Karpis a Alcatraz supuso el final de una era, la de los enemigos p¨²blicos. El carpetazo a la ¨¦poca en la que las bandas de g¨¢nsteres recorr¨ªan el Medio Oeste norteamericano asaltando bancos, secuestrando y matando. ¡°Los d¨ªas del crimen en Estados Unidos¡±, como lo define John Fox, historiador del FBI. Media d¨¦cada, los primeros a?os treinta, durante la que los agentes federales, ya con J. Edgard Hoover al frente, persiguieron por todo el pa¨ªs a criminales que atemorizaban pero tambi¨¦n fascinaban a los estadounidenses. El m¨¢s famoso e importante de ellos, John Dillinger, a quien el FBI mat¨® finalmente en Chicago en julio de 1934 a la salida de un cine tras ver Manhattan melodrama (W.S. Van Dyke, George Cukor, 1934). Un personaje clave que ha inspirado numerosas pel¨ªculas, la ¨²ltima de ellas, Public Enemies, protagonizada en 2009 por Johnny Depp, dirigida por Michael Mann y en la que Giovanni Ribisi (Avatar, Los diarios del ron) interpreta brevemente a Karpis.
¡°Aquellos hombres despertaban un gran inter¨¦s. El crimen ha sido una fascinaci¨®n cultural en la historia de Estados Unidos. Sobre todo cuando los criminales tienen una combinaci¨®n de carisma, astucia y talento¡±, analiza Fox. ¡°No intentamos emularlos, pero sentimos cierto respeto por ellos. Y algunos de aquellos criminales, como Dillinger o Karpis, avivaban la imaginaci¨®n de la gente¡±. Para combatirlos, el FBI cre¨® unidades especiales y busc¨® contrarrestar tambi¨¦n p¨²blicamente la imagen que proyectaban. ¡°Aprovecharon los medios para exhibirse como los tipos duros que luchaban contra el crimen. Los hombres buenos que se enfrentaban a los malos. Como los bomberos contra el fuego¡±, explica el historiador, desde la sede central de los agentes federales en Washington.
Karpis, sin embargo, no figura hoy entre los m¨¢s conocidos. No compite en notoriedad con Dillinger. Ni en fama con la pareja por excelencia de criminales, Bonnie y Clyde. Aunque la suya fuera, como escribi¨® el propio Hoover en sus memorias, ¡°las banda m¨¢s dura que al FBI le toc¨® eliminar¡±. Pero ¨¦l no muri¨® con su traje cruzado puesto y un subfusil Thompson capaz de disparar un millar de balas por minuto en la mano, como la mayor parte de sus colegas. Ni su historia lleg¨® nunca a la gran pantalla. Y eso que la compa?¨ªa Hecht-Hill-Lancaster, que lideraba el actor Burt Lancaster, le pag¨® 20.000 d¨®lares entre 1977 y 1978 por los derechos de su libro. El gui¨®n estaba escrito y tambi¨¦n elegido quien le interpretar¨ªa: Steve Moqueen. Una elecci¨®n perfecta, seg¨²n le cont¨® el propio Karpis a Livesey, que se ve¨ªa fielmente representado en el estilo y la frialdad del actor. Pero el proyecto nunca sali¨® adelante. La compa?¨ªa de Lancaster intentaba entonces, sin ¨¦xito, relanzarse tras m¨¢s de 15 a?os sin hacer una pel¨ªcula.
Vida de este g¨¢nster
La vida de Karpis fue un calco de la de aquellos g¨¢nsteres hoy m¨¢s c¨¦lebres. La de un muchacho de familia pobre fascinado por los ladrones de bancos de los a?os veinte que descubri¨® pronto que el crimen era el camino a una vida m¨¢s f¨¢cil. ¡°No creo que uno nazca criminal. Pero yo ya iba encaminado antes siquiera de vestir pantalones largos¡±, escribi¨®. Recordaba entonces cuando aun era un ni?o en Topeka, Kansas, a donde se mudaron sus padres desde Montreal, donde ¨¦l naci¨® en 1908, y romp¨ªa escaparates ¡°de 50 d¨®lares en tiendas para robar objetos que apenas val¨ªan 3¡±. Despu¨¦s llegar¨ªan los primeros arrestos por colarse en trenes y robar tiendas. Y su primera condena de cinco a?os en el reformatorio. Pero no ser¨ªa hasta 1930 cuando, detenido de nuevo por robo, fue enviado a la prisi¨®n estatal de Kansas, en Lansing. All¨ª, trabajando en la mina de carb¨®n, conoci¨® al hombre que se convertir¨ªa en su socio: Fred Barker, siete a?os mayor que ¨¦l. En mayo de 1931, tras ser puesto en libertad, Karpis viaj¨® hasta Tulsa, Oklahoma, donde le esperaba ya Fred, que hab¨ªa salido de prisi¨®n varias semanas antes. Y ah¨ª se fund¨® la que despu¨¦s el FBI bautizar¨ªa como la banda Barker-Karpis, que lleg¨® a contar con 25 integrantes y que cometi¨® atracos por todo el pa¨ªs, desde Florida hasta Minnesota.
En la pel¨ªcula sobre su vida que jam¨¢s se rod¨®, Steve McQueen iba a ser Karpis. Y ¨¦l, encantado
Durante los siguientes cuatro a?os Karpis, aliado de los hermanos Fred y Doc Barker, que se les uni¨® tras salir tambi¨¦n de la c¨¢rcel en 1932, desvalijaron bancos de estado en estado. Pero cruzaron la l¨ªnea que separaba entonces un crimen estatal de uno federal cuando secuestraron a tres empresarios y atracaron camiones y trenes con correo. Entonces entraron en el objetivo del FBI. Fred era, seg¨²n lo defini¨® Karpis, ¡°un asesino nato¡±. Doc, el menor de los Barker, ¡°no parec¨ªa peligroso, pero era un operador letal¡±. Y ya fuera de la c¨¢rcel, Karpis, cuando le preguntaban, dec¨ªa de s¨ª mismo: ¡°He escuchado que yo era un hombre violento¡ Porque lo era¡±. Se gan¨® entonces el apelativo de Creepy (espeluznante), que, seg¨²n recogi¨® en sus memorias, es como le hab¨ªa definido un polic¨ªa por su forma de conducir durante una persecuci¨®n.
La leyenda de la banda, sin embargo, se fragu¨® ya entrado el a?o 1934. El trabajo del FBI daba resultados. ¡°Todos los peces gordos estaban cayendo¡±, recordaba Karpis a?os despu¨¦s aquellos meses. En mayo de aquel a?o eran acribillados por los agentes Bonny y Clyde. En julio sorprend¨ªan a Dillinger, fumando el que ser¨ªa su ¨²ltimo pitillo, a las puertas de un cine. En octubre mataban al apuesto Pretty Boy Floyd. Un mes despu¨¦s ca¨ªa tambi¨¦n en un sangriento tiroteo en Chicago Baby Face Nelson, uno de los criminales m¨¢s temerarios, a pesar de su c¨¦lebre cara ani?ada.
Los Barker-Karpis empezaron aquel a?o secuestrando en enero, en St. Paul, Minnesota, al banquero local Edward George Bremen, el crimen por el que finalmente Karpis fue condenado. Le tuvieron retenido durante un mes. Y pidieron un rescate de 200.000 d¨®lares, en billetes viejos de cinco y diez d¨®lares sin n¨²meros correlativos. Se lo pagaron, pero el dinero estaba marcado. Y pronto el FBI se puso tras la pista de la banda. Mientras los otros grandes g¨¢nsteres eran eliminados, Karpis pas¨® los meses siguientes huyendo por todo el pa¨ªs. En marzo, incluso, en el hotel Irving de Chicago, ¨¦l y Fred trataron sin ¨¦xito de que el cirujano Joseph P. Moran, que desaparecer¨ªa para siempre cuatro meses despu¨¦s, les operase para borrarles las huellas digitales de los dedos. Minnesota, Ohio, Florida, Cuba¡ La banda logr¨® esquivar a los federales en 1934. Pero 1935 no empezar¨ªa tan bien.
El 3 de enero cay¨® en Chicago uno de sus lugartenientes, Russell Gibson, en Chicago. Cinco d¨ªas despu¨¦s fue detenido Doc Barker. En el escondite del primero los agentes hallaron informaci¨®n que les condujo hasta Ocala, Florida, en una de cuyas caba?as se refugiaban Fred Barker y su madre Kate Ma Barker. Ella era considerada por el FBI una de las l¨ªderes de la banda, aunque Karpis siempre defendi¨® que aquella hip¨®tesis era ¡°rid¨ªcula¡± y que Ma Barker ¡°ni siquiera era una criminal, aunque sab¨ªa que nosotros lo ¨¦ramos y cuando viaj¨¢bamos juntos dec¨ªa que era nuestra madre¡±. Ambos se negaron a entregarse y murieron tiroteados dentro de la casa el 16 de enero.
Karpis no conoc¨ªa aun la noticia. Estaba en Miami, con su novia, Dolores Delaney, embarazada. Dolores ejerc¨ªa de grouppie de los g¨¢nsteres. Como eran sus hermanas, Jean y Babe, ambas parejas de dos miembros de la banda de Dillinger: Tommy Carroll y Pat Riley. Juntos se preparaban para viajar a Nueva Jersey. Ella en tren. ?l en coche, junto a Harry Campbell, uno de sus hombres. El 20 de enero la polic¨ªa dio con ellos en un hotel de Atlantic City. Ambos huyeron tras un tiroteo. Pero Dolores, alcanzada en una pierna, fue detenida. Aquel d¨ªa fue el ¨²ltimo que Karpis la vio. Nunca ver¨ªa tampoco a Raymond, el hijo de ambos, ni a?os despu¨¦s conocer¨ªa a su nieto. Aunque ¨¦l, seg¨²n confiesa su amigo Livesey, ¡°nunca le dio importancia a no haberlo hecho¡±.
Karpis y Campbell continuaron aquel a?o atracando bancos y trenes. Y regresaron al suroeste para reclutar nuevos hombres. Durante un a?o y medio desde que cayeron los Barker, se convirti¨® en el ¨²ltimo public enemy que quedaba en pie. Las noticias de su huida llegaban hasta Espa?a. ¡°El Departamento de Justicia ha ofrecido cinco mil d¨®lares, unas 35.000 pesetas, de recompensa para toda informaci¨®n que ayude a la captura de Alvin Karpis, el enemigo p¨²blico n¨²mero 1¡±, dec¨ªa un breve del diario ABC el 23 de abril de 1936. Pocos d¨ªas antes el peri¨®dico hab¨ªa publicado la noticia de su supuesta detenci¨®n en una granja de Arkansas. Era falsa. Karpis aun no hab¨ªa ca¨ªdo. Segu¨ªa libre. Hasta el 1 de mayo de 1936.
Aquel d¨ªa, a las cinco y media de la tarde, tras subirse a su Plymouth aparcado en Canal Street, en Nueva Orleans, escuch¨® la orden:
-?De acuerdo, Karpis, pon las manos en el volante!
Rodearon el coche cinco agentes armados con pistolas y ametralladoras.
-?Sal del coche! ?Y cuidado d¨®nde pones las manos!
En la prisi¨®n de McNeil,
¡°Le tenemos, le tenemos. Todo despejado, jefe¡±, escuch¨® que dijo uno de los agentes, mirando a un edificio al otro lado de la calle. Enseguida le rode¨® una veintena de hombres. Entre ellos, el propio Hoover, que le pregunt¨® si se sent¨ªa relajado de que todo hubiera por fin terminado. ¡°Agradezco que la tensi¨®n haya acabado. Pero no me alegro de que me hayan detenido¡±, respondi¨® el detenido. ¡°Tienes suerte de estar vivo¡±, le espet¨® Hoover.
Al d¨ªa siguiente, The New York Times titul¨®: ¡°Karpis capturado en Nueva Orleans por el propio Hoover¡±. El director del FBI, seg¨²n figura en los archivos y la versi¨®n del FBI, particip¨® activamente en la detenci¨®n, en primera l¨ªnea. Seg¨²n la versi¨®n de Karpis, como la recogi¨® en su libro, presenci¨® la detenci¨®n desde la distancia y solo cuando sus hombres se hab¨ªan asegurado de que estaba desarmado y retenido irrumpi¨® en la escena. Todav¨ªa hoy aquella operaci¨®n es una de las controversias abiertas en el historial del pol¨¦mico y temido director del FBI. ¡°La verdad de los hechos debe estar en un punto intermedio de ambas versiones¡±, concede el historiador Fox. ¡°Hoover estaba all¨ª. Eso es seguro. Pero el FBI era entonces una organizaci¨®n en proceso de cambio y mutaci¨®n. Y figurar como el hombre que detuvo a Karpis era una gran campa?a de relaciones p¨²blicas para el director¡±. Sin esposas, que ninguno de los agentes que participaron en la detenci¨®n llevaba aquel d¨ªa, a Karpis le ataron las manos con una corbata y le condujeron, tras perderse en varias ocasiones, porque nadie sab¨ªa llegar a ella, hasta la prisi¨®n local. Alvin Karpis hab¨ªa ca¨ªdo por fin. ?l recordar¨ªa hasta el final de su vida aquel d¨ªa en Nueva Orle¨¢ns. Y a Hoover¡ ¡°Yo cre¨¦ a ese hijo de puta¡±, sol¨ªa repetir el g¨¢nster.
¡°Cualquiera que entra en prisi¨®n piensa que no va a estar ah¨ª, que algo pasar¨¢ y saldr¨¢. Pero yo no me enga?¨¦, sab¨ªa que estar¨ªa all¨ª¡±, escribi¨® el canadiense. Casi tres d¨¦cadas en Alcatraz, en la Roca. Con trabajos en la cocina de la prisi¨®n o en la biblioteca, donde aprovechaba para leer los libros que despu¨¦s en Espa?a, como recuerda su amigo Livesey, le permit¨ªan mantener todo ¡°tipo de conversaciones con cualquier interlocutor¡±. Aquella era la isla del Pac¨ªfico donde dec¨ªa haber estado destinado durante la guerra. El lugar en el que contaba que nunca se rehabilit¨® y del que recordaba con humor c¨®mo ¡°desde su bloque de aislamiento se ve¨ªa mejor la bah¨ªa que desde el m¨®dulo normal¡±. Karpis no cambiar¨ªa de actitud -aunque, seg¨²n Livesey, jam¨¢s mostrar¨ªa arrepentimiento por nada de lo que hizo- hasta que lo trasladaron a McNeil, donde el alcaide Paul J. Mardigan supuso una influencia positiva y decisiva para ¨¦l.
En aquella prisi¨®n ¨¦l, a su vez, sirvi¨® de inspiraci¨®n para uno de los j¨®venes reclusos con los que comparti¨® condena. Se llamaba Charles Milles Manson, ten¨ªa 28 a?os cuando el criminal lleg¨® a McNeil y cumpl¨ªa condena por falsificaci¨®n de cheques. Aun faltaban siete a?os para que Manson, ya en California, se convirtiera en el l¨ªder de la secta hippy que las noches del 9 y 10 de agosto asesin¨® a siete personas, entre ellas Sharon Tate, la esposa del cineasta Roman Polanski. Manson le pidi¨® que le ense?ara a tocar la guitarra. Quer¨ªa convertirse en una estrella y hacer rock and roll. Karpis, sure?o, prefer¨ªa el country, pero accedi¨®. ¡°El peque?o Charlie es tan vago y desganado que no creo que le dedique el tiempo suficiente a aprender¡±, escribi¨® Karpis en sus memorias que pens¨® entonces. ¡°Ha estado en instituciones toda su vida. Su madre, una prostituta, nunca cuid¨® de ¨¦l. Decid¨ª que ya era hora de que alguien hiciera algo por ¨¦l. Y, para mi sorpresa, aprendi¨® r¨¢pido¡±. Su influencia, como la del alcaide para ¨¦l, fue notable. Y su alumno todav¨ªa le recuerda hoy. Manson le contaba recientemente a este periodista, desde la prisi¨®n de Corcoran, en California, donde cumple condena como instigador de aquellos asesinatos en Hollywood, que Karpis hab¨ªa sido ¡°uno de los viejos ladrones que me criaron en prisi¨®n. Uno de los tipos de los que aprend¨ª¡±. Y recordaba dos an¨¦cdotas de cuestionable credibilidad. La primera, que Karpis le hab¨ªa regalado una guitarra comprada en Madrid. La segunda, esta s¨ª absolutamente falsa, que tambi¨¦n le envi¨® a la c¨¢rcel una fotograf¨ªa en la que aparec¨ªa posando como gu¨ªa tur¨ªstico en una prisi¨®n espa?ola.
Costa del crimen
Pero Karpis ni hablaba espa?ol ni trabaj¨® nunca en Espa?a durante los a?os que residi¨® en Torremolinos. Se dedic¨® a llevar un retiro pl¨¢cido. Viv¨ªa en el centro, a apenas tres manzanas del ayuntamiento, en la peque?a plaza de la Caracola, en un apartamento entonces moderno de dos habitaciones por el que no pagaba nada. En la ciudad malague?a hab¨ªa entablado amistad con Gianni Tomasi, un italo-canadiense con quien pronto conect¨® y con el que compart¨ªa su afici¨®n por las mujeres. Este, fascinado por la historia de su amigo, le dejaba vivir en su apartamento, que ¨¦l visitaba solo unas semanas al a?o. La de Karpis era una vida tranquila que no le evitaba, sin embargo, dudar cada ma?ana al despertarse, como contaba, si era ¡°real¡± que estaba libre, porque era una ¡°sensaci¨®n fant¨¢stica¡±. Tan calmado ¨C¡°jam¨¢s le escuch¨¦ levantar la voz ni enfadarse¡±, ensalza Livesey- como sus tiempos de criminal en activo, cuando se relajaba pescando, fumaba cigarrillo Chesterfield y disfrutaba bebiendo cerveza o whisky tras haber aprendido a guardar silencio si lo hac¨ªa m¨¢s de la cuenta.
Siempre al acecho de alguna mujer. Recibiendo con media sonrisa frente al televisor las noticias que hablaban de atracos. Y todav¨ªa, a pesar de estar retirado, con planes para dar un ¨²ltimo golpe. ¡°?l no iba a los bancos en Espa?a para vigilar su seguridad, sino para sacar dinero. Adem¨¢s de que ya no hubiera intentado atracarlos¡±, le defiende Livesey. Aun as¨ª, Karpis presum¨ªa de lo f¨¢cil que le resultar¨ªa asaltar all¨ª un banco. Y que ya se hab¨ªa fijado en el objetivo perfecto: dos sucursales bancarias del centro separadas por una tienda. El plan, entrar en el local comercial durante la noche, atravesar las paredes que lo separaban de ambas sucursales, forzar las caja de seguridad, que consideraba anticuadas, y llevarse el dinero antes del amanecer. Limpio y r¨¢pido.
Hasta el final de su vida Karpis comparti¨® aquel plan con su amigo Livesey y su novia de turno. Los mismos a los que sol¨ªa repetir, cuando recordaba sus a?os como enemigo p¨²blico, dos de sus an¨¦cdotas favoritas. La primera, que durante un atraco la banda siempre depend¨ªa del hombre que se quedaba en la calle. El responsable de vigilar la llegada de la polic¨ªa. Un profesional necesariamente tranquilo a quien no le temblara el pulso para ¡°abrir fuego y disparar a matar¡±. La segunda, que durante los asaltos ¨¦l siempre era el tipo que aguardaba fuera
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