Ser minor¨ªa no es una desgracia
El derecho avala dos principios incompatibles, el de autodeterminaci¨®n y el del respeto a la integridad nacional. El primero ser¨ªa aplicable a quienes carezcan de instituciones democr¨¢ticas o sufran discriminaci¨®n
Muchas cosas, y muy graves, est¨¢n pasando en la Ucrania suroriental. Se est¨¢ viviendo una preguerra civil, con serios sufrimientos por parte de la poblaci¨®n, y se corre el riesgo de otra guerra internacional europea, cat¨¢strofe que por fortuna iba haci¨¦ndose rara. Pero lo que se vuelve a demostrar, y lo que me interesa aqu¨ª, es lo inadecuado de la f¨®rmula nacional para resolver la convivencia en sociedades complejas.
La Gran Guerra, con cuyo centenario coincidimos, proporcion¨® el mejor ejemplo en el siglo XX. Cuando el ang¨¦lico presidente Wilson vino a Europa, con el prestigio de haber pesado decisivamente en la derrota austro-germana, tra¨ªa en la cartera sus c¨¦lebres Catorce puntos, donde propon¨ªa resolver los problemas europeos sustituyendo los imperios multi¨¦tnicos por Estados culturalmente homog¨¦neos. La conferencia de paz de Par¨ªs, consiguientemente, cre¨® una decena de Estados nuevos y a?adi¨® o rest¨® territorios a los existentes ¡ªseg¨²n, ay, que hubieran apoyado a vencedores o vencidos en el conflicto. Pese a la buena voluntad de sus creadores, a la Sociedad de Naciones y a las cl¨¢usulas de protecci¨®n de minor¨ªas, la f¨®rmula fue un desastre: los nuevos mini-Estados eran inevitablemente multi¨¦tnicos ¡ªy ahora, al ser nacionales, maltrataban de verdad a sus minor¨ªas¡ª, surgieron agravios, clamores por territorios irredentos, y, al final, se abri¨® el camino a los fascismos. No escarmentados, hace solo un cuarto de siglo, al disolverse Yugoslavia y la URSS, volvimos a crear Estados nuevos (esta vez una veintena), siempre en busca de la homogeneidad cultural. Y ah¨ª se inscribe el actual l¨ªo ucranio.
Claro que ahora hay una novedad: ya no se trata de procesos independentistas, sino de anexiones a una potencia vecina, pues Crimea se ha separado de Ucrania para unirse a Rusia. Pero no todo es expansionismo de Putin, ni basta con pararle los pies. Que Crimea fuera anta?o rusa y que una gran mayor¨ªa de su poblaci¨®n haya votado a favor de Rusia son datos a tomar muy en cuenta. Y ahora las provincias de Donetsk y Lugansk quieren seguir ese camino. Olvidemos, por el momento, los provocadores y el dinero enviados por Putin y supongamos que queremos resolver la cuesti¨®n civilizadamente, en una mesa de negociaci¨®n. ?Cu¨¢l podr¨ªa ser la soluci¨®n?
La soluci¨®n es aceptar que el sujeto soberano no tiene que coincidir con una comunidad ¨¦tnica
El problema es que el Derecho Internacional avala dos principios incompatibles entre s¨ª: el derecho a la autodeterminaci¨®n de los pueblos y el respeto a la integridad de los Estados existentes. El primero, proclamado en la Carta de las Naciones Unidas, en dos resoluciones de su Asamblea General y en varios pactos internacionales de las ¨²ltimas d¨¦cadas, es el que invocan, por supuesto, independentistas escoceses o catalanes. Y es un criterio que a todo dem¨®crata le inspira, a primera vista, m¨¢s simpat¨ªa que un r¨ªgido respeto a las fronteras existentes; porque no es f¨¢cil explicar por qu¨¦ debemos impedir que pertenezca a un Estado un territorio en el que el 90% de sus habitantes desean ser independientes o pertenecer a otro.
Pero est¨¢ tambi¨¦n establecido, como explican Jos¨¦ M. Ruiz Soroa y Alberto Basaguren (en La secesi¨®n en Espa?a, editado por Joseba Arregui, 2014), que la autodeterminaci¨®n solo se refiere a los pueblos ¡°dependientes¡±, es decir, a quienes se hallan en situaci¨®n colonial o bajo invasi¨®n militar. La Declaraci¨®n de Viena de 1993 es muy clara: ¡°Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinaci¨®n¡±, y neg¨¢rselo constituye ¡°una violaci¨®n de los derechos humanos¡±; pero esto no significa avalar acciones encaminadas ¡°a quebrantar o menoscabar, total o parcialmente, la integridad territorial o la unidad pol¨ªtica de Estados soberanos e independientes que [¡]est¨¦n dotados de un Gobierno que represente a la totalidad del pueblo perteneciente al territorio, sin distinci¨®n de ning¨²n tipo¡±. Es decir, que de la autodeterminaci¨®n no se deriva que minor¨ªas nacionales territorializadas existentes hoy dentro de un Estado tengan derecho a la independencia pol¨ªtica; solo lo tendr¨¢n aquellas que carezcan de instituciones democr¨¢ticas o sean tratadas de forma discriminatoria.
Aceptada esta distinci¨®n (y aun sabiendo que todo independentista proclamar¨¢ a su pueblo ¡°dependiente¡± e invocar¨¢ este principio), parece claro el significado del derecho de autodeterminaci¨®n y la situaci¨®n en que debe hallarse un pueblo para ser titular del mismo. Pero eso no resuelve el asunto, porque lo verdaderamente insoluble es la definici¨®n del ¡°pueblo¡± en s¨ª, es decir, la definici¨®n del demos que tiene derecho a autodeterminarse. ?Por qu¨¦ han de ser las provincias de la Ucrania actual, por ejemplo, las que puedan decidir su futuro por medio de un refer¨¦ndum y no sus comarcas o municipios? Cualquier comunidad humana puede proclamarse ¡°pueblo¡± o ¡°naci¨®n¡± y sobrar¨¢n intelectuales que encuentren argumentos hist¨®ricos, ling¨¹¨ªsticos, religiosos o raciales para apoyar esa tesis. El problema es pol¨ªtico, prejur¨ªdico. Como escribi¨® Robert Dahl, ¡°la democracia puede decidirlo casi todo, menos la amplitud del demos concreto que la practica, porque ese es un dato previo al inicio del proceso democr¨¢tico. Unos afirmar¨¢n que el pueblo X es distinto al pueblo Y; otros, que el pueblo X es parte del m¨¢s amplio pueblo Y. ?C¨®mo se puede resolver este debate? Votando. Pero ?qui¨¦nes votar¨¢n? Si son s¨®lo los ciudadanos de X puede salir una cosa y si son todos los de Y, otra¡±.
Viniendo a nuestro entorno, para un nacionalista vasco o catal¨¢n es indiscutible que Euskadi o Catalu?a tienen derecho a decidir su futuro. Pero un espa?olista les opondr¨¢ que quien debe decidir es Espa?a, porque a nadie se le puede amputar una parte de su territorio sin consultarle. Contrarr¨¦plica: eso es partir del indemostrable prejuicio de que nosotros somos parte de una naci¨®n, Espa?a, cuando la ¨²nica naci¨®n es la nuestra, integrada contra su voluntad en el Estado espa?ol. Algo de raz¨®n tienen ambos. Porque todo nacionalista parte, s¨ª, de un prejuicio: que las naciones existen; pero cada cual cree solo en la suya. Seg¨²n la l¨®gica democr¨¢tico-nacional, el futuro de Euskadi deben decidirlo los vascos; pero la misma l¨®gica exigir¨ªa que el futuro de ?lava se decidiera por los alaveses (en el caso de que en un hipot¨¦tico refer¨¦ndum vasco globalmente favorable a la independencia salieran en ?lava resultados espa?olistas). No, nos dir¨ªa el patriota vasco, porque ?lava forma parte de Euskadi, que decide como un todo. Lo mismo que le objetar¨ªa a ¨¦l un espa?olista en relaci¨®n con Euskadi.
La democracia no puede incluir el derecho de los miembros de la sociedad a separarse de ella
Una vez atribuido el derecho de decidir a las regiones o provincias, cabr¨ªa hacer lo mismo con los municipios. ?Con qu¨¦ derecho, en nombre de qu¨¦ principio, obligaremos a mantenerse en Espa?a al municipio Z, que vot¨®, pese a formar parte de una provincia proespa?ola, abrumadoramente por la independencia? Y quien dice municipio dice barrios o familias. ?D¨®nde est¨¢ el l¨ªmite? Llevado a su extremo, el principio democr¨¢tico del consentimiento acaba disolviendo el Estado en comunidades cada vez m¨¢s peque?as y solo se detendr¨ªa al llegar al individuo, que podr¨ªa decidir si quiere pertenecer al Estado en que ha nacido, afiliarse a otro o declararse independiente. Ser¨ªa como proclamar el derecho a renegociar diariamente el contrato social. La democracia, si no quiere conducir al absurdo, no puede incluir el derecho de los miembros de una sociedad a separarse de ella y crear entidades soberanas.
La ¨²nica soluci¨®n es superar el modelo organizativo del Estado-naci¨®n. Es decir, reconocer que el demos, el sujeto soberano, no tiene por qu¨¦ coincidir con un etnos, una comunidad culturalmente integrada. Europa, cuyas elecciones celebramos ahora, es un demos, pero todav¨ªa no un etnos (Enrique Bar¨®n, La era del federalismo, en prensa). Tampoco lo es Estados Unidos, un pa¨ªs sin un origen racial o ling¨¹¨ªstico com¨²n. ¡°La ciudadan¨ªa democr¨¢tica¡±, escribe Habermas, ¡°no necesita estar enraizada en la identidad nacional de un pueblo¡±, sino socializar a todos sus ciudadanos en una cultura pol¨ªtica com¨²n (y atribuirles los mismos derechos y deberes). En cuanto a la pertenencia a una minor¨ªa, acostumbr¨¦monos a ello, porque nuestras sociedades son y ser¨¢n cada vez menos homog¨¦neas culturalmente. Disfrutemos de la variedad cultural. Pertenecer a una minor¨ªa, siempre que no reciba trato discriminatorio, no es ninguna desgracia.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador. Su ¨²ltimo libro es Las historias de Espa?a (Pons?/ Cr¨ªtica).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.