Tigres

Ayer sal¨ª a correr. Cuando uno corre despu¨¦s de unos d¨ªas sin hacerlo, no corre con el cuerpo, sino con una parte de uno que se sobrepone al desastre. Se siente, a cada paso, el cerebro asfixiado por amebas constrictoras sacudidas por shocks el¨¦ctricos. Quiz¨¢ por eso, para olvidar que corr¨ªa, record¨¦ la historia del tigre. Los vecinos de una ciudad de mi pa¨ªs, la Argentina, mataron, hace unos meses, a un tigre de bengala que hab¨ªa escapado de alguna parte. Muchos los culparon de aniquilar a un ejemplar ¨²nico. Ellos alegaron haber tenido miedo. Es razonable. Matamos lo que nos da miedo, pero no podemos matar el miedo. Y ¡ªcorriendo aparecen improbables asociaciones libres¡ª record¨¦ la pregunta que me hizo alguien hace poco: si la escritura es un lugar de refugio. Qu¨¦ absurdo. No s¨¦ por qu¨¦ se escribe, pero no se escribe para estar seguros. Se escribe, entre otras cosas, para poner un pie en la espesura que brama al otro lado del espejo. Siempre hay, claro, quienes extreman el m¨¦todo. La escritora argentina Mariana Enr¨ªquez, despu¨¦s de que se produjeran en el pa¨ªs varios episodios reales de mujeres quemadas por sus parejas, escribi¨® un cuento en el que un grupo de feministas decide quemarse adrede para cuestionar el ideal de belleza: montan hospitales clandestinos, marchan a quemarse en hogueras atroces en mitad de la pampa con la ayuda de se?oras que organizan todo. El poeta chileno Mat¨ªas Rivas escribi¨®, en su libro Un muerto equivocado (ediciones T¨¢citas, 2007), un poema que dice: "Olvida los resquemores. La ira envenena las gargantas. Y tu cuello es de una elegancia irresistible. No te defiendas. Guarda la compostura". El poema est¨¢ dedicado a su mujer, Yael. Gente que se adentra en las oscuras aguas, que no se detiene all¨ª donde otros se detienen. Gente que no entra en la selva para matar al tigre, sino para rozar su tremendo fulgor. Los tigres que acechan nos mantienen vivos. En la escritura, en todo.