Consensos, rupturas
Desde?ar el di¨¢logo como algo superado es no haber aprendido lo que ense?a la historia
La gran pol¨ªtica est¨¢ obligada a cuidar el lenguaje, pero la pol¨ªtica menor, politiquera, no puede respetarlo demasiado. Si lo respetara tanto, dejar¨ªa de ser lo que es. Montaigne dec¨ªa que cuando discut¨ªa con un adversario, ten¨ªa tendencia a comprender algunos de sus argumentos. Incluso, a veces, a sentirse de acuerdo con ¨¦l en forma por lo menos parcial. Esto, naturalmente, sirve mucho para mantener la paz interna, pero no para intervenir en la refriega cotidiana. Discutir para acercarse a una verdad, para salir de una posici¨®n r¨ªgida y dar un paso adelante, es una cosa. Hacer agitaci¨®n, perorar, tratar de ganar votos por medio de palabras, de discursos, es otra.
En el Chile de hoy se escuchan voces desde?osas, cr¨ªticas, de la antigua pol¨ªtica de los consensos, de los acuerdos. Algunos celebran que el t¨¦rmino ¡°concertaci¨®n¡±, que nombraba a la coalici¨®n de centro-izquierda y alud¨ªa a la idea de aunar voluntades diferentes, dispersas, haya sido reemplazado por el de ¡°nueva mayor¨ªa¡±, que parece referirse a una m¨¢quina inexpugnable, indiscutible, arrolladora, menos respetuosa de las minor¨ªas.
Pas¨®, por lo visto, la ¨¦poca de la transici¨®n, la de la prudencia conversada, concertada, y entramos en otro periodo de polarizaci¨®n, de combate, de cambios, con la ilusi¨®n impl¨ªcita de que los cambios ser¨¢n necesariamente para mejor, para terminar de una vez por todas con las injusticias pasadas. Y es injusto, naturalmente, que una enorme empresa industrial pague una patente de 7.000 pesos anuales, inferior a la que paga una modesta librer¨ªa literaria del barrio de Providencia. Salvo que juzguemos por las apariencias y que los pagos reales sean otros, pero detener el juicio, desmenuzar, dudar, no son costumbres pol¨ªticas.
Entramos en un periodo de polarizaci¨®n, de combate, de cambios
Si uno se aficiona a esos procedimientos mentales, mejor es no entrar en parlamentos o ministerios. La pol¨¦mica consiste en servirse de las palabras, en aprovecharse de ellas, en estrujarlas, no en examinarlas y tratarlas con tanto respeto. Porque los cambios tan mentados, tan idolatrados en viejos tiempos, no son necesariamente para mejor. Hasta he le¨ªdo que se le reprocha a la democraciacristiana de mi pa¨ªs su tendencia ¡ª?culpable, pecaminosa?¡ª a introducir reservas, disquisiciones, matices. Como si no bastara con la flamante mayor¨ªa nueva para acabar con esos preciosismos, con esas reticencias sutilmente hip¨®critas, solapadamente traidoras.
En buenas cuentas, el tiempo de las transiciones, tiempo de di¨¢logos, de reencuentros, de fanatismos desmontados por la experiencia, fue importante. Habr¨ªa sido conveniente cambiarle el nombre para que no resultara, precisamente, demasiado transitorio. Felipe Gonz¨¢lez, hace pocos d¨ªas, mencion¨® en forma discreta la posibilidad, la posible conveniencia, de un acuerdo de Gobierno entre las fuerzas del PP y las del PSOE aqu¨ª en Espa?a, y la reacci¨®n de la gente de su propio partido fue ¨¢spera, molesta, poco menos que descalificatoria. Pues bien, desde mi mesa de trabajo, sin prejuicio alguno, con la mayor calma, me sent¨ª m¨¢s bien sorprendido. Se puede estar en desacuerdo, pens¨¦, pero por qu¨¦ de una manera apasionada, a primera vista intransigente.
Lo que suced¨ªa, claro est¨¢, es que Felipe, sin propon¨¦rselo, proyect¨® una imagen de hombre de otra ¨¦poca, como el reci¨¦n fallecido Adolfo Su¨¢rez. Y, sin embargo, los funerales de Adolfo Su¨¢rez, ocurridos en los d¨ªas de mi llegada a Madrid (despu¨¦s de tantas llegadas anteriores), enviaron un mensaje desde algo que se podr¨ªa llamar la ¡°Espa?a profunda¡± y que iba en el sentido inequ¨ªvoco de los acuerdos, de los consensos, del di¨¢logo entre personas diferentes, entre adversarios, si quieren ustedes, pero nunca entre enemigos.
Tengo la impresi¨®n de que la guerrilla de lenguaje se va a reanudar
Despu¨¦s se produjo un hecho absurdo, de una desaforada barbarie. Una mujer pol¨ªtica de car¨¢cter, de personalidad, de trayectoria conservadora coherente, interesante, fue asesinada por la espalda y rematada en el suelo, a pleno d¨ªa, en un acto de venganza delirante. Hubo una especie de tregua, dos o tres d¨ªas de estupefacci¨®n, de silencio, pero tengo la impresi¨®n de que la guerrilla de lenguaje se va a reanudar, la de algo que se podr¨ªa definir como imperativo descalificatorio.
Con mis nostalgias del consenso, de la transici¨®n, de la paz interna, me digo ahora que dos visitas importantes a Chile, en alg¨²n sentido educativas, fueron, precisamente, las de Felipe Gonz¨¢lez y Adolfo Su¨¢rez. En esos d¨ªas, a veces, pensaba que Espa?a ten¨ªa la ventaja hist¨®rica, negra, tr¨¢gica, de haber tocado fondo en su conflicto, y que nosotros, para bien y para mal, no hab¨ªamos llegado hasta esos terribles extremos. Ahora tengo que darle otra vuelta al mismo tema. Un profesor alem¨¢n de filosof¨ªa del viejo Instituto Pedag¨®gico de Santiago, escapado del nazismo, nos ense?aba que la capacidad de aprender de la experiencia hist¨®rica no era una virtud universal, igualmente repartida y difundida. Algunos pa¨ªses, y algunas personas, aprend¨ªan la lecci¨®n s¨®lo a medias, en forma insuficiente, y algunos eran simplemente incapaces de aprenderla.
La cuesti¨®n, como se puede apreciar, es delicada, archidelicada. ?Qu¨¦ hemos aprendido, y qu¨¦ aprenderemos en definitiva, y qui¨¦nes? Espero que la pregunta no pase a formar parte de la lista, larga y oscura, siempre inquietante, de las preguntas sin respuesta.
Jorge Edwards es escritor.
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