El saqueador de momias como nihilista
Son las creencias, y no la raz¨®n, las que sostienen la mayor parte de nuestra vida social, pol¨ªtica y econ¨®mica. Pero hay quienes se las saltan si consiguen beneficios, como hac¨ªan los que robaban las tumbas de los faraones
El hallazgo en el llamado Valle de los Reyes, de un recinto oculto, el KV 40, repleto de despojos de momias y fragmentos de antig¨¹edades destrozadas por los saqueadores de tumbas me record¨® una trepidante historia de la arqueolog¨ªa que le¨ª apasionadamente en la pubertad: Dioses, tumbas y sabios,escrita por C.?W.?Ceram, seud¨®nimo de un escritor alem¨¢n de filiaci¨®n nazi llamado Kurt Wilhelm Marek.
En su libro, Marek narraba con h¨¢bil suspense el hallazgo en 1860 de otro escondite similar a la KV?40: la cueva DB320, situada en un punto cercano a Deir el Bahari, en la necr¨®polis de Tebas, frente a Luxor. En esa especie de morgue improvisada se encontraron las momias de varios Rams¨¦s, Tutmosis, Setis y muchas otras figuras relevantes del pasado egipcio. La ins¨®lita acumulaci¨®n de fara¨®nicos despojos se deb¨ªa, seg¨²n se adujo, a que los sacerdotes del primer milenio antes de Cristo hab¨ªan decidido llevarlas all¨ª para protegerlas de los saqueadores. En su momento ¡ªyo era poco m¨¢s que un ni?o¡ª di por buena esa explicaci¨®n que hoy en d¨ªa suena a coartada. Lo m¨¢s probable es que esos mismos celosos sacerdotes fueran los que hab¨ªan saqueado las tumbas. Asimismo, seguramente la expedici¨®n suiza no ¡°descubri¨®¡± nada, sino que actu¨® guiada por un bien remunerado chivatazo de alguna de las familias de saqueadores que, desde hace siglos, controlan el expolio y posterior tr¨¢fico de las antig¨¹edades egipcias. Lo que no ser¨ªa raro, puesto que lo mismo hicieron en su momento Howard Carter y lord Carnarvon cuando les toc¨® ¡°descubrir¡± la tumba de Tutankam¨®n: nada hubieran podido ¡°descubrir¡± sin la ayuda o la complicidad de las familias de saqueadores egipcios, aut¨¦nticos sherpas de los egipt¨®logos occidentales que las historias rom¨¢nticas de la arqueolog¨ªa jam¨¢s mencionan.
Sin la ayuda de sus sherpas, nada hubieran podido ¡°descubrir¡± los egipt¨®logos occidentales
En esta ocasi¨®n, pues, el hallazgo de la KV 40 hace pensar en que lo verdaderamente interesante de este caso no es el descubrimiento, sino el saqueo sistem¨¢tico de las tumbas egipcias y, sobre todo, el esp¨ªritu del saqueador, que no es un b¨¢rbaro que expolia los vestigios de una cultura ajena, como los conquistadores espa?oles en M¨¦xico y en Cuzco o los talibanes en Afganist¨¢n, sino uno que arrasa a consciencia con su propia tradici¨®n, abomina de sus dioses y le tienen sin cuidado Osiris, Ra o el ominoso Anubis, puesto que los antepasados de los actuales saqueadores son tan antiguos como los faraones y el saqueo, una profesi¨®n heredada por estirpes familiares ahora constituidas en gremios. Este episodio, pues, actualiza una cuesti¨®n de considerable trascendencia: ?hasta qu¨¦ punto las elaboradas creencias egipcias en la vida de ultratumba, el Libro de los muertos, la teor¨ªa de la transmigraci¨®n de las almas y el poderoso clero que las administraba formaban parte de un culto aut¨¦ntico? ?De veras era aquello una religi¨®n o, si acaso, una acendrada creencia compartida por reyes, sacerdotes y pueblo? Porque est¨¢ claro que el saqueador no cree en los talismanes, ni teme las maldiciones de los faraones, ni tiene el menor respeto por las momias sagradas de unos individuos que, en vida (d¨ªcese) eran considerados dioses, sino que es un nihilista radical y, por a?adidura, con varios milenios de antig¨¹edad: un tipo mucho m¨¢s duro que el m¨¢s duro de los rappers del Bronx.
Similar perplejidad suscitan algunos elaborados mitos griegos caros a nuestra tradici¨®n europea, tan bellos y ricos en significados y s¨ªmbolos sobre la condici¨®n humana que han inspirado la filosof¨ªa y la literatura occidentales. Como suele ocurrir con todos los mitos, las historias griegas cuentan hechos inveros¨ªmiles y hablan de seres fabulosos como el Cancerbero, describen escenarios como la Laguna Estigia o dan por hecho que las tres Medusas compart¨ªan un solo diente y un ¨²nico ojo. Es posible que muchos griegos antiguos creyeran en estas historias, pero ?de qu¨¦ ¨ªndole era su creencia? M¨¢s a¨²n, ?cre¨ªa en ellas Plat¨®n, que fue uno de sus m¨¢s pr¨®digos divulgadores; o un tipo tan inteligente, realista y razonable como Arist¨®teles, creador de la l¨®gica que regul¨® nuestros razonamientos por m¨¢s de 2.000 a?os? El historiador Paul Veyne, que dedic¨® un seminario y un libro a examinar hasta qu¨¦ punto los griegos cre¨ªan en sus dioses, lleg¨® a la conclusi¨®n de que por supuesto que no cre¨ªan; o s¨ª, pero del mismo modo como nuestros ni?os creen al mismo tiempo que los Reyes Magos existen, pese a que saben que son sus padres los que compran los regalos.
La cuesti¨®n, pues, no es nada balad¨ª, puesto que son innumerables los contextos en que procedemos por creencia (o credulidad) mientras que otros, m¨¢s o menos inescrupulosos o nihilistas, hacen como los egipcios saqueadores de tumbas; y se llevan a casa el bot¨ªn. Hace unos cuantos a?os en las p¨¢ginas de este peri¨®dico, Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo llam¨® la atenci¨®n acerca del tipo de transacci¨®n que tiene lugar cada vez que un ciudadano deposita sus dineros en el banco a cambio de un insignificante resguardo. Para Garc¨ªa Calvo esa confianza en el sistema financiero era del orden de lo m¨ªtico, es decir, fundada en creencia, puesto que de hecho no hay ninguna raz¨®n, ni prueba tangible ni certeza que abone la esperanza de que, llegado el caso, el valor de una inversi¨®n o una cuenta de ahorro ser¨¢n devuelto por el banco con solo que se le presente el resguardo. La experiencia ciudadana en la Espa?a de los ¨²ltimos a?os muestra que Garc¨ªa Calvo no se equivocaba.
El escritor que concurre a un premio literario, ?acaso no sabe que est¨¢n casi todos ama?ados?
La creencia ¡ªy no la raz¨®n¡ª sostiene la mayor parte de nuestra vida social, pol¨ªtica y econ¨®mica y no solo hace estragos cuando es manipulada por los curanderos, los mercaderes de felicidad, los tarotistas televisivos o los timadores profesionales que circulan por Internet. Una creencia sostiene el mito de la representaci¨®n parlamentaria que es la base de la democracia moderna y anima el voto de los ciudadanos con objeto de que un programa sea llevado a t¨¦rmino desde el Gobierno pese a que, una y otra vez, asistimos al mismo repertorio de transgresiones: democracias populares nacidas de una revuelta que a la postre se convierten en dictaduras, partidos autodefinidos como liberales que para salir de una crisis recurren a la subida generalizada los impuestos y alg¨²n otro, como la socialdemocracia francesa, que desmonta ¡°conquistas¡± de los trabajadores promovidas por los propios socialdem¨®cratas. ?Por qu¨¦ raz¨®n el ciudadano los sigue votando? El escritor que concurre a un premio literario, ?acaso no sabe que est¨¢n casi todos ama?ados? El aspirante a una plaza en la universidad, ?cree o no cree en la limpieza del procedimiento por el cual aspira a ser seleccionado?
Hace ya muchos a?os, mantuve una breve (¨²nica) conversaci¨®n con Jorge Luis Borges en la presentaci¨®n de un libro en Buenos Aires. Yo hab¨ªa llegado a aquel sitio acompa?ado de mi madre y ella se las arregl¨® para dejarme a solas con aquel anciano genial que recorr¨ªa los c¨ªrculos sociales y literarios porte?os como el divino Tiresias. Abandonado delante de aquella luminaria me sent¨ª obligado a decirle algo trascendente y se me ocurri¨® preguntarle si era cierto lo que hab¨ªa o¨ªdo por ah¨ª, que los libros de la Biblioteca de Babel, colecci¨®n que entonces ¨¦l dirig¨ªa, serv¨ªan para probar un argumento demoniaco: la demostraci¨®n de que Dios no existe. Borges hizo un gesto de estupor y me contest¨®: ¡°?De veras? No, no es cierto¡±; y tras un segundo de reflexi¨®n a?adi¨®: ¡°Pero ya que me lo pregunta... ?existe Dios? Mejor dicho, ?hay alguien que crea de veras en Dios? Bueno, s¨ª, el Papa probablemente cree...¡±. Pero casi enseguida se corrigi¨®: ¡°No, el Papa tampoco cree en Dios¡±; y acto seguido cambi¨® de tema y se entretuvo pregunt¨¢ndome por un ancestro que, al parecer, su familia y la m¨ªa compart¨ªan desde los lejanos tiempos de Juan Manuel de Rosas.
Enrique Lynch es fil¨®sofo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.