Dacca, donde la vida es una batalla
La capital de Bangladesh es uno de los peores lugares para vivir, seg¨²n The Economist La OMS alerta de que tambi¨¦n es una de las ciudades m¨¢s contaminadas del mundo
El estridente sonido de los claxon y la llamada a la oraci¨®n se funden con el aire pesado que envuelve a Dacca, la llamada "ciudad de las mezquitas", situada a orillas del r¨ªo Buriganga. A su paso por la capital de Bangladesh, y debido a la contaminaci¨®n qu¨ªmica, el cauce fluvial escupe burbujas que incesantemente ascienden a la superficie bajo la fren¨¦tica actividad de las embarcaciones que cruzan esta herida abierta en la ciudad. Biol¨®gicamente moribundo, el r¨ªo lucha contra los m¨¢s de 60.000 metros c¨²bicos de desechos t¨®xicos que Dacca le proporciona diariamente, mientras centenares de personas viven en embarcaciones sobre su caudal y m¨¢s de cuatro millones se ven expuestas de manera directa al riesgo que representa la intensa contaminaci¨®n del agua.
Con m¨¢s de quince millones de habitantes en apenas 815 kil¨®metros cuadrados, Dacca es una de las ciudades con mayor densidad de poblaci¨®n del mundo, cifra que se incrementa en m¨¢s de 400.000 personas anuales debido al intenso ¨¦xodo rural que est¨¢ experimentando el pa¨ªs. Seg¨²n la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, tambi¨¦n se trata de uno de los peores lugares para vivir en el mundo. Familias enteras se ven obligadas a abandonar sus hogares en las ¨¢reas rurales donde han desarrollado su actividad durante generaciones. "Prefiero la vida rural, pero no he tenido otra opci¨®n que venir a Dacca para trabajar. ?ste es mi destino y no importa lo que sienta" asegura Rubel, mientras espera impaciente la llegada de alg¨²n cliente que suba al rickshaw sobre el que pedalea doce horas diarias para sobrevivir.
La gran mayor¨ªa de estos migrantes llegan a la capital buscando un futuro digno que nunca aparece, y all¨ª acaban viviendo en los denominados slums ¡ªbarrios de chabolas, infraviviendas o asentamientos informales¡ª en los que habita m¨¢s del 25% de la poblaci¨®n de la ciudad. Seg¨²n la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones, alrededor del 70% de los habitantes de estas barriadas se han visto obligados a moverse a la capital banglades¨ª tras experimentar problemas de tipo medioambiental derivados del cambio clim¨¢tico que afectaban a su supervivencia. Adem¨¢s, se espera que este ¨¦xodo rural contin¨²e creciendo ya que Bangladesh apenas se levanta varios metros sobre el nivel del mar. A finales de siglo, m¨¢s de un cuarto del pa¨ªs se encontrar¨¢ inundado y m¨¢s de 15 millones de desplazados como resultado, seg¨²n el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Clim¨¢tico.
Este crecimiento exponencial de la poblaci¨®n se perfila como uno de los principales retos a los que se enfrentan Dacca y sus habitantes. La d¨¦bil infraestructura de la ciudad se ve marcada por este fen¨®meno de expansi¨®n que est¨¢ impulsando un aut¨¦ntico boom de la construcci¨®n y que deja a su paso miles de edificios a medio construir, sue?os rotos de cemento que coronan el skyline de esta capital asi¨¢tica, alimentados por los centenares de rudimentarias f¨¢bricas de ladrillo que, situados en el cintur¨®n industrial, producen sin descanso el 40% de las part¨ªculas en suspensi¨®n que ensucian el aire de la ciudad. Un aire que, seg¨²n la Fundaci¨®n Intervida, causa una media de 15.000 muertes prematuras anuales por c¨¢ncer y enfermedades cardiopulmonares en la que ya es se?alada como una de las ciudades m¨¢s contaminadas del planeta. Muchos de estos edificios no han sido terminados, sin embargo sus plantas se encuentran repletas de negocios o f¨¢bricas textiles.
El alt¨ªsimo ¨ªndice de corrupci¨®n institucionalizado que prolifera gracias a la clase pol¨ªtica y las ¨¦lites dominantes no ayuda a paliar esta problem¨¢tica. El colapso del edificio Rana Plaza, en el distrito de Savar, estremeci¨® al mundo el 24 de abril de 2013 cuando 1.138 personas perdieron la vida y m¨¢s de dos mil resultaron heridas. La construcci¨®n conten¨ªa talleres textiles y peque?os establecimientos, y se derrumb¨® durante la hora punta de la ma?ana. El due?o del edificio, un cacique dirigente de la gobernante Liga Awami, as¨ª como varios propietarios de f¨¢bricas y t¨¦cnicos municipales fueron detenidos y acusados de negligencia y construcci¨®n ilegal.
El simbolismo que encierra el desastre del Rana Plaza apela a la reflexi¨®n ya que m¨¢s de cuatro millones de personas en Bangladesh trabajan en el sector textil, la gran mayor¨ªa de ellas en la capital y sus alrededores y un 80%, mujeres. "La enfermedad de mi marido cambi¨® mi suerte y me trajo al taller. ?l ya no puede trabajar" afirma Maleka con entereza. Ella proviene de la provincia rural de Bhola, y debido a las dificultades para encontrar trabajo en su aldea tuvo que desplazarse a la ciudad para poder mantener a su familia. All¨ª cose pantalones deportivos de la marca inglesa Umbro por un sueldo de setenta euros al mes, marcado por las horas extra y un extenuante ritmo de trabajo.
"Son chicos de familias pobres que vienen de las aldeas. Dif¨ªcilmente tendr¨¢n otra oportunidad, por eso les ense?amos a coser" asevera Mohammed, un joven maestro de taller de 32 a?os que comenz¨® a trabajar desde ni?o y ahora se?ala al peque?o Faruk, que con tal solo ocho ya levanta sus ojos por detr¨¢s de la maquina de coser en la que suele pasar unas diez horas al d¨ªa. Sus peque?os dedos se divierten con el hilo evocando a los juegos que llevaba a cabo en su aldea con el resto de sus amigos, pero tiene claro que esas ¨¦pocas han terminado y que su presente realidad pasa por trabajar en el taller de la d¨¦cimo segunda planta de un monstruo de hormig¨®n. Hace unos meses que la insostenible vida rural desplaz¨® a la ciudad a su familia, y ha tenido que empezar a producir para aportar a la econom¨ªa familiar.
"Espero que mis hijas no tengan este futuro, pero para nosotros es una realidad cotidiana, no tenemos mucho m¨¢s a que aspirar" cuenta otro de los j¨®venes presentes en el taller, consciente de que sus condiciones de trabajo no son buenas y envuelto en el temor a que la tragedia se vuelva a repetir. Bangladesh es un pa¨ªs impulsado por la fuerza de trabajo de sus habitantes, que en su gran mayor¨ªa trabajan jornadas de cuarenta horas semanales por el sueldo m¨¢s bajo del planeta, unos treinta y ocho euros al mes.
Bangladesh tiene uno de los sueldos m¨ªnimos m¨¢s bajos del planeta: unos 38 euros al mes
Mientras tanto, la calidad de la atenci¨®n m¨¦dica no crece al ritmo que la poblaci¨®n de la ciudad, que cuenta con un doctor por cada 3.200 habitantes y se ha visto salpicada por escandalosos casos de corrupci¨®n en el sistema de salud p¨²blica. Para intentar paliar dichos huecos nacen propuestas como el Centro de Rehabilitaci¨®n de Savar (CRP) que, fundado en 1979 por la fisioterapeuta brit¨¢nica Valerie Taylor, intenta ofrecer rehabilitaci¨®n f¨ªsica y psicol¨®gica a personas que han sufrido accidentes de diverso car¨¢cter. All¨ª se recupera Shimul Hossein, un hu¨¦rfano que con diez a?os ha perdido su mano y piernas derechas tras caer del techo de un vag¨®n en el que viajaba cuando se desplazaba a Kamalapur, la estaci¨®n central de la ciudad. "Viajaba encima del tren porque as¨ª consigo moverme sin billete. Quer¨ªa visitar a mi abuela y no tengo dinero para pagarlo" declara Hossein con la inocencia que el accidente no le ha conseguido arrebatar a pesar de no recibir ninguna ayuda o compensaci¨®n por lo ocurrido. Sucesos como este son una constante en un sistema de transporte totalmente saturado por la potente demanda de un espacio urbano superpoblado.
Uno de los problemas m¨¢s comunes de Dacca es el tr¨¢fico. Las calles de la ciudad son el retrato m¨¢s representativo del caos que se desarrolla en esta capital y en sus embotellamientos se dibuja un laberinto sin salida. Los miles de veh¨ªculos de tracci¨®n humana se funden con camiones, coches o autobuses p¨²blicos, encerrando a las personas en cotidianos atascos que pueden llegar a durar horas. La mayor¨ªa de dichos autobuses son antigua chatarra tra¨ªda de de China o Jap¨®n, y muchos de los conductores no cuentan con permiso de conducir.
El calor y las inundaciones durante la ¨¦poca del monz¨®n solo consiguen que la situaci¨®n empeore en una ciudad que no deja de mostrar fuertes carencias de servicios e infraestructura. La tasa de accidentes de tr¨¢fico supera por diez a la de ciudades occidentales, siendo los peatones y los pasajeros de veh¨ªculos no motorizados las v¨ªctimas m¨¢s comunes. Azizur Rahman tiene veinticinco a?os y trabaja como t¨¦cnico junior en la creaci¨®n de pr¨®tesis para discapacitados tras ser v¨ªctima de un accidente de trafico que le llevo a perder sus dos piernas. El conductor del cami¨®n que lo atropell¨® fue identificado pero solo tuvo que pagar una indemnizaci¨®n econ¨®mica equivalente a unos noventa euros. En Bangladesh la ley es dif¨ªcil y flexible, y en muchos casos juega en contra de las v¨ªctimas.
Dacca una ciudad dura para quien no puede valerse por si mismo, sus arduas condiciones se tornan m¨¢s complicadas para los menos afortunados. Asma Bibi es una anciana que mendiga cerca de su casa en la zona de Hazaribagh, un barrio industrial de curtidur¨ªas que ha sido nombrado como el quinto punto m¨¢s contaminado del planeta. Asma se encuentra sola desde hace a?os debido a la muerte de su marido y su avanzada edad no le permite nada m¨¢s que mendigar. "Soy demasiado anciana para trabajar y solo puedo comer de la limosna" manifiesta con una d¨¦bil voz rasgada por su longevidad. Dice superar los cien a?os aunque acepta no recordar una cifra exacta; su edad es un misterio como el de la mayor¨ªa de personas que provienen de ¨¢reas rurales o habitantes de slums que no suelen ser registrados al nacer. En Bangladesh es casi imposible que un trabajador promedio llegue a tener una pensi¨®n, muchos ancianos o discapacitados viven gracias al apoyo de hijos o familiares, pero lamentablemente muchos corren la misma suerte que Asma Bibi y no cuentan con una red que les proteja.
Y es que las redes que tejen las comunidades son, a menudo, el ¨²nico punto de apoyo para los habitantes de la ciudad. Korail es el mayor exponente de esta realidad, el barrio de chabolas m¨¢s grande del pa¨ªs convertido en hogar miles de trabajadoras del textil, porteadores o conductores de rickshaw. Rodeado por lagos entre los dos barrios m¨¢s ricos de la ciudad se levanta como una isla de pobreza en la zona m¨¢s lujosa de la ciudad.
Desde hace ocho a?os el gobierno intenta desahuciar a las personas que all¨ª residen y en 2012 los desahucios se hicieron inminentes cuando se inicio la demolici¨®n de muchas de las casas del barrio. La presi¨®n popular, sin embargo, llev¨® a que se detuviera el desalojo que hubiera dejado en la calle a m¨¢s de 20.000 familias. La mayor¨ªa de mercados, escuelas y servicios que existen en la barriada son producto del esfuerzo de la propia comunidad, por lo que un desahucio no solo dejar¨ªa a estas personas sin hogar sino que dividir¨ªa los lazos y estructuras comunales que han ido formando. Jakir Hossein dice llevar muchos a?os en Korail y asegura estar preparado si lo desahucian, mostrando un rotundo escepticismo ante las promesas pol¨ªticas sobre la reubicaci¨®n de los habitantes del lugar. "No nos interesan las pol¨ªticas del gobierno, cuando nos afectan es solo para peor".
Individuos, colectivos y ONGs luchan por dignificar la realidad de las personas que subsisten en una de las "peores ciudades del mundo para vivir", creando programas de empoderamiento para mujeres, asistencia a los ancianos, improvisadas escuelas callejeras o redes de colaboraci¨®n vecinal en la construcci¨®n de nuevos hogares. Un esfuerzo que la comunidad realiza para arrojar un poco de luz al futuro de ni?os como Faruk, que juguetea con el hilo mientras cose las prendas que vestimos.
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