El gimnasio sin ch¨¢ndales
Una vieja gasolinera resguarda un cuadril¨¢tero con la colchoneta azul. El guante rojo y blanco que intenta tapar el agujero que alg¨²n tipo duro ha dado a la puerta da una buena pista, confirmada por el cartel deste?ido que anuncia Club de Boxeo de Hillbrow.
Hillbrow es ?frica. En verdad es un barrio, digamos que hist¨®rico de Johannesburgo, que hasta la d¨¦cada de los 80 fue un hervidero de cultura, con mayor¨ªa de vecinos blancos pero que el r¨¦gimen del apartheid toler¨® una cierta mezcla de razas dif¨ªcil de encontrar en otras zonas de la capital econ¨®mica sudafricana. Ahora es una ventana al continente, con miles de migrados del continente que intentan tirar para adelante, aunque no siempre es f¨¢cil.
El barrio es tambi¨¦n sin¨®nimo de delincuencia y de temor. Miedo de muchos habitantes de Johannesburgo con la sola idea de pisar esas calles llenas de gente, con edificios abarrotados y ropa tendida en las ventanas.
Sin embargo, hay iniciativas que des de dentro de Hillbrow se enfrenta a ese estigma que las estad¨ªsticas confirman.
George Khosi apuntaba hacia el ¨¦xito como boxeador profesional pero en 1997 unos ladrones le atacaron y le dejaron medio muerto, con un ojo tuerto y una herida en la pierna. El brutal ataque termin¨® con su carrera definitivamente pero no con un deporte que empez¨® a practicar a los 16 a?os cuando un ¡°error de cr¨ªo¡± le llev¨® a la c¨¢rcel.
La vida de Khosi, sudafricano de 44 a?os, es el vivo reflejo de ese Hillbrow tocado por la desgracia pero que logra asirse a una tabla de salvaci¨®n y superaci¨®n personal. En su caso el cuadril¨¢tero. El hombre logr¨® abrir en 1994 un gimnasio con el que garantizarse unos ingresos estables y, sobre todo, ¡°estar rodeado de campeones y boxeadores¡±, explica
El gimnasio empez¨® a funcionar a un par de kil¨®metros de la transitada esquina donde Khosi habla y se traslad¨® hasta esta esquina que hab¨ªa ocupado una gasolinera hace exactamente 10 a?os. En Hillbrow hasta los gimnasios se reciclan, no hay para mucho m¨¢s, sin grandes inversiones p¨²blicas y mucho menos apuestas privadas.
En esta d¨¦cada, del humilde gimnasio de Khosi han salido dos campeonas de Sud¨¢frica: Rita Mrwebi y Queen Tshabalala y conf¨ªa que la ugandesa Bania Nathaline se corone pronto.
Pero no s¨®lo de campeonas vive Khosi, m¨¢s orgulloso si cabe de que su gimnasio y el boxeo sean una especie de vacuna contra la improductiva vida callejera. Entre 30 y 40 ni?os y otros tantos adultos son miembros de esta particular comunidad, a raz¨®n de 100 rands (siete euros) mensuales. ¡°Puedo decir orgulloso y feliz que he sacado a muchos de los cr¨ªos que vienen de la mala vida¡±, dice este hombre parco en palabras.
?l mismo conoci¨® bien esas calles de Hillbrow y el vecino Yeoville cuando siendo un adolescente se escap¨® y se dio a esa vida sin tutela paterna, meti¨¦ndose en m¨¢s de un problema, ¡°el lado oscuro¡±, resume. As¨ª que con su experiencia personal se erige en ¡°gu¨ªa¡± para que esos cr¨ªos venzan la tentaci¨®n de usar su fuerza bruta y tengan en el gimnasio un lugar para escapar de sus pisos peque?os y superpoblados y de un ambiente familiar poco estructurado.
¡°El boxeo da a los chavales disciplina y les ayuda a canalizar su fuerza y sus ganas de pelea. Yo les digo que si se lucha en las calles, uno siempre acaba arrestado¡±, afirma el entrenador mientras barre el local.
Khosi tuvo que dejar su carrera de boxeador profesional tras una paliza y un tiro en el ojode unos ladrones. Foto: Marta Rodr¨ªguez
El gimnasio est¨¢ situado en lo que tendr¨ªan que ser la oficina y la tienda de la gasolinera. Una radio vieja canta m¨²sica tecno a todo volumen y por las ventanas la luz se filtra dejando la gran sala sin m¨¢s brillo que una penumbra por la que se ven m¨¢quinas de pesas, bicis est¨¢ticas y cintas que no funcionan y ¡°pocos sacos¡± para ensayar golpes, se lamenta Khosi, que siempre anda buscando patrocinadores o benefactores que quieran poner su grano de arena en su proyecto.
Es jueves al mediod¨ªa y en el gimnasio se ejercitan seis j¨®venes. Ninguno va en ch¨¢ndal ni con tejidos t¨¦cnicos. Impera la camiseta de algod¨®n, los pantalones tejanos, mocasines o chanclas de piscina. Un chico de Zimbabue explica que viene ¡°porque es mejor que estar en la calle¡± y de paso se pone en forma y establece amistad con otros en su misma situaci¨®n.
Se habla poco y entre ellos se ayudan mientras esperan pacientemente a que les toque el turno de subir y bajar pesas. Khosi va d¨¢ndoles alg¨²n que otro consejo con la escoba en la mano. Hay que hacer de todo, des de la gesti¨®n administrativa, a buscar ayudas econ¨®micas o limpiar el suelo. Incluso hoy cerrar¨¢ antes el local porque viene una televisi¨®n brit¨¢nica que quiere hacer un documental sobre el club del boxeo.
La joven ugandesa Nathaline no pierde el ¨ªmpetu por ponerse los guantes mientras vende chucher¨ªasy ropa dentro del recinto del club. Foto: Marta Rodr¨ªguez
El gimnasio no se escapa de esa atmosfera de ahogo que inunda las grandes ciudades sudafricanas. El espacio de lo que era la vieja gasolinera est¨¢ protegido por una valla y alambradas. Dentro, los socios pueden boxear en el cuadril¨¢tero exterior o departir en una mesa de madera, justo al lado donde la ugandesa Nathaline, de 25 a?os, vende cuatro chucher¨ªas, ropa y cerillas con las que completar sus escasos ingresos.
Lleg¨® a Johannesburgo hace dos a?os y en seguida se sinti¨® atra¨ªda por esos j¨®venes que practicaban deporte en la esquina. Sonde¨® a Khosi y ¨¦ste le anim¨® a que probara suerte, con tan buen acierto que hoy compite en los campeonatos oficiales. La joven muestra sus b¨ªceps en su camiseta sin mangas pero dice que est¨¢ ¡°mafuta (gorda en zul¨²) porque una lesi¨®n en el brazo le impide desde hace semanas entrenar. Sin embargo, no ha perdido la braveza. ¡°Incluso como estoy te ganar¨ªa¡±, dice ri¨¦ndose sin contemplaciones de su interlocutora.
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