Refugiados en Uganda
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Con motivo del d¨ªa del refugiado hemos invitado a ecribir desde Uganda aNoah Gottschalk experto asesor de pol¨ªtica humanitaria que trabaja en los campos de refugiados con Sursudaneses. Precisamente el pasado unes se cumplieron los 6 meses del conflcitoen Sudan del Sur con cientos de miles de desplazados internos y en las fronteras.
Campo de refugiados de Nyumanzi en Uganda.Geno Teofilo/Oxfam
Un joven desgarbado, vestido con unos pantalones cortos ra¨ªdos y unas sandalias negras adornadas con corazones de pl¨¢stico rosas, emerge de una choza de hierba y camina hacia m¨ª. En un ingl¨¦s perfecto, Jacob me explica c¨®mo ha acabado viviendo en este remoto asentamiento de refugiados, uno de la veintena de campos que han surgido en mitad del bosque a lo largo de la frontera de Uganda con Sud¨¢n del Sur. Hace 18 meses era uno de los pocos j¨®venes privilegiados de Sud¨¢n del Sur que pod¨ªa cursar secundaria en Kampala, la capital de Uganda. Pero entonces, hace apenas unos meses, recibi¨® una llamada que cambi¨® su vida.
El padre de Jacob le telefone¨® para decirle que la tienda de su familia en Sud¨¢n del Sur hab¨ªa sido saqueada y destrozada. Ante el creciente conflicto entre las distintas facciones del partido gobernante, ¨¦l y otros nueve miembros de su familia hab¨ªan decidido huir a Uganda. No habr¨ªa m¨¢s dinero con el que pagar sus estudios. Jacob y su hermana mayor podr¨ªan acabar lo que quedaba de curso pero, despu¨¦s, deber¨ªan dejar la escuela, la ciudad y a sus amigos para ir a vivir con su familia a un campo de refugiados.
Mientras Jacob me contaba la historia de su hermana Juliana, sent¨ª c¨®mo se me formaba un nudo en el est¨®mago. A pesar de vivir en un pa¨ªs donde el nivel de analfabetismo entre las mujeres hab¨ªa sido durante mucho tiempo tremendamente alto, su padre le hab¨ªa animado a retrasar el matrimonio hasta acabar la escuela secundaria. Ahora, solo era cuesti¨®n de tiempo que el viejo patr¨®n volviera a repetirse en Juliana y otras tantas chicas como ella.
El acuerdo de paz para Sud¨¢n de 2005 acab¨® con m¨¢s de dos d¨¦cadas de guerra civil, allanando el camino para que Sud¨¢n del Sur obtuviese la independencia y cientos de miles de refugiados pudieran volver a sus casas. D¨ªa tras d¨ªa escuchaba los gritos emocionados de las mujeres al ver c¨®mo los enormes camiones blancos de Naciones Unidas abandonaban los campos y una nerviosa pero contenta poblaci¨®n refugiada regresaba a sus hogares. Ahora, apenas unos a?os despu¨¦s de que llegara la paz, muchas de esas mismas personas llenas de esperanza, como otras miles y miles m¨¢s, se han vuelto a ver obligadas a abandonar sus casas debido a la violencia que asola Sud¨¢n del Sur.
Con un mill¨®n y medio de sursudaneses y sursudanesas desplazados y m¨¢s de cuatro millones de personas en necesidad urgente de ayuda, es f¨¢cil perder la esperanza. Pero no debemos hacerlo.
En 2007, en Sud¨¢n del Sur una adolescente ten¨ªa m¨¢s posibilidades de morir durante el parto que de graduarse en la escuela secundaria. Desde entonces, y gracias a los esfuerzos de millones de profesionales de la salud y la educaci¨®n, as¨ª como, tambi¨¦n, al apoyo de la ciudadan¨ªa y una comunidad internacional comprometida, estas probabilidades hab¨ªan comenzado a cambiar.
Ahora, gran parte de estos esfuerzos por impulsar un desarrollo transformador se han desviado, comprensiblemente, a satisfacer las necesidades de ayuda humanitaria m¨¢s urgentes. Pero a¨²n no es demasiado tarde para evitar que estos logros alcanzados con duro esfuerzo se malogren. Lo primero y lo m¨¢s importante que debemos hacer es apoyar el desarrollo en aquellas ¨¢reas de Sud¨¢n del Sur donde esto sea posible. Sin embargo, con el creciente n¨²mero de personas desplazadas por toda la regi¨®n ¨Ccada siete minutos una persona cruza la frontera para refugiarse en Uganda¨C, tambi¨¦n debemos invertir en las decenas de miles de prometedores j¨®venes como Jacob y Juliana que vivir¨¢n fuera de su pa¨ªs durante los pr¨®ximos a?os.
Entre tan gran sufrimiento humano, es complicado hacer las cosas mejor, pero hay oportunidades y debemos aprovecharlas. Las personas como Jacob que hablan de unidad nacional y rechazan la lucha por dividir al pa¨ªs en torno a intereses tribales, son la mejor esperanza de futuro para Sud¨¢n del Sur. Si actuamos ahora para proporcionarle a ¨¦l y otras personas j¨®venes la oportunidad de estudiar, formarse o ganar algo de dinero para mantener a sus familias, podemos evitar que esta nueva generaci¨®n caiga en las garras de un matrimonio prematuro, el alcoholismo o una vida sumida en el conflicto. Si invertimos ahora en programas para la reconciliaci¨®n y la construcci¨®n de la paz, podemos unir a las comunidades de una vez por todas. De lo contrario, cualquier paz ser¨¢ ef¨ªmera y los ni?os y ni?as como Jacob no podr¨¢n aprovechar todo su potencial para hacer de Sud¨¢n del Sur un pa¨ªs mejor para todos sus ciudadanos y ciudadanas.
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