La isla de la tecnolog¨ªa
Taiw¨¢n apost¨® su desarrollo a la producci¨®n de ordenadores. Hoy es la gran f¨¢brica de electr¨®nica, el Silicon Valley de Asia
A 390 metros de altura, Taip¨¦i aparece sumergida por un calor tropical. Un manto de humedad y neblina le confieren un color cobrizo. Los edificios brillan d¨¦bilmente al sol de la tarde, mostrando sus ¨¢ngulos rectos, y se extienden hacia el horizonte hasta fundirse con la atm¨®sfera. A vista de p¨¢jaro, el urbanismo muestra una sobriedad rectil¨ªnea y eficiente. Como si un planificador colosal hubiera trazado las avenidas con un programa inform¨¢tico. En otro tiempo, esta llanura se encontraba anegada por un lago. Hoy, recuerda a la geograf¨ªa ordenada de los microchips. Circuitos, nodos, celdas interconectadas, y la vida en su interior movi¨¦ndose a impulsos el¨¦ctricos. Esta visi¨®n nos golpea en la azotea del rascacielos Taip¨¦i 101. Como si hubi¨¦ramos aterrizado en una pel¨ªcula futurista y no en la isla de Taiw¨¢n. Quiz¨¢ el desequilibrio en la percepci¨®n provenga del verdadero viaje que acabamos de comenzar en el ascensor del edificio, desplaz¨¢ndose a 1.010 metros por minuto (37 segundos hasta el piso 91), mientras la luz se oscurece como si cruz¨¢ramos a otra dimensi¨®n y el ascensorista aconseja: ¡°Traguen saliva para ajustar la presi¨®n¡±. En Taiw¨¢n, desde que se toca tierra, lo envuelve a uno la sensaci¨®n de caminar por las entra?as de un artefacto electr¨®nico.
La tecnolog¨ªa lo recubre todo. El Taip¨¦i 101, sin ir m¨¢s lejos, fue bautizado as¨ª como un gui?o al sistema binario del lenguaje computacional. Durante cinco a?os (hasta 2010) fue la construcci¨®n m¨¢s alta del planeta. Un bloque de vidrio azul con forma de bamb¨² visible desde cualquier punto de la capital. Un t¨®tem de la era digital. Levantado en el coraz¨®n de un vibrante distrito financiero, alimentado a base de exportaciones; el s¨ªmbolo de una naci¨®n agr¨ªcola y pesquera que decidi¨® jugarse su desarrollo a una carta: producir chips y ordenadores de forma masiva.
El petardazo ¡®high tech¡¯ del pa¨ªs comenz¨® en los sesenta, cuando las firmas de Silicon Valley mudaron sus l¨ªneas de producci¨®n a pa¨ªses en desarrollo
Si hacemos caso a las cifras de DigiTimes Research, web taiwanesa que estudia los vaivenes del mercado tecnol¨®gico, las compa?¨ªas de esta naci¨®n fabrican en torno al 85% de port¨¢tiles del planeta (unos 440.000 al d¨ªa). Acumulan cerca del 60% de la producci¨®n de tabletas (270.000 cada 24 horas). Funden tambi¨¦n el 60% de los semiconductores ¨Co chips¨C del globo. Manufacturan el 60% de las placas bases (la plancha donde se conectan los componentes de la computadora). Y se aproximan el 20% de la cuota mundial de tel¨¦fonos m¨®viles (cerca de un mill¨®n de terminales al d¨ªa). Normal que uno tenga la sensaci¨®n de moverse entre circuitos. Forman parte de la vida cotidiana. Y uno cree percibirlos en los ornamentos de un edificio. En un cuadro en la pared de un hotel retroiluminado con leds (Taiw¨¢n es uno de sus mayores fabricantes). Y en la escultura de la entrada principal de la University Taip¨¦i Tech, a medio camino entre el esqueleto de un robot y una enredadera.
La universidad conecta por una avenida con el centro comercial Gong Hua Digital Plaza: seis plantas donde se vende todo tipo de tecnolog¨ªa. Las callejuelas colindantes se dedican tambi¨¦n al mundo digital. En un palmo se mezclan neones de Acer, Asus, LG, Samsung, Gigabyte y Toshiba. Los puestos venden ordenadores de segunda mano y tabletas reci¨¦n salidas de la f¨¢brica. En un corredor trasero, encontramos una ferreter¨ªa de dos plantas dedicada a la manufactura casera de tecnolog¨ªa. Hay miles de cables y conectores. Chips a cuatro euros. Interruptores y planchas v¨ªrgenes en las que uno puede engranar las tripas de un ordenador. Una dependienta teclea en el traductor de su tel¨¦fono el contenido de la tienda y nos muestra la respuesta: ¡°Capacitaci¨®n electr¨®nica¡±.
En Taip¨¦i, todo el mundo parece tener el m¨®vil a mano, como un rev¨®lver. Volvi¨® a ocurrirnos algo similar en Treasure Hill, una colonia de viejas casitas, donde se asentaron en 1949 parte de los militares chinos que llegaron a Taiw¨¢n huyendo de Mao Zedong, y tras los pasos de Chiang Kai-shek. Hoy estos chinos lideran uno de los pa¨ªses que mejor representa la globalizaci¨®n, pero cuya legalidad internacional sigue en un limbo. Apenas una veintena de pa¨ªses reconoce Taiw¨¢n. Y son poco relevantes. Solo la Santa Sede en Europa. Ninguno de los asi¨¢ticos. Ni Estados Unidos ni Jap¨®n ni la Rep¨²blica Popular China, principales clientes de sus mercader¨ªas (mantiene relaciones con la comunidad internacional a trav¨¦s de oficinas comerciales). Pero el viejo barrio, mientras, se ha transformado en un cogollo de artistas donde un guarda al que le preguntamos d¨®nde podemos encontrar una audiogu¨ªa desenfunda el m¨®vil, susurra al terminal unas palabras en mandar¨ªn, y muestra el resultado en la pantalla. Casi como si fuera una respuesta a nuestras preguntas sobre la capacidad productiva de la isla, se lee en ingl¨¦s: ¡°Seguid caminando. Encontrar¨¦is ayuda¡±.
As¨ª que un d¨ªa m¨¢s tarde, en un despacho de la Universidad Nacional de Taiw¨¢n, comienzan a aparecer algunas claves que explican por qu¨¦ el sector tecnol¨®gico suma m¨¢s del 50% de las exportaciones y alcanza un tercio de la producci¨®n industrial, seg¨²n la C¨¢mara de Comercio espa?ola en la regi¨®n. ¡°En los setenta llegaron los americanos. Comenzaron a construir una industria tecnol¨®gica. ?se es el punto de partida¡±, narra Ko Hui Chang, profesor especializado en las relaciones entre sociedad y tecnolog¨ªa. ¡°Buscaban mano de obra barata. Y una regulaci¨®n medioambiental poco estricta. Construyeron grandes f¨¢bricas. Y comenzaron a producir radios y televisores. Luego ordenadores. En los ochenta, cuando los americanos se fueron en busca de una mano de obra a¨²n m¨¢s barata en Asia, dejaron las f¨¢bricas y quedaron los ingenieros taiwaneses ya formados. Comenzaron a comprar las factor¨ªas¡±.
El libro The east Asian High-Tech drive (2006) remonta a los sesenta el petardazo en alta tecnolog¨ªa, cuando las firmas de Silicon Valley (California) mudaron sus l¨ªneas de producci¨®n a pa¨ªses en desarrollo. El valle de silicio dej¨® de producir chips de silicio. Y la oportunidad la aprovecharon algunos pa¨ªses donde desembarcaron. Corea, Singapur y Taiw¨¢n ¡°lograron elevar la categor¨ªa de sus econom¨ªas y diversificar a otras ¨¢reas high tech¡±. As¨ª nacieron los tigres asi¨¢ticos, donde el Estado ¡°fue el principal art¨ªfice de la industrializaci¨®n¡±, seg¨²n el ensayo. Taiw¨¢n cont¨® entre 1950 y 1979 con uno de los mayores sectores p¨²blicos del mundo (fuera del bloque comunista). Los bancos fueron nacionalizados tras la llegada a la isla y el ascenso al poder del Kuomintang, que comenz¨® a manejar con pu?o de hierro el pa¨ªs tras medio siglo de colonialismo japon¨¦s. Estados Unidos, mientras tanto, salvaguardaba las aguas agitadas del estrecho de Formosa y abr¨ªa un canal para sus factor¨ªas. A¨²n hoy, el protector sigue presente en Taip¨¦i. Como una met¨¢fora, dos puentes cruzan el r¨ªo Keelung y unen el centro con un barrio al norte llamado Neihu, el Silicon Valley de Taiw¨¢n, donde se concentran 3.000 empresas de tecnolog¨ªa. Estas pasarelas hacia la era digital se llaman MacArthur 1 y MacArthur 2. Un tributo al general estadounidense que ve¨ªa la isla como un escudo frente al comunismo.
El Kuomintang permiti¨® muy pronto la entrada de multinacionales estadounidenses, como RCA, pero se asegur¨® la transferencia de conocimiento mediante joint ventures con casas locales (as¨ª se fund¨® en los setenta el mayor productor de pantallas de televisor del mundo) y fomentando las compras a subcontratistas taiwaneses. Se planific¨® al detalle. A largo plazo. Se enviaron delegaciones de mentes brillantes a aprender procesos en el extranjero. Convocaron a chinos expatriados en Estados Unidos para liderar el cambio. Y a finales de los setenta se puso en marcha la industria taiwanesa de semiconductores. La m¨¢s potente del mundo. Poco a poco pasaron de ser mano de obra barata a contratar mano de obra barata en la china continental. En Taiw¨¢n quedan pocas f¨¢bricas. Producen el 80% fuera. Son los ciclos de la historia econ¨®mica. Los avatares de la deslocalizaci¨®n.
Hace un par de a?os, en una cena de Barack Obama junto a las testas coronadas de Silicon Valley, el presidente de Estados Unidos pregunt¨® a Steve Jobs si hab¨ªa alguna forma de fabricar iphones en casa; quer¨ªa saber por qu¨¦ ese trabajo no se pod¨ªa realizar ya en Estados Unidos. ¡°Estos empleos no volver¨¢n nunca¡±, respondi¨® el fundador de Apple, seg¨²n reconstruy¨® The New York Times. La cabecera abr¨ªa con esta escena una serie de reportajes, premiada con un Pulitzer, sobre la penosa situaci¨®n en las f¨¢bricas usadas por el gigante tecnol¨®gico. La compa?¨ªa Foxconn, uno de los principales socios manufactureros de Apple en Asia, perdi¨® el anonimato ante el gran p¨²blico. Era entonces y sigue siendo, con diferencia, la mayor empresa de Taiw¨¢n. Su facturaci¨®n en 2013 super¨® el 10% del PIB del pa¨ªs. De sus f¨¢bricas, la mayor¨ªa en la China continental, han salido playstations, tel¨¦fonos Nokia, libros electr¨®nicos de Kindle, y millones de iphones y ipads. Es, como se la conoce en la jerga, una ODM (fabricantes de dise?o original). Producen por encargo. Una de las especialidades de Taiw¨¢n. Comenz¨® su vida en 1974 como una peque?a compa?¨ªa de interruptores para televisores. Un caso de ¨¦xito. Pero tambi¨¦n de un modelo productivo que comienza a dar muestras de agotamiento.
Foxconn representa las grandes contradicciones de la isla. En palabras del soci¨®logo tecnol¨®gico Ko Hui Chang: ¡°Por un lado, los taiwaneses piensan que esta empresa ayuda a la econom¨ªa, pero a su vez les genera ansiedad porque cuando los americanos vinieron apoyaron el trabajo aqu¨ª, el Gobierno taiwan¨¦s aprendi¨® de ellos, copi¨® su patr¨®n y luego las empresas se mudaron a China para replicarlo¡±. El riesgo es que los chinos continentales hagan lo mismo. Y que acaben borr¨¢ndolos del mapa adoptando su modelo. La deslocalizaci¨®n, a?ade el profesor, complica adem¨¢s la b¨²squeda de un empleo digno entre los j¨®venes. ¡°Muchos renuncian a trabajar en el sector tecnol¨®gico. Tengo amigos que trabajan en ¨¦l, con horarios de ocho de la ma?ana hasta medianoche. Algunos de mis estudiantes prefieren abrir un peque?o negocio. Un caf¨¦ o una librer¨ªa. Quieren disfrutar del tiempo¡±, asegura. Los sueldos de la industria tecnol¨®gica llevan una d¨¦cada estancados. El pa¨ªs crece, pero no los salarios reales. Incrementa la producci¨®n, pero no los beneficios. Es uno de los problemas de las manufacturas. Poco dise?o implica m¨¢rgenes escasos. Hoy se trabaja lo mismo. Pero los taiwaneses ganan menos. Hay un exceso de universitarios (el 84,4% alcanza la educaci¨®n terciaria, seg¨²n el Foro Econ¨®mico Mundial, el s¨¦ptimo pa¨ªs con mayor porcentaje del planeta); y a la vez sufren escasez de puestos t¨¦cnicos. Y, lo m¨¢s preocupante, seg¨²n el Instituto Chung Hua para la Investigaci¨®n Econ¨®mica, uno de los think tank m¨¢s poderosos del pa¨ªs, vinculado al Gobierno, ha descendido el n¨²mero de alumnos en carreras cient¨ªficas. Pero, como recuerda Tsung-Che Wei, subdirector en esta organizaci¨®n: ¡°Para garantizar el futuro de las manufacturas necesitamos m¨¢s gente dedicada a las ciencias; estamos recomendando al Gobierno que promocione una mayor implicaci¨®n desde la infancia¡±.
Panificaci¨®n. Transferencia de conocimiento. Tecnolog¨ªa desde ni?os. Ciencia en todas partes. Al abandonar la universidad, comenzamos a ver Taip¨¦i con otros ojos. El profesor nos ha dado una ¨²ltima pista para interpretar el urbanismo tipo circuito integrado: quiz¨¢ derive de los a?os como colonia japonesa, cuando se erigi¨® la mitad de la ciudad. A algunos de sus ingenieros les gustaba m¨¢s Taiw¨¢n que Jap¨®n. Una tierra pr¨ªstina sobre la que explorar nuevas ideas. Como una placa base en la que ir engarzando chips y procesadores. Y engalanada estos d¨ªas, precisamente, con anuncios de marcas que producen este tipo de art¨ªculos: son algunos de los patrocinadores de Computex, la feria m¨¢s importante de tecnolog¨ªa de Asia, que se celebra estos d¨ªas de principios de junio en Taip¨¦i. Un punto de encuentro, sobre todo, entre negocios. Con cenas, reuniones y fiestas para satisfacer a clientes. Hay m¨²sica en directo y barra libre en discotecas ubicadas en rascacielos para romper la barrera entre vendedores y compradores. Con m¨¢s de tres d¨¦cadas de historia, Computex se reparte en cuatro sedes en distintos puntos de la ciudad. Durante unos d¨ªas se percibe una notable presencia de extranjeros movi¨¦ndose de un lado a otro. En estos momentos, por ejemplo, nos dirigimos a un hotel a los pies del Taip¨¦i 101, donde Asus, la quinta compa?¨ªa tecnol¨®gica del pa¨ªs, seg¨²n Forbes (pero la ¨²nica entre esas cinco que dise?a sus productos y los comercializa con su marca), va a desvelar sus secretos de la temporada. La empresa ha invitado a un nutrido grupo de peri¨®dicos del mundo (El Pa¨ªs Semanal entre ellos) para dar cuenta de sus novedades.
Para acceder a la presentaci¨®n es necesario mostrar un c¨®digo QR previamente descargado en el m¨®vil. En una antesala, un enjambre de periodistas rodea los productos de la marca: port¨¢tiles ultrafinos, tabletas, sus transformer books¡ Al otro lado del tabique, hay un sal¨®n de eventos con un escenario y 200 sillas. La luz se apaga y aparece Jonney Shih, el presidente de la compa?¨ªa, con el aire de un Steve Jobs asi¨¢tico. Habla un ingl¨¦s a r¨¢fagas y se apoya en frases como: ¡°Dejad que os presente lo¡ ?incre¨ªble!¡±, para exhibir una bater¨ªa de productos, desde ¡°el router m¨¢s r¨¢pido del mundo¡± al ¡°dos en uno [tableta y port¨¢til] m¨¢s fino del mundo¡±, pasando por pantallas cuya resoluci¨®n es ¡°un sue?o hecho realidad¡± [en este punto hay aplausos], tel¨¦fonos-tabletas (los ¡°padfones¡±), y finalmente un ¡°5 en 1¡±: un ordenador port¨¢til, tableta y tel¨¦fono, todo a la vez, que se engancha el uno al otro como una matrioska. ¡°No es¡ ?incre¨ªble!¡±, concluye Shih como un rel¨¢mpago.
Un par de d¨ªas m¨¢s tarde lo entrevistamos en una sala austera, en la sede de su compa?¨ªa a las afueras de Taip¨¦i, levantada sobre campos de arroz. Desde el ¨²ltimo piso se ve un campo de b¨¦isbol, el deporte nacional, y se aprecia c¨®mo el patio central, que desde abajo parece un jard¨ªn zen, es en realidad una enorme placa base. Cara a cara, Shih habla con un hilo de voz. Asegura que sus shows sobre el escenario pertenecen a la nueva filosof¨ªa que ha impregnado la compa?¨ªa: ¡°Las tomo como parte del pensamiento en dise?o frente a nuestra antigua orientaci¨®n ingeniera¡±. M¨¢s mercadotecnia y menos gigaherzios. La historia de Asus no es muy distinta de la de otras compa?¨ªas de manufacturas. Fundada a finales de los ochenta por un grupo de ingenieros inform¨¢ticos de Acer, hoy la principal competencia, su idea era fabricar placas base. Pura ingenier¨ªa. Circuitos para entendidos. Producidos de forma eficiente y a gran escala. Un trabajo gris y sin nombre. El sino taiwan¨¦s. Dominaron ese mercado (lo siguen dominando). Pero quisieron dar el salto. En eso est¨¢n. Dejando a un lado el ¡°cerebro izquierdo¡± de los ingenieros (como ¨¦l) obsesionados con el rendimiento, para dar entrada a ¡°lo irracional¡±, seg¨²n Shih. ¡°Cuando quieres algo fino y bello, y tambi¨¦n una enorme bater¨ªa, ?c¨®mo lo haces?¡±. Y entonces toma uno de sus ¨²ltimos lanzamientos, el Zenfone, y pasa minuto y medio en silencio intentando abrir la carcasa para mostrar su interior.
La feria Computex conserva, en gran medida, esa vieja visi¨®n centrada en la ingenier¨ªa an¨®nima. En un paseo aleatorio por la mayor de las sedes, uno encuentra peque?os expositores de compa?¨ªas que fabrican ventiladores para PC, tarjetas gr¨¢ficas, cables internos, puertos, bater¨ªas de litio y cosas por el estilo. Firmas de 10 o 15 trabajadores locales con f¨¢brica en China. El gran tejido econ¨®mico que da vida a la isla. Las pymes representan el 95% de las empresas. ¡°Esto es un pa¨ªs de componentes¡±, hab¨ªa avisado ?scar Garc¨ªa Maroto, un ingeniero curtido en la C¨¢mara de Comercio espa?ola de Taip¨¦i. La cuesti¨®n es si podr¨¢n subir de nivel. No todo es gris en la feria, y de pronto surge una enorme pantalla en la que desarrolla un tiroteo. Ametralladoras, granadas y v¨ªsceras en el videojuego. En cualquier caso, ¨¦ste no es el lugar donde se lanza una videoconsola revolucionaria. Sino donde Intel explica la velocidad de sus procesadores. La compa?¨ªa espa?ola Ozone, con sede en Torremolinos (M¨¢laga), lleva seis a?os sin perderse la cita. Venden teclados, ratones y auriculares. Perif¨¦ricos, en la jerga. ¡°Es la feria m¨¢s importante del mundo¡±, asegura Curro Herrera, su responsable de marketing. ¡°Pero no va destinada al consumidor final¡±. Ozone tiene oficina en Taip¨¦i, para controlar sus f¨¢bricas en la Rep¨²blica Popular China. Y Jos¨¦ R. D¨ªaz, fundador de la empresa, da su explicaci¨®n sobre por qu¨¦ Taiw¨¢n es una plaza clave: ¡°Est¨¢ cerca de China, son medio chinos y son m¨¢s listos que los chinos. Pero se les est¨¢ acabando el chollo con el despertar de China: han empezado a vender sus propias marcas y controlan cada vez m¨¢s partes del proceso¡±.
Contamos con buenos cimientos en la industria digital. Pero necesitamos m¨¢s innovaci¨®n¡±, dice Jonney Shih, el presidente de Asus, una de las mayores compa?¨ªas del pa¨ªs
El futuro de Taiw¨¢n depende en gran medida de apuestas como la de Asus. M¨¢s dise?o y menos componentes. Competir como marca y no como f¨¢brica. ¡°Contamos con buenos cimientos en la industria digital. Pero necesitamos m¨¢s innovaci¨®n¡±, dice al fin Jonney Shih cuando logra abrir el tel¨¦fono con sus dedos de ingeniero. Un par de horas despu¨¦s, volvemos a ver la cara del presidente de Asus en una foto junto a los 8 tycoons digitales del pa¨ªs. Cuelga en la sede del Instituto para la Investigaci¨®n de la Industria Tecnol¨®gica (ITRI, en ingl¨¦s). Ubicada en Hsinchu, a hora y media en coche de la capital, es una de las piezas centrales del puzle. Lo fund¨® el Gobierno en 1973 y logr¨® arrancar el motor tecnol¨®gico. Hoy representa la esperanza para levantar unos exiguos beneficios, que rondan el 3% y el 5% en el sector. Cuenta con m¨¢s de 20.000 patentes. Y sus investigadores han de tener siempre un ojo en el mercado. Cada hallazgo ha de ser susceptible de comercializaci¨®n. Se incuban negocios. Y, si son viables, comienzan una nueva vida fuera: 244 empresas han nacido as¨ª; spin offs, las llaman. Varias de sus invenciones recientes se encuentran expuestas en un enorme hall. Llama la atenci¨®n una ventana que es un panel solar, pero transparente (Taiw¨¢n es puntera en tecnolog¨ªa fotovoltaica); un sistema de purificaci¨®n de CO2; un linimento ign¨ªfugo; un altavoz que es en realidad una onda de luz (el sonido rebota en las paredes). Hitos recientes. Pero en unas vitrinas guardan viejos recuerdos: el primer ordenador en chino mandar¨ªn; una bicicleta Giant, marca local, fabricada con una novedosa fibra de carbono en su momento (Taiw¨¢n es hoy uno de los mayores productores de bicicletas), y la mencionada foto de los tycoons, entre los que destaca un anciano llamado Morris Chang. Un ingeniero nacido en la China continental y criado en Estados Unidos que lider¨® en los ochenta el ITRI, tras estudiar en MIT y foguearse en Texas Instruments. Abandon¨® el instituto para fundar TSMC, una de las primeras spin offs. El Estado puso la mitad del capital. Hoy es la mayor f¨¢brica de chips por encargo del planeta. Y la segunda mayor compa?¨ªa del pa¨ªs.
Su cuartel general se encuentra muy cerca, en el parque tecnol¨®gico de Hsinchu, un polo industrial de 650 hect¨¢reas, construido sobre una plantaci¨®n de t¨¦, y puesto en marcha por el Gobierno en 1980. Otra de las apuestas planificadoras. Las 500 compa?¨ªas instaladas suman el 10% de las manufacturas del pa¨ªs. Pero, sobre todo, el lugar es famoso por su interconexi¨®n entre empresas. Un cluster tecnol¨®gico que han intentado replicar delegaciones de medio mundo. A un paso del ITRI y de dos de las mejores universidades de ciencias del pa¨ªs. Michael Kramer, portavoz de TSMC, resume las virtudes de su ubicaci¨®n mientras se oye de fondo el zumbido de una f¨¢brica que no descansa: ¡°Aqu¨ª tenemos clientes y proveedores. Y el que sol¨ªa ser nuestro principal rival est¨¢ cruzando la calle¡±. Luego escruta el m¨®vil de su interlocutor, y dispara: ¡°Siete d¨®lares de ese tel¨¦fono son nuestros¡±. No se llevan el reconocimiento, pero s¨ª el beneficio. Microingenier¨ªa digital. An¨®nima, pero innovadora. Acaban de comenzar a producir chips con circuitos de 20 nan¨®metros, ¡°m¨¢s peque?os que algunos virus¡±, dice Kramer. No se nos permite adentrarnos en la f¨¢brica. Pero el tipo accede a mostrarnos lo que producen. Desaparece y vuelve con un disco dorado en la mano. Del tama?o de un vinilo. ¡°Una oblea de silicio¡±, dice. El elemento qu¨ªmico que bautiz¨® el valle californiano. La materia prima de la electr¨®nica. El chispazo que dio vida a Taiw¨¢n. Bajo la luz de la oficina resplandecen sus tonos irisados. Un centenar de chips en estado puro, que luego ser¨¢n cortados y comenzar¨¢n su vida en otra parte. Si uno acerca la vista, distingue surcos. Calles y manzanas y arterias. Como si admirara la geograf¨ªa de una ciudad desde un rascacielos
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