La violencia sale del estadio
Los altercados en el exterior de los campos se multiplican por cinco en los últimos 10 a?os Los clubes espa?oles refuerzan la seguridad dentro de las instalaciones
Una visita a otra ciudad para jalear a su equipo. Un punto de encuentro para juntarse y beber. Alguien que pregunta quién quiere jugar. Unas vueltas por los lugares que frecuentan los ultras del club rival. Una proposición. Y entonces, si los contrarios aceptan, empieza el baile. Hay pelea. La violencia en el fútbol espa?ol ha saltado fuera de los estadios debido a las mayores medidas de seguridad y vigilancia instaladas por los clubes. Las broncas entre hinchas en el exterior de los recintos deportivos se han disparado en los últimos a?os: entre la temporada 2002-2003 y la 2012-2013, la última de la que se han dado a conocer datos, las propuestas de sanción de la Comisión Estatal contra la Violencia en el Deporte por altercados fuera de los campos se han quintuplicado, al pasar de 50 a 250.
J. y M. son dos veintea?eros madrile?os a los que les gusta la cerveza, vestir bien y animar a su equipo. Se identifican con la cultura casual, una corriente dentro del mundo de los fanáticos del fútbol que se caracteriza por su pasión por el deporte rey, su fascinación por ciertas marcas de ropa y su gusto por la violencia. J. y M. son iniciales ficticias. Ambos han puesto una condición para hablar: el anonimato.
Las palabras de J. y M. construyen una épica “barriobajera”, un orgullo de quien ha crecido en la calle. “Somos las ratas. Nunca nos han tratado bien en ningún lado. Somos lo que los psicólogos llamarían inadaptados sociales”, afirma J. El mismo discurso con el que justifica su participación en peleas contra otros grupos de hinchas: “La violencia es una forma de escape de la gente de barrio”.
El movimiento casual nació a principios de los ochenta. Los aficionados del Liverpool viajaron a París para ver jugar a su equipo contra el Saint Etienne. Allí, tras una pelea, descubrieron, que la policía francesa detenía más a aquellos violentos que lucían una estética skinhead (cabezas rapadas, tirantes, botas con puntera de acero) que a los que iban “bien vestidos”. En Espa?a, la mayoría de los vinculados a esta cultura comulgan con ideas de ultraderecha. Aunque hay excepciones: J. se define como antifascista, y M., como apolítico.
Sanciones establecidas en la ley contra la violencia en el deporte
a) De 150 a 3.000 euros en caso de infracciones leves.
b) De 3.000,01 a 60.000 euros en caso de infracciones graves.
c) De 60.000,01 a 650.000 euros, en caso de infracciones muy graves.
Además se podrá imponer la prohibición de acceso a cualquier recinto deportivo por un periodo comprendido:
a) Entre un mes y seis meses, en caso de infracciones leves.
b) Entre seis meses y dos a?os, en caso de infracciones graves.
c) Entre dos a?os y cinco a?os, en caso de infracciones muy graves.
Los enfrentamientos suelen producirse en los aleda?os de los recintos deportivos. Los contrincantes utilizan todas las armas que encuentran a mano. “Si estás con 60 tíos en un bar y te aparecen 30 con bates, tú tienes sillas”, explica J. Algunos de los integrantes de estos grupos ni siquiera van a los partidos. No tienen dinero para pagar la entrada o la tienen prohibida. “Ganamos 700 euros al mes por 12 horas de trabajo al día”, se quejan J. y M. Ambos, además, han sido sancionados con 5.000 euros de multa y la prohibición de pisar un recinto deportivo durante un a?o. “Si nos acercamos, incluso a una piscina, nos caerían 60.000 euros”, afirman.
Los incidentes violentos no han disminuido en los últimos 10 a?os. Han cambiado de escenario. Entre 2007, a?o de la aprobación de la ley contra la violencia en el deporte, y 2013 el número de propuestas de sanción por altercados en el interior de los estadios se ha mantenido en torno a las 180 anuales. Fuera de estas instalaciones, la media sube: 313. Una de las explicaciones a este salto más allá de las gradas está en la propia legislación, que prevé la instalación de dispositivos de seguridad y de circuitos cerrados de televisión para grabar los aleda?os, los tornos, las puertas de acceso y el aforo completo del recinto deportivo. Cientos de cámaras vigilan hasta el último rincón. Cada incidente se graba.
En el preámbulo de la propia norma se recoge que la inversión en los estadios de fútbol en medidas de seguridad entre 1997 y 2007 rondó los 200 millones de euros. Para sufragar estos gastos, en los últimos a?os el Estado ha destinado unos tres o cuatro millones anuales, según datos del Consejo Superior de Deportes.
La motivación de J. para participar en las peleas es simple y contundente: “Me gusta”. No es posible de explicar a alguien que no lo ha vivido nunca, según ellos. “Coges la mejor sensación que hayas tenido con una droga, la multiplicas por 100 y ni siquiera se aproxima”, resume J.
El baile de cifras de los violentos
La Comisión Estatal contra la Violencia —en la que participan el Consejo Superior de Deportes, el Ministerio del Interior, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, la Real Federación Espa?ola de Fútbol y las ligas profesionales de fútbol y baloncesto— niega disponer de un registro detallado del número de ultras.
Hay un dato que sí recogen las memorias anuales de la comisión: los 22.304 integrantes de grupos de riesgo que se desplazaron a otros estadios de Primera y Segunda en la temporada 2012-2013 y los 133.468 hinchas de riesgo locales. Los expertos, sin embargo, creen que no puede afirmarse que haya 150.000 ultras violentos, ya que estas estadísticas incluyen a todos aquellos aficionados que acuden a ver a su equipo en su estadio o en otra ciudad y que podrían suponer un riesgo para la seguridad por sus antecedentes o por su pertenencia a grupos identificados como violentos. Además, una misma persona puede ser contada en cada partido de riesgo que su equipo juegue esa temporada.
La comisión no ofrece datos sobre la edad de los implicados en altercados. Sí los da sobre los individuos propuestos para sanción por cualquier tipo de infracción, no solo violenta, en la temporada 2012-2013: el 39% tenía entre 18 y 25 a?os. El 98% de ellos, hombres.
Las ri?as tumultuarias en Espa?a suelen montarse cuando hay partido y cerca del estadio. En Polonia y en Rusia, además de estas broncas que causan decenas de heridos, hay grupos que quedan para pegarse en bosques, con o sin fútbol de por medio. Algunos graban estas batallas en vídeos de estética y banda sonora muy cuidadas y los suben a las redes sociales. Para J. y M. este tipo de disputas están desvirtuadas porque alejan la violencia del enfrentamiento futbolístico. Otros, sin embargo, ven la escena polaco-rusa como el modelo a seguir: en la red se puede encontrar una grabación casera de la réplica sevillana de estos combates a la rusa, una pelea en un descampado entre dos grupos de jóvenes ultras del Betis y del Sevilla.
J. y M. afirman que nunca se han pegado con un aficionado normal, con un “pe?ista”. Las peleas siempre son con miembros de otros grupos ultras. “Cuando tienes un baile, lo haces para ganarte el respeto. Pegarle a alguien de fuera está mal visto”, explica J. Generalmente, el grupo que gana la batalla recibe un trofeo. M. lleva uno encima: una gorra de un adversario vencido.
?Y cómo se sabe quién ha ganado? “Si estás sangrando en el suelo y tus colegas también, has perdido”, responde J. con cierta sorna.
Las broncas generalmente duran unos minutos. “Sabemos cómo pegarnos”, presumen. Existen ciertas normas y límites: “Una cosa es un mal golpe, que no suele ocurrir, y otra querer matar a alguien. Si las peleas son a navajazos, se suele tirar al culo, al brazo. Cuando alguien está en el suelo, normalmente no le das en la cabeza. No es personal”, se justifican.
J. y M. no saben si algún día dejarán de pelear. M. tal vez lo haga cuando tenga 30 a?os, un trabajo, una casa, una familia. J. tiene claro que, pase lo que pase, no se arrepentirá de su pasado. Habrá hecho lo que quería. Su divisa: “Fútbol, mujeres y bailes. Es todo lo que tenemos en la vida”.
El doloroso balance de los ultras
13 de enero de 1991. Un grupo de boixos nois apu?alaron en las inmediaciones del estadio del Espanyol a dos seguidores blanquiazules. Fréderic Rouquier, de 20 a?os, falleció y José María Arbolés, de 16, quedó malherido.
12 de marzo de 1994. Un fanático del Atlético apu?ala y mata en un bar de A Coru?a al joven estudiante de Derecho Emiliano López Prada. Este había festejado un gol del Barcelona.
8 de diciembre de 1998. Ricardo Guerra, miembro de Bastión, una sección del Frente Atlético, asesinó de una pu?alada en el corazón al aficionado de la Real Sociedad Aitor Zabaleta, de 28 a?os, en los alrededores del Vicente Calderón. En el fondo norte del estadio madrile?o, los ultras continúan 16 a?os después entonando cánticos ofensivos contra Zabaleta.
7 de octubre de 2003. Manuel Ríos, de 31 a?os y aficionado del Deportivo, murió a causa de una brutal paliza. Un miembro de Riazor Blues se entregó a la policía como presunto autor de los hechos. La víctima había increpado a su agresor cuando este daba una paliza a un aficionado del Compostela, a la salida del estadio de San Lázaro, en Santiago.
14 de mayo de 2009. Durante la celebración del triunfo del Barcelona en la Copa de Rey de 2009, se produjeron enfrentamientos entre la policía y seguidores del equipo catalán. Hubo 50 detenidos y más de 100 contusionados, además de importantes da?os materiales.
7 de marzo de 2010. Una batalla campal entre ultras del Betis y del Rayo Vallecano junto al estadio del club andaluz acabó con tres policías heridos y 14 hinchas detenidos. Las fuerzas de seguridad se incautaron de bates, una pistola de fogueo e incluso espadas.
5 de junio de 2014. La policía detiene a ?lvaro Cadenas, exlíder de los Ultra Sur del Real Madrid, por posesión ilícita de armas. Dos días antes, a la salida del funeral de una hincha madridista, Cadenas había amenazado con una pistola al actual dirigente de la pe?a ultra, Antonio el Ni?o.
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