La Espa?a eterna, la eterna Europa
Cre¨ªamos que la UE era un proyecto irreversible, pero no; que lo era la democracia en forma de Monarqu¨ªa parlamentaria, pero no
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Dan ganas de citar otra vez a Bernard Shaw: lo ¨²nico que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia. ?sa es la impresi¨®n que uno tiene al ver los resultados de las ¨²ltimas elecciones europeas y leer y escuchar los debates suscitados en Espa?a por la abdicaci¨®n del Rey. La impresi¨®n es que, con todas las variantes que se quiera, vuelven los a?os treinta, el periodo m¨¢s ominoso de la historia moderna de Europa (y de Espa?a). Cre¨ªamos que la UE era un proyecto irreversible en Europa, pero no; cre¨ªamos que la democracia en forma de Monarqu¨ªa parlamentaria era un proyecto irreversible en Espa?a, pero no: nacionalismos y populismos vuelven con fuerza en Europa, como en los a?os treinta; como en los a?os treinta, vuelve en Espa?a el debate entre Monarqu¨ªa y Rep¨²blica. ?Por qu¨¦?
Como cualquier pregunta compleja, ¨¦sta tiene muchas respuestas; a veces quiz¨¢ se nos olvida la m¨¢s evidente. Hace un par de semanas denunciaba en esta columna que vivimos en una especie de dictadura del presente, que, en parte a causa del poder avasallador de unos medios de comunicaci¨®n dominados por los imperativos de la urgencia y la inmediatez, vivimos como si el presente se pudiera entender s¨®lo con el presente, olvidando que el pasado no es algo ajeno al presente, sino una parte o una dimensi¨®n del presente, sin la cual ¨¦ste no se entiende. ¡°El pasado no ha muerto¡±, citaba yo a Faulkner. ¡°Ni siquiera es pasado¡±. Pues bien, la UE y la Espa?a democr¨¢tica se fabricaron as¨ª: con el pasado sin pasar, con el pasado bien presente. La UE se construy¨® tras la guerra con el prop¨®sito principal de luchar contra los nacionalismos y populismos que acababan de arrasar el continente; en cuanto a Espa?a, el clich¨¦ de que la Transici¨®n se hizo con un pacto de olvido es s¨®lo eso: un clich¨¦; es decir: una media verdad; es decir: una mentira. La verdad es exactamente la opuesta: la Transici¨®n se hizo con un pacto de recuerdo mediante el cual todos o casi todos ¨Cdesde mi padre hasta Adolfo Su¨¢rez, desde mi madre hasta La Pasionaria¨C se conjuraron para que este pa¨ªs no volviera a conocer una guerra, y si lo hicieron no fue porque hubieran olvidado el pasado, sino porque lo recordaban muy bien. Y el primer punto de ese pacto (o casi el primero) dec¨ªa que el debate entre Rep¨²blica y Monarqu¨ªa era un falso debate, un debate demag¨®gico; el debate real era entre dictadura y democracia o entre una democracia mejor o peor. Eso era entonces, cuando el pasado a¨²n era presente. Ahora ya no es as¨ª. Ahora, en nuestra ignorancia, nuestro infantilismo y nuestra soberbia, hemos cre¨ªdo que el pasado pas¨® y ya no puede volver, como si todos vivi¨¦semos en una especie de permanente reality show para idiotas. Esto explica que en toda Europa vuelvan las banderas, aquellas banderas que, seg¨²n Flaubert, siempre han estado llenas de mierda y de sangre, y que en Francia Le Pen pueda decir sin que la corran a gorrazos que saliendo de la UE empezar¨¢n a solucionarse los problemas de Francia, o que Mas diga en Catalu?a que saliendo de Espa?a se acabar¨¢n los problemas de Catalu?a, o que Cayo Lara diga que saliendo de la Monarqu¨ªa disminuir¨¢n los problemas de Espa?a; todo el mundo ¨Cempezando por Le Pen, Mas y Lara¨C sabe que esto es falso, y que ninguna de esas salidas solucionar¨ªa ninguno de nuestros problemas, porque son salidas falsas, sentimentales, populistas. Han vuelto las banderas. Han vuelto las respuestas ¨²nicas para preguntas complejas. Ha vuelto el sentimentalismo en pol¨ªtica. Como en los a?os treinta. Entonces hubo una crisis econ¨®mica y pol¨ªtica tremenda, a la que los grandes partidos no supieron dar respuesta con reformas profundas, y el resultado fue el desprestigio absoluto de la democracia y una cat¨¢strofe colosal; ahora, frente a una crisis parecida, los grandes partidos han hecho lo mismo: es in¨²til que muchos lleven lustros pidiendo a gritos los cambios que todo el mundo sabe que se necesitan para no volver a la rueda suicida de rupturas en que llevamos siglos dando vueltas. Por lo visto, la casta existe, vaya si existe, y est¨¢ sorda y ciega, y sigue a lo suyo.
Vuelven los a?os treinta, el periodo m¨¢s ominoso de la historia moderna de Europa (y de Espa?a)
Disculpen el pesimismo de hoy. La verdad es que no veo ninguna raz¨®n para el optimismo. Tampoco s¨¦ si esto acabar¨¢ peor o mejor, pero estoy seguro de que nos estamos mereciendo lo peor
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