La separaci¨®n Partido-Estado
Disponer de espacios p¨²blicos fuera de de la lucha partidista da estabilidad
Me pregunto si en la relaci¨®n entre los partidos y el Estado no ocurre algo parecido a la relaci¨®n entre la Iglesia y el Estado. Como bien sabemos, cuanto m¨¢s avanzada est¨¢ una sociedad, menos papel tiene en ella la religi¨®n. En las sociedades tradicionales, la religi¨®n cumple al menos cuatro funciones: explicar el origen del mundo, dar un sentido a la existencia, proporcionar un conjunto de normas sobre lo que est¨¢ bien y lo que est¨¢ mal y ayudar al hombre a ir franqueando las distintas etapas de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte.
En algunos pa¨ªses la religi¨®n todav¨ªa aspira a cumplir estas funciones. Ah¨ª est¨¢n el creacionismo y la sharia para probarlo. Pero en los pa¨ªses m¨¢s civilizados, gracias a la separaci¨®n Iglesia-Estado, la religi¨®n ha ido abandonando estas ambiciones y se conforma con ofrecer a sus fieles una visi¨®n del sentido de la vida y con acompa?arlos a trav¨¦s de sus distintas etapas, dejando la explicaci¨®n del origen del universo en manos de la ciencia y lo que se debe y no se debe hacer en las del derecho y la urbanidad. Cada cual es libre de pensar lo que quiera sobre la raz¨®n de su existencia y de casarse por el rito que prefiera, pero no puede impedir que se explique a los ni?os en las escuelas la teor¨ªa de la evoluci¨®n ni obligar a nadie a lavarse las manos m¨¢s o menos veces al d¨ªa o a dejar de comer carne los viernes de Cuaresma.
De igual modo, en las sociedades con una democracia poco arraigada, muchas cosas dependen del partido al que se elige. Cuando el partido en el poder cambia, cambian tambi¨¦n la ley de educaci¨®n, la l¨ªnea editorial de la televisi¨®n p¨²blica, el equilibrio entre la sanidad p¨²blica y privada y la orientaci¨®n de ¨®rganos e instituciones que se supone que deben ser tan independientes como nuestro Tribunal Constitucional. Si el Gobierno dispone de una mayor¨ªa suficiente para ello, se siente con pleno derecho a modificar las leyes a su antojo: quien manda es ¨¦l, no la ley. A nadie le parece mal que trate de favorecer a su partido y de perjudicar al adversario.
En cambio, en las sociedades pol¨ªticamente m¨¢s avanzadas, la convivencia se asienta sobre un espacio com¨²n en el que los partidos no pueden intervenir. Hay un juego de normas y de equilibrios institucionales que todos respetan, y si alguien trata de alterarlos se gana la inmediata repulsa de los dem¨¢s. Los gobernantes han de utilizar el poder que se les concede para el bien de la comunidad, no el propio ni el del propio partido. Quien manda de verdad, quien rige los destinos de la sociedad, es la ley, no el gobernante de turno, que debe someterse a ella. El poder y la riqueza est¨¢n separados, igual que la religi¨®n y el Estado. Entre los ciudadanos, la lealtad al sistema y a las normas que lo regulan est¨¢ por encima de la lealtad a su partido ¡ªsi son miembros de alguno¡ª y a sus correligionarios. El mantenimiento de unas normas b¨¢sicas de convivencia hace que el resultado de las elecciones no sea un asunto de vida o muerte para nadie, ni afecte a su capacidad de ganarse la vida honradamente.
La pol¨ªtica es sectaria: niega cualquier atisbo de raz¨®n al otro
?D¨®nde est¨¢ Espa?a, de acuerdo con este criterio? ?Est¨¢ la sociedad espa?ola suficientemente secularizada, desde el punto de vista pol¨ªtico? Me temo que no, que estamos m¨¢s cerca de las democracias poco arraigadas que de las democracias avanzadas. Aqu¨ª la separaci¨®n partido-Estado es a¨²n muy precaria. Aqu¨ª, la pol¨ªtica se entiende como una guerra de trincheras en la que el que no est¨¢ conmigo est¨¢ contra m¨ª, una discusi¨®n entre formas incompatibles del mundo, entre esencias ideol¨®gicas e identidades partidistas (en el sentido m¨¢s literal de la expresi¨®n: la identidad de cada cual se funde con su adscripci¨®n partidista).
Aqu¨ª, cuando cambia el Gobierno no solo cambian los ministros y los secretarios de Estado, que ser¨ªa lo normal, sino que cambian tambi¨¦n todos los subsecretarios y los directores generales de la Administraci¨®n central y muchos subdirectores generales y asesores. Cambian los embajadores, los agregados sectoriales de las embajadas, los presidentes y los consejeros de las empresas participadas por el Estado, aunque sean privadas, los directores de think tanks y centros de estudios. Cambia el equilibrio ideol¨®gico en el seno del Tribunal Constitucional y del Consejo del Poder Judicial. Cambian los responsables de instituciones independientes como el Banco de Espa?a o la Comisi¨®n Nacional del Mercado de Valores, arrasando espacios en los que no deber¨ªan tener cabida las ideolog¨ªas. Aqu¨ª es como si cada equipo de f¨²tbol, al jugar en su campo, pudiera nombrar al ¨¢rbitro. Es cierto que no todos los partidos son iguales. Un ejemplo: en 2004, el Gobierno elabor¨® un estatuto para garantizar la independencia de la televisi¨®n p¨²blica, pero al llegar al poder en 2011 el nuevo Gobierno lo reform¨® para poder nombrar a quien quisiera y poner Televisi¨®n Espa?ola a su servicio.
En este clima, nada es visto con mayor desconfianza que ir por libre, pensar lo mismo que unos en unas cosas y lo mismo que los otros en otras. Los que se atreven a hacerlo son vistos con desconfianza por todos. Gustan las personas de una pieza. La transversalidad ¡ªmenuda palabra, por cierto¡ª est¨¢ mal vista: los transversales son en realidad o unos tibios o unos chaqueteros, si no son ambas cosas a la vez. La conjura de los extremos que nos condujo a la Guerra Civil se ha convertido hoy en la conjura de los opuestos, que no quieren que nadie ande por ah¨ª sin adscripci¨®n. El deporte nacional es averiguar si tal es de la cuerda de fulano o de zutano, clasificar, etiquetar. Si es de unos ya no puede ser de los otros.
En el fondo esta actitud huele a sacrist¨ªa. Es una herencia de un pasado en el que el poder, como se pod¨ªa leer en las monedas, se ejerc¨ªa por la gracia de Dios. Aqu¨ª las ideas se profesan, se comulga con ellas. Fuera del partido ¡ªel que sea¡ª no hay salvaci¨®n. Las ideas propias son casi siempre una forma de herej¨ªa. La pol¨ªtica es sectaria en el peor sentido del t¨¦rmino: niega cualquier atisbo de raz¨®n al otro. ¡°No cree en Dios, pero cree todav¨ªa en la gram¨¢tica¡±, dijo Nietzsche, burl¨¢ndose de no recuerdo qui¨¦n. Seg¨²n las encuestas, aqu¨ª ya no creemos mucho en Dios, pero seguimos defendiendo religiosamente a los nuestros.
Los partidos pol¨ªticos son imprescindibles en toda democracia, y sin militantes no hay partido que se sostenga. Pero no es bueno que los partidos ¡ªigual que la religi¨®n¡ª invadan esferas de la vida p¨²blica que no les corresponden. La justicia, la Administraci¨®n, la educaci¨®n no deben politizarse. Sin instituciones independientes, la democracia pierde calidad. Si alguna vez nos decidimos a reformar el sistema pol¨ªtico, cosa cada vez m¨¢s necesaria, este es uno de los aspectos que conviene abordar. En momentos como ahora en que todo vuelve a estar en cuesti¨®n, tener espacios p¨²blicos fuera del alcance de la lucha partidista proporciona estabilidad. Necesitamos una mayor separaci¨®n partido-Estado.
Carles Casajuana, escritor y diplom¨¢tico, fue embajador de Espa?a en el Reino Unido.
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