Las voces del exilio sirio
Una familia siria desplazada en L¨ªbano se adapta a su nueva condici¨®n
Saif Dawour encontr¨® una noche un sucio osito de peluche tirado en una esquina del barrio de Al Jalil (Baalbeck, L¨ªbano), un antiguo campo palestino ubicado en unos barracones militares. "Lo recog¨ª y mi mujer y yo lo lavamos una y otra vez, mientras los ni?os dorm¨ªan", me cuenta el hombre. Al d¨ªa siguiente era el cumplea?os de su peque?a. "Ella se despert¨® y le dimos el juguete. Lo primero que pregunt¨® fue en qu¨¦ bando luchaba el osito en Siria".
Saif, su mujer y sus tres hijos son refugiados sirios de origen palestino que viven en una de las estancias del antiguo acuartelamiento desde que huyeron de su pa¨ªs a causa de la guerra civil que lo azota desde hace tres a?os. El hombre, corpulento y de gestos suaves, me invita a entrar a su hogar. El poco espacio que hay tras la puerta lo ocupan una lavadora y una nevera. Ninguna funciona, pero las utilizan a modo de ropero. Hay tambi¨¦n una olla de metal, dos bidones de agua y un colador con verduras reci¨¦n lavadas.
La vivienda es en realidad una habitaci¨®n h¨²meda con una sola ventana y una puerta al exterior que permanece cerrada. Los colchones cubren casi todo el suelo y hacen las veces de cama, sof¨¢ y espacio para comer. Un viejo armario est¨¢ situado en uno de los extremos, no tiene cajones y tampoco cabe en ¨¦l toda la ropa, por eso de las vigas de madera del techo cuelgan pantalones, camisas y camisetas.
"En Damasco trabajaba para una compa?¨ªa petrolera. Viv¨ªamos muy bien. Pero aqu¨ª llevo buscando empleo desde que llegu¨¦ y no encuentro nada. S¨®lo necesito tres d¨®lares al d¨ªa para que podamos vivir un poquito mejor", masculla el padre entre dientes mientras busca a tientas su paquete de cigarrillos sobre la alfombra. Junto a ¨¦ste hay un cenicero repleto de colillas y ceniza y varios vasos servidos con t¨¦ hasta el borde que nadie ha bebido a¨²n.
"Mis hijos me piden dinero a cada rato para hablar con sus amigos en Siria. Yo no tengo qu¨¦ darles. Hay d¨ªas que me dicen ¡®pap¨¢, hoy no comemos, pero danos algunas monedas para llamar a Damasco¡¯. No s¨¦ qu¨¦ hacer", se lamenta el hombre mientras niega con la cabeza. "Mi mujer toma unas pastillas porque sufre de crisis nerviosas. Por las noches se hace la dormida, pero yo la oigo llorar".
El apoyo internacional es esencial para que pa¨ªses como L¨ªbano, que acoge a unos 1,1 millones de refugiados de los m¨¢s de 2,9 millones de personas que han huido de Siria, puedan garantizar empleo y servicios sociales b¨¢sicos para a la poblaci¨®n exiliada.
Canciones palestinas para un gato sordo
Sawthan Alshami, de ascendencia palestina, lleva un a?o viviendo en el barrio de Wadi Zeina, en Beirut. Es un vecindario de edificios bajos, con paredes desconchadas y balcones casi a pie de calle. Est¨¢ ubicado en una pendiente que termina en una playa jalonada por chiringuitos y caba?as de verano. De camino a su casa hay una mezquita. Es el viejo templo del barrio, que ahora acoge a cinco familias.
La mujer vive con su marido y sus tres hijos ¡ªdos chicas adolescentes y un ni?o¡ª en un local comercial vac¨ªo que alquilaron al poco de llegar. La ropa reci¨¦n lavada est¨¢ colgada fuera de la tienda, en una cuerda que va de un ¨¢rbol al marco de la vidriera del local. Junto a la colada hay una mesa y una silla de pl¨¢stico. "Esta es la habitaci¨®n de invitados", bromea la mujer.
El alquiler es de 150 d¨®lares por mes. "?Es lo que nos costaba mantener a este gato en Siria!", exclama la mujer se?alando al animal que, asegura, es sordo. "Por eso no tiene nombre", bromea de nuevo. La mensualidad les da derecho a habitar un espacio de unos 20 metros cuadrados en el que han tenido que separar la cocina ¡ªformada por una bombona de gas y un mueble con vasos y platos¡ª del resto de la estancia con telas colgadas del techo. "No hay agua potable, as¨ª que la tenemos que hervir para cocinar. Y tampoco hay ba?o, hemos montado algo parecido a un aseo aqu¨ª fuera", explica Sawthan sin perder la sonrisa.
L¨ªbano no ha organizado campos de refugiados como lo hizo tras el ¨¦xodo palestino de 1948. As¨ª, los 1,1 millones de sirios viven en su mayor¨ªa en barriadas humildes de grandes ciudades. Esta situaci¨®n ha provocado subidas del alquiler de hasta el 400%. Tambi¨¦n ha aumentado el precio de los alimentos porque existe m¨¢s demanda pero menos suministro. Por descontado, aumenta el riesgo de propagaci¨®n de enfermedades derivadas de la ausencia de agua potable y de la falta de higiene, ya que los servicios p¨²blicas libaneses est¨¢n saturados.
La peor parte se la llevan los menores. "No podemos enviarlos a la escuela, s¨®lo el transporte cuesta 100 d¨®lares al mes", reconoce Sawthan. La escolarizaci¨®n, gratuita en Siria, supone en L¨ªbano un gasto inalcanzable para muchas familias de refugiados. Por otro lado, la diferencia en los programas escolares y el hecho de que en L¨ªbano ¨¦stos se impartan en ingl¨¦s y franc¨¦s y no s¨®lo en ¨¢rabe, como en Siria, no ayudan a la integraci¨®n de los ni?os y adolescentes.
"Nunca en la vida pens¨¦ que terminar¨ªa viviendo en una tienda", dice Nadiya, la primog¨¦nita, que estudiaba m¨²sica en Damasco. "Tocaba varios instrumentos,pero aqu¨ª me paso el d¨ªa en la tienda. A veces salgo con mi madre pero, la verdad, no hay mucho que hacer aqu¨ª. Otros d¨ªas voy al mar, pero regreso enseguida", a?ade la joven, que quiere ser periodista para "alg¨²n d¨ªa contar esta historia".
Nadiya y su hermana permanecen apoyadas en la vidriera del local hombro con hombro. Cuchichean algo al o¨ªdo y empiezan a cantar. Es una canci¨®n tradicional palestina cuya letra habla de un pueblo sin tierra y de una lucha eterna. Uno de sus versos dice: "madre, no nos vamos a rendir; a pesar de los golpes y heridas no dejaremos de ser personas".
Ivan M. Garc¨ªa es oficial de medios en Oxfam International
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